La otra tierra: ¿Una Segunda Revolución de las Pampas?
"Las prácticas agrícolas deberán cambiar paulatina pero constantemente y reorientarse hacia modelos más sostenibles de agricultura que incorporen ampliamente saberes y procesos desde las bases mismas del conocimiento y el manejo ecológico de los agroecosistemas hasta lo mejor y demostrable científicamente de la agronomía más moderna, que tanto necesita nuestro país y la humanidad."
Dr. Walter A. Pengue
“Cuando habla la naturaleza, no puede ser sino uno mismo, el idioma y el sentimiento", Mariano Moreno
No caben dudas que en las dos últimas décadas, las transformaciones agrícolas, no sólo en la Argentina sino en una buena parte del mundo han generado un cambio tecnológico sin precedentes en lo agronómico, biotecnológico y económico sectorial, las que sin embargo produjeron interrogantes acerca de los efectos ecológicos que están contribuyendo a cambiar la faz y la sustentabilidad ambiental global, traccionados por este modelo agropecuario internacional.
En nuestro país, algunos proactivos promotores de la expansión de este paquete agrícola industrial han llamado a esto, la “Segunda Revolución de las Pampas”, forzando la visión de estas transformaciones en lo meramente tecnológico pero sin prever, a pesar de las alertas tempranas, los serios impactos ambientales que podrían producir sobre el medio natural, la imposición de un modelo productor de biomasa que “come tierra y recursos naturales”, para acercar a las naciones una renta ambiental coyuntural. En la campaña 2000/2001 la soja alcanzaba casi las once millones de hectáreas para llegar a la última 2012/2013 con poco menos de 20 millones y una proyección estimada para la próxima, nuevamente creciente. Las exportaciones del complejo sojero se multiplicaron por tres en una década (pasando de los 6,9 mil millones de dólares a más de 23.000 millones).
El cambio ambiental global y la agricultura
La agricultura es una de las actividades humanas que más intensamente ha transformado el paisaje mundial. Pero es necesaria. No obstante se dirimen globalmente varios, y no un único modo de hacerla.
Los orígenes de las fuentes de alimento y bienes del “campo” dividen al mundo en general en tres modelos: El primero, el de la agricultura industrial (modelo transgénico), más intensivo y aún comprometido con impactos ambientales globales, da de comer o genera fuentes de alimento para unas 2.000 millones de personas. El segundo gran modelo global, el de la Revolución Verde, sostenido en una fuerte carga de agroquímicos, fertilizantes, riego intensivo y maquinaria se expande aún en una parte de África, Asia, América Latina y hasta Europa y de él dependen otros 2.500 millones de humanos. El último, el de los “desconocidos de siempre”, el de la agricultura familiar, campesina, indígena, de prácticas orgánicas u agroecológicas, da de comer a otros 2.500 millones. La propia FAO reconoció en 2011 la importancia de este modelo productivo en su relación directa con la seguridad alimentaria y con la construcción de escenarios locales de producción, consumo e intercambio.
Pero a pesar de lo que se piense a priori, particularmente el modelo de la agricultura industrial intensiva, no apunta ya a “producir alimentos” sino “biomasa” con distintos destinos. Esta biomasa puede si entonces destinarse en parte hacia la producción de comida para los humanos pero también comienzan a competir por ella, otras industrias como las de los biocombustibles (energía), biomateriales o la propia alimentación animal de ganado mayor (vacas y chanchos), producción de pescado o la última y quizás menos visible, alimento para mascotas. Antes el problema era de distribución de los alimentos y el mundo tenía mil millones de hambreados y la misma cifra de sobrealimentados, ¿qué pasará ahora con las nuevas competencias?.
A esta demanda global, se suman la incursión de los países asiáticos (particularmente China) con una creciente clase media y nuevos hábitos de consumo, la creciente demanda proteínica global y la incursión desde 2008 de un fuerte mercado especulativo mundial en el negocio de las tierras agrícolas.
Justamente muchas veces el mundo se concentra en objetivizar los problemas de “producción” y lo que olvida la economía, es justamente que está sucediendo con la “base de sustentación”, con sus recursos de base: la tierra y la calidad de sus suelos.
