¿Marxismo versus ecologismo?: Socialismo ecológico antiimperialista (II)
"El aumento de la precariedad vital está dando la razón a Engels: «La organización de los obreros y su resistencia creciente sin cesar levantarán en lo posible cierto dique ante el crecimiento de la miseria. Pero, lo que crece indiscutiblemente es elcarácter precario de la existencia» [3]. La ONU y la FAO recomiendan que se produzcan en masas insectos, escarabajos y gusanos comestibles [4] para prevenir las hambrunas que se acercan".
1. Presentación
La ponencia que aquí se ofrece es la continuación de la presentada a debate en 2010, de la que luego se habla. En estos cinco años la crisis socioecológica se ha agravado a la vez que se ha endurecido el imperialismo ecológico [1]. Recientemente, Beinstein ha recurrido al mito antiguo greco-egipcio de Uróboros, la serpiente que se come a sí misma empezando por su cola hasta la cabeza para reiniciarlo de nuevo, una y otra vez [2] para mostrarnos lo que realmente sucede. El aumento de la precariedad vital está dando la razón a Engels: «La organización de los obreros y su resistencia creciente sin cesar levantarán en lo posible cierto dique ante el crecimiento de la miseria. Pero, lo que crece indiscutiblemente es elcarácter precario de la existencia»[3] . La ONU y la FAO recomiendan que se produzcan en masas insectos, escarabajos y gusanos comestibles [4] para prevenir las hambrunas que se acercan.
Con el actual nivel de desarrollo potencial de las fuerzas productivas bajo control de poderes populares, se podría acabar con esa precariedad vital que destroza la vida. Hoy existen recursos científicos y técnicos capaces de prevenir con alta verosimilitud el agravamiento de la crisis socioecológica y el consiguiente empeoramiento de la precarización de la vida humana. Por ejemplo, es muy probable que los efectos causados por el calentamiento climático en Europa y en el Ártico sean desastrosos para las clases explotadas, aunque «las petroleras ven en el deshielo del Ártico la oportunidad económica» [5].
Mientras que las grandes corporaciones energéticas se frotan las manos pensando en pingües negocios gracias a los desastres socionaturales, aparecen modas ideológicas abiertamente capitalistas o reformistas que se niegan a ir a la raíz de la solución: solo el poder político de las clases y naciones explotadas, de las mujeres trabajadoras, puede revertir esta situación expropiando la propiedad capitalista de la naturaleza y haciendo que la naturaleza sea propietaria de sí misma, como veremos. Con un poder socialista internacional se avanzaría rápidamente en la reunificación de la especie humana con y en la naturaleza, e incluso con poderes obreros y populares y hasta con Estados dignos que se resistieran al imperialismo, solo con esto adelantaríamos mucho en la reversión de la crisis socioecológica, que no es una «crisis de la naturaleza» sino una crisis del capital. De todo esto y de más, vamos a debatir.
2. Un adelanto premonitor en 1843
En 1843 Engels, cuando tenía 23 años de edad, escribió la primera referencia directa a la privatización de la Tierra por la burguesía, y lo hizo en el primer texto crítico de la economía política que elaborarían él y Marx durante su larga vida teórica. Es un texto que muestra el increíble potencial emancipador del pensamiento comunista de aquella época pero también muestra su dependencia inevitable hacia la época objetiva en la que vivía Engels. Vayamos por partes. El autor es radicalmente crítico:
Convertir la tierra en objeto de tráfico, que es para nosotros lo uno y el todo, la condición primordial de nuestra existencia, representa el paso definitivo hacia el tráfico de sí mismo. Era y sigue siendo hasta el día de hoy una inmoralidad solo superada por la inmoralidad de su propia enajenación. Y la apropiación originaria, la monopolización de la tierra por un puñado de gentes, eliminando a los demás de lo que constituye la condición de su vida, nada tiene que envidiar en cuanto a inmoralidad al sistema posterior de tráfico del suelo [6].
