La concentración de poder en el sector agrario y alimenticio

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Unas pocas empresas dominan el mercado agrario y alimenticio. Heike Moldenhauer, de la organización ecologista BUND, explica las tendencias actuales en esta exhaustiva entrevista.

La compañía química alemana Bayer planea adquirir Monsanto, fabricante estadounidense de semillas. Esta es solo una de las fusiones actualmente proyectadas o ya concretadas en la industria agrícola o alimentaria. Ya hay críticas que alertan sobre un control del mercado global de agroproductos y alimentos por parte de unas pocas empresas transnacionales. ¿Opina que esta advertencia está justificada? ¿Qué consecuencias pueden tener estas megafusiones para la producción agrícola mundial y la seguridad alimentaria?

Si las autoridades antimonopolio de Estados Unidos y la Unión Europea, que tienen un rol decisivo, dan luz verde para que Monsanto pase a manos de Bayer, tres corporaciones controlarán más de 60% del mercado mundial de semillas comerciales y agroquímicos. Con DuPont-Dow, ChemChina-Syngenta y Bayer-Monsanto, siendo este último –por lejos– la más grande corporación, surgirán en el sector agrícola tres conglomerados con un enorme poder de mercado. Este poder de mercado redundará en una menor competencia: unas pocas corporaciones estarán en mejores condiciones que nunca para imponer productos, precios y calidades. Esto significa menos opciones para los agricultores y menos diversidad en los campos. Además, la falta de competencia va en desmedro del impulso innovador.

Incluso podría acelerarse la ya dramática pérdida de biodiversidad provocada por la agricultura industrializada, pues estas tres corporaciones se basan en un modelo agrícola que apuesta a un constante aumento de la productividad y a la explotación de superficies cada vez mayores y, para lograr esto, incentiva los monocultivos y el uso intensivo de pesticidas y plantas genéticamente modificadas.

Pero lo que despierta la máxima preocupación es que los tres conglomerados, al manejar las semillas, poseen el sector clave por excelencia de la producción agrícola y la seguridad alimentaria; solamente Bayer-Monsanto se adueñará de un tercio del mercado global de semillas comerciales. El control de las semillas conlleva el control de un mercado más importante que ningún otro y que siempre existirá: los seres humanos tienen que comer. Se dice que «quien tiene la semilla, tiene el poder». Quien cuenta con semillas y material genético y se asegura ambos con una patente, obtiene el control de la agricultura, la producción de alimentos, los medios de subsistencia, la alimentación del mundo.

¿Cómo describiría los efectos que tendrá en el Sur global esta concentración de poder de mercado en los productores agrícolas?

Las concentraciones son un ataque directo a la soberanía alimentaria en el hemisferio sur. Hasta ahora se comercializa solo 20% de las semillas utilizadas en el mundo; 80% proviene de la conservación de semillas por parte de los agricultores, especialmente en Asia y África. Como los mercados agrícolas en América del Sur, América del Norte y Europa están mayormente saturados, es especialmente en el Sur global donde puede haber crecimiento y expansión. Lo que las corporaciones de la agroindustria están intentando ahora es acceder al 80% de las semillas no sujetas todavía a uso comercial. En otras palabras: los tres grandes multinacionales intentarán imponer a los pequeños agricultores un régimen comercial que buscará destruir estos sistemas de semillas que frecuentemente funcionan bien y están bien adaptados a cada realidad local.

Estas fusiones ¿influyen también en la difusión y aplicación de tecnología digital en la agricultura? Si es así, ¿de qué manera?

Eso es muy probable. En la actualidad, todas las grandes empresas especializadas en agroquímicos y semillas están creando un nuevo nicho de negocios: la «agricultura digital». En tal sentido, Bayer y Monsanto han adquirido últimamente, cada una por su cuenta, empresas del ámbito de los big data y del precision farming con el fin de acceder, por ejemplo, a información de alta precisión sobre el clima y las condiciones meteorológicas, a datos sobre calidad de suelos y plagas. Su objetivo es, en el futuro, ofrecer a los agricultores no solo semillas y pesticidas, sino también tecnología digital con la cual podrán incrementar sus rendimientos y, por ejemplo, hacer una selección más precisa de sus pesticidas. Obviamente, de lo que se trata aquí es de hacer más fuerte el lazo que una a los agricultores con una cantidad mayor de productos de una empresa transnacional.

