Hidroeléctricas en Amazonas vuelven a ser centro de atención
Tras una década sin nuevos proyectos, el gobierno brasileño autoriza el estudio de grandes centrales y reaviva el debate sobre la generación de energía limpia.
Por Fernanda Wenzel, Naira Hofmeister, Pedro Papini y Bettina Gehm*
Luego de casi diez años sin licitar nuevos proyectos hidroeléctricos medianos o grandes en Brasil, en enero, el gobierno federal reveló que había vuelto a estudiar la construcción de tres grandes centrales en la cuenca del río Tapajós, en el noroeste de Pará, en una de las zonas más preservadas en el Amazonas. “No hubo una conversación previa o un anuncio al mercado. Fue realmente una sorpresa”, garantiza Roberto Kishinami, del Instituto Clima e Sociedade (ICS), una organización sin fines de lucro que lucha por la justicia climática.
La posibilidad de retomar la construcción de proyectos de esta envergadura en la mayor selva tropical del planeta salta a la palestra en un año electoral en el que es difícil ignorar el debate sobre el cambio climático, en el país que el año pasado vivió la peor sequía en más de cien años — un fenómeno potenciado por el calentamiento global, un problema para el cual la preservación de la Amazonía es parte de la solución.
Las centrales Jamanxim (881 megavatios), Cachoeira do Caí (802 MW) y Cachoeira dos Patos (528 MW), cuyo análisis volvió a la agenda en Brasilia, surgen de un ambicioso proyecto para construir el mayor complejo hidroeléctrico del país, que también incluye a los gigantes São Luiz do Tapajós (8.040 MW) y Jatobá (1.650 MW). La idea fracasó en 2016 debido a la enorme escala de los impactos en las tierras indígenas de la región.
Por lo tanto, el anuncio giraba en torno a fantasmas que parecían estar en el pasado. "En el siglo XXI, tenemos que buscar alternativas para generar energía", dice Juvêncio Cardoso, maestro en ciencias ambientales de la Universidad Federal de Amazonas y profesor de la Tierra Indígena Alto Rio Negro, en el estado de Amazonas, cerrar hasta la frontera con Colombia.
“Las represas cambian el curso natural del agua, impactando la biodiversidad, la población de peces y la vida de los pueblos de la Amazonía”, completa Cardoso, líder del pueblo Baniwa.
"La experiencia de los pueblos del Xingu es que una hidroeléctrica en la Amazonía no funciona. No trae desarrollo y no es sostenible", coincide la activista Antônia Melo, que fue desalojada en 2014 de su casa en Altamira, en el norte de Pará, cuando se construyó la hidroeléctrica de Belo Monte.
Inaugurado en 2016 por la entonces presidenta Dilma Rousseff, Belo Monte marcó el final de un ciclo de construcción de grandes represas hidroeléctricas en la Amazonía, iniciado unos años antes por su antecesor y correligionario Luiz Inácio Lula da Silva. Su construcción estuvo marcada por graves impactos socioambientales que llevaron a una denuncia de la Organización de los Estados Americanos contra el gobierno brasileño. Las familias ribereñas fueron desalojadas por la fuerza de sus tierras, y los indígenas de la región de Volta Grande do Xingu, que alberga varios territorios protegidos, vieron drásticamente alterada su forma de vida por la reducción del nivel del río. En los centros urbanos de la región, la falta de planificación para recibir un ejército de 25 mil trabajadores catapultó los indicadores de violencia, especialmente contra las mujeres.
Belo Monte también ha sido blanco de cientos de demandas e investigaciones por corrupción, un balance tan negativo que ayudó a enterrar el debate sobre nuevas represas en la Amazonía, al menos hasta enero.
“La máxima era: energía hidroeléctrica en la Amazonía, ni modo”, admite Luiz Eduardo Barata, quien entre 2016 y 2020 fue director del Operador Nacional del Sistema Eléctrico (ONS), el organismo que coordina la generación y transmisión de energía eléctrica en el país.
Decenas de centrales hidroeléctricas operan en la Amazonía
Una investigación de Diálogo Chino basado en datos de la Agencia Nacional de Energía Eléctrica (Aneel) indica que, además de las 32 centrales hidroeléctricas en operación en la Amazonía, hay 31 centrales en alguna etapa de planificación. Otros 57 puntos de la región ya han sido evaluados como altamente prometedores en términos de potencial energético y pueden albergar en el futuro nuevas centrales hidroeléctricas del país. Estos son proyectos que pueden o no llegar a buen término, dependiendo de los estudios de factibilidad, el interés de los inversionistas y la voluntad política.
Entre los inversionistas privados, hay signos de resistencia, precisamente por el daño a la imagen que puede causar un proyecto como Belo Monte. “Difícilmente un banco o una empresa privada se expondría con emprendimientos de esta naturaleza, porque ya hay un debate acumulado sobre el papel del capital en la preservación de la Amazonía”, observa Kishinami, del ICS.
