La tiranía de las finanzas globales
Contra todo pronóstico, el capital financiero ha emergido aún más fortalecido de la crisis financiera y ha logrado mantener a raya las regulaciones y cargar la culpa al gasto público. Pero su victoria es probablemente pírrica porque se avecina una nueva crisis en la que la ciudadanía global podrá aprender de victorias tales como las reformas en Islandia y reafirmar finalmente su control sobre el capital.
Casi 8 años después del estallido de la crisis financiera global es evidente que sus responsables han conseguido salir airosos y libres de todo castigo. Y no solo eso, sino que además han conseguido que los gobiernos asuman los costes de la crisis y la carga de la recuperación de los afectados.
El capital financiero no sólo se ha sacudido sin más la indignación popular y ha logrado mantener a raya los esfuerzos regulatorios de los gobiernos, como Estados Unidos; además ha utilizado el poder del Estado para sofocar las revueltas democráticas en su contra, como en Grecia. El capital financiero ha contribuido en gran medida a desacreditar la democracia liberal en los últimos años. En la confrontación entre la democracia y las finanzas, ha habido pocas instancias en las que la primera haya prevalecido. De hecho, esto sólo ha ocurrido en una de ellas: Islandia.
Wall Street, bajo asedio
Cuando la tierra se abrió bajo los pies de Wall Street en el otoño de 2008 se debatió mucho sobre la cuestión de dejar que los bancos recibieran su merecido encarcelando a la mafia de las finanzas (“banksters”) e imponiendo regulaciones draconianas. Generó una justa indignación los 7.000 millones de dólares de rescate que recibieron de la administración Bush los mayores bancos de Estados Unidos bajo el razonamiento de que eran “demasiado grandes para caer”. La decisión fue condenada, con razón, en numerosas instancias y se sospechaba que la decisión había sido cocinada por los hombres de Wall Street en Washington, cuyo líder, el Secretario del Tesoro Hank Paulson, había sido anteriormente director general del principal banco de inversiones, Goldman Sachs.
La llegada a la presidencia de Estados Unidos de Barack Obama, que supuso la toma de control demócrata tanto del Congreso como del Senado, generó muchas expectativas de que la reforma bancaria estaba cerca. El nuevo presidente captó el estado de ánimo en el país cuando advirtió a Wall Street: “Mi Gobierno es lo único que se interpone entre ustedes y las horquetas”.1
El apoyo interno en Estados Unidos a favor de una reforma financiera profunda iba acompañado por el clamor internacional a favor de una regulación más estricta de los bancos. Cuando en medio del torbellino financiero el G20 se reunió en Pittsburgh en noviembre de 2009, en la agenda de reforma aprobada por los participantes sobresalían dos medidas. Una se refería a mantener programas de estímulo vigorosos para estimular la recuperación económica. La otra era regular de manera efectiva el sector financiero. Como expresaba el comunicado de los líderes del G20, “dado que el comportamiento temerario y la falta de responsabilidad condujeron a la crisis, no permitiremos una vuelta a la rutina habitual de la banca”.2
Guerra defensiva
El capital financiero y sus aliados fueron capaces de esquivar ambas amenazas y lanzar una contraofensiva que llevó a la ciudadanía a pagar por el caos económico. La primera línea de defensa fue lograr que el Gobierno rescatara a los bancos del desastre económico que habían creado. Los bancos sencillamente rechazaron las presiones de Washington para crear una defensa colectiva con sus propios recursos. Entonces contaban con sus defensores en Washington, quienes argumentaban que estas entidades eran “demasiado grandes para caer”, lo que suponía que la caída de cualquiera de ellas arrastraría al sistema financiero global en su conjunto. Utilizando el derrumbe del precio de las acciones generado por el desmoronamiento de Lehman Brothers, los representantes del capital financiero fueron capaces de chantajear tanto a los liberales como a la extrema derecha en el Congreso para que aprobaran el rescate de 7.000 millones de dólares (Troubled Asset Relief Program, TARP). La nacionalización de los bancos, que podría haber sido una opción que no implicara lo que el premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, caracterizó como “un gran robo al pueblo americano”3 fue despachado como incoherente con los valores “americanos”.
