Los transgénicos y la necesidad de reorientar la ciencia hacia la soberanía alimentaria
El desarrollo del modelo del agronegocio que domina en Argentina es opuesto al camino para alcanzar la diversificación económica y la soberanía alimentaria. Una polémica con la bióloga Raquel Chan.
APORTES PARA UN NUEVO DEBATE
El pasado 24 de diciembre Página 12 publicó un artículo del periodista Darío Aranda sobre la producción y comercialización de papas y trigo transgénicos, titulado “Peligro en las mesas argentinas”. Este artículo fue respondido en el mismo medio por la doctora en biología Raquel Chan, quien realizó dos correcciones a la publicación de Aranda. Según Chan, las imprecisiones consisten en que estos dos nuevos eventos modificados genéticamente (la papa resistente al PVY y el trigo HB4 tolerante a la sequía y al glufosinato de amonio) no se han liberado comercialmente aún.
Según Chan, para que se apruebe un organismo genéticamente modificado (OGM) y pueda ser posteriormente liberado al ambiente debe pasar por muchas pruebas que a otros alimentos no se les realiza (si podemos hablar de que un transgénico sea un alimento). Chan detalla: “La Conabia exige ensayos en campos de muchas localidades diferentes y a lo largo de muchos años, el SENASA exige pruebas para evitar su toxicidad y determinar que el nuevo producto sea similar al original, y por último la oficina de mercados del exministerio de Agricultura lo aprueben en base a una evaluación a nivel nacional e internacional”.
Según señaló en su informe del año 2015 The International Service for the Acquisition of Agribiotech Applications (ISAAA, y vale aclarar que se trata de una organización protransgénicos): “La producción Soja-Maíz que se produce en América central y América del sur se exporta mayoritariamente a Europa y Asia para alimentar al ganado porcino y ovino. Es muy escaso el porcentaje que consumen los humanos de América central y de América del sur de estos productos”. Esta información surge como respuesta a las reiteradas ocasiones en que se ha oído hablar de que los transgénicos se crearon para paliar el hambre a nivel mundial. Lo que vemos es que quienes se están “alimentando” no son precisamente los seres humanos, sino los ganados porcinos y ovinos de Europa y Asia. Además, señalar que un producto puede acabar con el hambre en el mundo bajo un régimen capitalista y tecnocrático, y que lejos está de cuestionarse los daños de la matriz productiva reinante, es como mínimo una afirmación de mal gusto.
Por otra parte, Chan afirma que “si bien se asocia a los transgénicos al uso excesivo con agroquímicos, no tiene por qué ser así”. Aquí nace otro error. La mayoría de los OGM, en particular de soja, son tolerantes al glifosato o a otro agroquímico como el glufosinato de amonio, con lo que lejos de mermar la cantidad o calidad del producto a pulverizar, ha aumentado. Ejemplo de ello también es el Maíz BT, en donde a través de la bacteria Bacillus Thuringiensis le incorporan un poder insecticida al cultivo.
Por ende esta evidenciado que, sino todos, la mayoría de los eventos genéticamente modificados vienen con algún agroquímico. Eso significa que estamos consumiendo agroquímicos al incorporar alimentos con transgénicos.
Lejos de la crítica de biotecnólogos, hay bibliografía científica que evidencia la presencia de agroquímicos en animales y plantas asociados a los cultivos genéticamente modificados. En el año 2015 un grupo de científicos principalmente europeos firmaron un documento publicado como “No hay consenso sobre los OGM”. Allí, entre otras afirmaciones, vale resaltar aquella que dice que “los estudios de impacto ambiental eran realizados por las empresas creadoras de tal evento o asociadas a ellas como ministerios de Agricultura, ministerios de Salud o servicios de sanidad dependiente de gobiernos. Muchos científicos independientes no podían realizar estos estudios ya que para investigar sobre los OGM tenían que pedirle permiso a los obtentores del producto GM, esto es una empresa o un gobierno. Pedido que fue denegado por ellos”.
Otro dato fáctico importante es que no se han llevado a cabo estudios epidemiológicos por secretarías de agricultura o empresas de sanidad sobre poblaciones humanas para saber si existe algún efecto en la salud.
Por otra parte, vale aclarar que hablar de consensos científicos que minimizan o directamente niegan los efectos perniciosos de los OGM es bastante relativo. La Royal Societe of Canadá afirma que es “científicamente injustificable” que los OGM sean seguros sin un análisis exhaustivo, y evidencia la presencia de alérgenos en las muestras de dichos cultivos modificados genéticamente.
Vale aclarar que muchos de los estudios sobre el impacto ambiental o humano sobre los OGM en Europa, por ejemplo, no aportan datos fácticos ni evidencias científicamente comprobadas sobre la seguridad de un OGM o sobre posibles efectos adversos.
Por último, y no menos indignado con sus afirmaciones, me detengo en un escrito de Chan en el que afirma que “alimentar a la población requiere un aumento de la producción de alimentos”. El productivismo no ha sido ni será la solución. Se evidenciaron las consecuencias negativas del avance de la frontera agropecuaria y de la destrucción y modificación del ambiente al querer duplicar la superficie cultivable, sumado al aumento de agroquímicos y en particular del glifosato.
En “El caso de la agroecología como alternativa”, el reconocido biólogo marxista y exdirector del programa de ecología humana de la Escuela de Salud Pública de Harvard, Richard Levins, señaló: “Como científicos interesados en el producto de nuestro trabajo, nos podemos hallar en conflicto con la agenda y los métodos de la ciencia en las instituciones donde trabajamos. El acercamiento reduccionista, que va de acuerdo con los fines de los dueños de la ciencia, será el rumbo con que nos toparemos una y otra vez. En el caso de la agricultura, el enfoque reduccionista de las grandes industrias agroquímicas y las instituciones de investigación subvencionadas por estas es el que predomina. En este caso se aboga por una agricultura a gran escala altamente dependiente de insumos. Sin embargo, el otro rumbo es el ecológico, que dice que la evolución de la agricultura ha de ser de la heterogeneidad aleatoria por propiedades del terreno, pasando por la homogeneidad industrial capitalista, hacia la heterogeneidad planificada”.
El desarrollo del modelo del agronegocio que domina en Argentina es opuesto al camino para alcanzar la diversificación económica y la soberanía alimentaria (saber qué estoy produciendo y comiendo, y por qué). El desarrollo de la agroecología en cambio implica necesariamente la recomposición social de la fuerza de trabajo rural, un paso más en el camino para poner fin al antagonismo entre la ciudad y el campo mediante la distribución uniforme de la población por el país. Es necesaria la reconversión del agromodelo para sacar a Argentina del atraso y la dependencia. La expropiación de la propiedad terrateniente y de la banca debe combinarse con una reorientación de la ciencia y la tecnología en función de las verdaderas necesidades de la población y no de la sed de ganancia del poder económico concentrado, lo que incluye la utilización de productos naturales para el abono y la fertilización o la pulverización con técnicas ambiental y socialmente justas. La prohibición progresiva del paquete tecnológico del agronegocio es parte también de esta pelea.
Por Nicolás Debowicz
Licenciado en Biología (UBA)
14 de enero, 2019
Fuente: La Izquierda Diario