Colonización ecológica de América y Puerto Rico. Primera parte
En la primera parte de esta serie se presenta la colonización ecológica europea de América, en la segunda la de Puerto Rico durante los primeros siglos de la invasión española, mientras que en la tercera se verán ejemplos de la colonización ecológica de la isla bajo el dominio norteamericano.
Nos enfrentamos a un momento crítico en la historia en cuanto al deterioro del medio ambiente y la calidad de vida de la inmensa mayoría de los habitantes del planeta, mediante la deforestación, la contaminación del aire, aguas y tierra, el cambio climático y la destrucción sistemática de ecosistemas sensibles. Existen precedentes históricos que nos pueden servir para entender mejor la actualidad, pues en otros períodos la acción del ser humano ha provocado, a través del abuso de una agricultura intensiva y extensiva y la extracción abusiva de recursos naturales, procesos que han dado lugar a la rápida descomposición –y posible desaparición– de experiencias civilizadoras: (1)
• Resulta difícil imaginar que el principio de lo que llamamos nuestra civilización tuviera lugar en esos espacios áridos entre el Eufrates y el Tigris, en lo que hoy es Irak, imaginar los jardines colgantes de Babilonia en un desierto de arena. Los estudios arqueológicos indican que aquella zona fue hace varios miles de años un hermoso vergel, y que se había logrado un sofisticado sistema de canales para riego que permitió una agricultura intensiva. Sin embargo, parece ser que el abuso del riego llevó a un proceso de salinización y compactación de los suelos que fue destruyendo la fertilidad de los mismos.
• Un componente importante de la expansión del imperio romano fue la necesidad de sustentar una creciente población urbana desvinculada de la producción agraria. La conquista de Egipto y el norte de África ha sido interpretada desde esta perspectiva: aumentar los graneros que suplían a Roma. Los romanos, grandes innovadores en la agricultura, lograron buenos rendimientos en las nuevas tierras. Pero en la medida que las clases más pudientes fueron concentrando la posesión del suelo, esos propietarios absentistas y desvinculados del hacer agrícola exigieron mayores rendimientos a sus colonos. Las sanas prácticas del barbecho (el descanso sistemático del suelo) fueron abandonadas. Se redujo la cantidad de materia orgánica utilizada en los cultivos. La desertización de grandes zonas ha sido achacada a esos cambios provocados por la sobre-explotación. Resulta difícil imaginar la gran civilización egipcia prosperando en medio de ese desierto en que hoy languidecen sus ruinas.
• Los estudios arqueológicos calculan en varios millones los habitantes que durante más de quinientos años poblaron Tikal, en la región del Paten del Norte, en Guatemala, con sofisticados edificios, palacios, templos y carreteras. Según las investigaciones, los mayas desarrollaron un complejo manejo del agua y del suelo que les permitió una agricultura intensiva. Aunque aquella agricultura resultó exitosa, los arqueólogos han debatido las razones por las cuales aquella civilización tuvo un rápido descenso en importancia y población, antes de la conquista española. Una de las teorías más viables lo achaca a una severa sequía que duró varios años, una sequía muy probablemente provocada por la deforestación extensiva de la zona y la consecuente merma en las precipitaciones y fuentes subterráneas de agua.
Cada una de las civilizaciones señaladas logró importantes avances en la agricultura: complejos sistemas de riego, mejoras en la fertilización del suelo, nuevas técnicas de arado y otras labores agrarias, innovaciones en el control de plagas y enfermedades, integración de nuevos cultivos, y selección y mejoramiento de variedades y razas adaptadas a las condiciones y necesidades locales.
Sin embargo, nos podemos aventurar a decir que los ejemplos anteriores representaron una modificación radical de la naturaleza: deforestación y substitución de la vegetación autóctona por grandes extensiones de cultivos alimenticios y monocultivos, alteración de los ciclos del agua, erosión física y biológica del suelo, expansión de la agricultura a zonas marginales, destrucción de biodiversidad con la consecuente pérdida de estabilidad agrosistémica, pérdida de las tecnologías y conocimientos locales, pérdida de la diversidad cultural, menos cultivos de subsistencia y más producción para el mercado, dominación de las zonas y poblaciones rurales por parte de clases urbanizadas, a su vez enajenadas de los ciclos naturales inherentes a un quehacer agrícola que pueda ser perdurable, o en lenguaje actual, sustentable.
Conquista ecológica de América
La argumentación anterior sirve para introducir la discusión sobre la colonización ecológica europea y española del territorio de las Américas, Abya Yala para los pueblos Kuna centroamericanos. Se ha escrito y debatido mucho sobre los aspectos políticos y económicos de la colonización, pero queda mucho por comprender sobre los efectos ecológicos de la misma.
