Pensar la época: "Hemos enraizado y cosechado una nueva generación"
Adriana Marcus es cofundadora de la Red Jarilla, un espacio de referencia de salud integral, de cuidado del ambiente, respeto al territorio y a la vida. Sobreviviente de la ESMA, pensadora del pasado y del presente, repasa la militancia pre-dictadura, la generación 2001 y la actualidad. Su mirada crítica, su perfil bajo y su compromiso provocan admiración y respeto entre propios y ajenos. "Hay que volver a urdir la trama social que se rompió", propone.
Adriana Marcus nació en Buenos Aires en 1955. Vive en la zona rural de El Bolsón y está cerca de cumplir 70 años. A los 22 fue secuestrada por la dictadura cívico militar. Es sobreviviente de la ESMA, uno de los centros de exterminio más grandes del período. Es también médica jubilada y desde su profesión y su exilio interno en la cordillera patagónica supo abrazar los saberes de la medicina de las plantas. Ese encuentro con los saberes ancestrales y sus portadoras fue tomando forma colectiva en la Red Jarilla, espacio desde el cual Adriana dice y hace, y desde el cual los haceres subvierten el decir.
Hacia el final de un verano asfixiante en la Comarca Andina, atravesado de incendios forestales de interfase con una voracidad inusitada, la entrevista transcurre remojando los pies en la memoria. En la charla, las metáforas que despiertan las múltiples formas de lo vivo van coloreando el caleidoscopio de la época.
La red, las abejas, los tábanos
La "Red Jarilla de Plantas Saludables de la Patagonia" se formó en agosto de 2003 en Zapala (Neuquén) impulsada por Adriana Marcus luego de más de doce años de trabajo con saberes populares sobre las plantas en talleres. La jarilla es una planta muy característica de la patagonia, de hojas verdes y flores amarillas.
En los principios fundamentales de la red se destaca el carácter voluntario y horizontal de la participación, que se organiza en grupos locales “que defienden colectivamente la vida en todas sus formas”. En esa defensa se entrelazan saberes populares y de las ciencias, “porque los saberes que se suman se enriquecen mutuamente”, afirman.
En la Red Jarilla se destaca la articulación con otras redes y organizaciones, la agricultura orgánica, la alimentación sana, la defensa del agua y de las semillas naturales. Las ideas de respeto, reciprocidad y cuidado describen la relación que conciben con la naturaleza, de la que se nombran parte, recuperando la experiencia de los pueblos originarios del Abya Yala (América).

- Foto: Red Jarilla
.
— ¿Cómo presentar a la Red Jarilla?
—Creo que el tema es el insecto. ¿Viste el tema de “composición: la vaca”? Bueno: propongo el insecto. Recuerdo que en un momento la Red Jarilla estaba muy en auge (en un momento muy importante también de la Asamblea Popular de Zapala por el Medio Ambiente), y en una entrevista alguien me dice: "¿Y ustedes escriben proyectos? ¿Son una ONG? ¿Cómo se manejan? ¿Por qué no hacen una asociación civil?" Y respondimos: “No. Nosotros somos insectos. Somos abejas que besan las flores. Somos tábanos que hacen ruido en las orejas del sistema.Somos avispas que pican para despertar”. No me acuerdo bien qué dije, pero el sentido era este: no nos institucionalizamos, sino que nos "insectizamos". A mí me parece que la metáfora de los insectos es muy interesante. Porque cada insecto tiene su don.
—Es una metáfora que conjuga como dos dimensiones, lo micro y lo multitudinario. ¿No?
—Sí, diría lo colectivo, que tiene que ver con la micropolítica. En mi libro Germinación del Camino, por ejemplo, Pata (Patricia Espósito, amiga y compañera de Adriana, coautora del libro) pone algo sobre el trabajo de hormiga. Hizo el dibujo de una hoja y las nervaduras son mensajes. Y el título es “trabajo de hormiga”. Eso es llevar una vida como creemos que hay que llevar, comer lo que decimos que hay que comer, hacer lo que decimos que habría que hacer, hacer de verdad lo que decimos que queremos hacer. Entonces, hicimos una bandera que la hizo una compañera de la Red Jarilla con la gran hoja, y escrito ahí: “Trabajo de hormiga”. Todos los días hacer ese trabajito de ver hasta dónde nuestra coherencia.