Los datos muestran que la expansión de las tierras cultivadas sin control, pueden llegar a ser enormes. El proceso es impulsado por el cambio de uso de la tierra, la degradación del suelo, la ampliación de la superficie construida para ciudades, caminos y redes portuarias, los cambios en las dietas proteicas de las economías emergentes y los países más ricos, mientras que por el otro lado, estamos observando que los aumentos de rendimiento son limitados. Esto va en detrimento de la superficie mundial disponible de las praderas, sabanas y bosques, en particular en las regiones tropicales, subtropicales y también en climas templados. Como la demanda es cada vez mayor el precio de los productos de la tierra y los derivados se incrementa, con consecuencias negativas también para los países, poseedores de estas tierras y para sus agricultores. Para estos, será imposible mantenerse o acceder a tierra para producir los alimentos que ellos mismos puedan necesitar, con costos sociales que deben ser considerados.
La tierra es limitada. No hay más. La superficie mundial de los continentes es de 14,9 mil millones de hectáreas. De ellas las ciudades ocupan actualmente entre un 1 a un 3 % y las proyecciones muestran que sin ordenarse, llegarían a demandar en el 2050, unas 420 millones de hectáreas (un 5 % de la superficie terrestre, pero desde dónde se dirimen todos los usos de los recursos globales!). La expansión se produce sobre tierras agrícolas (más del 80%).
Más importante aún, es que durante los últimos 50 años las tierras agrícolas, han crecido a expensas de los bosques. Un estudio desarrollado por Lambin en 2009, sobre las tendencias pasadas y futuras opciones de desarrollo basadas en diferentes escenarios indica que la pérdida de bosques probablemente continuará en los trópicos y en algunas zonas templadas del mundo, entre las que se encuentra América Latina.
Las tierras de cultivo (cereales y granos), actualmente constituyen alrededor del 10% (1.500 millones de hectáreas) de la superficie terrestre mundial, mientras que el área para pasturas, en el total representa alrededor del 33% (4.900 millones). Entre 1961 a 2007, el uso general de la tierra para los cultivos aumentó en un 11% a nivel mundial, pero con grandes diferencias regionales. La UE-15, Europa Oriental (Polonia, Bulgaria, Rumania) y EE.UU. mostraron una disminución de uso de sus tierras de cultivo, permitiéndose incluso áreas de recuperación de la biodiversidad, mientras que más tierras agrícolas se expandieron sobre todo en América del Sur (Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay), África (Nigeria, Sudán) y Asia (China e Indonesia). Mucha de ella proviene directamente de procesos de deforestación masiva de ecoregiones relevantes, como el Chaco argentino, en virtual desaparición o los Cerrados Brasileños.
Los desplazamientos en el uso de los territorios, entre países y regiones deben ser interpretados en el contexto de las tendencias globales, así como de un aumento del comercio internacional, que pone aún más presión sobre esta base de recursos. Por ejemplo, la disminución de las tierras de cultivo en Europa y su mejora en la perfomance y recuperación ambiental, son una consecuencia de la sustitución de la producción de forrajes de producción local, que fueron reemplazados por la importación de soja y harina de soja de América Latina. Y a todo ello, debemos sumarle, el estancamiento en la productividad mundial de los cultivos agrícolas (cereales y soja por ejemplo). A poco que se miren las proyecciones globales para las próximas décadas, aún incorporando en ellas, todo el conocimiento científico tecnológico actual logrado en la agricultura mundial, el mundo enfrenta un amesetamiento en la producción, que pone aún más presión.
Finalmente, la escala de lo que estamos enfrentando a veces nos hace perder la perspectiva. Existe un consenso científico en considerar que estas fuerzas están conduciendo al planeta a una nueva época, el Antropoceno como lo llamón Rocström (Nature 2009), en el cuál muchos de los sistemas terrestres y las fábricas de la vida de los ecosistemas están ahora siendo dominadas por las actividades humanas.