Un poco después, tras mostrar la «irracionalidad» del capital-dinero que produce intereses, «del cobrar sin trabajar» [7], y de estudiar la función del capital especulativo y sus devastadores efectos [8], y poco antes de la crítica a Malthus, escribe: «La capacidad de producción de que dispone la humanidad es ilimitada. La inversión de capital, de trabajo y ciencia puede potenciar hasta el infinito la capacidad de rendimiento de la tierra [...] Esta ilimitada capacidad de producción, manejada de un modo consciente y en interés de todos, no tardaría en reducir al mínimo la carga de trabajo que pesa sobre la humanidad; confiada a la competencia, hace lo mismo, pero dentro del marco de la contradicción [...] Unos obreros trabajan hasta catorce y dieciséis horas al día, mientras que otros están sin hacer nada, parados y pasando hambre» [9].
A pesar de sus obvias limitaciones, este escrito, apenas tenido en cuenta excepto por los estudiosos, fue sin embargo decisivo por varias razones para la evolución posterior de lo que se dio en denominar «marxismo». La primera de ellas fue su impacto intelectual en Marx, tanto que al poco tiempo este empezaría a estudiar la economía capitalista. La segunda es que en él se adelantan ya las constantes materialistas esenciales al metabolismo entre la especie humana y la naturaleza como se verá menos de dos años después, en 1844, cuando Marx escriba los célebres Manuscritos económicos y filosóficos, dando forma a una idea central que se irá enriqueciendo con el tiempo.
La tercera es que esta continuidad progresivamente enriquecida en la obra de Marx y Engels llega incluso a rozar la reproducción casi literal en el libro III de El Capital de expresiones engelsianas escritas en su texto, precisamente sobre el monopolio privado de la tierra [10], poniendo así en valor la tesis que sostiene la importante influencia de Engels sobre Marx [11]. Y la cuarta es que abre un debate entre el potencial liberador de la ciencia no sujeta al dictado capitalista y los límites de la productividad de la tierra.
Faltaban todavía 16 años para que en 1859, W. Rankine escribiera el primer libro sobre termodinámica, no fue hasta 1865 con Clausius y1872 con Boltzmann que la ley de la entropía adquirió rigor, y no fue hasta 1880-1883 cuando empezaron a publicarse en cuatro lenguas diferentes los primeros y limitados escritos de Podolinsky. Dejando ahora de lado los debates sobre la termodinámica [12] y la entropia [13], los críticos del marxismo han utilizado a Podolinsky para mostrar su despreocupación por la ecología y su defensa del desarrollismo economicista. Veremos que no es así, y en lo relacionado con este último J. Iglesias muestra lo superficial de esos ataques indicando las «indudables limitaciones» [14] teóricas de Podolinsky.
Pero nunca hay que olvidar que esta evolución enriquecedora se produce dentro de una praxis comunista cuyo objetivo es derrocar el Estado capitalista para acelerar el avance al socialismo. Nace carente de base toda reflexión sobre el contenido ecológico del marxismo que no tenga en cuenta la permanente interrelación de, al menos, cuatro componentes: la praxis revolucionaria en su forma esencial de lucha de clases política; la concepción dialéctico-materialista de la ruptura del metabolismo socionatural y el papel de la libertad humana en la reunificación; la teoría del conocimiento; y la crítica radical de la economía política.
Esta compleja totalidad formada por diversos componentes con relativa autonomía, explica que, por un lado, siempre haya que insistir en que no se puede escindir al ser humano en una parte «natural», «biológica», etc., y en otra partes «social», «cultural», «psicológica», etc., sino que es un todo psicofísico y socionatural; y, por otro lado, hace que lo que ahora se denomina «ecología» tuviera su propio ritmo.
