Economía del Bien Común: Un modelo de economía con futuro
"La propuesta de la economía del bien común nos invita a tripular la vida desde otro lugar, en realidad, desde otra velocidad, desde otra rima. Es cierto, no son cosas nuevas, son más bien antiguas, pues la vida es antigua, y el equilibrio es lo que mantiene la integridad celular, y a otra escala la biosfera estable. El movimiento se demuestra andando, y la economía del bien común nos puede hacer bailar a un nuevo son."
09/07/13
Por Marc Masmiquel
El capitalismo moderno ha generado en sus cuatro últimas décadas una situación desesperada, pero no en abstracto, sino aquí en la calle, en la realidad cotidiana, la realidad para muchas personas. Para reducir la pobreza, que no es otra cosa que “repartir injustamente el pastel” necesitamos reglas que nivelen y equilibren.
La economía parece haberse encaminado hacia un único horizonte posible. Un camino que estratifica la sociedad y blinda el interés y privilegio de unos pocos. Hay mucha filosofía política que define el porqué de esta situación. Del mismo modo hay mucha observación cotidiana que lo hace irrefutable. Otra cantinela es lo que los medios o los sarcasmos cuentan, pues la realidad abofetea sin tregua a los más débiles. El sistema político actual defiende la irresponsabilidad, mediante clientelismos, y otras estratagema impositivas e incluso amnistías frente a la vergonzosa práctica de los paraísos fiscales. Economistas como Vicenç Navarro y Arcadi Oliveres nos alfabetizan frente a tanta cacofonía mediática. Por eso necesitamos entender y modificar el orden de prioridades. Esta crisis prefabricada obedece a una plusvalía permitida y promovida para mantener un modelo productivo y especulativo concreto. La troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional) ha ido apretando tuercas para mantener las cuotas de surplus que los inversores precisan. Pero todo esto aleja al ciudadano de los derechos que las constituciones amparan.
Quizá sea necesario repetir lo que ya hemos oído o leído. La sociedad de consumo en la que vivimos nos marea a diario con noticias funestas de los límites inherentes del propio desarrollo y el drama asociado. No sólo sobre poblaciones y regiones, sino sobre ecosistemas globales. Si observamos en conjunto la interacción sistémica de los problemas mayoritarios podemos ver crisis alimentarias, guerras crónicas, creciente pobreza, diáspora constante, colapsos financieros regulares, un tráfico non stop de armas, sustracción de materias primas por “grandes empresas”, extracción de hidrocarburos más allá del peak oil… ingredientes de una sopa tóxica global y compleja. No importa lo que digan los cínicos, pero supuestamente la economía debía ayudar a “poder alcanzar los medios necesarios para vivir, con dignidad, y protegiendo el bien común”. Pero la inestabilidad laboral, los desastres ambientales, y la depredación de los recursos energéticos, nos dibujan un diagnóstico y un horizonte muy diferente. Noam Chomsky explicita el porqué de estos movimientos. De modo sintético: hay mucha producción y poca distribución, hay mucha concentración y poca clemencia por los efectos de tales políticas neoliberales. Tanta producción para preservar unos intereses concretos es inadmisible, y ahora hablo de lo que el sentido común dicta sobre ética frente a los otros. Los otros, las personas, los demás, mis congéneres, ellos y nosotros, la misma cosa, somos lo mismo. Por ende, para muchos no es admisible, por inanición, miseria o desempleo. Sea al nivel que sea, las injusticias del lucro son una realidad del mismo modos que sus efectos colaterales.
¿Hay otro modo de organizarse?
Es posible que si nos enfocamos en todo lo execrablemente que se han hecho algunas cosas no podamos ver muchas salidas, a este callejón, o herencia del siglo XX. El capitalismo moderno ha generado en sus cuatro últimas décadas una situación desesperada, pero no en abstracto, sino aquí en la calle, en la realidad cotidiana, la realidad para muchas personas. Podemos ver de modo patente los efectos en la balanza de pagos de los mal llamados países pobres, pues objetivamente han sido empobrecidos por planes de ajuste estructural, que han ido desprotegiendo lo local frente a lo exterior. Estas tácticas han erosionado los ya de por si graves precedentes coloniales en la mayoría de economías del mundo, un dumping permanente y depredador. Así, el neoliberalismo se ha extendido a velocidad exponencial desde la creación de las instituciones de Bretton Woods, metamorfoseándose con nuevos rostros, en las autopistas del “free trade”, tanto en la UE como allende los mares.