Capital chino impulsa hidroeléctricas
A pesar de la creciente cautela empresarial, todavía hay fuertes inversiones en plantas hidroeléctricas en la Amazonía provenientes de Brasil y del exterior, como Portugal, España, Canadá, Alemania, Italia y Francia. Las empresas chinas tienen inversiones en seis de las 63 plantas que ya están operando o están planificadas, según muestra la encuesta. El interés chino en el sector energético brasileño venía creciendo, pero la pandemia frenó el negocio, que ahora puede recalentarse.
Un ejemplo viene de Rondônia, donde se reanuda una negociación, estancada desde 2019, para la adquisición de la hidroeléctrica Santo Antônio, en el río Madeira, por parte de la Chinese State Power Investment Corporation (Spic). La información fue proporcionada por el presidente de la Cámara de Comercio Brasil-China, Charles Andrew Tang. “Se ha vuelto mucho más difícil viajar y el contacto visual es importante. Pero hay una segunda razón para el ritmo más lento de los negocios. El gobierno no ha sido más amigable con los chinos”, apunta el ejecutivo sobre la indisposición del gobierno de Bolsonaro hacia China.
El historial de los dos principales candidatos a las elecciones de 2022 indica que ambos pueden apostar por el modelo, que parecía olvidado. El actual presidente Jair Bolsonaro, que ha estado bajo el escrutinio internacional debido a las tasas récord de deforestación en la Amazonía y el desmantelamiento de las agencias ambientales, dio el primer paso y reanudó el debate sobre el potencial hidroeléctrico de la región. “Además de destruir todo, este gobierno está anunciando más plantas en la Amazonía”, se rebela Antônia Melo.
Su principal oponente, Lula, que aparece primero en las encuestas, fue el responsable de empezar a construir grandes represas hidroeléctricas en la selva. Un movimiento que, a juicio de los analistas, puede retomarse como parte de una estrategia para impulsar la economía, especialmente ante la reciente crisis que ha llevado a miles de brasileños a la miseria. “El proyecto de las grandes hidroeléctricas en la Amazonía no solo no terminó, sino que sospecho que podría volver aún más grande en un eventual gobierno de Lula”, apuesta Kishinami.
“Las hidroeléctricas movilizan mucho capital, y es bueno que un gobierno diga que está inaugurando la segunda o tercera hidroeléctrica más grande del mundo”, observa Roberto Schaeffer, profesor de planificación energética de la Universidad Federal de Río de Janeiro. (UFRJ).
El problema es que la Amazonía brasileña tiene pésimas condiciones para la construcción de plantas, no solo por los impactos socioambientales inherentes a un gran proyecto en medio de la selva tropical, sino también porque, como la región es muy plana, cualquier reservorio requiere inundación de grandes áreas.
“El impacto socioambiental de la hidroeléctrica es incomparable a cualquier otro tipo de energía”, dice Philip Fearnside, investigador del Inpa, instituto de investigación de la Amazonía, y estudioso del tema. Entre los principales impactos ambientales de las centrales hidroeléctricas se encuentra la emisión de gas metano, resultado de la descomposición de los restos de troncos y plantas que se encuentran en el fondo de los embalses.
Debido a este efecto adverso, algunas centrales hidroeléctricas, como Balbina, en Amazonas, se han vuelto más contaminantes que la propia central termoeléctrica a carbón. "El mito de la hidroeléctrica como fuente de baja emisión se derrumba", dice Gustavo Pinheiro, del ICS.
El cambio climático es decisivo
Los mismos cambios climáticos que refuerzan la importancia de mantener la selva en pie y, por lo tanto, desalientan las grandes obras de infraestructura en la Amazonía, cuestionan la viabilidad de las propias centrales hidroeléctricas, al imponer sequías cada vez más frecuentes y prolongadas en Brasil.
Sin lluvia no hay agua para hacer girar las turbinas y generar energía, especialmente en las llamadas centrales hidroeléctricas de pasada, aquellas que no cuentan con un reservorio para acumular agua para la época seca, o en las que este reservorio está muy pequeña. Este es el caso de Belo Monte, proyectada como la hidroeléctrica con mayor capacidad de generación eléctrica del país, con 11.233 MW. Sin embargo, llegó a operar con solo la mitad de las 18 turbinas en los meses secos, generando, según el ONS, menos de 400 MW por mes, el 3% de su capacidad.
Considerando el promedio mensual de los últimos cinco años, Belo Monte operó, aún según el ONS, con apenas el 24% de su capacidad, problema que afecta a otras plantas en la Amazonía. En la hidroeléctrica de Tucuruí, en el río Tocantins, ese promedio fue del 40%. Jirau y Santo Antônio, ambas en el río Madeira, operaron a un promedio de 49% y 55% de capacidad, respectivamente.
“En la última década, principalmente, las centrales hidroeléctricas no han podido entregar toda la energía contratada por falta de agua. Una explicación es que muchas hidroeléctricas han perdido rendimiento desde que se construyeron, y la otra es que, en algunas cuencas hubo una reducción de las lluvias", explica Kishinami, del ICS.