Sobre el primer aspecto, hay que decir que el marxismo desde su inicio criticó, junto a la alienación, también los destrozos que la explotación causaba en la unidad psicosomática de la clase trabajadora, teniendo en cuenta la totalidad de sus condiciones de vida y trabajo. Engels volvió a ser pionero ya en 1845 en estas cuestiones con su estudio sobre la clase obrera inglesa e irlandesa, y su escalofriante crítica del trabajo en las minas [15] en la que desmenuzaba el destrozo de la totalidad psicofísica de los y las trabajadoras adultas e infantiles. Marx seguiría esta senda especialmente en El Capital al denunciar la «depauperación moral» y la «degeneración intelectual» [16] de las y los trabajadores, y más concretamente:
Al igual que en la industria urbana, en la moderna agricultura la intensificación de la fuerza productiva y la más rápida movilización del trabajo se consigue a costa de devastar y agotar la fuerza de trabajo del obrero. Además, todo progreso, realizado en la agricultura capitalista, no es solamente un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino también en el arte de esquilmar la tierra, y cada paso que se da en la intensificación de su fertilidad dentro de un período de tiempo determinado es a la vez un paso dado en el agotamiento de las fuentes perennes que alimentan dicha fertilidad.
Este proceso de aniquilación es tanto más rápido cuanto más se apoya en un país, como ocurre por ejemplo con los Estados Unidos de América, sobre la gran industria, como base de su desarrollo
Por tanto, la producción capitalista solo sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de producción socavando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el hombre [17].
Y Marx añade en el libro III:
La gran propiedad de la tierra mina la fuerza de trabajo en la última región a que va a refugiarse su energía natural y donde se acumula como fondo de reserva para la renovación de la energía vital de las naciones: en la tierra misma. La gran industria y la gran agricultura explotada industrialmente actúan de un modo conjunto y crean una unidad. Si bien en un principio se separan por el hecho de que la primera devasta y arruina más bien la fuerza de trabajo y, por tanto, la fuerza natural del hombre y la segunda más directamente la fuerza natural de la tierra, más tarde tienden cada vez más a darse la mano, pues el sistema industrial acaba robando también las energías de los trabajadores del campo, a la par que la industria y el comercio suministran a la agricultura los medios para el agotamiento de la tierra [18].
La destrucción de la fuerza natural del hombre y de la tierra, si bien actuaba con ritmos relativamente diferentes antes del capitalismo, tiende a interrelacionarse, como veremos más adelante. Si en la segunda mitad del siglo XIX se aceleraba la tendencia a la unión entre la gran industria y la gran agricultura industrializada, en la segunda mitad del siglo XX las grandes agrobusines adquirían ya un poder sobrecogedor aunque lo peor estaba a punto de llegar con la irrupción del poder omnívoro del capital financiero desde finales de ese siglo y con la omnipotencia del capital ficticio desde el inicio del siglo XXI. Se ha podido entrar así, en opinión de D. Harvey, en una fase de acumulación especulativa [19]con impactos apenas imaginables sobre la naturaleza, como veremos.
La destrucción de la fuerza natural de la tierra y de la especie humana por el capitalismo obliga a recuperar la concepción socio-natural o simplemente materialista del ser humano como especie-genérica destrozada y rota en su unidad material por la explotación. Es por esto que debamos introducir el empeoramiento de la salud humana en el concepto aséptico de «crisis ecológica». Sabemos que los y las niñas empobrecidas [20] sufrirán durante el resto de su vida adulta los efectos dañinos causados por las medidas burguesas para multiplicar su tasa de beneficios: pues bien, esta inhumanidad forma parte de la crisis socioecológica, socioambiental o socionatural, sin mayores precisiones ahora.
Sabemos también que en escuelas infantiles de Euskal Herria se padece pobreza energética [21], como denuncia el sindicato LAB: pues bien, ese frío injusto que atenaza a la infancia reduciendo sus facultades intelectivas por razones estrictamente sociopolíticas burguesas, también entra en la ruptura del metabolismo de la especie humana-genérica con la naturaleza, ruptura causada por el capital. Otro tanto debe decirse de las causas socioecológicas que matan a 500.000 personas al año en la Unión Europea [22], así como del hecho de que combatirlas exige a la Unión Europea unos gastos similares al PIB de Finlandia [23].
