Los quelites: usos, manejo y efectos ecológicos en la agricultura campesina
Muchos campesinos de América Latina consideran que sus agroecosistemas no solo están compuestos por especies y variedades de cultivos, sino que son parte de un sistema más amplio de uso de la tierra, el cual incluye a las plantas silvestres dentro y fuera de sus campos. De hecho, muchos grupos indígenas han desarrollado sus propias etnobotánicas y reconocen más de 1 000 especies de plantas vasculares.
Por ejemplo para los indígenas p’urhépecha del lago de Pátzcuaro, México, la recolección de plantas silvestres es parte de un sistema de subsistencia complejo (Caballero y Mapes, 1985); ellos usan más de 224 especies de plantas silvestres y naturalizadas como alimento, medicina, forraje y combustible. En Honduras central, los indios jicaques usan más de 45 plantas locales para sus necesidades domésticas. De hecho sus sistemas de roza, tumba y quema espacian las parcelas de maíz lo suficiente dentro del bosque, de manera que cuando los jicaques viajan entre campos de maíz, aprovechan para recolectar plantas silvestres en los bosquetes intermitentes.
Manejo y uso de los quelites
A pesar de que las “malezas” pueden potencialmente reducir los rendimientos mediante la competencia con los cultivos, ciertas malezas son consideradas útiles y son “auspiciadas” deliberadamente y se las deja asociadas a los cultivos, lo que incrementa la diversidad vegetal del agroecosistema. Mediante la práctica del campo “no limpio” muchos agricultores incrementan el flujo de genes entre cultivos y sus parientes silvestres, lo que representa un proceso de domesticación progresiva.
Los agrónomos convencionales usualmente consideran este “deshierbe relajado” como una consecuencia de la falta de mano de obra o simplemente del mal manejo. Pero un examen más cuidadoso revela que ciertas “malezas” son manejadas y estimuladas en los campos si sirven para algún propósito. En el trópico de Tabasco, México, existe un sistema único de clasificación de “plantas no cultivadas” basado en su uso potencial por un lado, y en los efectos sobre el suelo y el cultivo por el otro. De acuerdo a este sistema de clasificación, los campesinos reconocieron 21 plantas en sus milpas como “mal monte” y 20 como “buen monte”, las cuales sirven como alimento, medicinas, tés, para ceremonias y para mejorar el suelo (Chacón y Gliessman 1982). En muchas partes de Mesoamérica, los Andes y los trópicos bajos, los campesinos se refieren a estas plantas como quelites, arvenses o hierbas.
Los indígenas tarahumaras o rarámuris de la Sierra Madre Occidental de México, practican un sistema de cultivo doble: maíz y quelites. En un periodo crítico, de abril a julio, dependen de quelites tales como las amarantáceas, las quenopodiáceas y las brassicas, antes de que el maíz, los frijoles, chiles y cucurbitáceas maduren en el campo, de agosto a octubre. Existen registros de que los campesinos cosechan entre una a dos tonela¬das por hectárea de quelites, los cuales se usan para propósitos culinarios y medicinales. 100 gramos de amarantáceas, brassicas o quenopodiáceas proveen suficientes vitaminas A y C, así como riboflavina y tiamina para satisfacer la cantidad diaria recomendada (RDA por sus siglas en ingles) para una persona. Dos especies de amarantáceas (A. hypocondriacus y A. cruentus) tienen entre 15 y 18% de proteína en sus semillas, las que se usan en México para elaborar un confite llamado “alegría”. Sus hojas, como también las del epazote (Chenopodium am-brosioides) se colocan en las quesadillas para sabor extra, pero también enriquecen la dieta con hierro. En Tlaxcala, México, los productores de maíz realizan un deshierbe selectivo, permitiendo la proliferación de varias especies de plantas silvestres de los géneros Solanum, Jaltomata procumbens y Physalis, los cuales se han adaptado a los patrones tradicionales de manejo, de tal manera, que sus ciclos de maduración coinciden con el de los cultivos, facilitando así una cosecha integral. En el mismo estado, en campos sembrados de cebada se ha calculado una densidad de hasta 4 700 plantas de Solanum silvestre por hectárea las cuales pueden producir entre 1,5 y 2 toneladas de fruto, sin afectar negativamente los rendimientos de la cebada (Wiliams, 1985).
Efectos ecológicos de los quelites
Los agricultores también derivan otros beneficios de la presencia de niveles tolerables de quelites en sus sistemas. Muchos quelites son parte de la rotación, en especial especies de leguminosas silvestres (mucuna, sesbania, crotalaria, etc.) que se usan como abono verde, y otras como el epazote para controlar nemátodos del suelo. Muchos campesinos de las chinampas de México central incorporan en sus rotaciones quelites como la verdolaga (Portulaca oleracea) y la flor de muerto (Tagetes erecta). Algunas especies de quelites se incorporan al suelo después de la cosecha del maíz y otros cultivos para incrementar la materia orgánica. En las laderas centroamericanas, muchos campesinos aún practican el “frijol tapado”, que consiste en sembrar al voleo semillas de una variedad especial de frijol sobre un suelo cubierto por un barbecho de arvenses no agresi-vas. Luego cortan las hierbas con machete y las dejan sobre la superficie como mantillo o mulch, a través del cual germina el frijol y crece libre de competencia de malezas y sin peligro de que se erosione el suelo por el impacto de la lluvia.
En Tlaxcala se deja una especie de lupinus en el campo como cultivo trampa, pues un insecto plaga del maíz, el frailecillo (Macrodactylus sp.), prefiere las flores de este quelite al maíz. Similarmente, en el sur de Brasil, productores dejan brassica silvestre en los bordes de siembras de repollo, ya que las plagas de este cultivo (lepidópteros y coleópteros) son atraídas preferentemente a la brassica por su mayor contenido de aceites de mostaza, un fuerte atrayente para estos insectos. En Colombia se descubrió que ciertos pastos (Eleusine indica y Leptochloa filiformis) al sembrarse como bordes en campos de frijol, repelen al saltahojas (Empoasca kraemer), reduciendo así el daño de esta plaga en el cultivo. Quelites en floración, en especial de la familia de las umbelíferas, actúan como fuentes de alimento para predadores y parasitoides de plagas, ya que estos insectos benéficos necesitan polen y néctar para su óptima fecundidad y longevidad. En general, los cultivos diversificados con flores desplegadas en el campo como bordes o franjas entre cultivos, experimentan niveles mayores de control biológico de insectos plaga que los monocultivos (Altieri y Whitcomb, 1979).
Reflexiones finales
Los campesinos del mundo que aún preservan y cultivan aproximadamente 7 000 especies de cultivos y unos dos millones de variedades, junto a miles de especies de plantas silvestres que también manejan y utilizan, ofrecen a la humanidad que solo depende de un puñado de cultivos –50% de la alimentación mundial se basa en maíz, trigo y arroz– un camino sostenible para una agricultura diversa y una alimentación integral.
No solo los quelites incrementan la diversidad nutricional de las familias rurales, sino que también su presencia y manejo en los sistemas de cultivo puede mejorar la calidad del suelo, prevenir la erosión y reducir la incidencia de insectos plagas. En adición, los quelites representan una fuente importante de diversidad genética ya que muchas especies son parientes silvestres de cultivos como maíz, frijol, calabaza, chiles, jitomate, etc.
Por supuesto que los quelites deben manejarse de manera que sus poblaciones no compitan negativamente con los cultivos, ni tampoco promover especies que sean fuentes de plagas o enfermedades. El deshierbe selectivo manteniendo especies deseadas a densidades tolerables, permitir la presencia de ciertas arvenses después del periodo crítico de competencia, o desplegando los quelites como bordes o hileras alternas en el campo, son algunas estrategias de manejo que favorecen el balance en favor de los cultivos, pero que aprovechan los efectos benéficos de los quelites.
Por Miguel A. Altieri - Agrónomo, egresado de la Universidad de Chile, obtuvo su doctorado en Entomología en la Universidad de Florida. Es actualmente profesor del Departamento de Ciencias del Medio Ambiente, Política y Gestión en la Universidad de California, Berkeley. El Dr. Altieri es fundador de la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología (SOCLA) y actualmente su presidente honorario. ude.yelekreb@3oceorga
Revista de agroecología LEISA
16 Julio 2016
volúmen 32, número 2
Referencias
Altieri, M. A., y Whitcomb, W. H. 1979. The potential use of weeds in the manipulation of beneficial insects. HortScien¬ce 14(1): 12-18.
Altieri, M. A., Anderson, M. K., y Merrick, L. C. 1987. Peasant Agriculture and the Conservation of Crop and Wild Plant. Conservation Biology 1 :49-58.
Altieri, M. A., y Trujillo, J. 1987. The agroecology of corn production in Tlaxcala, Mexico. Human Ecology 15: 190-220.
Bye, R. A. 1981 Quelities-ethnoecology of edible greens-past, present and future. J Ethnobiol. 1:109-123.
Caballero, J. N., Mapes, C. 1985. Gathering and subsistence patterns among the P'urhepecha Indians of Mexico. J Ethnobiol. 5:31 - 47.
Chacón, J. C., Gliessman, S. R. 1982. Use of the “non-weed” concept in traditional tropical agroecosystems of south-eastern Mexico. Agro-Ecosystems 8: 1-1 1.
Williams, D. E. 1985. Tres arvenses solanáceas comestibles y su proceso de domesticación en Tlaxcala, México. Tesis, Master, Colegio de Posgraduados, Chapingo, México.
Fuente: Revista de agroecología LEISA