- Foto: Verónica vides
Compromiso social y generaciones
—¿Cómo ves el activismo social en la actualidad?
—Cuando terminó la pandemia se me ocurrió una imagen que era sobre el viento de la historia. Todos los años hacíamos un almanaque circular y en sentido giro sur. Y ahí puse que el viento de la historia sopló y nos dispersó como semillas de dientes de león. Y que entonces en cada territorio volvimos a sembrarnos de otra manera, que yo diría hoy micropolíticamente. Y por ahí no somos el colectivo que éramos, sino que nos hemos dispersado, pero hemos enraizado y hemos generado una nueva generación también de tareas y de personas y de integrantes y de modos de convidar y compartir lo que hemos ido aprendiendo y seguimos aprendiendo. Entonces, el último almanaque, que lo hizo Sofía Roccati, hizo esta imagen del diente de león más las hormiguitas en todas partes.
—¿Y qué características tiene?
—El otro día escuché en la radio que entrevistaban a un adulto mayor. No sé quién era, pero habló como media hora sobre el tema del hospital. Y ahí me cayó la ficha de que en la Asamblea en Defensa del Hospital, de la cual formo parte, somos todas mujeres prácticamente, salvo dos o tres varones que a veces están, y somos todos jubilados. No hay gente joven, en actividad. Pero además, la mesa de diálogo que se armó y que la convocaron el Foro de Juntas Vecinales (que también es un señor jubilado), y la Asociación de Adultos Mayores. Entonces digo... algo hay acá. Hice el planteo en nuestro grupo y lo que me contesta una de las mujeres es “bueno, porque somos jubiladas, tenemos más tiempo, cuando estábamos en actividad no estábamos”. ¡Cuando estábamos en actividad yo me la pasé cortando rutas, haciendo paros, asamblea, yendo a Neuquén capital en caravana! ¡Súper activa! Somos una generación, somos los sobrevivientes de la generación de los '70. Más allá de que hayamos militado o no, de qué pasó en nuestras vidas, es una generación. Y seguimos motorizando cosas.
—¿Cómo se hace para construir el puente que permita pensar de dónde viene esa generación? Porque hay una historia previa, que muchas veces las militancias actuales desconocen. Por ejemplo, la forma en que se organizaban antes de la dictadura.
—Lo que me interesa es hablar de la previa. Porque fue tan fuerte el genocidio, fue tan terrible todo lo que pasó, que de lo previo no se habla. Y lo previo fue maravilloso. Duró lo que un pedo en un canasto, pero fue maravilloso. Yo nací en el '55, entonces cuando me secuestran tenía 22 años. Pero somos los descendientes de esa ancestralidad, de la Masacre de Tlatelolco, de la Primavera de Praga, del Che Guevara, del Cordobazo, de Agustín Tosco. Esa es nuestra prehistoria, muy cercana. Entonces hay que hablar de eso, porque por algo nos liquidaron. La dictadura fue la primera ola del neoliberalismo en la Argentina. Después vino Carlos Saúl, después vino Mauricio, y ahora vino este desquiciado. Hay una continuidad. Es importante saber qué se instaló, hasta dónde pudieron. Porque, digamos, Mauricio y Carlos Saúl fueron mucho más lejos, y este ni hablar... que capaz que en ese momento, si la dictadura hacía eso, se pudría todo. Es como un in crecsendo a lo largo de muchos años, de 40 años.

- Foto: Marina Friedemann
¿Quién es Adriana Marcus?
¿Hasta dónde sus caminos y "viditancias", como ella las nombra, han estado signadas por la experiencia del secuestro en la ESMA entre 1978 y 1979? Al momento de su secuestro Adriana trabajaba como enfermera y cursaba el quinto año de la carrera de medicina, de la que se recibió poco después de ser liberada, en 1982. Sin embargo, esa aparente continuidad está atravesada por una decisión vinculada con el autocuidado, que abrió las puertas de una mirada de saberes y prácticas que fueron nutriendo ese caminar colectivo y popular que la caracteriza. En el mismo año que se recibió de médica, Adriana se “inxilió” en la Patagonia, más precisamente en el interior de la provincia de Neuquén, donde se especializó en Medicina Rural.
