Gabriela Merlinsky: "somos exportadores de naturaleza"
En su investigación, la socióloga se propone dejar en claro que la injusticia ambiental no puede entenderse separada de la cuestión social. Pone el foco en la palabra de las comunidades afectadas por el desastre ecológico.
Que la cuestión ambiental está cada vez más presente en la discusión pública resulta bastante evidente; que se trata de un asunto profundamente político, quizás no tanto. Para que no quepan dudas de eso último, la socióloga Gabriela Merlinsky acaba de publicar Toda ecología es política (Siglo XXI), un material ineludible en el que se propone dejar en claro que la injusticia ambiental no puede entenderse separada de la cuestión social. Para eso selecciona y detalla con gran profundidad una serie de conflictos que pusieron en jaque al modelo del capitalismo extractivo en Latinoamérica y a través de ellos demuestra que es necesario pensar nuevos esquemas productivos y, sobre todo, en nuevas formas de vivir.
Con una profunda centralidad en la palabra de las comunidades afectadas por el desastre, la autora se pregunta si el crecimiento económico y la rentabilidad valen más que la defensa del agua o la salud de las personas. “¿Tiene sentido a largo plazo un proyecto por el cual los recursos se extraen sin procesamiento y en el territorio no queda nada? Porque a la larga también es inviable económicamente”, plantea a la vez que reflota los casos de contaminación de la cuenca Matanza-Riachuelo, de las pasteras en el río Uruguay, el movimiento de pueblos fumigados en la Argentina, el conflicto por un proyecto minero en Perú, la guerra del agua en Bolivia y la lucha por la preservación de los páramos en Colombia, entre otros “hitos” del activismo ambiental.
“Cuando una dice que toda ecología es política de lo que está hablando es de relaciones de poder en torno a los procesos de apropiación. No todos accedemos de la misma manera al agua, al suelo, a la propiedad de la tierra, a la biodiversidad. Todo eso está atribuido desigualmente. A partir de ahí se deriva la idea de lo político, que desemboca en múltiples grupos de personas reclamando por sus derechos”, explica Merlinsky a Página/12.
- En el libro plantea que los conflictos ambientales rara vez responden a un interés de clase único. ¿Cómo es esto?
- Es que si miras en cualquier conflicto vas a ver que los grupos son muy diversos. Hay a veces como un resabio de ese viejo modelo de la izquierda de los ´70 que quisiera encontrar un actor ideal que encare los procesos de cambio, pero la verdad es que no hay un actor único, son colectivos multiterritoriales que tienen problemas de trabajo, de vivienda y que ven al tema del ambiente como un proceso totalmente integrado a esas condiciones de vida. Su elemento común es el derecho a ponerse de acuerdo acerca de cómo vivir, porque parece que vivir en un planeta dañado no estaría siendo tan fácil.
- Aborda casos de conflictos latinoamericanos. ¿Es un territorio especialmente en disputa?
- El fenómeno ambiental es muy potente en toda América Latina porque desde la conquista y la colonia que somos exportadores de naturaleza y que tenemos una ubicación que no es de privilegio respecto a los esquemas de poder mundial. Además hay algo interesante que es que estos conflictos ponen muy en discusión al modelo de los progresismos latinoamericanos que dicen que primero tenemos que desarrollarnos para después distribuir y recién después pensar en el ambiente. Las personas que luchan por sus derechos no quieren esperar para pensar en lo ambiental.
- ¿Qué pasa si no se escucha a estos colectivos?
- En general los dirigentes y la prensa difunden la idea de que alguien protestando o reclamando es sinónimo de un conflicto al que habría que rápidamente aplacar y acallar. Es ruido, es alteración del orden público, sus motivaciones seguramente son espurias. Mi punto de partida es el contrario: es bueno que haya conflicto y que se exprese porque es a partir de ellos que se pueden formular nuevas preguntas que no estaban presentes en el paisaje social de la discusión. Las preguntas de las comunidades son legítimas porque ponen en discusión el modo en que se toman las decisiones sobre el ambiente, y eso es fundamental.
- ¿Cómo es la lucha de las mujeres e identidades feminizadas, a quienes el desastre ambiental afecta de manera diferenciada?
- Muy formidable. Muchos de los movimientos que reclaman en el frente de los conflictos están encabezados por mujeres y eso que en Centroamérica, por ejemplo, es durísimo porque hay asesinatos ambientales como fue el caso de Berta Cáceres. Por lo general las actividades que se expanden en fronteras extractivas efectivamente tienen impactos muy marcados en las condiciones de reproducción de las familias y como las mujeres seguimos estando muy a cargo somos las primeras en lanzar el alerta en relación al ambiente y salud pública. Es un proceso multisectorial, se habla de ecofeminismo, de feminismos territoriales, de feminismos indígenas, pero básicamente de lo que se trata es de frenar la contaminación de agua, las sustancias tóxicas y todos los problemas que hacen difícil sostener la vida cotidiana.
- Habla de una “justicia ambiental desde abajo”. ¿A qué se refiere?
- En primer lugar es importante decir que no existe una sola definición de la justicia, pero hay algunas que son de corte comunitaristas y esas son las que más se ven en los conflictos ambientales. Tiene que ver con la discusión sobre la distribución de los recursos y la manera en que ésta afecta la salud de las personas pero también con el reconocimiento, con quienes tienen derecho a hablar y a ser escuchados en estos temas. yo hablo de varios casos. Mi punto clave es que en cada conflicto se activa una nueva formulación sobre los modos de vida locales y sobre quién tiene derecho a tener derechos.
- ¿Por qué sostiene que las ciencias sociales han tenido y todavía tienen dificultades a la hora de abordar la cuestión ambiental?
- Yo entré a la carrera de Sociología de la UBA en 1984 y si bien me nutrió muchísimo, en muy pocas materias había debates ambientales, algo que todavía persiste. Creo que esto ocurre porque las ciencias sociales son hijas de la modernidad y surgen en el momento histórico de las grandes revoluciones, la valorización de la ciencia y el proceso de desnaturalización de lo social. Esto se tradujo como algo en contra de lo natural e hizo que los fenómenos ambientales se vieran como del dominio de las ciencias naturales cuando en realidad su crisis tiene un origen profundamente social. Hoy eso es más entendido por los movimientos ambientales que por la academia.
Fuente: Página/12