La administración entrante de Obama prometió una reforma sustantiva, pero al entrar en la guerra defensiva anti regulatoria que había dominado el Congreso durante décadas, los bancos lograron en 2009 y 2010 eliminar tres elementos clave de la Ley Dodd-Frank de reforma de Wall Street y protección del consumidor, considerados necesarios para una reforma genuina: reducir la dimensión de los bancos; separar institucionalmente los bancos comerciales de los de inversiones; y prohibir la mayoría de los productos derivados y regular eficientemente el llamado “sistema bancario en la sombra” que había provocado la crisis. Según Jonathan Kirshner, de la Universidad de Cornell,
”[Las] reformas regulatorias Dodd Frank y disposiciones como la norma Volcker de restricción de inversiones arriesgadas que serían permitidas a los bancos han sido diluidas (o al menos forzadas a acatar bajo presión) por una cascada de excepciones, exenciones, restricciones y lenguaje impreciso… Y los pocos dientes que quedan dependen extremadamente para su aplicación de las (muy sospechosas) voluntades de los reguladores.”4
Lo que fue decisivo en asegurar este resultado es lo que Cornelia Woll denomina el “poder estructural” del capital financiero. Una dimensión de este poder fueron los 344 millones de dólares que la industria gastó en presionar al Congreso de Estados Unidos en los primeros nueve meses de 2009, cuando los legisladores comenzaron con la reforma financiera.5
Solamente el senador Chris Dodd, presidente del Comité de Banca del Senado, recibió 2,8 millones de dólares en aportaciones de Wall Street en 2007-2008. Pero quizá igual de poderoso que la arraigada máquina de lobby en el Congreso eran algunas voces poderosas en la nueva administración Obama que mostraban simpatía hacia la banca, y de forma notable el secretario del Tesoro, Tim Geithner, y el responsable del Consejo de Asesores Económicos Larry Summers. Ambos habían sido colaboradores cercanos de Robert Rubin, quien ha sido co-presidente de Goldman Sachs, responsable del Tesoro con Bill Clinton y presidente y consejero principal de Citigroup. Más que nadie, Rubin ha simbolizado a lo largo de las últimas dos décadas la conexión Wall Street-Washington que desmanteló los controles del New Deal sobre el capital financiero y allanó el camino a la implosión de 2008.
En un periodo de casi 20 años, Wall Street ha consolidado su control sobre el Departamento del Tesoro de Estados Unidos, y el nombramiento en puestos de responsabilidad de individuos que han trabajado en Goldman Sachs —el banco de inversiones más agresivo de Wall Street— se convirtió en la demostración más visible del poder estructural del capital financiero. Rubin y Hank Paulson, secretario del Tesoro con George W. Bush, simplemente eran la punta del iceberg de Goldman Sachs en el centro del mundo político de Washington.
Mientras que defraudadores tradiciones como Bernie Madoff fueron juzgados y encarcelados, los responsables y lugartenientes de las mayores instituciones financieras, que han causado un daño infinitamente mayor, resultaron impunes. El peor castigo que han recibido los responsables de las instituciones financieras descarriadas fueron unos pocos millones de dólares restados de sus multimillonarios finiquitos.
Cambio de narrativa
El capital financiero no solo resistió con éxito una re-regulación efectiva desplegando su poder estructural; también consiguió hacer uso de su poder ideológico o quizá, con más precisión, fue capaz de “colar” una defensa en su descargo en la ideología neoliberal dominante. Wall Street pudo cambiar la narrativa sobre las causas de la crisis financiera, culpando enteramente a los estados.
