Editorial #114 | Alguna vez el mundo se basaba en la confianza

"Todo lo que podamos hacer para reparar los daños ocasionados por esa multidimensionalidad de las crisis que se agolpan en nuestros territorios y de las que quieren culpar genéricamente a un “antropoceno” abstracto, tendremos que hacerlo en aras de un futuro que va creciendo en nuestras casas, nuestros patios, nuestros campos. Ese futuro, nuestras niñas y niños, se plantan en la tierra y piden la palabra".

La violencia se desata como oleada interminable y cada vez es más disruptora de lo cotidiano, de la paz y tranquilidad que viene de una conversación, de lo que la gente llamamos convivencia.

Así aquí en la foto de la portada, donde la tranquilidad se trasmina entre esta señora y este niño que respiran su humanidad hacia nosotros para decirnos: todo puede transcurrir sin problemas.

La foto viene de lugares cruzados de conflictos pero que son también espacios de propuestas autogestionarias para revivir la práctica agrícola con cultivos campesinos, semillas nativas y agroecología. Ahí donde existe la crítica al uso de los agroquímicos, la convicción de que todo pudiera ser de otra manera con tal de que nos dejen en paz y haya un horizonte para nuestra niñez. 

Hoy la niñez ya no autogestiona la infancia como antes, cuando podía deambular por prados y bosques, estanques o riachuelos, por el monte de regreso o ida a los quehaceres de la casa. Cuando se cruzaba el barrio donde se podía jugar en la calle, donde la seguridad era un asunto político resuelto por la convivencia y las buenas relaciones entre las familias, los ámbitos de comunidad, las fiestas y encuentros. Donde las conversaciones o los contactos entre niñas, niños y personas adultas, muchachas y muchachos incluidos, no entrañaban las zozobras de ahora.  

Era un mundo que se basaba en la confianza, y la incertidumbre casi no estaba teñida de miedo. Podían ocurrir accidentes y hasta desastres, pero el miedo no era la moneda de cambio. En esa niñez autogestionada donde niñas y niños se organizaban aparte de sus familiares había principios de responsabilidad que eran posibles porque el tejido social no sólo los permitía sino que los cuidaba. Y los cuidaba porque era factible hacerlo.

Lo que cambió en el mundo actual es que en el tramado social se instauró la zozobra. En muchas comunidades los acaparamientos de tierra son súbitos, y la gente tiene que abandonar su vida, no la tierra. Y moverse a ciudades o campos de labor. Y los menores cambian de vida también, si bien les va seguirán en la escuela pero tal vez tengan que ponerse a trabajar también en términos que no esperaban.

Según un informe reciente de del Fondo Internacional de Emergencia Infantil de Naciones Unidas (Unicef) junto con la Organización Internacional del Trabajo (OIT) la cantidad de niños que trabajan se eleva actualmente a 160 millones en todo el mundo, tras un aumento de 8. 4 millones en los últimos cuatro años, y varios millones de niños más se encuentran en situación de riesgo debido a los efectos de la Covid-19.

En el informe se destaca un aumento sustancial de la cantidad de niños de 5 a 11 años que trabajan, y que actualmente representan algo más de la mitad de todos los casos de trabajo infantil a escala mundial. La cantidad de niños de 5 a 17 años que realizan un trabajo peligroso, por el cual se entiende todo trabajo susceptible de mermar su salud, seguridad o moral, ha aumentado en 6.5 millones desde 2016, hasta alcanzar 79 millones. 

En ese mismo informe, se calcula que 8.2 millones de niños de entre 5 y 17 años trabajan en América Latina y el Caribe. La mayoría de estos niños son adolescentes varones, y el 33% son niñas. El trabajo infantil está presente tanto en las zonas rurales como en las urbanas, y el 48.7% se encuentra en el sector agrícola. Algo menos del 50% de los que participan en el trabajo infantil lo hacen en el trabajo familiar.

