Colombia: Paz y territorios
No se trata simplemente de una especie de “aterrizaje” de las instituciones estatales “fuertes” en los territorios sino de crear las condiciones de posibilidad para que las comunidades asuman la autodeterminación democrática de su destino.
Por Sergio De Zubiría Samper / Lunes 9 de mayo de 2016
La distinción conceptual clásica entre paz positiva y negativa [1] ha sido interpelada actualmente por su relación con lo local y lo territorial. Frente a una noción conceptualmente negativa de paz, como no-guerra o abolición del conflicto, existe también una larga tradición para la cual la paz exige unas profundas correspondencias con la justicia y la armonía dentro de las comunidades. La tesis de esta segunda tradición filosófica es que la mera ausencia de guerra o de conflictos violentos, puede ser compatible con distintas y graves situaciones de injusticia; por tanto, la paz “negativa” puede sostener una paz injusta.
Como consecuencia de esta postura, la violencia no se limita simplemente a la coerción física, sino existen también violencias estructurales, simbólicas y culturales (Benjamin, Galtung, Žižek). Kant, Hegel y Marx se inscribirían en esta segunda perspectiva, que algunos investigadores [2] remontan a ciertos pasajes bíblicos (Isaías 54).
La paz positiva está caracterizada por relaciones de justicia y armonía, en especial dentro de las comunidades, por eso es necesario postular la relevancia de sus modos cotidianos de existencia en lo regional y local. La paz concreta se realiza por las comunidades en sus propios territorios y no en las oficinas de las capitales urbanas.
El denominado fenómeno de la “globalización” o “mundialización” capitalista ha develado importantes problemas a las ciencias sociales críticas: la fase actual de acumulación capitalista pasa por una “solución espacial” (Harvey); en cada Estado no hay una sola Nación sino existen varias Naciones; la idea europea de Nación suprime adscripciones determinantes de las comunidades como la etnia, cultura o religión; la pluri-nacionalidad debe darle prioridad a los derechos colectivos sobre los individuales; lo central para las comunidades es el autogobierno y la autodeterminación; está naciendo otro concepto de Nación.
Enfoques diversos
Las clases dominantes en Colombia han detectado la importancia de esta problemática y desde muy pronto han tratado de ganar ideológicamente la noción de “paz territorial”. Las conferencias del Comisionado Sergio Jaramillo en Harvard y la Universidad Externado han girado en torno a este tema. La batalla de ideas exige elaborar una cartografía de las visiones que están en tensión sobre la relación entre paz y territorialidad. Ubicamos principalmente tres perspectivas: a) Un enfoque neo-institucionalista y desarrollista; b) Una perspectiva de construcción heterogénea de la paz desde los territorios; c) La dimensión contra-hegemónica de las luchas territoriales.
El enfoque neo-institucionalista y desarrollista está representado por reflexiones como las de S. Jaramillo y S. Kalmanovitz. Se nutre de ciertas versiones de los teóricos del desarrollo (Haesbaert) y de una relectura de las teorías liberales de la justicia (Rawls, Sen). Sin contener una profunda concepción filosófica del territorio, se acentúa en este enfoque la dimensión espacial de las relaciones económicas, de los territorios como una extensión de superficie que sirve como fuente de recursos.
Sus núcleos fuertes son un “enfoque de derechos” (garantizar por igual los derechos constitucionales existentes en todo el territorio), una apuesta por “instituciones fuertes” (entidades, prácticas y normas que regulan la vida pública) y una definición de “justicia” (reconstrucción equitativa del orden social y la cooperación en los territorios). La “paz territorial” es para reforzar normas y hacer valer los derechos constitucionales existentes. Las instituciones políticas colombianas han sido “disfuncionales tanto para garantizar la paz como para impulsar el desarrollo económico” (Kalmanovitz).
La paz territorial tendría tres fases. La primera es terminar el conflicto; la segunda es el diálogo en los territorios; la tercera es la construcción de la paz. Para limitar el “modelo centralista” y la autogestión de las comunidades se plantea “imponer” una lógica de inclusión e integración territorial, “basada en una nueva alianza entre el Estado y las comunidades para construir conjuntamente institucionalidad en el territorio” (Jaramillo). En palabras más directas, se trata de aprovechar el “momento de la paz” para preparar los territorios para el desarrollo capitalista con unas instituciones más fuertes y unas comunidades como ciudadanos con derechos formales.
El Equipo de Violencia Política y Formación del Estado del Cinep [3], representa otra corriente de la construcción de la paz territorial en Colombia. Postula un enfoque diferenciado de acuerdo con la heterogeneidad espacial y temporal de la guerra, de sus afectaciones y de sus impactos.