Tal comportamiento se ilustra mejor en el caso europeo. Como en Estados Unidos, la crisis financiera en Europa fue impulsada por la oferta, cuando los grandes bancos europeos buscaban productos de retorno rápido y alta rentabilidad para sustituir a las poco rentables inversiones en la industria y la agricultura, como préstamos inmobiliarios y especulación en derivados financieros, o colocar su superávit de fondos en bonos de alta rentabilidad vendidos por los gobiernos. Esto no significa que no hubiera un elemento de irresponsabilidad por parte de algunos gobiernos, como el caso de Grecia. Supone, sin embargo, que la búsqueda de rentabilidad por parte de actores financieros ultracompetitivos era el principal motor de los flujos de capital. Como escribe Martin Sandbu en su excelente análisis de la crisis de la deuda en Europa,
”Desde finales de los años noventa [del siglo XX] los bancos y otras instituciones financieras en todo el mundo, no solo en la Eurozona, se involucraron en un enorme aumento del préstamo que los gobiernos hicieron poco por frenar. Sobre todo, es esta burbuja crediticia global la que fue responsable de la compresión de los costes de los préstamos en todas partes, dentro y fuera de la zona euro. Si los mercados financieros marcaban el precio de un préstamo a Atenas como si fuera tan seguro como uno a Berlín era porque los actores de las finanzas estaban obsesionados por obtener retornos y en el proceso abandonaron cualquier sentido del riesgo.” 6
En el caso de Grecia, los bancos privados de Alemania y Francia retuvieron al inicio de la crisis en torno al 70% de la deuda de unos 290.000 millones de euros de los países. Los bancos alemanes fueron excelentes compradores de activos tóxicos sub-prime a las instituciones financieras estadounidenses y fueron igual de entusiastas al comprar bonos del Gobierno griego. Por su parte, los bancos franceses, incluso aunque la crisis financiera ya estaba en marcha, aumentaron sus préstamos a Grecia un 23%, a España un 11% y a Portugal un 26%, según el Banco de Pagos Internacional (BPI).
De hecho, en su deseo de conseguir más y más rentabilidad de sus préstamos tanto a los gobiernos como a bancos locales y compañías inmobiliarias, los bancos europeos inundaron Irlanda, Grecia, Portugal y España con 2,5 billones de dólares. Se dice que el hecho de que estos países pertenecieran a la Eurozona “engañó” a los bancos llevándoles a pensar que sus préstamos estaban seguros, ya que se habían comprometido a las mismas reglas de pertenencia en la misma unión monetaria a la que pertenecía la economía europea más fuerte, Alemania. Es más probable, sin embargo, que la pertenencia de un gobierno en la Eurozona proporcionara la tan necesitada justificación para dar rienda suelta al enorme superávit de fondos que poseían los bancos y que generaría beneficios simplemente quedándose en su caja fuerte.
Acosado por haber arrastrado al mundo a un torbellino económico, el capital financiero estaba desesperado por cambiar el relato después de la implosión financiera de 2008. Esta oportunidad apareció con dos acontecimientos entre 2009 y 2010. Uno, a finales de 2009, fue el anuncio de Dubai del impago de la deuda en la que había incurrido con la construcción de su ultramoderno y lujoso oasis para la élite global en el Golfo Pérsico. El incumplimiento de Dubai, según señala el analista James Rickards, “contagió a Europa, y en particular a Grecia”.7
El otro evento, que llegó poco después de la debacle de Dubai, fue el descubrimiento de que Grecia, a través de complejos acuerdos financieros diseñados por la compañía de Wall Street, Goldman Sachs, en 2001, había maquillado su deuda y sus datos de déficit para mantenerse dentro de las estrictas reglas de la Eurozona.
La deuda griega en 2007, antes de la crisis financiera, ascendía a 290.000 millones de euros, lo que equivalía al 107% de su producto interior bruto (PIB). Sin embargo, los bancos no dieron señales de estar especialmente preocupados entonces y continuaron su lluvia de dinero al país. El ratio deuda sobre PIB se incrementó a 148% en 2010, llevando al país al borde de una crisis de deuda soberana. Centradas en proteger a los bancos, el enfoque de las autoridades europeas para estabilizar las finanzas de Grecia no fue penalizar a los prestamistas por conceder créditos de forma irresponsable, sino hacer que la ciudadanía griega cargara con los costes del ajuste. Otro elemento importante fue que el capital financiero y Bruselas utilizaron la crisis de Grecia para imponer la valoración de que Irlanda, España y Portugal también se hallaban en una crisis de deuda soberana, aunque estos países tenían ratios de deuda sobre PIB que eran bastante bajos, y en el caso de España e Irlanda menores que los de Alemania.