Las externalidades de las operaciones comerciales han sido las responsables de este presunto “libre comercio” donde las partes que “compiten” no lo hacen en igualdad de condiciones. No se tiene en consideración el aporte al bien común, al bienestar real de las poblaciones, ni de productores, ni de consumidores. El enfoque economicista se centra en ponderar el éxito por la mera ganancia. Utilizando este rasero, y estableciendo una manipulación cultural mantenida y dirigida es posible el actual estado. Es cierto que muchas cosas han mejorado, pero muchas otras han incrementado la pobreza y miseria de tres cuartas partes de la población. Algo inadmisible para el que valore la vida y tenga escrúpulos.
Emparentemos causas y efectos.
Los sistemas que sustentan los subsistemas económicos y los estados de bienestar y coberturas sociales van de la mano de la propia evolución de los modelos democráticos. La polarización de las elecciones en democracia nos han hecho olvidar muchas veces el propio sentido de las constituciones que los estados poseen. Estas constituciones han sido fruto de lucha social y reivindicaciones de y hacia la colectividad. Tengamos por respeto y decencia la memoria presente, somos herederos de experiencias, ideas, sufrimientos y esperanza.
¿Es el PIB el medidor adecuado de temas tan cruciales para todos? Es patente que no, pero a pesar de ello se sigue computando el éxito de modo sesgado, parcial y para muchos intencionadamente interesado. El actual sistema de medición de la excelencia empresarial omite las externalidades, y si bien es cierto que desde hace unos años hay informes de “responsabilidad social”, es un hecho tangible que estos parámetros no son vinculantes y por tanto al no obligar de facto a nada se quedan muchas veces en meras operaciones cosméticas de lavado de imagen o “green washing”. Los sistemas de RSE pueden ser instrumentalizados para cubrir consecuencias no deseadas. No siempre son excusas, pero en muchos casos son utilizados como elementos de marketing e imagen social. Eso es maquillaje, y el contexto es el de un mercado capitalista competitivo y agresivo. Sería ingenuo omitir la deriva semántica de muchos conceptos. La sostenibilidad ambiental es un buen ejemplo… desde la crisis energética de los ’70 su significado profundo ha ido mutando. Ahora hasta las grandes corporaciones trasnacionales son “sostenibles”. No podemos basarnos sólo en palabras, o en declaraciones, o en informes emitidos por empresas privadas, o certificaciones ad hoc, es metodológicamente una distorsión, cruel si sopesamos los efectos de los últimos decenios en el conjunto del globo. Las corporaciones y las políticas que han patrocinado su expansión han tenido un comportamiento funesto para todos los biosistemas, hipotecando el propio futuro de las generaciones venideras. Si pudiésemos entre todos escoger cómo nos gustaría que la economía se regulase ¿cómo lo podríamos hacer? Nuestras propias constituciones a grosso modo ya nos lo manifiestan. El objetivo es el bien común, no “el bien individual de unos frente al sufrimiento de otros”. Si analizamos cómo se mide el éxito de las empresas e instituciones veremos la magnitud de la distorsión… el fetiche del PIB y sus malogradas metas. Tanto esfuerzo, tanto academicismo para sencillamente no poder llamar a las cosas por su nombre. Midamos el aporte real al bien común, no usemos raseros distorsionantes que diariamente fluctúan. ¿Cómo podría usarse una cinta métrica que cada día fuese diferente? No se puede. Pero con el “valor de las cosas” lo admitimos. Hay métodos que enmascaran el crimen. Es como si a un pirata, le “subimos de categoría” y le aceptamos como contrabandista, y tras los intercambios “adecuados” lo denominamos “empresario”, y luego “financiero”, después “banquero”, finalmente “filántropo”. Si sólo medimos el éxito económico por el dinero omitimos el juicio ético, obviamos la base principal, el cogollo del asunto. Así se ha hecho sistemáticamente desde hace tiempo. Esta deriva semántica es la que se ha usado para enmascarar grandes fortunas, hace siglos y en la actualidad… estos “grandes robos” diría Pierre-Joseph Proudhon (el ideólogo del apoyo mutuo). Da lo mismo si hablamos de un contrabandista de Santa Margarita o de un Al Capone de Brooklyn, la esencia es afín. El sistema económico actual permite este enmascaramiento y esta deriva semántica y ética de lo que mueve a las empresas. Las más externalizadoras, monopolistas y agresivas se ven premiadas y ayudadas.
No es nada nuevo, es un tema recurrentemente analizado por la filosofía política. Para Aristóteles una democracia debería ser plenamente participativa y su meta debería ser buscar el bien común. Aristóteles planteó dos soluciones: reducir la pobreza o reducir la democracia. Reducir más la democracia es inaceptable. La ética que busca el bien común en la realidad quiere ampliar los límites de nuestras democracias, y reducir la brecha entre las personas.