Como la aplicación de tecnología digital solo vale la pena en grandes superficies y requiere mucha inversión, forzará la explotación de campos cada vez más grandes a cargo de cada vez menos agricultores. Esto significa, a su vez, que este impulso innovador digital seguirá presionando a los pequeños agricultores y sus estructuras productivas. Los cultivos cada vez más industrializados destinados al mercado mundial podrían hacer retroceder todavía más la producción de alimentos para las poblaciones locales.

¿Qué importancia tiene el predominio de unos pocos corporaciones grandes para la transformación socio-ecológica del sector agrícola que es necesaria, por ejemplo, para poner en práctica los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) o el Acuerdo de París sobre el clima?

Si hay alguien que no tiene ningún interés en la transformación socio-ecológica del sector agrícola, esos son las grandes corporaciones agroindustriales. El motivo es que esa transformación pondría en peligro no solamente su actual modelo comercial, sino también la continuidad misma de las empresas. A pesar de las falsas declaraciones, lo que estos persiguen no es terminar con el hambre en el mundo ni ayudar a los pequeños agricultores en el Sur global. Las empresas transnacionales que obtienen sus ganancias esencialmente con pesticidas sintéticos y semillas patentadas harán lo posible para consolidar la actual agricultura industrial. Para poder seguir haciendo lo mismo que han hecho hasta ahora, intentarán transformar su influencia económica en influencia política.

Los mega-corporaciones quieren imponer su modelo agrícola también en los países del Sur global. Para ello, necesariamente destruirán las efectivas formas de producción de los pequeños agricultores. Así, su predominio representa un peligro para la soberanía alimentaria. Con sus ansias de poder esquivan el ODS número 2, que tiene como meta terminar con el hambre, menoscabando el derecho a la alimentación.

¿Qué postura deberían adoptar, en su opinión, las autoridades políticas en todo el mundo ante esta concentración de poder de mercado en manos de unas pocas empresas transnacionales?

Las fusiones en el sector agrícola muestran hasta qué punto fracasan las leyes vigentes que reglamentan las fusiones de empresas. A escala global, no existe coordinación en política de defensa de la competencia, ni existen instrumentos para limitar el poder de las grandes corporaciones. Para que esto cambie, deberían considerarse los efectos de las fusiones no solo para los distintos continentes (por ejemplo, América o Europa) y países (por ejemplo, Brasil o la India) y las distintas divisiones de negocios, como agroquímicos y semillas, sino también en su conjunto. Las cuotas de mercado deberán ser siempre transparentes en el futuro, como también otros indicadores de poder de mercado, tales como patentes, el gasto de lobby, la propiedad y estructura de la empresa. Ninguna empresa debe poseer simultáneamente cuotas de mercado relevantes en semillas, recursos genéticos, pesticidas y datos agrícolas.

Las autoridades de defensa de la competencia deberían poder prohibir en un futuro la fusión para cualquier empresa que sobrepase el 20% –en lugar del actual 40%– de la cuota de mercado. Ante un plan de fusión, también debería evaluarse siempre el impacto sobre los proveedores, sobre los derechos humanos y laborales, y sobre el medio ambiente.

La legislación de defensa de la competencia debe elaborarse de tal modo que a largo plazo no puedan producirse tales concentraciones y puedan revertirse las que ya existan.

Heike Moldenhauer es jefa de Ingeniería Genética de Bund für Umwelt und Naturschutz Deutschland (BUND), una organización no gubernamental dedicada a la preservación de la naturaleza y el cuidado del medio ambiente.

Traducción: Carlos Díaz Rocca

Fuente: Nueva Sociedad

Temas: Corporaciones, Sistema alimentario mundial

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