La deuda soberana es aquella que un Estado es responsable de pagar, tanto si fue el Estado el que recibió el préstamo como si no. Desde las crisis de deuda de los años ochenta las autoridades han impuesto la regla de que el Estado debe asumir la responsabilidad por la deuda de acreedores internacionales que no puede ser repagada por el sector privado. En su excelente libro Austerity, Mark Blyth señala:
”… las crisis de deuda soberana son casi siempre “burbujas de crédito que estallan”. Se generan en el sector privado y terminan en el sector público. Las causas son claras. Las burbujas financieras y sus estallidos son la causa de las crisis de deuda soberana. Punto. Para invertir la causalidad y culpar a la deuda soberana de la crisis del mercado de bonos, como han hecho los políticos europeos repetidamente con el objetivo de facilitar una política de austeridad que no está funcionando nos lleva a preguntarnos, ¿por qué lo mantienen?”8
Ciertamente, ¿por qué? La respuesta es que esta operación ha generado un contra-relato sobre las causas de la crisis financiera en la que los bancos son las víctimas y los Estados son los villanos, una narrativa que permite a los bancos simultáneamente escapar a recortes por sus préstamos irresponsables y oponerse a la implantación de restricciones estatales a sus actividades.
Pintar Grecia como el futuro de América
La nueva narrativa, centrada en el “Estado derrochador” como la causa de la crisis financiera más que en las finanzas privadas desreguladas, se abrió camino rápidamente hacia Estados Unidos, donde se utilizó no solo para bloquear una reforma bancaria real, sino también para evitar la aplicación de un programa de estímulo efectivo en 2010. Blandiendo la imagen de que a Estados Unidos le ocurriría como a Grecia si el Gobierno aumentaba el montante de deuda en caso de entrar en gasto deficitario, los republicanos lograron provocar una versión estadounidense de los programas de austeridad que se impusieron como solución al sur de Europa. Christina Romer, la responsable del Comité de consejeros económicos de Barack Obama, estimaba que se necesitarían 1,8 billones de dólares para revertir la recesión.9
Obama aprobó menos de la mitad, unos 787.000 millones de dólares, aplacando a la oposición republicana pero eludiendo una pronta recuperación. Por tanto, el coste de los disparates de Wall Street recayó no en los bancos, sino en los estadounidenses de a pie, mientras que los desempleados alcanzaban casi el 10% de la fuerza de trabajo en 2011 y el desempleo juvenil superaba el 20%.
Aunque débil, el estímulo de Obama junto a un agresivo relajamiento monetario de la Reserva Federal evitó que la situación económica empeorara, pero la recuperación de los años siguientes fue extremadamente frágil. Además, el secuestro de Wall Street por el discurso de la crisis convenció a algunos sectores de la población que las pálidas políticas keynesianas de la administración Obama eran las responsables del continuado estancamiento.
Por qué ganó Wall Street
El triunfo de Wall Street en la reversión de la oleada popular contra sí misma tras el estallido de la crisis financiera se hizo evidente en el período previo a las elecciones presidenciales de 2016. Las estadísticas estadounidenses eran claras: el 95% de las ganancias de 2009 a 2012 fueron a parar al 1% más rico; el ingreso medio era de 4.000 dólares menos en 2014 que en el año 2000; la concentración de activos financieros se incrementó después de 2009, poseyendo los cuatros mayores bancos unos activos que alcanzaban cerca del 50% del PIB.
Sin embargo, la regulación de Wall Street no resultó ser un problema en los debates de las primarias republicanas, mientras que en los debates de los demócratas era una cuestión secundaria, a pesar de los esfuerzos del candidato Bernie Sanders para que fuera una pieza central.
En suma, mirando hacia atrás en la evolución de la crisis financiera en los últimos ocho años, se puede decir que el capital financiero logró esquivar el intento por parte del Estado de regularlo, a pesar de que este contaba con el respaldo popular, recurriendo a tres estrategias.