Es posible que algo de eso estuviera presente como deseo o como ideal en la joven militante estudiante de medicina, o al menos forma parte del imaginario generacional: la medicina rural, el ejercicio de la salud como servicio, la vocación de ayuda a los sectores más vulnerados. Pero el encuentro concreto con las problemáticas situadas en territorio, en el ejercicio de la medicina rural, en el ámbito de la salud pública abriría nuevos caminos.
La mirada intercultural que abraza los saberes ancestrales de los pueblos originarios, del territorio donde interviene con un dispositivo de salud pública; el lugar de las plantas en el cuidado de la salud y las prácticas populares asociadas a su uso; la preocupación por el cuidado de la vida en sus inicios desde una mirada interdisciplinaria para el abordaje de la mortalidad materna e infantil desde el análisis; y la intervención de los dispositivos de salud pública, han sido algunos de los espacios en los que su mirada inquieta, atenta a las injusticias y las demandas de las poblaciones vulnerabilizadas se fue extendiendo.
Ya fuera del sistema de salud pública, jubilada, Adriana sigue motorizando espacios de reflexión sobre la práctica al interior de hospitales y dispositivos de salud. Además, ha motorizado y participado de experiencias colectivas vinculadas con la edición, la comunicación y la autogestión de la salud de las mujeres. Desde hace trece años participa de "Apuntes para la cuidadanía", un colectivo editorial independiente formado por varias personas integrantes de diversos proyectos editoriales independientes que se han reunido para editar materiales inspiradores y poder difundirlos a precios de costo del papel y la tinta. Publicaron ya 54 títulos de fanzines (cuadernillos con compilaciones de textos breves) y cinco libros cosidos a mano en forma artesanal. Desde su lugar como sobreviviente de uno de los centros clandestinos de detención y tortura más grandes de la última dictadura militar ha brindado su testimonio en procesos judiciales y participa en instancias educativas, sociales y comunitarias construyendo memoria, verdad y justicia.
Generación 2001 y "viditar"
—Mencionaste lo previo a la dictadura. ¿Y el después de los '90?
—Se suele hablar del horror de la dictadura. Y lo que hay que traer es la militancia que después se reavivó en el 2001, pero también duró poquito. Pienso en gente que conozco, que por ahí hacia fines de los '90 militaba en algún espacio colectivo y ahora escribe artículos, está haciendo un postdoctorado, es docente de la universidad y está en el Conicet... Escribe, investiga, y escribe e investiga... Pero seguro que esa práctica, en ese lugar del pasado, que quizás era un espacio tomado, autogestivo, donde vivía mucha gente y le permitía estar en contacto con otras miradas, inspiró un montón de lo que esas personas hicieron o hacen. Pero duró así, poquito, y después ya vino la academia, u otras instituciones...
—¿Y qué lectura hacés de eso?
—Cuando hacés pie en la realidad concreta y después tomás vuelo... volás, te alzás y ves de lejos. Y ya no te acordás, pierde sustancia. Incluso el mismo recuerdo capaz que se va borrando y perdés la dimensión de qué es vivir la vida cotidiana en lugares tan duros, que cada vez son más duros, y son más en cantidad, y te alejas de la realidad. De esas realidades hay miles, pero te alejás de ahí. Y perdés la dimensión de lo que es "viditar", o sea militar por la vida.
—Ese concepto de "viditancia" como militancia por la vida, ¿de dónde surge?
—Se nos ocurrió con Anita Marchesano, amiga poeta. Vino de visita a casa y nos pusimos a rosquear. Cada vez que nos juntamos, rosqueamos un montón..
—Es una palabra heredada de otro tiempo, rosquear...
—Bueno, yo si hoy tengo que pensar en rosca... La "rosca" que hacen los políticos es horrible. Esa negociación de, "bueno, votame esto que entonces se puede llevar una valija a Paraguay llena de guita"; esa rosca de "bueno, negociamos un cargo por aquí, otro carguito por allá...". No, nuestras roscas son creativas, en el sentido de decir, por ejemplo, “che, en vez de decir los principios activos de una planta, digamos los dones”. O sea, nos damos manija mutuamente hasta que sale algo nuevo; entonces: “che, me hace ruido hablar de uso de plantas”, “bueno pero uso externo, uso interno, la gente usa ese concepto”, “bueno yo preferiría decir se aplica el té de esta planta”, “pero por qué nos molesta la palabra uso”... Y ahí rosqueamos y reflexionamos colectivamente y cada cual dice qué siente, qué le parece, qué le molesta, qué otra palabra sería superadora...
