Entender el Mundo en un Grano de Arena
Revista Biodiversidad, sustento y culturas #118
La Tierra entra en el mercado. El historiador austriaco Karl Polanyi explicó hace ochenta años que el origen de las crisis imparables de pobreza, hambre, desigualdad y destrucción de la naturaleza se originaron en el momento en que la economía se desvinculó del propósito de sustentar la vida. Esto ocurrió en tiempos distintos para las diversas regiones y civilizaciones del mundo: cuando el flujo de bienes se independizó de las reglas derivadas de la vida en comunidad, y las cosas que eran buenas para todos se convirtieron en cosas de las cuales obtener beneficio sólo para unos cuantos. Así se instaló en el mundo la diferencia entre el buen vivir y el ambiguo “vivir mejor”, como diría Ricardo Robles, misionero que pasó su vida con los pueblos rarámuri en las montañas del norte de México. Para Polanyi, esta gran transformación marca el momento en la historia de la humanidad en que la naturaleza se vuelve cosa: recurso, materia prima de la acumulación de riqueza y poder. Con la tierra convertida en mercancía, las relaciones de cuidado, holísticas o cíclicas que mantenían las comunidades en ella también se perdieron. Por un lado la tierra se vendió, y por el otro la gente comenzó a venderse también.
Perdimos piso. “Fuimos arrancados de los vínculos con el suelo, de las conexiones que limitaban la acción —lo que hacía posible una virtud práctica— cuando la modernización de plano nos aisló de la mugre, del agobio, de la carne, del suelo y de la tumba. La economía en que nos absorbieron, a algunos sin saberlo, a otros con alto costo, transforma a las personas en fragmentos intercambiables de población, regidos por las leyes de la escasez. Los hogares y los ámbitos comunes son apenas imaginables para las personas enganchadas a los servicios públicos y estacionadas en cubículos amueblados. El pan es un mero comestible cuando no calorías o simple forraje. Hablar de amistad, religión o sufrimiento conjunto como una suerte de convivialidad, una vez que el suelo ha sido envenenado y cubierto con cemento, parece un sueño académico para la gente esparcida al azar en vehículos, oficinas, prisiones y hoteles”, explica la Declaración del Suelo, redactada por Sigmar Groeneveld, Lee Hoinacki, Ivan Illich y otros en 1990.
La Tierra no es suficiente. Según un artículo reciente del Foro Económico Mundial, el “crecimiento” —es decir, la acumulación de dineros en la forma de infraestructuras, bienes y servicios, alcanzó los 94 mil millones de dólares en 2021. Crecieron las ciudades, la gente se reprodujo más, pero sin embargo, “sostener esta trayectoria requeriría los recursos ecológicos de 2.3 planetas para 2050. Por ejemplo Estados Unidos necesitaría cinco planetas para sostener sus actuales niveles de producción y consumo, Alemania requeriría tres planetas, Corea del Sur casi cuatro, Brasil casi dos.
Huir de un planeta que hierve. Son precisamente los magnates de las industrias más poderosas del momento, las de la digitalización, quienes ante la desmesura de los datos anteriores no se les ocurre nada sino buscar cómo invadir y colonizar otros espacios. Ellos creen que proponen una salida: si nos faltan recursos, o hay demasiados problemas para extraerlos, debe hacerse minería pero en los satélites. Buscar agua también en el espacio exterior, más fácil que dejar de ensuciar la que existe. También debería ser posible salir al espacio por mero turismo estelar o directamente a construir zonas habitacionales más allá de la atmósfera terrestre, donde la gente viva bonito mientras la Tierra se termina de convertir en fábrica y basurero. Para Jeff Bezos “la cuestión es resolver qué pasa cuando la necesidad del desarrollo enfrenta los límites del planeta. La humanidad tendría que vivir con las raciones contadas, y ése sería un futuro en que nuestros hijos y nietos tendrían una vida peor que la que hemos tenido hasta ahora”. Las “buenas noticias” afirma Bezos, son que “si decidimos movernos fuera del planeta, hacia el sistema solar, tendríamos recursos ilimitados. Si queremos dinamismo y crecimiento, tenemos que pensar en trasladar nuestros estilos de vida y ambiciones hacia fuera de la Tierra. Hay que ocuparnos en ello, insiste Bezos, y lograr que tres mil millones de terrícolas se muden hacia otros sitios en el sistema solar, donde florecerán los Mozart y los Einstein, y la civilización será increíble en colonias espaciales en forma de cilindro, orbitando la Tierra”.
Del mismo pensamiento es Elon Musk, dueño de Tesla y de SpaceX, la corporación que se ha apropiado de la mayor porción de la atmósfera terrestre emplazando sus 4 mil 300 satélites: “la humanidad debe convertirse en una especie multi-planetaria, porque la Tierra está condenada y alejarnos de este mundo es la única esperanza de que sobrevivamos como especie”. Su idea es tener “colonias de respaldo”, especialmente en Marte, para la eventualidad de que haya una extinción humana masiva en la Tierra.
Cuando la tierra con minúscula entró al mercado, la Tierra con mayúscula comenzó a hervir. Parece enorme el planeta, pero cada vez hay que pelear más por acceder a la tierra en los términos de la economía centrada en la comunidad, ésa que se perdió en la llamada transformación, en realidad una dislocación imparable, como explica Polanyi.
Entender el mundo en un grano de arena y el cielo en una flor silvestre (como dice William Blake). Los pueblos ancestrales, habitantes de bosques y selvas, y aun la cada vez más numerosa cauda de quienes cultivan en las urbes saben que tierra y comunidad sobreviven sólo si se nutren mutuamente. No todos los destinos de las infinitas civilizaciones fueron sometidos al futuro único del pavimento, los motores y el dinero, y los saberes están latentes entre quienes defienden los territorios y la vida comunitaria.
Aún somos la inmensa mayoría de personas en el planeta Tierra quienes estamos luchando por un suelo en el que florecer y al cual regresar. Mientras Bezos y Musk planean extender al espacio la destrucción planetaria, millones de acciones directas, legales, silenciosas, armadas, artísticas, identitarias, como granos de arena, ocurren cada segundo en todos los rincones de este mundo, para recuperar las tierras y a la Tierra. Para que no nos las quiten, para que nos las devuelvan o las recuperemos, para que no las perforen, contaminen o desgasten. Para que no las profanen con semillas envenenadas, microbios dudosos o robots milimétricos.
Quinientos años después de que los intercambios de bienes dejaran de servir a la permanencia de la comunidad, los pueblos, con sus tierras y territorios, o con el anhelo y el recuerdo de ellos, conocen la historia, las leyes, las telecomunicaciones y usan todos esos instrumentos para salvar a la Tierra de la destrucción en que la metió el mercado. Necesitamos entender el mundo mirando muy bien nuestro grano de arena.
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