Una de ellas fue el chantaje. Básicamente, Wall Street y sus aliados en el Gobierno le “vendieron la moto” al Congreso de que eran demasiado grandes para caer, esto es, que permitir que cualquiera de ellos se fuera a pique hundiría todo el sistema financiero mundial.
En segundo lugar, mediante la activación de su arraigado poder estructural, a través del cabildeo masivo del Congreso y la movilización de sus aliados en el Ejecutivo, Wall Street fue capaz de evitar que la ley Frank-Dodd de reforma financiera contuviera cláusulas que controlaran eficazmente sus operaciones especulativas más peligrosas.
En tercer lugar, el capital financiero desplegó con éxito la ascendente ideología neoliberal para cambiar el discurso sobre las causas de la crisis, de aquel de carácter populista centrado en la avaricia de los bancos a un discurso neoliberal centrado en la “irresponsabilidad fiscal” por parte del Estado. Según la argumentación de los bancos y los neoliberales, la situación fiscal de Estados Unidos, era simplemente como la de Grecia pero a gran escala. Las instituciones políticas de una de las democracias liberales más avanzadas del mundo no eran rival para el poder estructural y los recursos ideológicos del establishment financiero.
Como escribe Cornelia Woll, “para el Gobierno y el Congreso, la principal lección de la crisis financiera de 2008 y 2009 ha sido que tuvieron muy pocos medios para presionar al sector financiero para que adoptara un comportamiento que resultaba urgentemente necesario para la supervivencia de todo el sector y la economía en su conjunto”.10
El capital financiero ningunea el levantamiento popular
El caso de Estados Unidos es un ejemplo de cómo el capital financiero ha sido capaz de esquivar los esfuerzos por parte del Estado de ejercer una regulación eficaz de sus actividades especulativas más volátiles y peligrosas, a pesar de la ira masiva hacia los bancos. En Europa, el capital financiero mostró su cara más fea, fue donde empleó el poder del Estado —de hecho, el poder colectivo de los 18 Estados de la Eurozona encabezados por Alemania— para aplastar los esfuerzos de la gente para controlar su destino económico.
Más que en las llamadas economías de libre mercado de los Estados Unidos y el Reino Unido, las relaciones entre el Estado, las finanzas y la industria son tan estrechas en Alemania, Francia y otras economías europeas que los analistas políticos las llaman “economías de mercado coordinadas”.11
Los tecnócratas, los banqueros y los empresarios industriales tienen poderosos intereses que se entrelazan, priorizando el Estado a su vez los intereses del sector financiero.
Por lo tanto, no es sorprendente que el Gobierno alemán tuviera un papel relevante en la promoción de los intereses del capital financiero alemán durante la lucha entre Grecia y sus acreedores. Detrás de la Troika, del Banco Central Europeo (BCE), la Comisión Europea (CE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) que eran quienes formalmente negociaban con los griegos, estaba el poder del Estado alemán, que se ocupó fundamentalmente del salvamento de los bancos alemanes que habían prestado miles de millones de euros al gobierno y los bancos griegos.
El conflicto entre Grecia y sus acreedores finalmente llegó al punto de ebullición en 2015, cuando la Troika trató de chantajear a Grecia para que aceptara un acuerdo por el que obtendría 86.000 millones de euros a cambio de adoptar un conjunto de medidas draconianas que incluían recortes de salarios más profundos, mayores recortes en las pensiones, más despidos en las oficinas del gobierno, y más recortes en los servicios públicos. Las condiciones fueron impuestas a una economía que ya estaba en depresión. El PIB se redujo un 25% entre 2008 y 2015, un millón de puestos de trabajo se perdieron entre 2008 y 2013, el desempleo se situó en el 26% en 2015, con un desempleo juvenil que alcanzaba la sobrecogedora cifra del 52%.
