Peligra la soberanía alimentaria argentina. Ahora estamos peor…
Reflexiones sobre la premura por un decreto que no tiene ni necesidad ni urgencia sobre que la biotecnología se pague en la compra de la semilla.
21-05-2015
Por Walter A. Pengue
La semilla es para el agricultor la base de todo su sistema productivo. Ha formado parte de una necesidad y búsqueda de mejora, transmitida culturalmente por generaciones, en un sistema de intercambio entre los pueblos que persiste hasta nuestros días. La apropiación de parte de este conocimiento popular ha sido siempre un objetivo comercial de muchos empresarios, que de la mano de ciertas técnicas desarrolladas por ingeniería genética pueden poner en riesgo la seguridad alimentaria de las naciones (Pengue, W.).
Históricamente, el proceso de selección y mejora de variedades agrícolas estuvo en manos del agricultor, quien recurrentemente guardaba e intercambiaba con otros productores distintas semillas para las siguientes estaciones. Pero el proceso de manejo de la propia semilla por parte del productor y los programas convencionales de mejora comienzan a revertirse en muchas regiones, a comienzos de este siglo, con la llegada de los nuevos conocimientos del "vigor híbrido".
Las semillas híbridas son la primera generación descendiente de dos líneas parentales distintas dentro de una misma especie. Su éxito estriba en que son muy pocos –los breeders y sus empresas- los que conocen estas líneas parentales que tienen en general un mayor rendimiento pero que, de querer reproducirse en generaciones sucesivas, segregan y pueden dar una nueva generación con plantas y rendimientos desuniformes.
El agricultor se ve obligado entonces a comprar la semilla todos los años para asegurar su cosecha, trasladando parte de su renta a las manos de las compañías dueñas del manejo del material genético y sus cruzamientos.
Con esta práctica, las empresas de semillas comienzan a acumular un creciente desarrollo económico y manejo de la agricultura mundial. "Las corporaciones transnacionales vinculadas a la producción agropecuaria y la salud, han concentrado un enorme poder", y Argentina ha sido uno de los nichos mundiales donde este crecimiento se ha hecho más notable.
El éxito en la hibridación comercial se ha dado en cultivos como el maíz, el girasol y el sorgo, pero aún no se ha podido ampliar al arroz, el trigo y la soja, especies que a diferencia de las anteriores -que se utilizan como alimento para el ganado- son la base alimentaria de una importante porción del mundo.
Más concentrado aún, fue el proceso cuando llegan las semillas transgénicas (sojas RR, resistentes al glifosato, maíces, algodón, etc., con características similares, o a los insectos, o ahora a la sequía), cuyo principal objetivo no es justamente ampliar y sostener los procesos de seguridad alimentaria global, regional y local, sino cuyo principal objetivo es realmente, la ejecución estricta de una patente y el pago, recurrente de un fee tecnologíco, que dependiendo del país y región, puede generar problemas serios, que deberían ser previamente analizados en su total contexto.
La semilla representa la fuente inicial y principal de la vida, el alimento, el abrigo, la energía, de miles de millones de humanos en este planeta y la discusión sobre su patentamiento y el pago del mismo, debe ser analizado en amplitud por todos los miembros de una sociedad y no por unos pocos, directamente representantes de un interés manifiesto.
En estas variedades locales, por otro lado, los agricultores han pretendido continuar guardando sus semillas, lo que según las compañías atenta contra sus intereses comerciales, puesto que ven en esta ancestral práctica un riesgo y daño económico y una de las fuentes del atraso en que se encuentran vastas regiones de nuestro planeta. Una cuestión que debería ser analizada con la profundidad del caso, luego de la crisis alimentaria recurrente a la que nos somete este proceso único y visión. La crisis del 2008, puso sobre la mesa, el efecto que estas cuestiones en pocas manos pueden llegar a generar.
La seguridad alimentaria mundial, o por lo menos de las regiones más pauperizadas del mundo, no puede dejarse al albedrío y juicio del interés privado o al interés, meramente coyuntural y pobremente analizada, del sector gubernamental. La participación profunda, seria, dedicada, comprometida e informada de todos los actores, incluidos especialmente los pequeños, medianos, campesinos y los consumidores, en estas decisiones, es una condición imposible de soslayar en una verdadera democracia.
En el mundo desarrollado el sistema de protección de invenciones y patentes funciona por el propio flujo de la renta entre los distintos actores, pero en el subdesarrollado ejercer acciones no meditadas ni analizadas puede condenar a la inanición y al desamparo. La Argentina hasta ahora, sostuvo un espacio a través del cual, los pequeños, medianos agricultores, podrían reservar semilla para sí y utilizarla posteriormente, para su producción y consumo, teniendo en cuenta también, los posibles efectos derivados negativos que podrían llevar a los pequeños agricultores y campesinos a un callejón peligroso. El formar parte de UPOV 78, sin avanzar en demasía hacia acuerdos posteriores, de alguna forma sostuvo la posibilidad de no afectar a los poseedores de semillas propias, criollas y promover una diversidad productiva y socialización del conocimiento que hoy, por todos los medios, se lucha por otro lado, por privatizar y concentrar en cada vez menos manos. Un enorme riesgo, del que los decisores de políticas públicas, deberían considerar, si su deseo fuese reservar y promover un proceso fecundo de desarrollo rural y agricultura familiar.
Cuando por otro lado, se pretende simplemente, discutir la renta y la captura del derecho de patente y el cobro de la misma, este proceso debe ser discutido ampliamente entre todos los actores del llamado campo, en especial, aquellos que pueden ser seriamente afectados por estas decisiones.
Es un error, grave, importante, no permitir que todas las organizaciones vinculadas a la producción, a la sustentabilidad, al ambiente, al desarrollo rural sustentable, al consumo e incluso a quienes promueven la instalación del sistema de patentes con este énfasis, a analizar en profundidad y en los escenarios proyectados, lo que ello implicará en el mediano y largo plazo, más allá de un decreto de necesidad y urgencia, en preparación, para no participar democráticamente a una discusión que el país se debe.
Discursos y objetivos ambivalentes y sin claro rumbo, solamente afectará y generará más impactos socioambientales en el campo. Justamente en un país que ya tiene el 90 % de su población en las ciudades con un “campo vaciándose”. En lugar de promover y ayudar a que el campo se pueble, se afinquen productores y campesinos, se sostenga un verdadero desarrollo rural, Argentina parece que pretende seguir continuando con un “Vaciamiento de las Pampas” (Pengue, W.), que no sólo ya se puede mirar como la proyección de la generación de un éxodo, que deje libre un recurso natural estratégico vital para el país, como su suelo.
La cuestión de la semilla, nuevamente un tema vital para la vida, de esta generación, como de las generaciones futuras, no puede quedar en manos de los intereses de la coyuntura. La Argentina y quienes trabajan en su campo o se benefician de él, merece un análisis profunda y respuestas que también, contengan a todos los intereses, y no sólo a unos pocos. El cambio de patrón simplemente en el recurso, no es un buen camino…