Colonización ecológica de América y Puerto Rico. Segunda parte
El pueblo taíno fue mayoritariamente esclavizado para producir alimentos para los colonizadores en la Isla y aprovisionar los barcos que seguían para tierra firme, el continente llamado americano.
Los españoles esclavizaron a los taínos para su producción agrícola
En la historia oficial y el imaginario puertorriqueño la principal causa de la esclavitud de los pueblos taínos fue la ambición de los invasores españoles por el oro que había en los ríos de Borikén, el país que hoy llamamos Puerto Rico. En este artículo argumentamos que el pueblo taíno fue mayoritariamente esclavizado para producir alimentos para los colonizadores en la Isla y aprovisionar los barcos que seguían para tierra firme, el continente llamado americano.
Es cierto que el mineral dorado tenía un enorme valor de cambio en las economías del siglo XVI europeo, que la corona española era insaciable en su capacidad de tragar y gastar el oro, y que para los primeros españoles que llegaron a tierras americanas tenían la esperanza de regresar ricos a la península ibérica. Sin embargo, también es cierto que en las primeras décadas de la colonización caribeña se agotó el oro que podía ser extraído a través del lavado de los fondos de los ríos y quebradas, fuente principal del mineral que usaban los taínos, los habitantes originarios de las Antillas mayores: Cuba, La Española, Jamaica y Puerto Rico.
Juan Ponce de León fue el primer español que llegó a la Isla con un nombramiento de los reyes para ocuparla. En el primer contacto de Ponce de León con el principal cacique de la Isla en 1508, Agüeybaná (el Viejo, pues su hijo Agüeybaná segundo lideró pocos años después la rebelión contra los invasores) lo recibió en paz y celebró con el visitante la ceremonia de hermandad o guatiao. Ya en ese primer encuentro, el español le exigió la siembra de un conuco o finca para el rey de España. En el 1509 se establece el primer poblado europeo en la isla, Caparra, en el lado sur de la enorme bahía –la mayor del Caribe– que hoy es San Juan. El primer gobernador colonial viene decidido a hacer de la ganadería y la agricultura la principal fuente de ingresos del proyecto colonizador, anticipando lo limitado de la disponibilidad del oro.
Antes de entrar a ver el proceso de conversión de Borikén en un gran proyecto agropecuario según las necesidades de los colonizadores, conviene repasar el impacto sobre las poblaciones originarias de la invasión y la apropiación de sus tierras. En lo demográfico, los estimados sobre la cantidad de habitantes en el momento del desembarco van desde 30,000 a 500,000. Si nos dejamos llevar por la gran cantidad de restos arqueológicos encontrados en toda la geografía de la Isla, la realidad debe estar en una cifra intermedia de las dos anteriores. En Puerto Rico hay piedras con petroglifos en casi todos los ríos y cuevas, además de numerosos yacimientos arqueológicos que van desde las costas hasta las alturas de las montañas. En el momento de la invasión en la Isla existían cerca de veinte cacicazgos, algunos dirigidos por mujeres, con una gran cantidad de poblados o yucayeques, tanto en costas, como en los valles y en las montañas.
Sin embargo, hacia finales del S. XVI los censos oficiales ya contabilizan solamente unos pocos miles de taínos, datos utilizados para afirmar que en el primer siglo de la colonización los pobladores originales fueron prácticamente extinguidos. No cabe duda que las prácticas de los españoles, como la esclavitud, las guerras con superioridad tecnológica, nuevas enfermedades para los cuales los nativos no tenían defensas (sífilis, viruelas, gripes), el exilio o el suicidio, dieron lugar a una rápida y enorme reducción de la población. Además, se debe tomar nota de la brutalidad con que fueron sometidos los pueblos originarios: ataques con feroces perros hambrientos, torturas, muertes crueles como el descuartizamiento o la hoguera y separación de familias para evitar la reproducción, entre otras salvajadas.
Sin embargo, creemos que la reiteración de la desaparición taína temprano en la colonización forma parte de los mecanismos utilizados para justificar la ocupación de las tierras borinqueñas. En todas partes de las tierras americanas se hicieron invisibles las poblaciones autóctonas, se describieron tierras vírgenes inhabitadas, a pesar de los millones de habitantes que poblaban los continentes invadidos por Europa. Fue una manera de enmascarar el genocidio y justificar la esclavitud africana. El modelo productivo colonial estuvo basado en la esclavitud desde el primer momento.
Apoyamos la tesis de una sobrevivencia cultural y supervivencia étnica taína en Puerto Rico, mucho más allá de lo que la historia oficial reconoce. Fueron los tiempos de las guácaras, dicho común hoy en día para referirse a épocas lejanas, que hace referencia a cuando los pobladores originales se fueron a vivir a las cuevas del interior, en el comienzo de ese mestizaje de taínos con españoles que huían del régimen monárquico español y los primeros africanos cimarrones, la gestación del mundo jíbaro campesino.[1]
Agricultura taína productiva y sostenible
Un argumento que refuerza la existencia de una población abundante y bien asentada en el momento de la invasión es la vitalidad y amplitud de la agricultura taína. Pronto los invasores comenzaron a pasar hambre, pues las tierras borinqueñas con sus agroecosistemas tropicales no eran apropiadas para muchos de los alimentos a los cuales estaban acostumbrados. Mientras, el pan y otros alimentos se agotaban en los viajes transatlánticos, o llegaban dañados por la humedad y los insectos. Desde los primeros ensayos agronómicos se dieron cuenta que las semillas de trigo, cebada, centeno, avena y otros cultivos que trajeron de Europa no se podían producir en el clima del Caribe.
Desde el principio de la colonización de Borikén, los españoles esclavizaron a los nativos para la minería y la agricultura, y los obligaron a cultivar sus tierras para ellos. Se sometió a los/las caciques, a través de negociaciones o a la fuerza, a aceptar las encomiendas, mediante las cuales los taínos y taínas pasaban a ser propiedad de los invasores, quienes les obligaban a trabajar en condiciones de explotación (separación de familias, muchas horas, poco alimento, trabajos extenuantes, maltratos físicos). Las encomiendas estaban vinculadas a la entrega del territorio, especialmente para las fincas ganaderas y agrícolas. Los españoles impusieron sus conceptos de propiedad privada, excluyeron a los taínos de sus tierras ancestrales colectivas para crear solares para casas y huertos, estancias para la agricultura, hatos o fincas para ganadería e ingenios para la producción de azúcar.[2]
El método generalizado de siembra de los taínos era el uso de montones. Consistía en una interesante y productiva tecnología agrícola que proveía abundancia, variedad y estabilidad alimenticia, como se describe más adelante. El cultivo principal en cada montón solía ser la yuca (Manihot esculenta, cassava, mandiaca), que se acompañaba de policultivos asociados y en sucesión con una gran variedad de otros alimentos: batatas, calabazas, maíz, pimientos, habichuelas, entre otros. También integraban en sus siembras plantas medicinales y aromáticas, frutas como papaya, mamey, anón y guanábana.
Cultivaban el algodón para hacer sogas y ropas, y el tabaco para propósitos rituales y sociales. Además de agricultores eran buenos pescadores y cazadores, y su dieta animal iba desde los caracoles e insectos a los manatíes y pájaros. Su entorno natural proveía también infinidad de comestibles para recolectar, como frutas, raíces, hojas y cortezas. Fueron descritos como más bien vegetarianos, y hacían dos comidas fuertes al día, a media mañana y al final de la tarde, hábitos que perduraron hasta nuestros días en la alimentación jíbaro/campesina.