Esto significa llanamente que la idea de la infancia se ha desdibujado para muchas sociedades. Y claro, la historia del trabajo infantil no podría soslayar que la niñez ha laborado en condiciones deplorables desde la Edad Media, por lo menos, pero lo que hoy ocurre es una normalización y un crecimiento desmesurado de esa población infantil que no tiene infancia.

La ecología política nos puede decir más cosas respecto de la degradación de las condiciones para una infancia sana.

Hablamos de la contaminación del agua y del aire. De la contigüidad de las estructuras peligrosas y contaminantes con el entorno que podría ser un espacio de seguridad y vida sana para niñas y niños incluidas las escuelas y los campos de recreación y juego. Hablamos de la zozobra por la inseguridad, y el ataque a la integridad plena de las personas, que ha aumentado también desproporcionadamente. 

La condición de pandemia en el mundo en realidad nos avisó de la existencia de un colapso en varios procesos macro que ya no cuadran unos con otros, como la calidad del aire, el CO2 en la atmósfera, los índices extremos de polución del agua. Además, asistimos a un proceso general de degradación de las condiciones de la vida.

Según algunos informes existe una disminución radical en esas condiciones de vida por “la contaminación general del aire y los daños en los sistemas de polinización cruciales para la reproducción de las especies utilizadas por las personas y el impacto de las catástrofes ambientales como las inundaciones y los incendios forestales”. Estos dos últimos rubros, que podrían considerarse “desastres naturales”, en realidad siempre tienen implícito el tramado de irresponsabilidades, intereses oscuros, corrupciones y desprecio que orillan a declarar que no hay desastres naturales. Así lo concluyó El Tribunal “Tiempo de Desastres” que sesionó en Quito, Ecuador el 18 de octubre de este año al decir en su dictamen final: 

En un mundo que enfrenta una crisis climática y ambiental, y un deterioro de la naturaleza sin precedentes, los desastres se han incrementado de manera dramática, y al ser llamados ‘desastres naturales’ ocultan acciones y omisiones de los Estados, así como la responsabilidad de las empresas. Los desastres son el resultado de la interacción de la degradación ambiental [que también ha sido provocada por la acción de las empresas], las condiciones de marginalidad de las poblaciones (y otros sucesos, naturales o no) que los desencadenan. Sus impactos son diferenciados de acuerdo a la clase social, al género, las condiciones de vida, al grupo étnico al que pertenecen las sociedades afectadas por éstos.

Si estas condiciones afectan gravemente a las poblaciones, afectan mucho más a las niñas y niños que las sufren, porque los efectos son multidimensionales y pocas veces se muestran fácilmente. Según la Unicef, de nuevo.

Las sequías y la variabilidad de los regímenes pluviométricos alrededor del mundo están ocasionando la pérdida de cosechas y elevando los precios de los alimentos, lo que significa para los pobres inseguridad alimentaria y privaciones nutricionales que pueden tener repercusiones a lo largo de toda la vida. También pueden destruir los medios de subsistencia, propiciar la migración y los conflictos, y acabar con las oportunidades para los niños y los jóvenes.

Los niños son las personas más vulnerables a las enfermedades que más se propagarán como resultado del cambio climático; por ejemplo, el paludismo y la fiebre del dengue. Cerca del 90% de la carga de morbilidad atribuible al cambio climático recae en los niños menores de 5 años.

Todo lo que podamos hacer para reparar los daños ocasionados por esa multidimensionalidad de las crisis que se agolpan en nuestros territorios y de las que quieren culpar genéricamente a un “antropoceno” abstracto, tendremos que hacerlo en aras de un futuro que va creciendo en nuestras casas, nuestros patios, nuestros campos. Ese futuro, nuestras niñas y niños, se plantan en la tierra y piden la palabra. Son ahora quienes comienzan a hacer propuestas para asentar el paso entre los huecos de la incertidumbre. Su fuerza nos asombrará, en su mirada camina la vida.

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Fuente: Revista Biodiversidad, sustento y culturas #114

Temas: Agronegocio, Defensa de los derechos de los pueblos y comunidades

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