De los satélites de Colón a las carabelas de Elon Musk: más de lo mismo, pero más rápido
Cuando Elon Musk y asociados comerciales y militares salen con sus 40.000 carabelas ionosféricas (Starlink) apunta a otro tipo de continente, esta vez tridimensional, que comprende no sólo el espacio orbital de toda la humanidad, barriendo además y definitivamente con jurisdicciones nacionales, sino que incluye el acceso concentrado a los Big Data, es decir al presente y a los escenarios predictivos (cuando no previamente dibujados) de personas y comunidades en todos los continentes.
Pero la conducta de Musk es solo un síntoma de la época y del sistema, como antes Colón o Hernan Cortés, porque no se trata de las ocurrencias e iniciativas de una persona, su ego o logros de su empresa. Lo mismo vale para Gates, Zuckerberg, Bezos y unos cuantos más, cuyos caprichos son pasto para notas de color, fake news o teorías conspirativas para desviar la atención de lo que es relevante. Volvamos a Puerto de Palos/Cabo Cañaveral: los avales y permisos esta vez no vienen del Vaticano y las casas reales del Siglo XV sino de centros cuasi-privatizados, incluyendo la FCC (Comisión Federal de las Telecomunicaciones de los EEUU) y la UIT (Unión Internacional de Telecomunicaciones), que deciden conceder otro bien común porque lo encuentran lucrativo. El reparto de golosinas al 99% de la humanidad que prometen los operadores de la cuarta revolución industrial es inversamente proporcional a las incontables ramificaciones y múltiples consecuencias que hereda y, más que probablemente, agrave exponencialmente. En la pirámide concreta instaurada en el mundo, la naturaleza es la base, el plano siguiente las colonias “externas” e internas, el trabajo doméstico de mujeres (en primer lugar, además de la plusvalía emocional y el cuidado), esclavos, agricultores, artesanos, economías de subsistencia, trabajadores informales y luego - bien arriba- se encuentra la línea a partir de la cual se hacen estadísticas (asalariados, empresarios y output métrico). No existe el trabajo inmaterial: cada click del mundo, aunque ocurra en una oficina alejada de las montañas o de la siembra extensiva e intensiva, está constituido por -y es tal vez el último eslabón de- la cadena de actividades extractivas, incluyendo en esa categoría el consumo energético. Demasiados economistas, colgados de diferentes ramas del sistema, presentan las cosas patas para arriba, como los murciélagos: lo tangible sería el dinero, mientras que el resto va de ese supuesto estado sólido al gaseoso, como las nubes, o es considerado una “externalidad”.
La naturaleza, entonces, es nada más que un depósito de materia prima que se encuentra “allá” y por eso no le cabe otro destino que el de ser explotado. Como el modelo está en permanente crisis sus gestores buscan escapes que, además, sean lucrativos, siendo uno la puesta en escena de simulacros o entretenimientos en gran escala. Es por eso que las fantasías, expectativas y promesas a la clientela cittadina son enormes y lo más alejadas posible de la base material concreta y la empatía. La palabra “productividad” será bonita pero oculta la mayor parte del circuito de cada mercancía, desde las montañas, los campos, del mar o los laboratorios hasta los centros de consumo y lo que en la modernidad se llama, con insolente comodidad, basurales o vertederos. Sin ese incalculable subsidio humano, energético, emocional, biodiverso, cultural, o lo que fuera, pero siempre más allá de ese resbaladizo dominio del dinero, la economía dominante no sería posible.
En otras palabras, se publicita un fraude, que consiste en ocultar, negar, camuflar y despolitizar las consecuencias. O calificar “enemigos” del progreso material, sean pobres, migrantes, género u origen geográfico, por medio de una calculada ingeniería societal. Pero no hay más lugar para excusas: las magnitud de las externalidades, vividas en carne propia por toda la humanidad, superaron por lejos y desde hace mucho tiempo a la economía real y a las leyes de la naturaleza. Todo esto fue anticipado, aunque sin completa conciencia de lo exponencial, desde hace por lo menos dos siglos con la crítica a la modernidad y más tarde por la ecología política (no el ambientalismo corporativo, obvio) y, mucho antes, por las advertencias de Oriente (Buda) y tantos pueblos que la arrogancia antropológica denomina primitivos para ningunearlos (excluir su cosmovisión) o darlos por extintos. Pero ahora se suman otros mecanismos de apropiación más complejos, imaginados y diseñados por nenes ricos, malcriados y con pocos escrúpulos pero con ganas de ganar más dinero aun, con nidos en diferentes lugares del mundo, no solo en Silicon Valley.
La composición mixta de técnicas (uso el término pensando en Lewis Mumford, Jacques Ellul, Ivan Illich y Murray Bookchin, entre otros) se suma vertiginosamente y los satélites son estratégicos para las maniobras de concentración, pero solo una parte. Hay críticas, claro, pero suelen ser parciales, se concentran en lo visual (ver estrellas sin interferencias desde observatorios), en lo ambiental (la multiplicación exponencial de contaminación radioeléctrica, la demanda creciente de metales o minerales y energía, entre otros) pero sobre todo – y obsesivamente- en la pregunta del reparto de los “beneficios”, otra cara, cuya respuesta ya está preparada de antemano y es exhibida como el espíritu “socialista” de las empresas: todxs tendrán acceso bueno y barato a internet en el mundo. Sin embargo, al reconocer que habrá ganadores y perdedores admiten que no estamos hablando de democracia. La presión para subsidiar aun más todavía a este tipo de aventuras es justificada con la promesa de que es posible, y por eso imperativa, agregan, ubicarse del lado de los ganadores. Una verdadera lotería. Quien objeta este esquema, se defienden, es porque está contra su vaca sagrada, el “progreso”, ergo está dis-locado, fuera de lugar, loco. Los medios, las fuerzas políticas, asociaciones empresarias y no pocas veces la academia clientelizada consienten, desde su lugar en la pirámide, asegurando que anotarse en la competencia y adoptar la tecnolatría y el lucro como brújulas productivas sería lo mejor. Más críticamente se objetan las técnicas de control, apropiación de la vida privada y del trabajo, es decir el capitalismo de vigilancia, como bien lo define Shoshana Zuboff. Todos esos aspectos son reales, pero dejan de lado interrogantes esenciales, por ejemplo ¿Cuáles son las raíces materiales y (crisis) existenciales de esta carrera y cuáles sus consecuencias?
Lo que con justa razón llamamos capitalismo es una moda (el término lo usa Polanyi) que amalgamó una variedad enorme de prácticas previas de poder y acumulación material, no siempre con éxito pero si con demasiados conflictos, enormes sufrimientos y, principalmente, la traumática fractura de la unidad del ser humano consigo mismo, es decir con la naturaleza. La ansiosa fuga hacia adelante, además del ocultamiento o negación de esas raíces y sus consecuencias, era y es constitutiva de su eco- y genocida persistencia. La diferencia entre Cerro Rico de Potosí colonial y el actual sistema globalizado es la creación de un enorme y contradictorio colchón sensorial entre la extracción automatizada en cultivos industrializados, la minería, los hidrocarburos, la pesca o los desmontes y la vida urbanizada. Cambiaron las formas de trabajar y también las condiciones de saqueo, con millones de personas viviendo el horror urbano (éxodo rural) que nadie sabe cómo administrar sin recurrir, para nada casualmente, a más circuitos de capital ficticio y más destrucción ambiental como respaldo para salir del embrollo.
Cuando la primera Ruta de la Seda se fue saturando de peajes, asaltantes, piratas y caravanas cada vez más caras, las élites de Europa descubrieron que el terraplanismo había cumplido su ciclo y se lanzaron a la conquista de las Indias para financiar sus guerras, disputas de poder, parasitismo administrativo y lujos palaciegos. El Magallanes que describe Stefan Zweig, naturalmente eurocéntrico, es una de las mejores representaciones de aquella vuelta al mundo, con los primeros “satélites de madera”. Pero luego, como ocurre con toda administración a distancia de economías de rapiña, asomaron nuevos costos. Junto a los genocidios, esclavitud y persecuciones a cargo de inquisidores psicópatas hubo que tejer complicidades locales, ofrecer sobornos de personas, gobiernos y hasta de clases sociales completas, emplear administradores y capangas, separar etnias y culturas con privilegios diferenciados y murallas, sea con el modelo Argelino, más brutal, o el del Mariscal Lyautey en Marruecos, que luego fue nombrado presidente de la Exposition Coloniale en Paris 1931. Si la enajenación, tanto del trabajador como del capitalista (obviamente de enfrentado carácter), o la división de tareas entre campo y ciudad, fue calamitosa para la humanidad, el colonialismo agregó otros ingredientes atroces al mismo proceso que, de lejos, superan la cuantificación -correcta pero al fin solo un intento de un tit for tat- al estilo del cacique Guaicaipuro Cuautémoc de Luis Britto García. Son cálculos que de alguna manera justifican el nacionalismo de recursos (“resource nationalism”), reconocida fuente del tráfico mundial de influencias, pues al capital poco le interesa si uno se ata al cuello una pieza de tela llamada corbata o luce plumas de colores en la cabeza…mientras no afecte los negocios centralizados. Es más, aplaude esas conductas porque indican que el sistema admite diversidad cultural y a veces hasta política, también conocida como pluralismo. La acumulación de dinero y el autointerés que insisten en vender economistas como único objetivo de la vida es parte de la matriz (modelo) que llevó a la destrucción mundial – hasta reconocida por el empresarial “Límites al crecimiento” (Meadows Report del MIT, 1972 y 1992)- y es necesariamente pariente directa de la proliferación de simulacros verdes, intentos de cooptación, ocultamiento de evidencias y renovados artilugios estadísticos y publicitarios, incluyendo en esta categoría al negacionismo de la catástrofe ambiental y social. Es allí donde cabe situar el rol de la exponencial industria del entretenimiento, o “distractivismo” urbanizado, especialmente desde la guerra fría, pues ojos que no ven corazón que no siente, y al revés también. Es que no hay economía de rapiña sin una cúpula simbólico-ideológica que intente legitimarla. Espejismos, especulación y espectáculo, incluyendo guerras, nacionalismo y dictaduras, van de la mano.
La invención del telégrafo expandió los mecanismos de aceleración y conectividad (la comunicación es otra cosa). La curva de la competencia, la velocidad y los conflictos hegemónicos, y ahora sabemos qué significan las curvas, empezó a remontar exponencialmente, tanto como el capital ficticio. La telegrafía fue el necesario complemento de los ferrocarriles planificados para el saqueo. Sea por cable o por ondas, la información concentrada es la mercancía que le sigue, en orden de categoría, pero también sinónimo, al dinero y permitió acelerar la formación de los primeros monopolios, pues anticipaba cotizaciones, precios, rumores, condiciones y cantidades (no solo cereales sino todas las commodities imaginables) en los mercados centralizados. Los ferrocarriles planificados para el saqueo, junto al telégrafo, también contribuyeron con la homogeneización de territorios, fomentaron monocultivos y economías de exportación (es decir dependientes), afectaron traumáticamente a culturas campesinas e indígenas y redujeron la biodiversidad.
Esa fase reorganizó en gran escala la división de tareas, prioridades y agendas políticas a nivel continental pues permitió aglutinar poder y dinero excluyendo intermediarios, porque de eso se trata, con eficacia y especialización. Principalmente estableció o afianzó jerarquías espaciales y sociales y modos de entender la realidad. Fue solo una etapa más del frenesí contemporáneo.
¿Diferencias entre los conquistadores del Siglo XVI con los satélites del proyecto SpaceX, sus competidores, las no tan teatrales riñas sobre 5G y los delirios de la cuarta revolución industrial? Son conceptualmente pocas, si las hubiera. Es una cuestión de magnitudes y de aceleración. Si caemos en la trampa de una historia lineal entonces todo esto, igual que la historia del dinero, la matematización del tiempo y del espacio, o la privatización y comodificación de las semillas (y de toda manifestación humana), parece “natural” y hasta deseable: estaríamos yendo, ahora con Astucia Artificial propagandizada como Inteligencia Artificial, de la moneda de cerámica o metal, al billete, al dinero electrónico, a las cripto y de allí al blockchain. Del reloj de los campanarios a la vigilancia con reconocimiento facial o técnicas predictivas. De la agricultura biodiversa a la bioeconomía, un término básicamente hurtado al padre de la economía ecológica, Nicholas Georgescu-Roegen, por agronegociantes y otros decoradores de imagen corporativa. Sin olvidar la “economía circular” y otros entretenimientos sociales para la juventud en ascenso de clases acomodadas.
Mover las fichas permanentemente es mucho más que el resultado de la competencia porque, principalmente, sirve para evitar una apropiación desde abajo y/o el control social. “La” tecnología (detestan el plural porque permitiría elegir, descartar o rechazar) es presentada como panacea salvadora…de un futuro representado por una renovable zanahoria virtual. Tiempos modernos: la robotización y descentralización es un caso típico. Cuando la FIAT, por mencionar un ejemplo entre muchos, se vio enfrentada por las masivas manifestaciones obreras en Turín a fines de los años 60, recurrió a la descentralización para que los trabajadores no tuvieran tiempo para interactuar y organizar paros. Es resultado del miedo a una respuesta obrera, que potencialmente -y solo potencialmente- se opone a esa incongruente“creatividad destructiva”de la industria fusionada con las urgencias del capital. Porque o somos creativos o somos destructivos.Las nuevas formas de capital-colonialismo serán más complicadas (lo complejo es otra cosa) pero van por la misma senda que las carabelas de hace no tanto tiempo. Que ninguna curva nos haga perder la visión de conjunto.