El componente central de la dieta taína era el cazabí, el pan casabe, tortas hechas de harina de yuca y tostadas sobre un burén, plato llano o piedra caliente. Los taínos desarrollaron la tecnología para procesar la yuca brava, venenosa por su contenido de cianuro, exprimiendo el líquido del tubérculo una vez rayado, antes de hacer sacar la harina para las tortas. El pan casabe, una vez bien tostado, tiene una excelente conservación.
Una vez superados los problemas con el gusto y textura, el casabe se convirtió rápidamente en un sustituto para el pan de trigo. El casabe resultó ser un alimento de buen contenido nutricional, rico en hidratos de carbono de buena calidad y fuente de fibra. Aporta vitaminas C y del grupo B, y es rico en minerales como calcio, hierro, magnesio y potasio. En muchos nutrientes ofrece mayores cantidades que el pan integral de trigo, y en cuanto proteína es similar (2.5 gramos por porción de cien).[3] Se convirtió en la base nutricional para los españoles, para desgracia de los taínos: “El pan de los indios le llaman cazabí que es la manera de pan que en la isla Española y otras hacen los indios, y gozan allí mismo los cristianos”.[4]
La agricultura de montones
Hacían los indios unos montones de tierra, levantados con una vara de medir [una yarda o tres pies] y que tenían de contorno 9 o 12 pies, el uno apartado del otro dos o tres pies…Cuando la labranza es grande tiene veinte o treinta mil montones de luengo y cinco o diez mil de ancho, porque ocupa gran campo.[5]
El lugar de siembra se llamaba conuco, palabra que ha sobrevivido en Puerto Rico para referirse a la finca familiar, también conocida como la tala. La primera vez que iban a sembrar un conuco, en un sistema de rotación de por lo menos diez años de duración antes de volver al mismo predio, se eliminaba la vegetación existente en el lugar y se quemaba, acción que no se repetía durante los tres años o más de vida de la siembra. Como herramientas utilizaban hachas de piedra y un palo largo y fuerte, la coa, cuya punta era endurecida al fuego. Con la coa se soltaba la tierra. En el centro del futuro montón se amontonaba materia orgánica (ramas, hojas, hierbas), que luego se descomponía lentamente, aportando nutrientes (abono) a las siembras. La forma cónica del montón permitía un buen manejo del agua, porque penetraba con facilidad y además se evitaba la erosión en caso de mucha lluvia. El suelo de los montones era descrito como suelto, airado y fértil. El crecimiento de hierbas era un problema solamente durante el primer año, pues luego la abundante biodiversidad de cultivos cubría el suelo y hacía menos urgente la necesidad de eliminar la vegetación no deseada. Los relatos de la época hablan de conucos de montones tanto en los valles como en los montes.
Hace unos años tuvimos la oportunidad de ver la reproducción de unas ilustraciones antiguas de siembras en montones, realizadas por un naturista europeo en una de las Antillas Menores. Las siembras se hacían siguiendo las técnicas que hoy llamamos cultivos asociados. La yuca, que predominaba, estaba sembrada a media altura en la circunferencia del montón. Además se distinguían calabazas, tomates, pimientos, batatas, entre otras plantas. El montón permitía cosechar las plantas de yuca durante dos o tres años, pues en vez de arrancarlas escarbaban por el lado del montón para sacar los tubérculos maduros. Sembraban en luna nueva o creciente, nunca en menguante. Según Fray Bartolomé de las Casas, lograban una alta productividad: de un millar de montones podían sacar ciento cincuenta cargas (50 libras) de paz casabe, 7,500 libras, 3.4 toneladas.[6] Según el mismo autor, cinco o seis cocineras podían amasar y producir entre 50 y 60 arrobas (25 libras por arroba, para un total de 1,500 libras) de pan casabe por día, suficiente para alimentar a mil personas.[7] La siembra del maíz, otro cultivo importante, se hacía en conucos aparte, en terreno previamente quemado para contar con la fertilidad de las cenizas, en hileras y depositando varias semillas por hoyo.
