Ecología y... El todo no es la suma de las partes

Idioma Español
País Argentina

"Resulta un tanto disonante que, a esta altura del siglo XXI y del avance del debate académico que se ha dado en estos términos, donde se han demostrado ampliamente las características epistemológicas de las falacias que encierran muchos de los mitos asociados a la “democracia”, el “desarrollo sustentable” y los “vínculos entre tecnología y sociedad”, en el artículo se separen con tanta liviandad las “relaciones sociales” de las “críticas tecnológicas”."

Domingo, 8 de septiembre de 2013

Por Erica Carrizo *

El pasado domingo 1º de septiembre, el suplemento Cash publicó un artículo de Claudio Scaletta, al cual me gustaría aportarle algunas observaciones.

En principio, quisiera aclarar que no me propongo descalificar la perspectiva estrictamente económica desde la cual se abordó esta problemática, con la finalidad de no decantar este necesario debate en desconsideraciones innecesarias. Si bien no caben dudas de que el autor fue poco cuidadoso al erigir sus argumentos sobre la base de la descalificación de la posición crítica, aludiendo a categorías estereotipadas que poco suman a la discusión política (precisamente por la dilución que generan al agrupar voces notablemente disímiles y no necesariamente extremas) como son el “pensamiento ecologista”, la “derecha política y multimediática” o los “trotskismos más libertarios”. El debate sobre las complejas aristas que encierra esta problemática no necesita caer en este encasillamiento reduccionista.

En segundo lugar, considero que difícilmente podamos abordar esta problemática con la responsabilidad intelectual, ética, política y social que implica, si nos seguimos resistiendo a dar un debate amplio que incluya las múltiples dimensiones –políticas, económicas, sociales y ambientales– que la atraviesan, posicionándonos en ángulos disciplinares herméticos que en su incapacidad para promover un diálogo respetuoso y democrático, muestran sus primeras limitaciones políticas.

Por otro lado, resulta un tanto disonante que, a esta altura del siglo XXI y del avance del debate académico que se ha dado en estos términos, donde se han demostrado ampliamente las características epistemológicas de las falacias que encierran muchos de los mitos asociados a la “democracia”, el “desarrollo sustentable” y los “vínculos entre tecnología y sociedad”, en el artículo se separen con tanta liviandad las “relaciones sociales” de las “críticas tecnológicas”. En este sentido, me gustaría que nos detengamos a considerar la hipótesis de que hoy ya no es posible abordar la tecnología como elemento exógeno al desarrollo de las relaciones sociales, sin caer en la reproducción de la falaz teoría “martillo” que considera a los desarrollos tecnocientíficos como elementos “neutros”, buenos per se, donde la complejidad de su vínculo con la sociedad queda reducida exclusivamente al “buen o mal” uso que se les dé.

Si en el artículo se decidió hacer caso omiso de estas discusiones y no se detectaron incongruencias epistemológicas al sostener implícitamente esta teoría falaz, entonces sí es totalmente válida la simplificación analítica que en él se realiza cuando se sostiene que “en el capitalismo avanzado no hay actividad económica sin impacto ambiental”. Si nuestra elección es someternos acríticamente a las premisas del capitalismo global y un sistema de organización política, social y económica diferente no figura ni remotamente en nuestros horizontes, no tiene mucho sentido redundar en el análisis de estudios y experiencias concretas a lo largo de todo el planeta, que demuestran que es sí posible pensar y desarrollar otro estilo tecnológico compatible con el medioambiente y con una “democracia más democrática”, en palabras de Boaventura de Sousa Santos.

En este sentido, otro aspecto llamativo del artículo es que no se reconozcan mínimamente las limitaciones cada vez más evidentes que encierra el concepto de “democracia representativa”, que parece asumirse a priori como encarnación misma de la “democracia” cuando se resalta la “legitimidad democrática” de la jornada legislativa desarrollada en Neuquén. ¿Acaso esos ciudadanos calificados de “poco más de un centenar de manifestantes, bajo las banderas de la ecología y la defensa de los recursos naturales, con gomeras y molotov” no pueden considerarse una expresión legítima de voces alternativas? ¿O es que es preferible anular del debate el papel cada vez más importante que los nuevos movimientos sociales representan para los desafíos que afrontan en la coyuntura las democracias latinoamericanas?

A su vez, llama la atención la soltura conceptual con que se alude a la problemática que encarna la explotación de nuestros recursos naturales, al calificar de “expresiones aglutinantes” al extractivismo y al saqueo. En este sentido, quisiera recordar, por si fuera necesario, que la minería, los transgénicos (y agroquímicos asociados) y la extracción de hidrocarburos forman parte de una misma problemática que la sociedad y los sectores académicos en nuestro país y la región se encuentran debatiendo ampliamente en los últimos años, dadas las probadas consecuencias ambientales, sociales y sanitarias que muchas veces intentan ocultarse bajo los enfoques economicistas.

En este marco, realmente considero que no es posible abordar la complejidad de los caminos alternativos de desarrollo que en la actualidad se abren para América latina si no somos capaces de enfrentar seriamente los desafíos que estas oportunidades conllevan en términos de gestión de la participación ciudadana en la toma de decisiones y la evaluación de la distribución del riesgo ambiental, que el “Informe sobre Desarrollo Humano 2013” de Naciones Unidas, por ejemplo, lejos está de desconocer. Partiendo de la experiencia histórica mundial que sobradamente demuestra los límites políticos, sociales, económicos y ambientales del “capitalismo avanzado”, no creo qu estemos en condiciones de darnos el lujo de descartar por “retrógradas” las perspectivas alternativas que nos pudiera aportar “la visión del mundo de los manifestantes presuntamente ecologistas”, siguiendo la terminología utilizada en el artículo.

Sobre la base de esta convicción, no aportan elementos significativos a esta discusión argumentos que se vuelven estériles al combinar arbitrariamente una supuesta ausencia de “argumentos convincentes” sobre los efectos contaminantes del fracking con estadísticas que solo refieren a uno de los múltiples aspectos implicados en la utilización de esta tecnología. De hecho, esto transparenta las severas limitaciones argumentativas y los callejones sin salida a los que nos pueden conducir los enfoques sesgados, que suponen que abordando desordenadamente algunas de las “partes” pueden contribuir de alguna manera a comprender la complejidad del “todo”.

Sin ánimos de privilegiar las dimensiones aquí resaltadas, y asumiendo la ausencia de muchas otras perspectivas que es necesario considerar en el abordaje de este tema, además de la económica claro está, tengo la esperanza de que seamos capaces de dar un debate respetuoso y responsable, que no se reduzca a esgrimir argumentos fragmentarios orientados a culpabilizar a oponentes radicales calificados de “tradicionalistas” o “fundamentalistas” y podamos estar a la altura ética, política y social que esta discusión demanda

* Magister en Política y Gestión de la Ciencia y la Tecnología (UBA). Investigadora de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam)

Fuente: Página 12

Temas: Ecología política, Extractivismo

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