En varios sentidos ya, hemos superado los límites “soportables” del planeta. La tierra tiene fiebre. Y esta fiebre en varios sentidos tiene directa relación con el estilo de agricultura industrial que estamos impulsando. Al contrario de esta intensificación, lo que hay que hacer es “enfriar” el planeta. Varios de los factores que ya han superado su propia marca son el cambio climático global, la pérdida de biodiversidad (terrestre y marina), el cambio en el uso de los suelos, la polución química, las alteraciones en los ciclos del nitrógeno y el fósforo, la acidificación de los mares o el uso y disponibilidad de agua a nivel global. Hay otros, pero estos se vinculan directamente con el estilo de agricultura que el mundo lleva adelante. Pues bueno, a lo que “se ve” y ya alertado por científicos independientes en todo el orbe, debemos agregar lo que no se percibe claramente y que sin embargo, es valioso por su calidad y justamente también por su creciente escasez relativa.
Los Intangibles Ambientales
Ojos que no ven, corazón que no siente, pareciera ser el dicho para esta intensificación global. No obstante, la degradación de las mejores tierras agrícolas y los procesos vinculados a la sobreexplotación por sobreuso y particularmente en algunas regiones donde ciertas prácticas conservacionistas parecieran mostrarse con bondades importantes, soslayan el costo ambiental que incumben la no consideración vinculada a la degradación por pérdida de nutrientes que exportamos grano por grano y que se van dentro de nuestros barcos cerealeros (que he llamado suelo virtual), la sobreexplotación de nuestros acuíferos y cuerpos de agua, recursos hídricos que también son utilizados a costo cero (agua virtual) o la literal destrucción de ambientes enteros que redundan en la disminución de la biodiversidad.
Todos ellos, Intangibles Ambientales, que mientras el mundo comienza a valorizar día a día más, la Argentina parece hasta olvidar o siquiera considerar en toda su magnitud. Incluso, desde la más exacerbada lógica mercantilista, esta “escasez relativa” de lo que queda en términos ambientales, tiene más valor. Los Intangibles Ambientales o bienes o servicios ecosistémicos incorporados en los productos exportados, engrosan entonces el movimiento mundial de mercancías o bien son la base material en la cuál se sostienen o mediante las que es posible realizarlas. El “consumo” de estos materiales justamente no es contemplado en las cuentas de ganancias y pérdidas pero son un recurso que se mueve y transforma en el proceso productivo, sea desde la extracción, transformación, el transporte, la comercialización, el consumo y hasta el lugar final donde se colocan los residuos que demandan tierra u agua muchas veces, donde depositarlos.
En el caso de los suelos pampeanos y chaqueños esto es crucial. En ambos casos, con limitaciones más vinculadas a otros recursos como el agua en los segundos, la extracción de nutrientes se ha acelerado dramáticamente en los últimos años. Los “nutrientes” son los “billetes” de la Caja de Ahorros, natural, que tiene la Argentina. El vaciamiento de las Pampas se produce de la mano de la intensificación agrícola (agriculturización), que desplazo nuestro ganado hacia las tierras marginales del oeste, el norte y las islas del Delta (recordarán quemadas hace unos años para la llegada de una insostenible oleada de animales, que ahora se están ahogando y reclaman ser reubicados…). Las rotaciones agrícolo ganaderas de estas Pampas, dieron cuenta, en la corta historia agrícola de la Región, sobre la importancia de este manejo balanceado que permitía recuperación natural de estos nutrientes, con cada bosteada de nuestras vacas. El costo económico de lo que se tendría que haberse repuesto (o pagado por el sistema económico), en términos de nutrientes extraídos por cosecha en la Región Pampeana solamente para el período 1970 – 1999 alcanzó un valor de 13.000 millones de pesos (dólares en ese período). En esta década la intensificación se ha duplicado.
Hoy la propuesta de la agricultura industrial deviene de la mano, de la intensificación en el agregado de fertilizantes sintéticos, que coyunturalmente sí pueden ayudar a recuperar en algo lo perdido, pero que generan por el otro lado, lo que los científicos han puesto en alerta ya global, como las “cascadas” de nitrógeno y fósforo, un drama más serio aún por enfrentar, que los propios efectos de una economia del carbono (economía marrón) como la que tenemos.
La tecnología “atropella”. Y ¿quién se ocupa de los atropellados?