Y así en todo. En ese sentido hemos escrito hace como quince años los principios de la Red Jarilla, que es como la filosofía, la cosmovisión que compartimos, y cada tanto la leemos y nos empieza a molestar algo. Primero nos molestó el lenguaje no inclusivo, y así... A lo largo de estos 21 años de la red nos van molestando algunos conceptos y los vamos poniendo en debate y dialogamos sobre eso. Y salen nuevas palabras, a alguna se le ocurre y todas nos fascinamos y lo empezamos a adoptar.
Entonces yo le decía a Anita: "Sabés que me molesta mucho la palabra militar". El verbo militar, porque se parece al sustantivo militar y me da mucho repelús. Y nos pusimos a charlar y salió viditar, viditancia. Y las dos nos fascinamos. Y ahí salió y lo dije una vez en la Red Jarilla y lo tomaron todas y ya.
El cuidado de la vida
—¿Han "creado" otras palabras?
—Me encanta crear neologismos, o adherir a los de otras personas. Por ejemplo la palabra "cuidadanía" se la escuché Isabel Aller en el 2011, una socióloga española, cuando estuvo en Buenos Aires dando una charla. Durante la pandemia la escuché a Denise Najmanovich hablar de cuidadanía y ella decía que lo vio escrito como un error en un lugar donde se hablaba de ciudadanía y le pareció muy copado. Cada uno lo descubrió en otro espacio y en la boca de otra gente, pero nosotros lo tomamos y armamos “Apuntes para la cuidadanía”. De esa manera vamos actualizando el lenguaje, generando nuevas palabras. Entonces, de repente, es como cuando vos tirás semillas: alguna germina y otra no. Esta palabra germinó, y creció, y fue tomada. Después lo vas incorporando en tu lenguaje, y si alguien se copa, lo toma.
—Para que se tome viditancia creo que tiene que haber como mucho hecho o mucho pensado, mucha cercanía en relación con qué es la vida. ¿No?
—Sí. En realidad la vida es todo lo que hay en este mundo, en este planeta. Incluso las piedras tienen vida. O sea, si hablás con los pueblos originarios, todo tiene su espíritu, todo está vivo. El río está vivo, si no fijate cómo corren los arroyos. Las piedras a lo largo de los siglos y los milenios se fueron formando, se fueron transformando en arena, se fueron rompiendo. Todo tiene movimiento, todo tiene vida. Lo que pasa es que como somos antropocéntricos creemos que vida es la nuestra.
—Pensando en eso de la viditancia como una militancia por la vida creo que cambia el eje respecto de otras formas de militancia. Como que hay otro diálogo ahí con el hacer, con el hacer en colectivo, incluso produce otras prácticas de escucha.
—Vos fíjate que, por ejemplo, el ecofeminismo habla de eso. O la economía feminista, que dice "poner en el centro la vida y no el mercado, el lucro", poner en el centro el cuidado de la vida. Y eso es, cuando decimos viditancia es cuidar la vida en todas sus formas. Porque esto es un caleidoscopio, uno de los pequeños fragmentos de vidrio de color que está en el caleidoscopio de nuestra época es el hecho de que en los '70, en las militancias duras, había un machirulismo que no te puedo explicar. Y entonces el feminismo viene a plantear otro modo de cuidar las vidas que no sé si es superador o no, pero es aggiornado, es el que toca en esta época. Siento que el feminismo es el modo actual, es lo que ocurre actualmente, y creo que todas las derechas lo que no han soportado desde hace ya varios años es el discurso y la práctica del feminismo, y el discurso y la práctica del ambientalismo, del ecologismo, y necesitan arremeter contra todo eso.

Foto: Nicolás Pousthomis
La pantalla que tapa el bosque
—¿Cómo ves el impacto de la tecnología?
