Después del TLCAN-CAFTA y AFTA
Desde los FTA, el gobierno Estadounidense espera ganar la fuerza suficiente para lanzar nuevas y renovadas ofensivas comerciales en organizaciones multilaterales como la Organización Mundial de Comercio (OMC). Cada FTA hecho con el estilo del TLCAN no sólo atrapa a los países socios en una serie de medidas a favor de las corporaciones, sino que además deja un precedente para otras negociaciones
Lo que sigue es la versión escrita de varias presentaciones de la autora en el Taller Regional Asiático de Acuerdos Bilaterales de Libre Comercio, que tuvo lugar en Kuala Lumpur del 26 al 28 de agosto y fue organizado por la Red del Tercer Mundo. Esperamos sus comentarios en gro.enilno-cri@arual. El reporte de políticas públicas completo está disponible en inglés aquí.
El año pasado se cumplió el décimo aniversario del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), y casi todas las evaluaciones del acuerdo coincidieron en que el periodo arrojó resultados negativos o insignificantes para México. Siendo el país en vías de desarrollo que se asoció al acuerdo, la experiencia de México con el TLCAN tiene implicaciones importantes para otras naciones en desarrollo que negocian acuerdos de libre comercio, particularmente con Estados Unidos.
Una década después, hay una enorme brecha entre las promesas y las realidades del TLCAN. A principios de los noventa, los promotores del TLCAN afirmaron que el acuerdo lanzaría a México al Primer Mundo, dejando atrás décadas de pobreza intransigente y de subdesarrollo.
El TLCAN se negoció hace más de una década. Desde entonces, muchos países en América Latina han visto el crecimiento de movimientos de la sociedad civil para oponerse al modelo comercial del TLCAN. Los gobiernos de varias naciones –notoriamente Brasil, Venezuela, Argentina y Uruguay– han criticado el modelo y han exigido varias modificaciones, al tiempo que proponen formas alternativas de integración regional, como el Mercosur. El Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) está muerta después del Cumbre de Mar del Plata.
En este nuevo contexto, ¿Estados Unidos ha cambiado su estilo de negociación o su posición? La respuesta, con pocas excepciones, es no. En vez de entender esta ola de oposición, Estados Unidos se ha encerrado en sus trincheras, y en política económica esas trincheras son acuerdos bilaterales de libre comercio (FTA, por sus siglas en inglés). Desde los FTA, el gobierno Estadounidense espera ganar la fuerza suficiente para lanzar nuevas y renovadas ofensivas comerciales en organizaciones multilaterales como la Organización Mundial de Comercio (OMC). Cada FTA hecho con el estilo del TLCAN no sólo atrapa a los países socios en una serie de medidas a favor de las corporaciones, sino que además deja un precedente para otras negociaciones.
Este verano, el Congreso estadounidense ratificó el Acuerdo Centroamericano de Libre Comercio (CAFTA, por sus siglas en inglés). El tiempo que tomó negociar y ratificar este acuerdo fue mucho más largo de lo que la administración Bush anticipaba. Algunos de los problemas son ilustrativos sobre qué es lo que se puede esperar de futuras negociaciones.
Las protestas populares estallaron en la mayor parte de las naciones involucradas, encabezadas por organizaciones campesinas y obreras. Los costos políticos para los gobiernos involucrados son altos. Así como la administración Bush se vio obligada a retrasar la ratificación en el Congreso estadounidense por la falta de votos, los gobiernos centroamericanos temen que la ratificación se tope con una oposición generalizada en sus propios legislativos y en las calles. En Guatemala, el debate sobre CAFTA se cobró una vida cuando un manifestante contrario a la ratificación perdió la vida por la policía. Costa Rica no ha ratificado todavía--se dice que el presidente costarricense está esperando a que termine su periodo para pasar la papa caliente a su sucesor. Antes de firmar el acuerdo, las manifestaciones contra la incorporación del sector de telecomunicaciones en ese país, normalmente dócil, casi hacen que Costa Rica saliera del acuerdo y se acaba de hacer otro.
En los países andinos, la situación es todavía peor. Bolivia se quedó fuera de la foto porque su aparición en la escena del Acuerdo Andino de Libre Comercio (AALC) podría fácilmente provocar la caída de otro gobierno, atrapado entre los dogmas del modelo económico y la rabia de la gente alimentada con promesas vacías. Venezuela, bajo la némesis estadounidense, Hugo Chávez, ha rechazado todo prospecto de acuerdo de libre comercio con Estados Unidos. Tanto Ecuador como Perú enfrentan posibles referendums sobre el tema y podrían quedar excluidos por Estados Unidos, que –actuando abiertamente como un defensor de las corporaciones, en vez de como gobierno– ha condicionado su participación a la resolución de varios casos de reclamos de inversiones por parte de varias transnacionales estadounidenses.
Tanto en CAFTA como en el AALC, más que una posición enfrentada con los probables efectos negativos y desestabilizadores de los acuerdos, los negociadores estadounidenses han jugado a la línea dura. Primero, amenazaron con retirarse o con no renovar las preferencias comerciales de que estos países disfrutan –bajo el pacto Andino de Promoción del Comercio y la Erradicación de las Drogas, en el caso andino, y de la Iniciativa de la Cuenca del Caribe y otros, en el caso de América Central. Puesto que muchas industrias ya han orientado su producción hacia los mercados asegurados por estas medidas, la amenaza tenía un peso muy real. Inclusive los funcionarios gubernamentales se han quejado de que, en efecto, el proceso de los FTA implica que estas naciones están forzadas a conceder en áreas que no se refieren al libre comercio, como la propiedad intelectual y la protección de inversiones, sólo para asegurar el acceso a mercados que ya tienen.
Los equipos negociadores de varios países se han quejado de que Estados Unidos da poco y pide mucho. El arroz ha sido particularmente complicado. El acuerdo centroamericano permite diez años de entrada libre de tarifas, pero los campesinos se quejan de que el tiempo no es el problema: los subsidios estadounidenses hacen que sea imposible competir, no importa cuándo. Los países andinos están siendo presionados para aumentar sus cuotas para el arroz estadounidense, aunque un estudio de la Comisión Económica para América Latina recomienda la total exclusión del arroz en el acuerdo, dado el papel de catalizador del arroz como fuente de alimentos y empleos.
Laura Carlsen dirige el Programa de las Américas del Centro de Relaciones Internacionales (IRC, en línea en www.irc-online.org).
Fuente: Programa de las Américas del International Relations Center (IRC)