Incluso para el FMI estaba claro que las condiciones del nuevo rescate serían letales para cualquier aumento de la demanda interna necesaria para el crecimiento de la economía. Un análisis del FMI admitió que el Fondo no había previsto la magnitud de los daños causados por la camisa de fuerza de la austeridad en la que se había colocado al país desde 2010. Otro memorando confidencial reconoció que lo que Grecia sobre todo necesitaba no era más austeridad, sino alivio de la deuda.12
Por otra parte, estaba claro que el rescate de 86.000 millones de euros destinados a Grecia serían de poca ayuda ya que prácticamente la totalidad de la misma –un 90%, según algunas estimaciones– acabaría regresando a los principales acreedores del país (el BCE, el FMI y los bancos alemanes y franceses) como servicio de la deuda o para la recapitalización de los bancos griegos.13
Incluso el presidente Obama intervino calificando de insostenibles a las demandas de la Eurozona: “No se puede seguir apretando a los países que se encuentran en medio de una depresión… En algún momento tiene que haber una estrategia de crecimiento con el fin de que puedan pagar sus deudas para eliminar algunos de sus déficits”.14
Teniendo en cuenta estas nefastas perspectivas, no es sorprendente que las negociaciones con los países de la Eurozona terminaran con una revuelta griega, cuando en junio de 2015 el primer ministro Alexis Tsipras llamó a un referéndum sobre el rescate en el que más del 60% de la población griega rechazó el acuerdo. Sin embargo, en una bofetada a la voluntad democrática de la maltrecha población griega, el Gobierno alemán, en una actuación destinada a proteger los intereses del capital financiero alemán y europeo, advirtió que añadiría más condiciones, obligando a Tsipras a sentarse de nuevo en la mesa de negociaciones. Tsipras, sabiendo que si bien el electorado rechazó el acuerdo, no apoyaría una retirada del euro, que es lo que habría resultado de rechazar la oferta de la Eurozona, se vio obligado a una rendición humillante. La tumultuosa relación entre las autoridades de la Eurozona y el pueblo de Grecia, señaló un observador, reflejó la “determinación de aislar la política de cualquier deliberación democrática”.15
“Fue, a lo sumo, una infantilización del pueblo griego a manos la propia élite política de Europa y de Grecia: hasta que los ciudadanos fueran lo suficientemente maduros como para apoyar las acciones a las que no había “ninguna alternativa”, la elección correcta la tomarían ellos. Esta actitud –no tanto la primacía de la política sobre los mercados como el predominio de la tecnocracia sobre la democracia– definiría las relaciones entre Grecia y la zona euro...”.16
Que la democracia era la víctima principal del enfrentamiento Zona Euro-Grecia fue también la opinión del columnista del Financial Times, Wolfgang Munchau:
“Al obligar a Alexis Tsipras a una humillante derrota, los acreedores de Grecia han hecho mucho más que provocar un cambio de régimen en Grecia o poner en peligro sus relaciones con la Eurozona. Han destruido la zona euro tal como la conocemos, y han demolido la idea de una unión monetaria en tanto que paso hacia una unión política democrática. Al hacerlo, han vuelto las luchas de poder nacionalistas europeas del siglo XIX y principios del siglo XX. Degradaron la zona euro hacia un sistema tóxico de tipo de cambio fijo, con una moneda única compartida, ejecutado en favor de los intereses de Alemania, que se mantiene unida por la amenaza de la miseria absoluta para aquellos que desafían el orden establecido. Lo mejor que se puede decir del fin de semana es la brutal honestidad por parte de quienes han perpetrado este cambio de régimen”.17
Por qué la Eurozona liderada por Alemania impuso una paz cartaginesa a Grecia será discutido durante mucho tiempo, pero está claro que los motivos principales fueron salvar a la élite financiera europea de las consecuencias de sus políticas irresponsables, haciendo respetar el principio de hierro de la amortización total de la deuda, y crucificar a Grecia para disuadir a otros, como los españoles, irlandeses y portugueses, de rebelarse contra la esclavitud de la deuda.
Tal como admitió hace un tiempo Karl Otto Pöhl, un exjefe del Bundesbank alemán, el ejercicio draconiano en Grecia se centraba en “proteger a los bancos alemanes, pero especialmente a los bancos franceses, a partir de la cancelación de deudas”.18
El sometimiento de los griegos es la última victoria apuntada por el capital financiero desde que comenzó su contraofensiva de tierra quemada contra las fuerzas que buscan su limitación y regulación por haber provocado la crisis financiera que estalló en 2008. Sin embargo, es probable que su victoria sea pírrica y un asunto extremadamente costoso que es probable que conduzca a un mayor desastre.