Algunos destacan a la década de los años noventa, como la década ganada para la Revolución de las Pampas, periodo donde se consolidó la etapa de cambio tecnológico, la ley de convertibilidad y la apertura económica y de los mercados granarios. Mientras aumentaban las cosechas, los agricultores incorporaban y se endeudaban detrás de la innovación tecnológica rural, la Argentina perdía tres establecimientos agropecuarios por día y dejaba un tendal de miles de familias rurales sin campos y sin casas.
Un grano, la soja, fue el orquestador de todo este proceso. El pack tecnológico de esta semilla transgénica asociada a un ya famoso herbicida, el glifosato y a una práctica de manejo conservacionista como la siembra directa encontró la coyuntura y el momento perfecto para lograr una transformación relevante del paisaje pampeano. Y lo logró.
Siguiendo la simplificación productiva, el país se olvidó la complejidad ambiental. Y los costos comenzaron a crecer rápidamente. La aparición de malezas tanto tolerantes como resistentes, el aumento en el uso de agroquímicos y fertilizantes que afectan a pueblos y ciudades, la deforestación son simplemente costos ambientales, externalidades, que pudieron preverse. Era sabido, pero igualmente se avanzó. “La tecnología atropella”, decía en esos tiempos, uno de los referentes del modelo agroindustrial argentino, frente a diputados y senadores en el marco de una fracasada iniciativa de Ley de Promoción de la Biotecnologia Moderna (que sólo beneficiaria a los criaderos internacionales). Por suerte, un experto convocado preguntó: “Pero, si la tecnología atropella, ¿quiere decir, que entonces tenemos atropellados?...
Y es así, una ciencia sin conciencia, queda más en manos de temerarios que de emprendedores. Y es allí donde está el principal reto social de este siglo para la agricultura argentina: Aprovechar el conocimiento integral y la mejor ciencia agrícola y ecológica y ordenar una propuesta sustentable en el uso de los recursos naturales, con la participación de todos los sectores.
Pero, ¿estamos cambiando?. A la luz de mirar lo que tenemos en esta nueva década pareciera que no. Hasta mediados del presente siglo, solo tres eventos transgénicos se habían liberado en la Argentina, en los cuales la soja RR era el descollante. Pero esto es el pasado. En esta nueva década, ya se liberaron 27 eventos y las nuevas sojas resistentes al glifosato, con características de aumento en la productividad y tolerancia también a lepidópteros (orugas), serán el leitmotiv de la nueva expansión, ahora, en el Norte Argentino, la nueva frontera agrícola. Tecnología “importada” pero esta vez, “desarrollada” en criaderos de semillas “nacionales”. Un enorme logro de la más importante compañía internacional de semillas transgénicas que mantendrá intactas sus posibilidades de captura de la renta de la agricultura nacional, a través del pago de las correspondientes regalías.
El Chaco Impenetrable…penetrado
Hace unos años, en la obra “El Chaco sin Bosques” (UNESCO 2009), científicos del GEPAM (UBA), se preguntaban simplemente sobre cómo funcionará el Chaco si se queda sin bosques…El resultado a través de la pampeanización, es decir, a la importación del modelo agrícola pampeano en otras ecorregiones de la Argentina y América Latina, dejaba entrever una serie de costos ecológicos y sociales que iban desde una enorme pérdida de biodiversidad, relictos invalorables como el Bosque de Tres Quebrachos o desplazamiento y transculturización importante de etnias que hacía poco comenzaban a ser revalorizadas, luego de centurias de ostracismo. La competencia por la tierra, antes sin valor, comienza a presionar sobre los paisanos afincados en el lugar y sobre los pueblos originarios. Lo que la dictadura militar no pudo, con su recordado slogan “Chaco Puede” de los años setenta y a todo lo que ello conllevó, apuntando a la “modernización” del Chaco, lo está pudiendo la demanda global, el cambio tecnológico propuesto, la permisividad estatal y la demanda sin control por el acceso a las tierras para hacer agricultura de exportación, los conocidos cashcrops” con renta y beneficios en general hacia agricultores y capitales “extranjeros” (de otras ecoregiones como la Pampa o directamente fondos de pooles de siembra y capitales del exterior).