Reducir el tamaño del embalse de Belo Monte, de 1.225 kilómetros cuadrados en el proyecto original, a 478 km² en la obra que se llevó a cabo, fue fundamental para reducir la resistencia de la sociedad civil al megaproyecto. Por otro lado, hizo que la planta fuera más dependiente del agua de lluvia.
En poco tiempo, Belo Monte resultó ser un error. Pero no fue por falta de advertencia. En 2015, el estudio Brasil 2040, encargado por el propio gobierno de Dilma, advirtió sobre "caídas en el caudal de los embalses hidroeléctricos" con "grandes impactos" para el Sistema Interconectado Nacional, "llevando a una interrupción del sistema y probabilidades inaceptables de déficit".
Seis años después, en 2021, la peor sequía de los últimos cien años llevó a Brasil al nivel más bajo de uso de energía hidroeléctrica de su historia. Para evitar un apagón, el gobierno federal se vio obligado a activar plantas termoeléctricas, una fuente de energía altamente contaminante y más cara, lo que resultó en un aumento en las facturas de electricidad de los brasileños.
“La realidad se impone, la naturaleza no respeta las decisiones políticas, los escenarios para Brasil 2040 se están materializando y son incluso peores de lo que pronosticaron los científicos. Creo que eso hace que las plantas sean inviables”, dice Pinheiro.
“Desde el punto de vista técnico, la hidroelectricidad en Brasil ya no tiene cabida”, coincide Schaeffer, de la UFRJ, que coordinó el estudio Brasil 2040.
Plantas de almacenamiento y reserva por bombeo
Una opción para el futuro de las centrales hidroeléctricas es apostar por el modelo de almacenamiento por bombeo, en el que el agua no utilizada en época de lluvias se almacena en un segundo embalse. Luego, cuando hay menor oferta de agua o mayor demanda de energía, el agua reservada abastece a la planta.
Los ajustes al sistema de generación y distribución también pueden ayudar a despejar el horizonte. Los especialistas son unánimes en señalar que es necesario ampliar la presencia de centrales eólicas y solares en la matriz energética brasileña —actualmente, estas fuentes representan menos del 13% de la electricidad producida en el país—.
“Hay un espacio enorme para las energías renovables no convencionales, como las plantas eólicas y solares”, observa Barata, exdirector del ONS. “Estudios demuestran que hasta un 40% de nuestro consumo puede provenir de este tipo de renovables”.
Sumado a esto, la tecnología de estas plantas se ha abaratado en los últimos años. Además, ampliar la presencia de energía eólica y solar en la generación brasileña permitiría cambios en el uso de las centrales hidroeléctricas. Hoy, son la principal fuente de energía de Brasil, representando el 58% de la matriz. Pero como funcionan permanentemente, no pueden almacenar agua para períodos de mayor demanda y sequía.
“Los embalses hidroeléctricos son una enorme batería dentro del sistema, pero hoy es imposible que se llenen porque están generando energía todo el tiempo”, señala Kishinami.
La ecuación es simple: estimular el dúo eólico + solar cuando abunde el sol y el viento y, en los momentos en que la demanda supere la generación, encender las turbinas hidroeléctricas. Hoy, ese papel de ayudar al sistema recae en las termoeléctricas.
“Además, la termoeléctrica puede tardar varios días en llegar a su capacidad máxima. Pero en la hidroeléctrica basta con abrir las compuertas que, en unos segundos, está generando una energía intensa”, compara Kishinami.
Para que este formato funcione, sería necesario reformular los contratos con las hidroeléctricas y el propio sistema de distribución, dándole mayor capilaridad.
Según Roberto Schaeffer, de la UFRJ, “un sistema bien conectado significa que, si en este momento hay sol en Bahía, hay mucho viento en Pernambuco, todos los demás lugares [hidroeléctricas] deben dejar de generar energía para almacenar agua de momento tenemos menos viento o sol”.
Varias de estas sugerencias están incluidas en el Plan Decenal de Expansión Energética 2031, un estudio elaborado por técnicos del gobierno federal para orientar las decisiones de la Unión en el sector. Finalizado en enero, el documento prevé una reducción de la participación de las centrales hidroeléctricas en la matriz brasileña (del 58% en 2021 al 45% en 2031), compensada por la expansión de fuentes eólicas y solares.
En cualquier caso, el debate ya no debe realizarse únicamente desde el punto de vista de la generación de energía. “Se trata del papel de la Amazonía para el país”, dice Kishinami. “No podemos olvidar que este tipo de emprendimientos pone en riesgo el patrimonio socioambiental y conduce a la extinción de cientos de lenguas”.
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*Fernanda Wenzel es reportera de investigación especializada en el medioambiente y el Amazonas; Naira Hofmeister es una periodista de investigación que cubre y relaciona temas de medioambiente, derechos humanos y economía; Pedro Papini es periodista de datos y Bettina Gehm es estudiante de Periodismo en Fabico-UFRGS
Fuente: Diálogo Chino