Democracia y finanzas
En octubre de 2015, el sistema judicial de Islandia envió a la cárcel a los jefes de los mayores bancos del país, junto con 23 de sus lugartenientes. La sentencia fue la culminación de un proceso en el que Islandia tomó un curso diferente de los Estados Unidos y el resto de Europa. Se dejó que los bancos se hundieran en lugar de rescatarlos por ser supuestamente “demasiado grandes para caer”. Hubo operaciones de rescate pero destinadas a rescatar a los ciudadanos ordinarios en lugar de a los banqueros, perdonando deudas hipotecarias que superaran el 110% del valor real de la casa vinculada al préstamo.19 La economía de Islandia no se derrumbó cuando se dejó caer a sus mayores bancos.
Como se señaló en un artículo, Islandia regresó al crecimiento económico mucho más rápido de lo que esperaban los escépticos, rompiendo así con el enfoque conciliador con los actores del sector financiero adoptado por la mayoría de los países en los albores del colapso global. La tasa de crecimiento de esta pequeña economía superó la del promedio de los países europeos en 2012. El país redujo a la mitad su tasa de desempleo desde el pico de la crisis.20
Lo que ocurrió en Islandia llamaba la atención porque contrastaba con lo ocurrido en otros lugares.
El hecho de que el país fuera capaz de dominar al sector financiero se debió tal vez a varios factores. Uno de ellas fue la escala relativamente pequeña de esta democracia. Con una población de tan sólo 329.000 personas, la mayoría de ellos en la capital, Reykjavik, los funcionarios elegidos de Islandia eran muy susceptibles de recibir una presión directa por parte de los electores, muchos de los cuales habían sufrido pérdidas masivas.
Otro factor es que con unas finanzas surgidas hace relativamente poco tiempo como el principal motor de la economía, la élite financiera no había alcanzado el poder estructural e ideológico masivo que el capital financiero había logrado en Estados Unidos, el Reino Unido y el resto de Europa.
Islandia optó por las posibilidades de control democrático de los bancos. Pero fue la excepción a la regla. En otros lugares el capital financiero salió indemne. Esto no sólo es injusto y trágico; es peligroso. Los defensores del control democrático de las finanzas tienen la urgente tarea de movilizar a las personas ya que sin una regulación efectiva las posibilidades de otra gran crisis financiera son sumamente grandes. La combinación de una profundidad recesión inducida por la austeridad o el estancamiento que se apodera de la mayor parte de Europa y Estados Unidos y la ausencia de una reforma financiera es letal.
El estancamiento prolongado y la perspectiva de deflación han desalentado la inversión en la economía real, impidiendo expandir la producción de bienes y servicios. Por lo tanto, las instituciones financieras tienen una razón más para seguir haciendo lo que hacían antes de 2008, que fue el desencadenante de la actual crisis: participar en operaciones especulativas intensivas diseñadas para generar enormes beneficios de la diferencia entre el precio inflado de los activos y los derivados basados en los activos, y el valor real de dichos activos antes de que la ley de la gravedad de lugar a la inevitable caída.
Una vez evitado el paso de re-regular las finanzas, la creación de nuevas burbujas es más que probable, dando ello lugar a un incesante intercambio de derivados financieros debido a la falta de una regulación eficaz. Se estima que el opaco mercado de estos derivados alcanza ya un total de 707 billones de dólares, una cifra significativamente superior que los 548.000 millones en 2008, según la analista Jenny Walsh. “El mercado ha crecido de una manera tan inconmensurablemente vasta, que la economía mundial corre el riesgo de un daño masivo con que tan sólo un pequeño porcentaje de los contratos se echen a perder. Su tamaño e influencia potencial son difíciles de comprender, y mucho menos de evaluar.”21
Arthur Levitt, expresidente de la Comisión del mercado de valores (Securities and Exchange Commission) de Estados Unidos, estuvo de acuerdo con esa afirmación, señalándole a un periodista que ninguna de las reformas posteriores al 2008 “ha disminuido significativamente la probabilidad de una crisis financiera”.22
Los defensores del control democrático de las finanzas tienen la urgente tarea de movilizar a la gente, ya que sin una regulación efectiva las posibilidades de otra gran crisis financiera son sumamente grandes.