Poco queda en el Chaco y sus gentes de estos beneficios más allá de la transformación de un área cuyo abolengo no es justamente convertirse en una planicie sin árboles. Dejar el Chaco sin árboles, amigo lector, es como dejar sus manos sin piel y exponerlas al sol. Sólo medite al respecto.
¡Ni una hectárea más!...de bosques.
Argentina sancionó, luego de un batallar incesante de los movimientos sociales, la Ley Nº 26.331/07, conocida como Ley de Bosques, reglamentada en el año 2009. Ciertamente esta Ley necesita la adhesión de las provincias a través de su legislación.
En términos generales, se identifican tres áreas, una primera, roja, que establece categorías “intocables”, una segunda categoría o amarilla que propone un manejo especial bajo masa boscosa y una tercera donde se permitirían desmontes parciales con franjas de manejo para la integración de parches.
En el caso del Chaco por ejemplo, la Ley es la Nº 6.409 (2009). Se determina así que en la Categoría I – Rojo de alto valor para la conservación encuadrarían por lo menos 501.900 hectáreas y en la Categoria II para manejo agrosilvopastoril alrededor de 3.100.000 hectáreas. Luego en la categoría III para manejo agropecuario y desmonte parcial quedarían 1.500.000 hectáreas.
Las demás provincias chaqueñas, también han implementado sus leyes de bosques, sin haber logrado aún en el territorio una confirmación de la desaceleración de la transformación del bosque en soja a pesar de los esfuerzos realizados.
Mientras en los años ochenta, la superficie cubierta por los bosques nativos alcanzaba los 5.500.000 hectáreas en la provincia del Chaco, en la actualidad esa superficie podría verse reducida en más de 1.000.000. Algunos guarismos hablan de unas 3,6 millones remanentes. Más allá del número final y exacto, lo que sigue siendo claro, es que en las provincias chaqueñas (Chaco, Formosa, Salta), le deforestación lisa y llana para la producción granaría sigue expandiéndose, incluso bajo el escenario ilegal, lo que ameritaría a una ingente suma de esfuerzos públicos y privados para el control de prácticas dañinas para todos.
Desacoplando impactos
Cuando más de veinte años atrás, se proponía desde la revolución biotecnológica su implementación derivada de sus grandes bondades, uno de los fuertes argumentos que ella sostenía, residía en su importancia en tanto elemento tecnológico que disminuiría la presión sobre los espacios vírgenes y por tanto la deforestación y otros beneficios vinculados a la protección de la biodiversidad. Una falacia que a la luz actual ha sido contrastada con una realidad nacional y global que sigue demandando tierras y espacios para sostener una producción creciente y con impactos ambientales importantes.
El camino de la intensificación de la agricultura sin sustentabilidad ambiental es un camino con final cierto. Una fuerte afectación no sólo a los humanos sino a sus generaciones futuras y a las otras especies y ecosistemas.
Pero el conocimiento científico y tecnológico, integrado al saber y la participación social, tiene múltiples e interesantes oportunidades para lograr un porvenir mejor y más armónico utilizando los recursos finitos de que disponemos.
El desacople del bienestar humano y su crecimiento y mejora, de los impactos ambientales negativos y de la demanda creciente de recursos aplicado a la agricultura es posible y para ello la implementación de una visión de mediano plazo donde la mejor ciencia y tecnología puedan implementarse en beneficio del bien común (lo primero es la comida!), es una obligación que los Estados no pueden dejar en manos de las empresas, más allá de lo altruistas que estas pudieran mostrarse. Los objetivos son diferentes.
Para ordenar esto entonces, las prácticas agrícolas deberán cambiar paulatina pero constantemente y reorientarse hacia modelos más sostenibles de agricultura que incorporen ampliamente saberes y procesos desde las bases mismas del conocimiento y el manejo ecológico de los agroecosistemas hasta lo mejor y demostrable científicamente de la agronomía más moderna, que tanto necesita nuestro país y la humanidad.
Walter A. Pengue es Profesor Titular de Ecología de la UNGS, Director del Programa de Economía Ecológica (GEPAMA UBA) y Miembro Científico del Panel de los Recursos del PNUMA.
Fuentes utilizadas:
Área de Ecología-UNGS, PNUMA, UNESCO, FAO, GEPAMA, UBA, UNLP.