La organización política de la inseguridad alimentaria

"No podemos enfrentar este modelo globalizado de alimentación sin partir de los daños y las preocupaciones de la gente que se expresan en el miedo por lo que comemos. La inseguridad alimentaria, aquí y ahora, es obesidad, comida basura, incertidumbre por los ingredientes alimentarios y por el proceso de producción."

Desde las necesidades alimentarias de la población

No podemos enfrentar este modelo globalizado de alimentación sin partir de los daños y las preocupaciones de la gente que se expresan en el miedo por lo que comemos. La inseguridad alimentaria, aquí y ahora, es obesidad, comida basura, incertidumbre por los ingredientes alimentarios y por el proceso de producción. Si no partimos de los problemas cotidianos de la gente es imposible la comunicación de algo más.

Pero hay que problematizar esa necesidad: ¿porqué crece la inseguridad alimentaria en un medio teóricamente garante de dicha seguridad?. Es imprescindible mostrar los límites de preocuparse sólo por la necesidad individual, sin que importe resolverla desde el mismo mercado y las mismas reglas del juego que han creado dicha necesidad. Es preciso trascender las propias necesidades, tal como se presentan, mostrando la lógica social que las produce.

La inseguridad alimentaria no es individual y particular, sino que es social y general. Para superar los estrechos límites individuales, hay que mostrar la contradicción entre las soluciones particulares que obvian las carencias y la explotación de los demás, vinculando el hambre y la comida basura con nuestro consumismo irracional, verdadero motor de la producción y distribución global de alimentos. Este es un salto teórico, ético y político. Pero debe ser también práctico.

La inseguridad alimentaria está vinculada a una forma de producción, que necesita formas de distribución y consumo acordes con ella. La resolución de los problemas de la gente está hoy supeditada al crecimiento de una sustancia abstracta, el capital. Los alimentos son mercancías cuya existencia no se explica tanto por cubrir necesidades, ya que la mayoría de ellas son superfluas, como por producir beneficios para el capital. El sistema alimentario global proporciona falsas soluciones para evitar que, ante los problemas crecientes, se organicen soluciones que apunten a las verdaderas causas. Por eso, ante la inseguridad alimentaria, se desarrolla la trazabilidad. Ante la desigualdad que genera el comercio global, se propone más comercio global, como solución para el desarrollo del subdesarrollo producido por dicho comercio global. Ante los escándalos alimentarios se desarrollan, en nombre del consumo consciente, diversas alternativas de producción, etiquetadas como “productos ecológicos” o “productos de comercio justo”, que proporcionan un segmento de mercado más exclusivo para la buena conciencia individual, que declina la organización del enfrentamiento con la forma de producción industrial dominante y las formas de poder que la hacen posible.

De lo individual a lo relacional; de lo microcomunitario a lo social

Primero es el salto a la conciencia, después el salto a la práctica. Aunque el origen de la necesidad es individual, ésta no puede satisfacerse individualmente para todo el mundo. El Corte Inglés vende productos ecológicos. Algunas grandes superficies empiezan a introducir productos ecológicos en sus estanterías. Pero eso no es agroecología ni consumo responsable, es individualismo “verde” de mercado. La necesidad insatisfecha es producto de un sistema de relaciones de poder y subordinación ocultas. El individuo de mercado vive en una sociedad de mercado y, con su consentimiento práctico, legitima una democracia de mercado. Sin transformar la relación social en la que está inmersa la producción de alimentos, sólo hay salidas individuales y microcomunitarias que aparentan estar fuera de la lógica dominante. La apuesta debe trascender los límites del microgrupo y promover una transformación a mayor escala.

Hay que sobrepasar el espacio individual y microcomunitario. Producir, comprar y consumir de forma colectiva, sin plantearse la lógica social dominante, nos convierte en islas puras y narcisistas. Fomenta la ilusión de que todo es posible dependiendo de la ética individual. La voluntad individual es totalmente necesaria para sortear el hiperpoliticismo estatalista y la esquizofrenia productor-consumidor de la vieja izquierda. Pero sin un salto de la conciencia individual a la conciencia social, sustentado en un movimiento popular constituyente, la voluntad y la ética individualista, empieza y termina en sí misma y acaba embelleciendo el sistema.