Con los intereses del capital financiero siendo la fuerza motriz de las democracias occidentales, prácticamente sin control alguno, la pregunta ya no es si estallará otra burbuja, sino cuándo.
La siguiente pregunta será: ¿Se conseguirá hacer en la próxima crisis lo que no se hizo en la crisis financiera de 2008, es decir, ponerle restricciones al capital financiero? En su clásico libro La gran transformación, Karl Polanyi habló del “doble movimiento” mediante el cual los excesos del capital crean un contra-movimiento de la gente que obliga a una limitación y regulación del Estado.23
El fracaso de los actuales mecanismos institucionales de las democracias liberales en la promoción de un contra-movimiento frente a las consecuencias de la crisis del 2008 probablemente signifique que la próxima crisis podría desencadenar nada menos que una reconfiguración institución fundamental de la relación de la sociedad con el capital financiero, o de hecho, con el Capital en sí.
Notas
1. Citado en Woll, Cornelia (2014). The Power of Inaction. (p.101). Ithaca, NY: Cornell University Press.
2. G20. Full G-20 Communiqué (25 September 2009). Disponible: aquí.
3. Citado en Woll. C. (2014), p. 78.
4. Kirshner, Jonathan (2014). American Power after the Financial Crisis. (p. 171). Ithaca, NY: Cornell University Press.
5. Ibid., p. 102.
6. Sandbu, Martin (2015). Europe’s Orphan: The Future of the Euro and the Politics of Debt. (pp. 33-34). Princeton, NJ: Princeton University Press.
7. Rickards, James (2014). The Death of Money. (p. 128). Nueva York: Penguin Random House.
8. Blyth, Mark (2013). Austerity: The History of a Dangerous Idea. (pp. 73-74). Nueva York: Oxford University Press.9. Stein, Sam (2012). “The ‘Escape Artist’: Christina Romer Advised Obama to Push $1.8 Trillion Stimulus”. Huffington Post, 14 de febrero. Disponible: aquí.
10. Woll, C. (2014). p. 102.
11. Hall, Peter y Soskice, David (2001). Varieties of Capitalism. Oxford: Oxford University Press.
12. Reuters (2015). “Secret IMF Document: Greece Needs Far More Debt Relief”. 14 de julio. Disponible: aquí.
13. Resnikoff, Ned (2015). “Who is Really Being Bailed Out in Greece”. Al Jazeera, 1 de julio. Disponible aquí.
14. Citado en Daniel Marans (2015). “Why Obama is Leaving Greece to Fend for Itself against Germany”. Huffington Post, 28 de diciembre. Disponible aquí.
15. Sandbu, p. 76
16. Ibid
17. Munchau, Wolfgang (2015). “Greece’s brutal creditors have demolished the Eurozone project”.Financial Times, 13 de julio. Disponible aquí.
18. Der Spiegel (2010). “Former Central Bank Head Karl Otto Pöhl: Bailout Plan Is All About ‘Rescuing Banks and Rich Greeks’”. 18 de mayo. Disponible aquí.
19. Pyke, Alan (2015). “Iceland, Where Bankers Actually Go to Jail for Committing While-Collar Crimes”.Think Progress, 23 de octubre. Disponible aquí.
20. Ibid.
21. Denning, Steve (2013). “Banks and Derivatives: Why Another Financial Crisis is Inevitable”. Forbes, 8 de enero. Disponible en: aquí.
22. Partnoy, Frank y Eisinger, Jesse (2013). “What’s Inside America’s Banks?”. Atlantic Monthly, Ene-Feb. Disponible aquí.
23. Polanyi, Karl (1989). La Gran Transformación. Méjico, Fondo de Cultura Económica.
Fuente: TNI