Se calculan entre 20 y 100 millones de personas las poblaciones americanas antes de la invasión europea, la verdad debe estar en una cifra intermedia. Nada más en La Española Fray Bartolomé de las Casas estimó de tres a cuatro millones. A modo de comparación, entre España y Portugal en aquella época no llegaban a 10 millones de habitantes. Un siglo más tarde, los expertos estiman que en todas las Américas solo quedó una pequeña parte de las poblaciones originarias, quizás un 5%. Veamos un estimado para parte del territorio que hoy es México, según el cual solo sobrevivió un tres por ciento de la población original (la gráfica muestra millones de personas):
Las poblaciones originarias de Abya Ayala murieron como consecuencia de la esclavitud, las encomiendas para trabajar para los colonizadores, las enfermedades contagiadas por los europeos, los desplazamientos forzados, la destrucción de sus sistemas de sustento, las guerras y la tortura, entre otras causas. Posiblemente sea el mayor desastre demográfico de la historia de la humanidad.
Compartimos dos ejemplos para recordar el nivel de avance que habían logrado algunas de las civilizaciones originarias, conocimientos que se nos han negado en la educación de base europea que recibimos en las escuelas. En la toma de Tenochtitlan, hoy Ciudad de México, en 1521, se quemaron decenas de miles de códices y otros documentos aztecas, más de la cantidad de libros que existían en cualquier biblioteca europea. Mientras, la red de carreteras y caminos empedrados de los incas iba desde cerca de lo que hoy es Santiago de Chile hasta Colombia, de más kilómetros que los famosos caminos del imperio romano, con varias rutas que cruzaban de este a oeste conectando la zona selvática con las costas del Pacífico cruzando los Andes.
Elinor Melville, en el libro A Plague of Sheep: environmental consequences of the conquest of Mexico (Cambridge University Press, 1994) habla de la “conquista ecológica del Nuevo Mundo”. Tras el sometimiento militar de los aztecas, mayas, incas, guaranís, taínos y otros pueblos, la introducción de animales y cultivos –acompañados de malezas, semillas, plagas y enfermedades– sentó las bases para la conquista biológica del continente. El ganado vacuno, caballar y bovino rápidamente ocupó multitud de nichos ecológicos, desplazando a la fauna local. Según el autor citado, el éxito de aquel imperialismo ecológico se basó tanto en la introducción de especies como en la transformación de los paisajes y sociedades nativas. La rapidez del cambio, la magnitud de su escala, y la multitud de especies hicieron prácticamente invencibles a los europeos.
Específicamente dos procesos biológicos facilitaron esa conquista. En primer lugar, las llamadas epidemias en medios vírgenes. Los patógenos europeos encontraron en las poblaciones autóctonas americanas campos fértiles e indefensos para su propagación. El segundo proceso biológico descrito fue la introducción de ganado ungulado, herbívoros cuyo pie termina en pezuña. Las poblaciones de estos animales crecieron desmedidamente ante una sobredisponibilidad de alimentos, hasta que sobrepasaron la capacidad de carga de la vegetación que les sostenía, y entraron en un proceso de estabilización poblacional. Las ovejas, cabras y vacas desplazaron a multitud de especies americanos de sus nichos ecológicos. El efecto sobre el medio natural de estas explosiones poblacionales de ungulados fue –y es– devastador.
En el libro Los cultivos marginados: otra perspectiva del 1492 (JE Hernandez Bermejo y J León, FAO, 1992) se describe el proceso de sustitución de cultivos durante la colonización americana. Sorprende por la enorme cantidad de plantas comestibles que fueron marginadas de la alimentación. Al exponer las consecuencias de esa marginación de cultivos, se incluye también la marginación de complejos sistemas agronómicos prehispánicos [sic] en los cuales la multiplicidad era una característica esencial. Además se hace mención de la pérdida de diversidad de cultivares –variedades– dentro de las especies de cultivo principales: es decir, pérdida de la diversidad genética.
La sustitución y marginación no se dio rápidamente, y encontró enormes resistencias agronómicas y culturales, especialmente en las zonas tropicales y subtropicales, donde los cultivos de la península ibérica no encontraron condiciones apropiadas para la agricultura. En zonas templadas y semiáridas sí se logró una introducción temprana, especialmente de cereales. La ganadería destruyó amplias zonas que hasta entonces habían servido a las poblaciones americanas para la caza y recolección de alimentos. Las órdenes religiosas católicas sirvieron como vehículo de introducción de especies europeas: sus conventos sirvieron como centros de aclimatación y experimentación. En otros casos prohibieron el uso de plantas de carácter ritual o mágico.
A continuación se describen algunas de las estrategias españolas para la destrucción y sustitución de sistemas y cultivos locales, utilizadas como armas para conquistar a los pueblos originarios:
• Una enorme cantidad de plantas comestibles americanas, algunas altamente nutritivas, como el amaranto y la quínoa, fueron marginadas de la alimentación y hasta prohibidas. En los Andes se han documentado docenas de tubérculos, granos, legumbres y frutas que sobrevivieron por la resistencia de las comunidades locales.
