México: Indios contra monstruos
¿Será que ya se hizo demasiado tarde, incluso para las señales de alarma? ¿Qué el desastre nacional ya ocurrió en su venir ocurriendo? La gente que gobierna México, la que se enriquece exponencialmente a su costa, la que lo domina por fuerza y miseria, la que asalta nuestras leyes en todas partes, empezando por el Congreso de la Unión, esa gente no va a darnos tregua.
Se ve tan convencida, decidida, obcecada, satisfecha administrando la descomposición social. La desintegración territorial. El deterioro de la educación. La prostitución de la justicia. Y nos tienen declarada una guerra feroz. Nos siguen pegando abajo. Y arriba, y a los lados. La reunión del Congreso Nacional Indígena (CNI) en San Cristóbal de las Casas este fin de semana es un espejo, y más, un testimonio atronador desde más de cien frentes de resistencia en el estado de México y Michoacán. Oaxaca, Guerrero, Chiapas, Sonora, Jalisco, San Luis Potosí, Chihuahua, Puebla, Morelos, Distrito Federal, Yucatán y más. Ya ni siquiera son denuncias, aunque algunos fueran dichos con un inocultable ayúdennos por favor de mazahuas, nahuas, mixtecos. Partes de guerra de los lugares donde el combate es más cruento, desigual y definitivo, pero también donde la avaricia de los agresores encuentra mejor resistencia contra sus designios que, si uno los piensa racionalmente no puede si no hallarlos irracionales, suicidas, estúpidos.
Uno tras otro, decenas de testimonios, declaraciones, pronunciamientos, comunicados, proclamaciones, exigencias de los pueblos indígenas mexicanos aquí representados documentan en caliente invasiones, expulsiones, extorsiones, saqueos, ataques, asesinatos, persecuciones en nombre de la legalidad, o por cortesía del crimen organizado. Esto ocurre por lo regular en el terreno lodoso (diría Raúl Zibechi) donde Estado y criminales se confunden. Y ya parece que piensan seriamente en consultar a los interesados.
Es tan doloroso lo que se escucha. Un glosario elocuente de las experiencias de los de abajo (los últimos, los más pequeños y olvidados) dentro del desastre en que embarcaron los de arriba a México; que hicieron de la Nación moneda de cambio y la juegan irresponsable y torpemente en el casino de los tiburones mayores del planeta en liquidación (el planeta). Hagan sus apuestas. Se soltaron pandillas de cuatreros de cuello blanco y manos ensangrentadas. Pandillas de banqueros, magnates mediáticos, inversionistas, partidos políticos. Igual le hacen los formalmente matones, los malos. Sus discursos sobre desarrollo, creación de empleos, incorporación al dios Mercado, ocultan el verdadero desastre (pérdida de identidad personal y colectiva, territorialidad, espiritualidad, memoria, solidaridad), del que estos pueblos indígenas han logrado salvarse, o no, pero no se han rendido.
La sola enumeración reiterada aburriría si no implicara una devastación acuciante en la que lo último es el bienestar y la libertad de los pueblos mexicanos. Mineras (miles de concesiones paramilitarizadas), petroleras, eólicas, agroindustrias, constructoras, cadenas comerciales, industrias alimentarias, traficantes profesionales del agua y la energía eléctrica. ¿Quiénes se dan cuenta? Los que la padecen. No la población que les cree a la prensa obediente y la televisión. El desgarramiento parcela, confronta, anula. Si se pierde la lucha del Ajusco se pierde todo puede expresar un comunero de, sí, oh, el Distrito Federal, la ciudad buena onda donde los jefes delegacionales de izquierda son tan alegremente prevaricadores como los gobernadores de donde usted diga, o incontables presidentes municipales. También el sur capitalino es terreno de lucha, como sus inmediatos vecinos Morelos y México. Y el resto. La carretera. La hidroeléctrica. El desarrollo inmobiliario. El megaproyecto turístico. El supermercado. La ciudad rural. El parque eólico. La refinería. La mina. Los pozos. Los acueductos (Independencia uno: ni la burla perdonan).
Los medios masivos acaso registran esta humanidad, como no sea en calidad de fiambre o desahuciada. O de amenazantes grupos armados o plantonistas ineludibles que aplican su ley (y en efecto), para inducido susto de las buenas conciencias rehenes de las mentiras mediáticas. Ni se enteran. Estos pueblos resultan invisibles. Silenciados. Se les extermina por abajo del radar.
Una vez más el efecto revelador del zapatismo sirvió para dar voz a todo esto en la Cátedra Tata Juan Chávez Alonso, contrastada con la experiencia propia de resistencia exitosa y liberadora en las comunidades del EZLN. Migración, desalojo, hambre, temor-y-miedo, contaminación, arrasamiento, deseducación, compra de voluntades, división comunitaria, proyectos de muerte. ¿Qué hacer contra los monstruos? Resistir y no callar, construir, reunirse. Eso lograron la Escuelita y el CNI, que por los peligros del país estaba sin reunirse. Los pueblos rompieron el cerco y vinieron a pronunciarse. ¿Y luego?
Fuente: La Jornada