Necesitamos reglas que nivelen y equilibren
Para reducir la pobreza, que no es otra cosa que “repartir injustamente el pastel” necesitamos reglas que nivelen y equilibren. Y no puede ser con los aportes de PIB, de hecho el PIB aumenta cuando alguien muere, no habla de distribución, no indica el bienestar de las personas, estadísticamente es un herramienta burda y grosera. Muy por delante se encuentran otros multi-indicadores más precisos y menos conocidos por los administradores. La prensa salmón lo deja claro: la economía real actual mide el éxito económico, para ello utiliza valores o indicadores monetarios como el producto interior bruto y los beneficios, instrumentalizan esta medición para sus propios intereses. Estos indicadores no nos dicen nada sobre si hay guerra, se vive en una dictadura, si sobreexplotamos el medio, si se respetan los derechos humanos… De la misma manera una empresa que tenga beneficios no nos indica nada sobre las condiciones de sus trabajadores ni sobre lo que produce ni cómo lo produce. No dice nada de si ha destruido trabajo local, si gracias a su externalización de la producción ha contaminado y esquilmado biosfera. Veamos equivalencias: un sistema que oculta el crimen es criminal. Un método que oculta la falta es manipulador y cómplice. Por tanto ante la histeria actual de vaivén bursátil cabe poner en duda de qué crisis nos están hablando los medios…
Se precisan indicadores adecuados, pero no sólo para medir, sino para modificar las casuísticas que han inducido tales condiciones. Indicadores mejor orientados hay muchos, desde el IDH (Índice de Desarrollo Humano), al coeficiente de Gini, o el reciente IWI (Inclusive Wealth Index o Índice de Enriquecimiento Inclusivo), pasando por el índice de Felicidad Bruta Interna de Bhután, o el preciso (y no tan conocido) Índice de Progreso Genuino (GPI). Este artículo pretende introducirnos otro, el Balance del Bien Común, que aglutina una medición precisa de indicadores concretos en 5 bloques: Dignidad humana, Solidaridad, Sostenibilidad ecológica, Justicia social, Participación democrática y transparencia. Para operativizarlo usamos lo que denominamos la Matriz del Bien Común 4.0.
Absurdo sería ser ingenuos
Si esperamos que las empresas por si solas nos conduzcan hacia estos nuevos derroteros es difícil que los cambios vengan solos. Cuando grupos de poder defienden privilegios concretos las cosas no cambian. Cuando las personas recuperan su capacidad de decisión y se utilizan las herramientas adecuadas hay esperanza.
No podemos olvidar la tendencia de las corporaciones, como muy bien explica el documental The Corporation, la empresa multinacional moderna amparada por el estatus de persona jurídica, ha ido adquiriendo derechos propios de los seres humanos como personas físicas. Esto ha llegado hasta un grado de paroxismo tal que si evaluásemos la conducta social de las empresas utilizando los criterios psiquiátricos con los que un psiquiatra evaluaría la salud mental de un individuo cualquiera (a partir de los criterios del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales DSM-IV) las prácticas corporativas examinadas encajarían con los síntomas que el DSM-IV considera definitorios de la psicopatía. En suma: no es de la mano de psicópatas que podremos modificar el estado actual.
La Economía del Bien Común es una alternativa real al capitalismo de mercado y a la economía planificada. Más de 850 empresas, en más de una decena de países ha decidido actuar de otro modo. Medir de otra manera el éxito. La Economía del Bien Común es un proyecto económico abierto a las empresas y promovido por el joven economista austríaco Christian Felber (cofundador de ATTAC en Austria) que pretende implantar y desarrollar una verdadera economía sostenible y alternativa a los mercados financieros en la que necesariamente tienen que participar las empresas.