Después de una importante rebelión taína en el año 1511, se documenta una reclamación de los herederos del español Cristóbal de Sotomayor de “un gigantesco conuco de 70,000 montones del pan, de un cacique llamado Agüeybaná”.[8] Para tener una idea del tamaño de una finca de esas dimensiones, calculemos que cada montón ocupa un área de 3 por 3 metros (10 por 10 pies aproximadamente), poco menos de 10 metros cuadrados, para facilitar el cálculo. Esa área por montón permite incluir los caminos, zanjas, árboles y otras características probables de las siembras. En una cuerda de terreno, 4000 metros cuadrados, cabrían 400 montones. Pues 70,000 montones cubrirían unas 175 cuerdas. Los textos enumeran, según los cacicazgos, conucos de miles de montones (el número refiere a montones/el nombre al cacique o lugar): 10500/Aguéybana, 6850/Caguas, 1090/Mabo, 1000/ Mahagua. En el año 1510, se describen enormes conucos ya bajo control español: 7055/Villa de Caparra, y 5200/Toa. Como comparación, el tamaño promedio de las fincas en Puerto Rico en la actualidad no llega a las 50 cuerdas, equivalente en área a unos 20,000 montones en aquella época.
Agricultura borinqueña para la colonización americana
El pan casabe se convirtió en la llave alimenticia para la supervivencia de los invasores de Boriken y las otras islas caribeñas. Además, Boriken se convirtió en una importante parada para reponer provisiones de los barcos invasores que llegaban al Caribe tras el cruce transatlántico con las bodegas vacías. Los cerdos, cabros vacas y otros animales que los españoles soltaron en la isla grande, así como en otras menores del archipiélago borinqueño, complementaban las enormes cantidades de pan casabe que se llevaban. Las abundantes aguadas proveían agua de calidad para continuar los viajes para la conquista de los territorios de lo que hoy es México, América Central y del Sur, donde la abundancia de oro estimulaba la codicia Europea.
En los casos en los que los colonizadores no ocuparon y dirigieron directamente las siembras de los conucos y la confección del pan casabe, se les impuso a los caciques cuotas que tenían que cumplir. Ese fue el caso de la pequeña isla de Amona, cuyas comunidades fueron explotadas para proveer alimentos a los invasores. Para quien conoce hoy la aridez y vegetación de esa isla, al oeste de Puerto Rico, resulta difícil pensar que fue un lugar de abundante producción agrícola, lo cual indicaría un excelente manejo del suelo, el agua y la biodiversidad agrícola: [9]
Producían melones, batatas, yuca, frijoles, maíz y tabaco, entre otros. Desde esta estratégica isla se exportaban alimentos para las colonias que se estaban estableciendo en La Española, San Juan (Puerto Rico), Cuba, Sur y Centro América. Sembraban algodón y trabajaban en una fábrica de camisas, enaguas y hamacas para los nuevos colonos. En 1521 se informa de una entrega en Mona de 27,500 libras de pan de casabe a colonos españoles que iban hacia Cumaná, Venezuela.
El pan casabe se convirtió en un bien necesario para garantizar la supervivencia de los conquistadores. También pasó a ser una mercancía en el comercio de la época. Por ejemplo, en los barcos que llegaron a Puerto Rico en 1512 desde La Española había pasajeros que declararon cargas de pan casabe de 600, 2300, 10250 y hasta de 25150 libras. El alimento principal que los taínos habían desarrollado a partir de una tecnología apropiada para su sustento en armonía con la naturaleza, y cuidado a través de rituales, se convirtió en una necesidad alimentaria para los invasores, quienes no dudaron en esclavizarlos como parte de un genocidio que los llevó casi hasta la extinción.