Los siete millones de personas muertas al año en el mundo por el aire contaminado [24] también son parte del desastre originado por el capitalismo y no por una «crisis ecológica» sin contenido socioeconómico burgués alguno. En suma, el «ecocidio» [25]es parte inserta en la totalidad de la historia, presente y futuro de la civilización del capital, y la expresión más directa de la ruptura del metabolismo socionatural.
Como vemos, el concepto de metabolismo natural y de «intercambio orgánico», y de su ruptura, es decisivo para entender lo que el reformismo denomina «crisis ecológica», pero sobre todo es fundamental para la entera concepción marxista. Según D. Harvey: «La idea del “metabolismo”, con el trabajo como mediador entre la existencia humana y la naturaleza, es central para el argumento materialistas histórico de Marx. Volverá a parecer en distintos puntos de El Capital, aunque no quede nunca muy desarrollada»[26], por lo que una de las mejores definiciones que Marx nos ofrece en El Capital es esta: «Como creador de valores de uso, es decir, como trabajo útil, el trabajo es por tanto condición de vida del hombre, y condición independiente de todas las formas de sociedad, una necesidad perenne y natural sin la que no se concebiría el intercambio orgánico entre el hombre y la naturaleza ni, por consiguiente, la vida humana» [27].
Pero más exactamente, ¿qué debemos entender por ruptura del intercambio orgánico, del metabolismo natural o universal de la naturaleza. La respuesta nos la da J.B. Foster:
Para explicar el vasto ámbito natural en el que había surgido la sociedad humana, y en el que existía necesariamente, Marx empleó el concepto del «metabolismo universal de la naturaleza». La producción mediaba entre la existencia humana y este «metabolismo universal». Al mismo tiempo, la sociedad y la producción humana seguían estando en elinterior de este metabolismo terrenal mayor y dependían del mismo, que había precedido a la aparición de la vida humana misma. Marx explicaba que esto constituía «la condición universal para la interacción entre la naturaleza y el hombre, y como tal, una condición natural de la vida humana». La humanidad, a través de su producción, «extrae» sus valores de uso naturales y materiales de este «metabolismo universal de la naturaleza», al mismo tiempo «insuflando una [nueva] vida» a estas condiciones naturales «como elementos de una nueva formación [social]», generando por ese motivo una especie de segunda naturaleza. Sin embargo, en una economía mercantil capitalista esta segunda naturaleza asume una forma alienada, dominada por el valor de cambio antes que por el valor de uso, conduciendo a una fractura en este metabolismo universal [28].
Pero cada modo de producción tiene sus formas propias de metabolismo socionatural, de intercambio orgánico entre la especie humana y la naturaleza. Desde los criterios del materialismo histórico y dialéctico en la medida en que la producción de valores de cambio, de mercancías va desplazando la producción de valores de uso, en esa medida la fractura del intercambio metabólico socionatural va variando, va complejizándose en la medida en que aumenta la división social del trabajo [29], según Marx. La complejización de la fractura socionatural en el capitalismo está esencialmente unida con la esencia contradictoria de la mercancía, contradicción inserta en la dialéctica valor de uso, valor de cambio y valor: «Marx reconocía que los valores de uso son increíblemente diversos, que los valores de cambio son accidentales y relativos y que el valor tiene (o parece tener) una “objetividad fantasmagórica”, que está sometido a continuas revoluciones causadas por los cambios tecnológicos y las turbulencias en las relaciones sociales y naturales. Esa totalidad no es estática y cerrada, sino fluida y abierta y, por tanto, en perpetua transformación» [30].
Volveremos a la importancia crucial de conocer las contradicciones en la mercancía, en el capitalismo en suma, para conocer qué es la crisis socioecológica, de dónde surge, por qué se expande y cómo debemos combatirla, pero antes debemos sentar las bases de otro componente elemental del marxismo: el de la historia como proceso dialéctico, abierto a la posibilidad y probabilidad de la derrota, la ruina, la destrucción.
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