• Tanto en los Andes (terrazas y camellones), en los humedales mexicanos (chinampas), como en las islas del Caribe (montones), se marginaron complejos sistemas agronómicos americanos, en los cuales la diversidad genética y la multiplicidad técnica eran características productivas esenciales.
• La destrucción de los complejos entramados sociales y culturales existentes en las tierras americanas provocó una enorme pérdida de diversidad de cultivares dentro de las especies de cultivo principales, es decir, pérdida de la diversidad genética, así como de los conocimientos asociados. La pérdida genética deviene así una pérdida cultural.
• La ganadería europea – vacas, caballos, ovejas, cabras – destruyó amplias zonas que hasta entonces habían servido a las poblaciones americanas para la caza y recolección de alimentos.
• Las órdenes religiosas católicas sirvieron como vehículo de introducción de especies europeas: sus conventos sirvieron como centros de aclimatación y experimentación. En otros casos prohibieron el uso de plantas nativas de carácter medicinal, ritual o mágico.
Durante los siglos posteriores a la colonización de América los países europeos emprendieron también la colonización de Asia y África. Un componente central del proceso de control y extracción económica fue el mover cultivos de una región a otra similar en características ecosistémicas, trastocando profundamente las culturas y la naturaleza locales. El café de oriente en América del Sur, el algodón americano en Asia, los cocoteros del Pacífico en el Caribe, el trigo del Asia meridional en América del Norte, son solo algunos ejemplos sobresalientes de ese tablero de ajedrez estratégico donde los colonizadores jugaron con la distribución global de la producción y el trabajo. En el proceso destruyeron sistemas inteligentes y perdurables de cultivo, en un gesto de arrogancia que incluyó la condena eclesiástica como herejía de todo aquel conocimiento basado en una actitud de respeto ante y pertenencia con la naturaleza. La sustitución de los cultivos locales por monocultivos para la exportación fue (y continúa siendo) filosóficamente justificada para no reconocer el genocidio ni el ecocidio provocado.
Sin embargo, la gran transformación agrícola americana no se da hasta mediados del S. XIX, paralela a la transformación política en las nacientes repúblicas americanas. Varios factores socio-económicos promovieron el asentamiento de una agricultura cada vez menos variada y menos dirigida al auto-sustento, entre ellos: la mayor marginación de las poblaciones autóctonas, la consolidación de una clase dominante criolla, y la producción para la exportación para satisfacer los mercados de las ex-metrópolis en una nueva forma de dependencia.
No deja de ser asombroso, ante la colonización ecológica brutal impuesta durante siglos sobre los pueblos originarios, la enorme resistencia biológica y cultural que ha representado el hecho de la supervivencia de un enorme caudal de conocimiento tradicional sobre la naturaleza, tecnología agrícola agroecosistémica apropiada, unido a la conservación de muchas especies y variedades de cultivos, fauna y flora en nuestro continente Abya Yala.
Por Nelson Álvarez Febles
17 de agosto de 2018
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Este artículo se nutre, en parte, de otras publicaciones del autor, entre ellas: Sembramos a tres partes, los surcos de la agroecología y la soberanía alimentaria, libro publicado por Ediciones Callejón, San Juan, 2016; y el artículo “Breve vistazo histórico a la pérdida de la biodiversidad a través de la agricultura depredadora”, Revista de Ecología Política, Barcelona, 1995.
Colonización ecológica de América y Puerto Rico. Segunda parte
Nelson Álvarez Febles es ecólogo social, se especializa en políticas y prácticas en agrocología. Tiene estudios en sociología (BA 1970, Fordham University), derecho (JD Cum Laude 1973, UPR) y ecología social (MA 1993 Goddard College). Entró en contacto con la agricultura orgánica desde los años setenta, primero trabajando en el Pirineo Catalán (España) y luego en el Barrio Matuyas de Maunabo. Ha desarrollado investigación y docencia, y participado internacionalmente en seminarios, conferencias y talleres. Trabajó en el Instituto de Educación Ambiental (INEDA) de la UMET, fue director del Proyecto Agro Orgánico de Cubuy, y oficial de programas con GRAIN en Barcelona y Montevideo. Fue fundador de la revista "Biodiversidad: cultivos y culturas" y del sitio en Internet "Biodiversidad en América Latina y el Caribe" [ http://www.biodiversidadla.org/]. Es autor de los libros El huerto casero: manual de agricultura orgánica (2008), La Tierra Viva: manual de agricultura ecológica (2010), y Sembramos a tres partes: los surcos de la agroecología y la soberanía alimentaria (2016). También ha estudiado terapias alternativas y filosofías orientales, y es Instructor de Tai Chi.
Fuente: 80 grados