De lo pequeño a lo grande

Es necesario un salto desde las pequeñas experiencias con conciencia política, militancia, autofinanciación y apoyo mutuo. Un salto con fuerza propia y desde abajo, porque no hay saltos en el vacío. Necesitamos crear muchos pequeños proyectos en colaboración, para crecer y trascender una lógica social competitiva, individualista, que también está dentro de los movimientos sociales. La concepción: “Mi proyecto es el más anticapitalista de todos y debe extenderse y replicarse”, es una muestra de narcisismo microcomunitario porque la sociedad es muy conservadora y no hay atajos. Los atajos se revelan como el salto de la autogestión a la subvención. El poder está mirando quién es susceptible, incluso con el lenguaje más alternativo y anticapitalista, de ser cooptado. Ninguna experiencia es el resumen de todas ni representa a todas las formas posibles de interrumpir la globalización aquí y ahora. Más bien, es al contrario. Ayudarse entre diversos proyectos permite llegar a distintas sensibilidades que no son recogidas en cada uno de los modelos. Pero el que es más generoso y apuesta por el espacio común, es convertido en enemigo por los que buscan los atajos. Atajo quiere decir saltarse el proceso necesario de acumular fuerza desde la cooperación.

Transformar las formas de producir y consumir alimentos es un reto que requiere: a) una teoría y una práctica libres del doble lenguaje de la socialdemocracia; b) relaciones bilaterales, directas y equivalentes, entre consumidores responsables organizados de las ciudades y agricultores profesionales agroecológicos, también organizados en el campo; c) la proliferación de iniciativas –urbanas y rurales- compenetradas y en diálogo transversal con otros movimientos sociales; d) después de esa dinámica y no antes, unidad de acción con la izquierda, que es el PSOE y su peligrosísimo entramado asociativo clientelar; e) escrupulosa autonomía política respecto al mercado y al estado.

Del campo a la ciudad y de la ciudad al campo

No es posible detener la destrucción del campesinado y de la naturaleza, sin construir una nueva relación entre el campo y la ciudad, que cuestione un modelo modernizador que entrega el mando al beneficio privado y a la tecnología. El horizonte tiene que ser la vuelta al campo y a la producción agroecológica. Pero ese horizonte ni es inmediato, ya que se han roto las raíces culturales campesinas, ni puede hacerse por imposición porque tiene que partir del deseo de la gente. La construcción de numerosas experiencias de autonomía y cooperación entre productores agroecológicos y consumidores responsables, es un camino por explorar. Creer que eliminando de nuestro lenguaje la dicotomía productor-consumidor o fundiendo, en un único espacio verbal a productores y consumidores, se disuelve la fractura construida durante siglos entre campo-ciudad, es una fantasía.

El enfrentamiento entre el campo y la ciudad desarrollada por el mercado, exige reconocer que existen distintas realidades, necesidades e intereses, promover el diálogo sobre las mismas y buscar el acuerdo sobre las condiciones de intercambio y compra-venta de los alimentos (o del trabajo en algunas versiones), siendo conscientes de las dificultades de cada parte y comprometiéndose a resolverlas mediante el diálogo.

Tenemos que estar prevenidos porque, aunque formulemos estos deseos y pongamos los medios, hay una tendencia social a instrumentalizar a la otra parte para el propio beneficio. De un lado: es más fácil colocar un producto que el mercado no ‘traga’ a través de las redes de consumidores solidarios. Es bueno “contar con la solidaridad y la entrega de redes de consumidores” cuando uno está empezando, para luego olvidarse de los acuerdos, una vez que la producción está en marcha. Del otro lado: en la teoría, defender la fidelidad al productor con el que hay una relación prolongada y compromisos estables de compra, pero, en la práctica, y ante una mala cosecha, antes de hablar sobre soluciones compartidas (alimentos para unos y compensación de la pérdida para otros) y llegar a ellas de forma dialogada, se busca un contacto alternativo y se “deja tirado” al productor o mermada la compra que tenía prevista con nosotros. Reclamar el compromiso del productor, pero no querer asumir la responsabilidad que conlleva. El compromiso colectivo de las redes de consumo para que sea verdadero y no sólo una declaración de intenciones, exige trabajar, en la práctica, e internamente, en cada grupo, nuestros comportamientos individualistas. Pero esto implica salirse del “buen rollito” y entrar en el riesgo de señalar los comportamientos dañinos, disfrazados de libertad individual, para que sean corregidos colectivamente y considerados por todos como contrarios al consumo responsable que defendemos.

