El giro ontológico emergente: la necesidad de reencontrarnos con nuestra esencia
"Necesitamos un pensamiento crítico, un pensamiento complejo que nos ayude a un mejor entendimiento y comprensión de lo que estamos haciendo, necesitamos revisar nuestros indicadores de éxito y en qué medida esos indicadores están contribuyendo a una genuina sustentabilidad o sustentabilidad profunda. En una realidad de relaciones nuestras formas de pensar, sentir y de actuar también tienen que ver con el estado actual de Gaia o de la pachamama".
Una historia de hace varios años atrás decía “En nuestros pueblos uno se acuesta en la comunidad y despierta dentro de un parque nacional”. Situación que daba cuenta de las épocas de creación de las áreas naturales protegidas al margen de las poblaciones locales. Hoy sería inconcebible que esto suceda porque se requiere un amplio proceso participativo para la creación de un área protegida. Pero aún el concepto de área natural protegida obedece a una forma particular de concebir la naturaleza.
Tomando como base esta historia nos preguntamos ¿Qué pasaría si nos acostamos con una forma de pensar y al día siguiente despertamos con una nueva realidad? Aunque no todos estemos conscientes efectivamente una nueva realidad está frente a nosotros y no todos somos capaces de percibirlo. Estamos frente a un giro ontológico.
Resulta que muchos de los conceptos, sentidos y categorías que durante muchos años los hemos dado por acabados, es decir que ya no requieren más revisión por el (aparente) nivel de perfección y refinamiento alcanzado, están en serio cuestionamiento. Desde esa perspectiva de conceptos legitimados incluso por la ciencia, por la academia, por las instituciones, por la política y la economía ya no hay más discusión y lo que queda es ver de qué manera lo implementamos de la manera más efectiva posible. Consecuentemente, desde esa mirada, no hay historia, solo un futuro para ver en qué medida somos más eficaces y eficientes para que la realidad se inscriba en nuestro repertorio de conceptos bandera. ¿Pero qué pasaría si caemos en cuenta que nuestros conceptos no son tan sólidos como parecen? o dicho de otro modo, son tan sólidos que no permiten ninguna disidencia.
Los conceptos no aparecen por generación espontánea y se van configurando en el marco de relaciones de poder. Es así que muchos de nuestros conceptos oficiales y oficiosos parten de una serie de paradigmas que tienen que ver con una forma de relacionarse entre personas, y entre personas y la naturaleza. Por mayor objetividad posible que le hayamos puesto no están libres de cuestiones subjetivas e ideológicas. Es así que muchos de nuestros conceptos llevan la carga de visiones antropocéntricas, eurocéntricas o nortecéntricas en el supuesto entendido que estas miradas constituyen lo más avanzado del pensamiento humano y de los procesos de evolución social. Así dividimos los pueblos en categorías: los que saben y los que no saben, los desarrollados y los atrasados, los modernos y los tradicionales. Lo mismo pasa con el conocimiento pues diferenciamos los conocimientos científicos objetivos y los conocimientos populares emocionales e intuitivos, los conocimientos lógicos basados en la razón y los conocimientos animistas y mitológicos de los pueblos. Pero el tema está en que estos conocimientos nos marcan e influyen en la forma cómo nos sentimos en la realidad y cómo nos relacionamos con ella. Tanto la academia crítica, aquella que no se contenta con las explicaciones oficiales, y los movimientos sociales, se dan cuenta que estos conceptos en vez de liberarnos nos someten a una forma particular de entender la vida que no necesariamente se condice con las concepciones que durante muchos años guiaron la vida de la gente. Entonces aparece la propuesta de descolonizar el pensamiento.
Por ejemplo, las palabras manejo, recurso natural, patrimonio natural, productividad, competitividad, entre otras aparecen como palabras normalizadas en nuestras políticas, en nuestras instituciones, en la cooperación internacional, en nuestra academia. Entonces la angustia es cómo hacemos para que los pueblos “que no saben” aprendan estos términos para que sean capaces de salir de su situación de pobreza. El reto bajo esta perspectiva es modernizarlos, es hacerlos empresarios para que puedan disfrutar plenamente de los beneficios de la tecnociencia y el crecimiento económico. Aparecerán entonces manuales, guías, procedimientos y lineamientos para que las comunidades locales tengan los aspectos claves para desarrollarse. Asimismo, aparecerán muchas metodologías para que este proceso de transferencia sea más efectivo, más lúdico, más amigable. Identificaremos casos exitosos y los mostraremos orgullos que “sí se puede”.
Lo mismo pasa con las palabras aspiración tales como desarrollo y desarrollo sostenible. Diremos que estos conceptos han ido afinándose a través del tiempo y que ahora están en el limbo de la perfección. Todos los quieren, todos los convocan, todos lo evocan. ¿Pero será cierto que ya son conceptos acabados?
Muchas de nuestras palabras estrellas tanto desde el mundo del desarrollo y de la conservación han nacido dentro del influjo de una ontología disyuntiva que implica que el ser humano es totalmente distinto de la naturaleza y que la naturaleza existe para satisfacer nuestras necesidades humanas. En este contexto la naturaleza es vista como canasta ilimitada de recursos, como cosas que deben explotarse o aprovecharse sin ningún tipo de remordimiento. Esta forma de ver y tratar a la naturaleza se basa en que los seres humanos son racionales, son conscientes y por lo tanto son los únicos que tienen dignidad. Todo debe estar subordinado al interés supremo de los seres humanos. Lo que vemos en la práctica es que producto de relaciones de poder “algunos humanos son más supremos que los otros”
Así una naturaleza cosificada, instrumentalizada, desacralizada debe estar al servicio de la satisfacción de las necesidades infinitas de los seres humanos. No importan que los animales, especialmente los animales con estructuras cerebrales superiores, sean seres sintientes, con intereses, con necesidades de florecimiento, con subjetividades. No importan las plantas que son consideradas como entidades vegetales sin sentidos ni relaciones. Tampoco interesan los espíritus, los genios, los dueños de las plantas, bosques, lagunas y montañas que son propios de pensamientos animistas y mágicos religiosos propios de pueblos atrasados. Entonces surge el imperio de la razón, de la objetividad, del desarrollo económico infinito. Modernizarse o quedarse en el pasado de pobreza y exclusión es la premisa que guían estos esfuerzos voluntariosos de desarrollo.
Una reciente nota aparecida en redes sociales [1] es muy gráfica al respecto: Nene llora desconsoladamente porque mató una hormiga: “¿Y si tenía familia?” ¿Qué emociones nos despierta esta nota? ¿Nos causa gracia por la ingenuidad del niño? ¿Nos llama la atención sobre la forma cómo el niño se relaciona con la vida? La actitud revela mucho de la forma cómo nos estamos relacionando con la vida. La nota es extremadamente ilustrativa sobre nuestra cosmovisión dominante. Sin proponérselo el niño nos está invitando a una profunda reflexión filosófica.
Requerimos por tanto una actitud más filosófica a pesar del pragmatismo reinante. Necesitamos un pensamiento crítico, un pensamiento complejo que nos ayude a un mejor entendimiento y comprensión de lo que estamos haciendo, necesitamos revisar nuestros indicadores de éxito y en qué medida esos indicadores están contribuyendo a una genuina sustentabilidad o sustentabilidad profunda. En una realidad de relaciones nuestras formas de pensar, sentir y de actuar también tienen que ver con el estado actual de Gaia o de la pachamama.
Referencias: