Deforestación, epidemias y pandemias
"Los seres humanos fuimos haciendo desaparecer hábitats naturales, con mayor o menor intensidad, en los últimos siglos. No todos tenemos la misma responsabilidad ni produjimos el mismo daño. Toda intervención humana en un hábitat natural genera un impacto ambiental; sin embargo, numerosas comunidades pudieron vincularse armoniosamente con dichos hábitats. Familias, comunidades y pueblos cuyas concepciones y prácticas de manejo de monte preservan su entorno. No fue el caso de los sectores más dinámicos y poderosos del capitalismo agroindustrial, primero, y luego del financiero ; siempre mantuvieron una relación conflictiva con el ambiente, considerándolo un recurso, una mercancía, un capital, o un estorbo. Pero esto tiene sus consecuencias".
Hasta no hace tantos siglos, los bosques nativos del mundo abarcaban un gran porcentaje de la superficie en nuestro planeta. El crecimiento de las poblaciones urbanas, la revolución industrial, la industria maderera, la ganadería y los cambios sustantivos que introdujeron la agricultura industrial y el monocultivo -entre otras actividades extractivas- fueron reduciendo esa cobertura boscosa hasta límites altamente peligrosos. En la actualidad, el 80 por ciento de los bosques primarios, o nativos, “ya ha sido destruido o alterado”; pero además, “el 20% restante está amenazado”. [i]
En el caso de Argentina, en 1810 tenía la mitad de su superficie continental cubierta con masa boscosa, según señala Carlos Merenson, ex titular de la Dirección Nacional de Bosques y actual técnico del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible. Hablamos de 140 millones de hectáreas de bosque nativo que cubrían nuestro país. Casi un siglo después, en 1998 –unos años después de que ingrese al país la soja transgénica-, un inventario forestal que se realizó a nivel nacional señalaba que había solamente 31 millones hectáreas de bosque. [ii]
El Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable, por su parte, publicaba en un informe que a fines de 2015 habían inventariadas 54 millones de hectáreas de bosque nativo en el país, con distintos niveles de degradación [iii]. Más allá de las diferencias en las cifras, lo cierto es que la tasa de deforestación de bosque nativo continuó creciendo año tras año durante toda nuestra historia nacional, incluso luego de sancionarse la Ley N° 26.331 de ‘Presupuestos Mínimos de Protección Ambiental de los Bosques Nativos’. Un dato que ejemplifica esto último es el informe que Greenpeace publicó en enero de este año, donde señala que desde la sanción de la Ley de Bosques, en diciembre de 2007, y hasta fines de 2018, se perdieron en Argentina casi tres millones de hectáreas de bosque nativo [iv]. El 80% de ese desmonte se produjo en la región chaqueña.
Los seres humanos fuimos haciendo desaparecer hábitats naturales, con mayor o menor intensidad, en los últimos siglos. No todos tenemos la misma responsabilidad ni produjimos el mismo daño. Toda intervención humana en un hábitat natural genera un impacto ambiental; sin embargo, numerosas comunidades pudieron vincularse armoniosamente con dichos hábitats. Familias, comunidades y pueblos cuyas concepciones y prácticas de manejo de monte preservan su entorno. No fue el caso de los sectores más dinámicos y poderosos del capitalismo agroindustrial, primero, y luego del financiero (que tiene en el acaparamiento de tierras, como especulación inmobiliaria, una de sus bases de sustentación [v]); siempre mantuvieron una relación conflictiva con el ambiente, considerándolo un recurso, una mercancía, un capital, o un estorbo. Pero esto tiene sus consecuencias.