No existe una fórmula única para la construcción de paz territorial, por tanto es necesaria un aproximación “gradualista” y por “escalas territoriales”. Es necesario proponer intervenciones graduales, a plazos y por fases en cada territorio concreto; reconocer en la territorialidad el “escenario fundamental” para resolver los problemas prácticos y más recurrentes al terminar el conflicto armado. Distinguir los grados y las fases en los niveles nacionales, regionales, municipales y sub-municipales. Para este planteamiento las fases más generales son tres: implementación de lo pactado a corto plazo; fase de posconflicto; construcción de paz territorial.
Las tareas de corto plazo (2 años) deben empezar en aquellos territorios donde las FARC-EP han tenido presencia y han construido órdenes contra-estatales. Estas intervenciones de corto plazo deben facilitar hojas de ruta para la convivencia y reducción de la amenaza de que el conflicto reviva, entre las cuales los investigadores recomiendan una estrategia de reinserción de las insurgencias ajustada a su naturaleza identitaria, impulsar laboratorios de democracia y construir consensos estratégicos gradualistas.
Las tareas de mediano plazo (10 años) son aquellas acciones en regiones y municipios priorizados que empiezan a sembrar las bases de la paz territorial. Se sugieren algunas como: repensar el esquema “municipalista” de descentralización, fortalecer la representación política de las periferias rurales, mejorar el principio de representación territorial. La perspectiva diferenciada postulada por el Cinep busca incluir a los actores más relevantes de los territorios, para que con una nítida conciencia espacio-temporal puedan ir construyendo consensos en los temas estratégicos.
Dimensión contra-hegemónica de las luchas territoriales
Existen otras concepciones de las dinámicas territoriales que subrayan su condición de campo de relaciones de poder. Resaltan las dimensiones políticas, culturales y ecológicas de los territorios. Los movimientos sociales contemporáneos, las insurgencias (TerrePaz) y el pensamiento crítico latinoamericano [4] despliegan otras miradas de las dinámicas políticas territoriales. Las denominamos, rememorando a Gramsci, “perspectivas contra-hegemónicas de las luchas territoriales”. Son luchas y resistencias de raíz territorial que están cuestionando el extractivismo, el consumismo y el capitalismo.
La paz desde los territorios será posible si inventamos otras formas de la política, de la democracia, del desarrollo, del Estado y de la sociedad. Las tareas emancipatorias no terminan en el orden social, legal y territorial existente. No se trata simplemente de una especie de “aterrizaje” de las instituciones estatales “fuertes” en los territorios sino de crear las condiciones de posibilidad para que las comunidades asuman la autodeterminación democrática de su destino. “Las luchas por los territorios se convierten en luchas por la defensa de los muchos mundos que habitan el planeta” (A. Escobar).
El sentido profundo de estas luchas es construir “desde” los territorios una sociedad post-neoliberal y anti-capitalista.
Algunas de sus finalidades son: a. Superar el centralismo patógeno que ha dominado en las relaciones entre élites y regiones, hacia formas no-capitalistas de ordenamiento territorial; b. Fomentar experiencias de democracia directa y desde abajo para desatar la “potencia plebeya” (García Linera) de los movimientos sociales territoriales; c. Valorar la dimensión estética y cultural que habita en las regiones y localidades de Colombia; d. Destacar el carácter emancipatorio y anti-capitalista de las luchas locales para redimir a la humanidad; e. Reconocer que la “paz” no puede culminar en el actual statu quo capitalista sino en la invención de mundos sociales alternativos.
Las condiciones de la paz desde los territorios para esta perspectiva contra-hegemónica son:
1. Comprender que el Acuerdo final no es la “terminación”, sino tan sólo el largo tránsito hacia el fin de conflicto armado;
2. Iniciar una etapa de post-acuerdo, en la cual es determinante el estricto cumplimiento e implementación de lo acordado;
3. Permitir la presencia transitoria de las insurgencias en los Territorios Especiales de Paz, con el fin de continuar sus luchas políticas territoriales contra-hegemónicas, que apuntan a demoler el orden social injusto;
4. Concebir la finalización del conflicto apostándole a la paz territorial, implica el desmonte progresivo de las causas estructurales que lo generaron, entre ellas: tierras, participación política, desmonte del paramilitarismo, centralismo, terrorismo de Estado, mentalidad contra-insurgente.
Notas
[1] Kant, I. La Paz Perpetua. Madrid: Aguilar, 1967.
[2] Ruiz, A. Paz y Guerra; en Filosofía Política II. Madrid: Trotta, 1996.
[3] González, F., Guzmán, T. y Barrera, V. (Editores) Estrategias para la construcción de paz territorial en Colombia. Bogotá: Cinep, 2015.
[4] Consultar Natalia Sánchez, Beatriz Gaviria, Arturo Escobar, De Sousa Santos, Enrique Leff, Gilberto Giménez.
Fuente: Agencia Prensa Rural