—Es una preocupación, por ejemplo lo que nos pasa con los celulares, de estar todo el tiempo metidos en el teléfono. No es solamente el tema de la temporalidad, sino el tema del espacio; es el espacio-tiempo. O sea, no veo el bosque porque estoy todo el día con la pantalla, entonces no veo donde estoy, no conecto con esa planta o con ese árbol o con el canto del pitío (pájaro carpintero de la Patagonia); no, no conecto porque estoy todo el tiempo con el celular. Eso también como resultado de la pandemia y de la tecnología que se instaló. No creo que haya sido casualidad, tampoco pienso que haya sido un plan... es una construcción que se fue dando y que dio este resultado. Convergen un montón de factores para que esto haya ocurrido de esta manera. Como consecuencia de todo lo que pasó estamos tomados por ese ciberespacio que nos saca de la realidad vital, nos desvitaliza, nos esclaviza, nos transforma en zombies.
—Marcabas algunos momentos sobre la Red Jarilla. En esa construcción en redes o en asambleas. ¿También hubo un corte, algo que cambió en ese contexto de pandemias y pantallas?
—Totalmente. O a partir de ese contexto, de pandemia, se hizo más movedizo, más flexible. Me acuerdo que justo los días previos, 12 o 13 de marzo, justo antes de la pandemia, estaba dando un taller en la universidad, en Cipolletti, con mis compañeros de trabajo, los tres jubilados, para hablar sobre el abordaje preventivo, lo que sería el acompañamiento de familias gestantes en la construcción de salud mental del bebé por nacer. Y a la tarde presentamos el libro del CEA (Centro de Educación Agropecuaria N°3, Maullín Ahogado), material que compila siete años de curso de plantas en el CEA, en un galpón, en el espacio El Andén de Cipolletti. Y cuando terminamos la presentación y se armó la conversa, un gran amigo, que fue pediatra de mi hijo mayor, el Coco Mantillaro, dijo: "La red Jarilla sigue viviendo porque tiene capacidad de ser flexible y ser plástica". O sea, va modificándose y adaptándose a los distintos tiempos sin perder su esencia. Y eso es un piropo muy grande. Y yo creo que es así, y que es la forma actual que hemos tomado.

—Y resuena mucho con eso de poner la vida en el centro, porque se parece mucho a las cualidades de la vida. ¿No?
—De lo vivo. Que no solo sobrevive, sino que además va buscando, como un arroyo, como el agua busca por dónde correr, donde no haya tantos obstáculos. Porque también uno de mis aprendizajes de vida es que los obstáculos, en lugar de pelear contra ellos, anularlos, romperlos, denunciarlos, etcétera; los obstáculos son un mensaje de que no es por ahí. No es que le esquivamos el bulto, de hecho estamos en las calles. Pero lo analizamos un poco, buscamos tener la mirada un poquito más amplia para ver, bueno, entonces no preguntamos ¿por dónde? ¿Por qué plano de clivaje? Y la vida todo el tiempo te manda metáforas. El tema es que hay que poder descifrarlas.
La cultura occidental y la fragmentación, el miedo y el amor
—¿Cuáles de esas metáforas nos sirven para repensar la organización? Pienso en las prácticas políticas de aislamiento, de fragmentación que atraviesan los espacios, incluso los espacios horizontales, incluso los espacios del ecologismo, de los feminismos, que muchas veces tienen que ver con las cuestiones personales y de los egos.
—Sí, que tiene que ver con todas las internas. Siempre digo, hay dos personas y ya hay una interna. Me parece que tiene que ver con una cosmovisión, con la cosmovisión occidental, que fragmenta todo. Porque si vos tenés clases de matemática no podés hablar de lengua, si tenés clase de lengua no hables de números, porque no. El plan de estudios de un colegio ya viene fragmentado, la ciencia fragmenta. El modo de entender, por ejemplo, el cuerpo humano, la célula, etcétera, es fragmentario. Hay un libro muy hermoso que se llama "El jar d ín de las peculiaridades", de Jesús Sepúlveda. El tipo dice que la fragmentación es lo que construye el mundo que estamos viviendo y es todo un desafío tener una visión más integradora de todo. Si todas las personas tuviéramos una actitud abierta y no de prejuicio o de juicio permanente o de buscar la diferencia y confrontar y generar conflicto y de pelearnos, el mundo sería totalmente otro. Me parece que tiene que ver con una cosmovisión y con una enfermedad crónica de la humanidad. Entonces si sos flora, no sos fauna. ¿Y nosotros qué somos? Nosotros estamos habitados por más células bacterianas, hongos, parásitos y virus que por células propias. Entonces somos, además de organismos multicelulares, o sea comunidad de células, somos comunidad de bacterias; y las bacterias que habitan nuestro intestino son las que deciden qué tengo ganas de comer y qué humor tengo. Es el segundo cerebro y no tenemos conciencia de eso.