De lo particular a lo general

Existen multitud de dinámicas de resistencia autoorganizada frente a los daños de la alimentación globalizada. Pero sus palabras se limitan, frecuentemente, a reivindicar el interés particular lesionado.

Esta limitación explica, por ejemplo justificar la extensión de los productos ecológicos o de comercio justo a través de las grandes superficies como medio para ampliar el consumo de las formas “alternativas” y “solidarias” de producción, cuando lo hacen sobre la base del mismo modelo de distribución y consumo. Otro ejemplo es la unidad de un sector de la producción agrícola (por ejemplo la fresa o los cultivos hortícolas bajo plástico) donde pequeños productores, ante las presiones de competitividad del “mercado”, que no son otra cosa que las imposiciones de los grandes, unifican su respuesta en una única dirección: contra los derechos de l@s trabajador@s, cuanto más indefensos mejor.

Al satisfacer las reivindicaciones parciales, el gran capital elimina obstáculos e impide la unificación de sus víctimas, en este caso, las pequeñas explotaciones agrarias y l@s trabajador@s. Asume el coste económico de reducir los núcleos resistentes, pero obtiene un beneficio político al desactivar un referente para la lucha de otros núcleos. La dispersión es la garantía de la derrota. El gasto en la cooptación o desactivación de luchas, es una inversión para el capital.

La agroecología y el consumo responsable, como componente de un movimiento popular contra la globalización, la Europa del Capital y la Guerra.

Desde la relación agroecología campesina-consumo responsable, luchar contra la inseguridad alimentaria es también oponerse a la contaminación y destrucción ecológicas, a la pérdida de autonomía de los pueblos en el control de los recursos para su propia alimentación, al crecimiento económico fundado en las condiciones de trabajo precarias, explotadoras y homicidas.

Crear las condiciones para el desarrollo de una soberanía alimentaria popular implica asumir nuestra responsabilidad frente a la forma actual de alimentación y promover una alianza estratégica entre productor@s del campo y consumidor@s de las ciudades. La seguridad alimentaria resultante consistirá, no sólo en la necesidad de comer alimentos sanos y en la capacidad para organizar su producción, distribución y consumo, sino también, en el dialogo con las necesidades de tod@s en múltiples direcciones: campo-ciudad; campesin@s-consumidor@s; autócton@s-inmigrantes; Sur-Norte; naturaleza-especie humana, producción-cuidados, etc.

Una soberanía alimentaria popular necesita articular la cooperación y el diálogo entre redes de campesinos agroecológicos y redes de consumo responsable en las ciudades. Estas redes no deben limitarse a resolver sus propias necesidades. Si lo hacen, el poder les cooptará para sofocar el potencial movimiento asociativo. Para evitarlo, deben tener la voluntad de sumar a otras redes constituyéndose en movimiento social y vinculándose con otros movimientos sociales. Sólo así podrán superar la subordinación del campo a la ciudad, de los pueblos del sur a los del norte y de todos a la lógica del capital global, propulsada por sus multinacionales, sus instituciones y sus políticos e intelectuales a sueldo.