En 2010 junto a un grupo de empresarios se inició el desarrollo práctico del modelo de Economía del Bien Común como una alternativa al capitalismo de mercado. Los principios legales de la Economía del Bien Común ya están presentes según Felber en muchas constituciones y normas legales, que recogen el principio según el cual la actividad económica debe servir a los intereses generales y al bien común o bien público. La implantación de la economía del bien común busca adaptar la economía real capitalista (en la que priman valores como el afán de lucro y la competencia) a los principios constitucionales. La economía del bien común debe regirse por una serie de principios básicos que representan valores humanos: confianza, honestidad, responsabilidad, cooperación, solidaridad, generosidad y compasión, entre otros. Un giro copernicano a lo que aturulla a la mayoría de la población. Un cambio realizable y en plena sintonía con los movimientos sociales efervescentes desde hace mucho y de modo más patente los años recientes. La indignación de muchos puede manifestar una acción práctica y real ahora mismo, este proyecto reúne procedimientos e inspiración. Si hubiese un referéndum mañana lo veríamos claro, no nos engañemos, la mayoría de las personas espera un nuevo orden económico, algo diferente a lo que conocemos. La Economía del Bien Común cubre los elementos básicos de un sistema de orden económico alternativo y está abierto a la sinergia con sistemas similares. El objetivo concreto es el de crear un marco legal vinculante para la creación de valores de orientación empresarial y particular hacia el Bien Común, que dé incentivos a sus participantes. Para ello se usa un poli-indicador que mide el aporte al bien común, por medio de una matriz, y de este modo de realiza un Balance del Bien Común (BBC), obteniendo un valor que anualmente debe verificarse. Por este motivo el municipio es el núcleo territorial y local donde el BBC puede implementarse. Es un proyecto tangible, realizable y mensurable.
La iniciativa de la Economía del Bien Común, es joven, pero está apoyada por muchas organizaciones, simpatizantes y empresas adscritas, comenzó en octubre del 2010, y en apenas dos años ha generado un incipiente avance lleno de energía y esperanza. Desde entonces el movimiento ha aumentado constantemente. Más de cien empresas pioneras realizaron voluntariamente en el 2011 por primera vez el “Balance del Bien Común”. Ya hay municipios, universidades, escuelas, asociaciones, empresas de todo tipo y en conjuntos unos 4000 simpatizantes (851 Empresas, 58 Políticos, 147 Organizaciones, y 2854 Particulares). Para lo contundente de sus principios es todo un éxito, tanto en propagación internacional como en el sistema interno de retro-alimentación. No se sigue un manual cerrado, cada una de las etapas del proceso está abierta a opiniones e implicaciones. Hay un comité científico, hay asesores de muchos países, hay profesionales entregados a propagar la idea, porque al margen de todo, el “argumento de esta película” es urgente y necesario. La injusticia y el oportunismo no son caminos adecuados. Usemos criterios serios, usemos un balance serio y profundo, con indicadores que midan la inclusión de las personas en la sociedad. No palabras, analicemos resultados, un sistema de medición que nos sirva de brújula, no de justificación. Si hay ideas, la puerta está abierta. La novedad de este proyecto es que adolece de burocracia, avanza a fuerza de razonamientos y está abierto a colaboración permanente.
Y todas las aproximaciones al proyecto son consideradas. Para los defensores de la economía del bien común aquellas empresas que les guíen esos principios y valores deben obtener ventajas legales que les permitan sobrevivir a los valores del lucro y la competencia actuales. El balance del bien común mide como una empresa “vive”: la dignidad humana, la solidaridad, la justicia social, la sostenibilidad ecológica, la democracia con todos sus proveedores y clientes. Finalmente, la evaluación de esos valores podrá permitir al consumidor escoger los productos. Y a los municipios adscritos a este proyecto premiar o no a las empresas que aporten más o menos al bien común. Modificando el panorama actual, que hace que las corporaciones y empresas que priorizan la producción barata tengan el monopolio. Si el sistema favorece empresas irresponsables el comercio y el consumo son irresponsables. Si el sistema empieza a empoderar a los que aporten al bien común iremos modificando paso a paso las propias causas de la pobreza estructural. Son cambios sustanciales.
De este modo es un movimiento abierto a los resultados, y se puede desarrollar un proceso en crecimiento local con consecuencias globales. Teniendo como objetivo sinergias con principios similares. En este sentido, todos sois invitados cordialmente a participar en el proceso de desarrollo de una Economía del Bien Común.
El procedimiento se basa en equipo locales regionales, llamados “campos de energía” que propagan la idea entre empresas, asociaciones y municipios. En las Islas Baleares hay un grupo de trabajo específico coordinado con el resto del movimiento de la economía del bien común.
En síntesis la propuesta de la economía del bien común nos invita a tripular la vida desde otro lugar, en realidad, desde otra velocidad, desde otra rima. Es cierto, no son cosas nuevas, son más bien antiguas, pues la vida es antigua, y el equilibrio es lo que mantiene la integridad celular, y a otra escala la biosfera estable. El movimiento se demuestra andando, y la economía del bien común nos puede hacer bailar a un nuevo son. La reciprocidad y el apoyo mutuo pueden darse, pero para ello hay que dar pasos conscientes, este proyecto es una sana invitación a ello.
Revista Namaste
http://www.revistanamaste.com
Mayor información
www.economia-del-bien-comun.org
Fuente: Ecoportal