- Foto: Nicolás Pousthomis
—Muchas veces no se conocen estas relaciones.
—No sabemos un carajo, eso es lo grave. No sabemos, no sabemos e intervenimos en los procesos de nuestras vidas, de la vida en general, interfiriendo, todo el tiempo estamos interfiriendo. Hay un libro muy copado de Michel Odent, que se llama "El granjero y el obstetra", donde el tipo va hablando de cómo la industrialización de la producción alimentaria —que no significa nutritiva, pero de los alimentos— se parece a la industrialización del proceso de atención de los partos. Cómo eso va desvirtuando toda la fisiología y todo lo que es más natural. Ahora se está empezando a poner de moda el estudio y también la metáfora del micelio, me parece maravilloso.
—¿Cómo sería?
—Se refiere a las investigaciones sobre los usos medicinales de lo que conocemos como hongos, que son en realidad las inflorescencias del micelio, una red biológica subterránea y aérea, que pertenece a un tercer reino de lo vivo (ni plantas, ni animales). Esos estudios han dado lugar también a reflexiones metafóricas sobre la forma de vida micelar, ligadas a las ideas de red, reciprocidad, ciclicidad y permanencia de lo vivo. Entonces, me parece copadísimo incorporar también una nueva palabra en ese sentido, que así como existe la flora y la fauna, el mundo funghi (de los hongos) podría englobarse bajo la palabra funga: flora, fauna, funga. Porque no son ni animales ni plantas, pero son los que construyeron la vida en el planeta, los que degradan todo lo orgánico, lo que transforma nuestros cuerpos inhabitados cuando los devolvemos a la tierra en humus que genera nueva vida, y los que crearon todo, todo lo que vemos, y que está en peligro. Y eso mismo es inspirador para pensar la red de redes, o sea cómo nos entramamos entre humanos y no humanostambién. Al sistema miceliar lo comparan con el internet. Dicen: "Es el internet del bosque". Bueno, digo, el internet en todo caso es el sucedáneo tecnológico de lo que ya existía y no es ningún invento de nada, sino que simplemente lo que viene siendo y de lo que construyó vida en el planeta, que son los hongos. Lo que nosotros llamamos hongos son la fructificación de los micelios.
—Todo una metáfora, como las hormigas del inicio, y que también implica trabajo colectivo.
—Sí, un laburo personal y un laburo colectivo, también del cuidar. Y sobre esto del cuidar, cuando estuve en el Parlamento mapuche de Koz-koz hace dos años, cerca de Panguipulli (Chile), donde me invitaron el consejo de lonkos y los asesores médicos, un anciano pidió: "Apaguemos los teléfonos y vayamos a visitar a los ancianos que viven allá lejos, que no tienen vehículo, que están solitos". Entonces, hay que visitarlos y visitarse, hay que hacer ronditas, tomar mate, conversar, escuchar, estar en silencio, compartir. Tiene que ver con esto que dice Elicura Chihuailaf (poeta mapuche de Ngulumapu, la parte del territorio mapuche ocupada por el estado chileno), de que en el ngutram, que es la conversación, es importante lo que se dice pero es sumamente importante la escucha; es tal vez lo más importante del ngutram, de la conversación. Y la escucha también implica los silencios, porque... El hablar es como una música. Tiene notas, y tiene silencios. Y en esos silencios se da un ritmo, es un tiempo necesario. Los espacios de encuentro hay que priorizarlos, hay que encontrar el tiempo y el espacio para que ocurran. Es como volver a tejer, es como volver a urdir la trama social que se rompió. Y que se rompió porque hubo miedo, hubo culpa, culpar al otro de que me contagiaste una enfermedad... Hubo y hay mucho disciplinamiento a través del miedo. Es una ingeniería social muy bien armada para cagarnos la vida. Y también está la desconfianza... Dice la abuela Margarita (Núñez García, chamana mexicana) que cuando nacemos podemos tomar por dos caminos, que son incompatibles: o el miedo o la confianza. Y la confianza es el amor.
- Edición: Darío Aranda.
Fuente: Agencia Tierra Viva