Esta actividad no será posible sin un potente movimiento social a favor de la agroecología y el consumo responsable cuyos principios se basen en: a) la defensa del consumo local y la distribución en circuitos cortos; b) la alianza entre redes de consumidor@s responsables de las ciudades y productor@s agroecológic@s rurales; c) la investigación, el conocimiento y la difusión de los daños de la globalización en la comida, la salud, el trabajo, la vida y el conjunto de relaciones sociales; d) la capacidad para sobreponerse al control que la red clientelar de la izquierda “alterglobalizadora” ejerce sobre los movimientos sociales. Hay que crear, en barrios y pueblos, grupos de consumo autogestionados que se coordinen y constituyan redes de distribución de alimentos de productores agroecológicos y se planteen, además de su legítimo derecho a una alimentación saludable, el enfrentamiento con la causa del hambre y la comida basura: las multinacionales y los gobiernos globalizadores de izquierda y de derecha.

Un movimiento popular que integre las luchas contra todos los daños que la globalización produce, debe contener un movimiento de consumidor@s agroecológic@s. Esta apuesta es más necesaria que nunca en una coyuntura como la actual, en la que el PSOE en el Gobierno quiere la interlocución con el sector de producción y alimentación ecológica con el fin de legitimar un Plan Estratégico de agricultura ecológica “alterglobalizada” para consumidor@s ecoyuppies, que conviva con la desnutrición en los países pobres y la comida transgénica para la mayoría.

Quienes apostamos por una agricultura ecológica y un consumo responsable enfrentados con los daños de la globalización alimentaria, necesitamos cooperar entre nosotros. Las organizaciones más grandes y con vocación de interlocución institucional, sometidas a fuertes presiones económicas y de cooptación desde las instituciones, para defender lo mejor de sí mismas, necesitan cooperar con los colectivos y redes cuya actividad y discurso está fuera de esas lógicas. Ocultar las dinámicas mercantiles y de poder que les atraviesan, es un acto de represión interior, que se externaliza mediante la represión de quienes optan por mantenerse fieles a las palabras que se pronuncian. A su vez, los grupos de consumo agroecológico autogestionados necesitamos de las organizaciones grandes para extender la cultura de la agroecología y el consumo responsable a capas sociales más amplias. También las necesitamos para superar las pulsiones sectarias y narcisistas que, tras la máscara de una militancia de ratos libres y del derecho a la pereza, convierten a veces nuestros proyectos en guetos voluntarios y en una tortura para quienes, en el campo, se la juegan produciendo alimentos ecológicos y caen en manos de compradores que, en la ciudad, reclaman el derecho a la pereza (la propia, no la de todos). Para que esta pluralidad sea productiva, necesitamos reconocer esta diversidad y fomentar la alianza con las organizaciones de productores ecológicos que defienden esta relación directa y de apoyo mutuo. Nosotros aceptamos dicha pluralidad. Sin embargo, en algunas de las organizaciones más grandes y en las burocracias que controlan la representación de las ONGs ecologistas, ávidas de atajos para salir de la “marginalidad”, se practica la exclusión de quien discrepa de las políticas de “unidad de la izquierda” en torno al PSOE [1] .

Estas actitudes deben ser superadas. Necesitamos mirar hacia delante y unir todo lo que pueda ser unido frente al enemigo principal: las políticas que ponen el derecho a una alimentación sana y suficiente en manos de las multinacionales, la agricultura industrial y el “libre comercio”. Esa negación no puede avanzar sin la afirmación simultánea de un movimiento social en defensa de la agroecología y el consumo responsable como modelo de una agricultura sostenible, basada en la seguridad y la soberanía alimentaria, el respeto a la naturaleza y las relaciones sociales justas y pacíficas.

Fuente: “Agroecología y Consumo Responsable. Teoría y práctica” VVAA. Ed. Kehaceres. Madrid, 2006. Páginas 107-113. Puedes encontrarlo en la Librería Asociativa CAES. C/Atocha, 91 2º 28012-Madrid.

Para ver la totalidad de documentos producidos por el Area de Agroecología y Consumo Responsable del Movimiento contra la Europa del Capital, la Globalización y la Guerra durante la III Presidencia Española de la UE ver aquí

Para ver la campaña actual durante la IV Presidencia ver aquí

[1] Ver aquí

Fuente: La Garbancita Ecológica

Temas: Sistema alimentario mundial

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