La escritora puertorriqueña Tina Casanova logra reproducir con mucha credibilidad esos primeros años de la invasión, destrucción cultural y sometimiento desde la llegada de los colonizadores en el año 1509. Los españoles:[10]
Incursionaban en los yucayeques [poblados], se llevaban lo que encontraban, mataban o secuestraban…Agüeybaná instó a los caciques a abandonar con su gente los yucayeques. A internarse en lo más intrínseco del monte. En cuevas y sumideros. Aun así muchas aldeas y yucayeques fueron sorprendidos desprevenidos. No se sabía cuándo ni en qué lugar caería, como esas tormentas que llegan sin dar previas señalas y arrasan con todo en unos momentos. Como una plaga de hormigas que se levanta y sin avisar en medio de un montón de yuca.
La agroecología contemporánea como resistencia puertorriqueña hunde sus raíces en los siglos y se nutre para sembrar nuevos tiempos.
*En la primera parte de esta serie se presenta la colonización ecológica europea de América, en la segunda la de Puerto Rico durante los primeros años de la invasión española, mientras que en la tercera se discute la colonización ecológica de la isla bajo el dominio norteamericano: Colonización ecológica de América y Puerto Rico, Primera Parte
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Notas
[1] Ver páginas 165 y siguientes: Nelson Alvarez Febles. (2016) Sembramos a tres partes: los surcos de la agroecología y la soberanía alimentaria. Ediciones Callejón, San Juan.
[2] Francisco Moscoso (2001). Agricultura y sociedad en Puerto Rico, siglos 16 al 18. Instituto de Cultura Puertorriqueña, San Juan.
[3] Hay buenas tablas nutricionales aquí y aquí
[4] Adaptado de Historia general de las Indias (1535), citado por: Francisco Moscoso (2001), arriba.
[5] Según Fray Bartolomé de las Casas, en: Francisco Moscoso. (1999). Sociedad y economía de los taínos. Editorial Edil, San Juan.
[6] Fray Bartolomé de las Casas (1535). Historia general de las Indias. Editado por José Miguel Martínez Torrejón. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Ver aquí
[7] Ver arriba, Francisco Moscoso (1999).
[8] Ver arriba, Francisco Moscoso (2001).
[9] Tomado de https://www.facebook.com/boricuazopr/, esta información coincide con otras fuentes.
[10] Tina Casanova (2017). Caparra: memorias de una mudanza. Publicaciones puertorriqueñas, San Juan.
21 de septiembre de 2018
Por Nelson Álvarez Febles - Ecólogo social, se especializa en políticas y prácticas en agrocología. Tiene estudios en sociología (BA 1970, Fordham University), derecho (JD Cum Laude 1973, UPR) y ecología social (MA 1993 Goddard College). Entró en contacto con la agricultura orgánica desde los años setenta, primero trabajando en el Pirineo Catalán (España) y luego en el Barrio Matuyas de Maunabo. Ha desarrollado investigación y docencia, y participado internacionalmente en seminarios, conferencias y talleres. Trabajó en el Instituto de Educación Ambiental (INEDA) de la UMET, fue director del Proyecto Agro Orgánico de Cubuy, y oficial de programas con GRAIN en Barcelona y Montevideo. Fue fundador de la revista "Biodiversidad: cultivos y culturas" y del sitio en Internet "Biodiversidad en América Latina y el Caribe" [ http://www.biodiversidadla.org/]. Es autor de los libros El huerto casero: manual de agricultura orgánica (2008), La Tierra Viva: manual de agricultura ecológica (2010), y Sembramos a tres partes: los surcos de la agroecología y la soberanía alimentaria (2016). También ha estudiado terapias alternativas y filosofías orientales, y es Instructor de Tai Chi. El autor, ecólogo social, brinda seminarios y talleres sobre agroecología. Información en Facebook: Talleres Tierra Viva PR. Correo electrónico: moc.liamg@rpelbadulasarutlucirga. También pueden escribir a: moc.liamg@noslen.resoce
Fuente: 80 grados