Los investigadores Matías Mastrangelo y María Guillermina Ruiz, en un artículo publicado recientemente en lavaca.org, señalan que una de las formas en que afectamos el ambiente, y que propician la ‘emergencia’ de ‘epidemias’ y ‘pandemias’ es “la destrucción de ecosistemas naturales”, entre las cuales incluyen a la deforestación. Explican que ‘los animales silvestres’ tienen “cada vez menos hábitat donde vivir, porque las personas hemos avanzado con nuestros campos de cultivos y urbanizaciones, empujándolos hacia ecosistemas intensamente transformados como las fronteras agropecuarias y zonas urbanas”. Y señalan que “la deforestación está asociada a la propagación recurrente de enfermedades transmitidas por animales silvestres, como el mal de Chagas por vinchucas en la América tropical y subtropical, y el ébola por murciélagos en África Sub-Sahariana”. Regiones que, junto con el sudeste asiático, sufrieron los “mayores niveles de de-forestación (cercanos al 30%) en los últimos 40 años”, explican los autores. [vi]
Por otro lado, la periodista Marina Aizen recuerda que en la comunidad científica desde hace una década vienen estudiando y relacionando a “la explosión de las enfermedades virales y la deforestación”. En un artículo publicado en la revista Anfibia, Aizen opina que esta relación no se puede apreciar “mientras una topadora avanza contra un monte cargado de vida, sino que se revela recién cuando empiezan a aparecer síntomas extraños en las personas, malestares que antes no se conocían”. Ejemplifica con un estudio publicado en la revista científica Journal of Emerging Infectious Diseases, donde se concluye que en la Amazonía, “la destrucción del 4 por ciento de la selva resultó en un aumento del 50 por ciento de los casos de la paludismo.” Y sentencia que “nuestra visión extractiva del mundo vivo” genera la zozobra que vive actualmente la humanidad, “algo que no se arregla con alcohol en gel”. [vii]
El periodista John Vidal da cuenta de cómo “la destrucción de bosques intactos, la construcción de carreteras en lugares remotos y el crecimiento de la población provoca que las personas tengan un contacto más directo con especies a las que nunca se habían aproximado”. Además, rescata una reflexión del ecólogo francés Thomas Gillespie refiriéndose a cómo la ‘vida salvaje’ del planeta tiene que soportar cada vez mayor ‘presión’: “los roedores y algunos murciélagos prosperan cuando alteramos los hábitats naturales. Ellos son los que a menudo promueven la transmisión [de patógenos]. Cuanto más desequilibremos el bosque y los entornos, a más peligros nos exponemos«. [viii]
La migración masiva de poblaciones campesinas e indígenas a las ciudades, buscando mejores oportunidades de trabajo, o directamente expulsadas, dejó el camino libre al florecimiento de los latifundios, los grandes criaderos de animales y luego la agricultura industrial (monocultivos de por medio). Esto propició, en gran parte, el surgimiento de las cada vez más recurrentes pandemias, ya que las zonas rurales fueron perdiendo vertiginosamente biodiversidad, y esto hizo caer las barreras naturales de defensa contra enfermedades zoonóticas, especialmente las generadas por virus. ¿Cuánta biodiversidad se pierde diariamente en la provincia del Chaco y en Santiago del Estero con el desmonte? ¿Cuántas plantas medicinales desaparecen cuando deforestamos cientos o miles de hectáreas de bosque nativo en Salta y Formosa? En el resto del mundo pasa lo mismo.
Un problema que tenemos como seres humanos es una lógica o razón de compartimentos estancos. Nos volvemos especialistas en determinados campos de la ciencia, e ignoramos o desconocemos gran parte de todo lo demás. El filósofo y sociólogo francés, Edgar Morin, entiende que esta pandemia vino a develar lo que el sistema educativo hegemónico intentó siempre ocultar: “la complejidad de nuestro mundo humano en la interdependencia e intersolidaridad de la salud, lo económico, lo social y todo lo humano y planetario”. Y reclama no sólo medidas sanitarias o económicas para combatir la pandemia, sino también “otra relación con la naturaleza y la Tierra”. [ix]
Cuando realizamos cambios en el uso del suelo original, cuando modificamos el ambiente, sobre todo en sistemas altamente complejos y con mucha biodiversidad, eso trae consecuencias para los seres humanos. Una de las más visibles, en estos momentos, es la de un aumento de las enfermedades. Tal como revela un documento recientemente publicado por el Centro Latinoamericano de Investigaciones Agroecológicas(CELIA), “como nunca antes, la pandemia de coronavirus nos revela la naturaleza sistémica de nuestro mundo: la salud humana, animal y ecológica están estrechamente vinculadas”. [x]
En definitiva, no somos algo separado de la naturaleza. La suerte que corren nuestros bosques nativos -y los hábitats naturales que allí se fueron constituyendo luego de millones de años de evolución- es la suerte que corremos como especie humana. Por ello, tal como enfatizaba el entrañable Beto Larrea, ex presidente de Redaf, en el prólogo de una publicación de la red denominada Experiencias de Ordenamiento y Manejo Sostenible del Bosque Nativo de la Región Chaqueña Argentina, hace falta “crear una verdadera cultura forestal”. Y la misma debe ser nutrida en gran parte “de aquellos habitantes que viven en estrecho contacto con el medio natural”, ya que es en la ‘interacción de saberes’ donde surge la ‘diversidad’. [xi] Diversidad de saberes y de miradas son, hoy, más que nunca, necesarias para proteger y regenerar la biodiversidad de nuestro planeta.
Referencias:
[i] https://es.wikipedia.org/wiki/Bosque_primario
[ii] http://redaf.org.ar/a-la-ley-de-bosques-no-hay-que-modificarla-sino-cumplirla/
[iii] http://redaf.org.ar/wp-content/uploads/2018/12/A-10-a%C3%B1os-de-la-Ley-de-Bosques.pdf
[iv] http://redaf.org.ar/deforestacion-en-el-norte-de-argentina-informe-anual-2019/
[vi] www.lavaca.org/notas/cinco-formas-en-las-que-transformando-el-ambiente-creamos-una-pandemia/
[xi] http://redaf.org.ar/wp-content/uploads/2015/12/fichas_experiencias.pdf
Fuente: Red Agroforestal Chaco Argentina