Colombia: Jornaleros en nuestra propia tierra

Idioma Español
País Colombia

La autora plantea un enfoque interesante a través de la comparación entre el monocultivo y sus consecuencias para la seguridad alimentaria de una zona en Colombia, con testimonios que enriquecen la perspectiva cultural de la descripción. Por su carácter testimonial, el texto mereció mención en el Concurso 2015.

Por Julie Manuela Mena Ortega

 

12/01/2016

 

Fuente: Diario de campo, 2011

 

El presente ensayo está inspirado en mi investigación de pregrado en Antropología, que significó una aproximación al escenario político, cultural y socioeconómico de la parte alta del río Mira, municipio Tumaco, departamento Nariño, al suroccidente de Colombia, donde se ha entroncado la economía de explotación agroindustrial del monocultivo de palma aceitera y el procesamiento de su aceite con destino a la producción de biodiesel.

 

 

El objetivo central de la investigación fue conocer los testimonios de pequeños productores locales y de las instituciones adscritas a la Federación Nacional de Cultivadores de Palma de Aceite (FEDEPALMA), sobre el monocultivo de palma aceitera durante su gran auge, y comprender los procesos locales de resistencia, adaptación o apropiación implementados en la actualidad por las comunidades del Alto Mira frente a sus impactos en la soberanía alimentaria y en su territorio colectivo.

 

 

La agroindustria de palma aceitera en el Pacífico sur de Colombia ha significado grandes transformaciones en el uso de la tierra, en la vida de las poblaciones y, sobre todo, en los sistemas de producción campesina. Transformaciones que se han venido estructurando desde los tiempos de la Colonia con la explotación aurífera, y las subsecuentes economías extractivas de la tagua y el caucho, la fiebre maderera, el camarón y, en la actualidad, el narcotráfico.

 

 

Debido a la envergadura de los contextos, la multiplicidad de actores y los impactos que implica el estudio de esta temática, hasta ahora poco explorada por la antropología, aunque con mayor interés por parte de sociólogos, politólogos, economistas e ingenieros agrónomos, es cada vez más complejo pretender agotar el análisis en toda su extensión. Por ello, en el trabajo se expone el atropello al derecho a la alimentación y al territorio, a través de una agroindustria palmera basada en el monocultivo, que no es más que la sofisticación de un sistema de producción parasitario que data de épocas anteriores.

 

 

La investigación tuvo lugar en el municipio de Tumaco, en Imbilí Carretera, un caserío rural perteneciente al territorio colectivo del Consejo Comunitario[1] Alto Mira y Frontera, y en las veredas Candelillas y La Espriella, que no son parte del Consejo. Se hizo, de esta forma, un análisis comparativo o estudio “multi situado”, para identificar en qué medida, con la llegada del monocultivo de palma aceitera, se modificaron las dietas culturales y el sistema tradicional de producción; cómo se afectó el carácter colectivo de las tierras y, finalmente, entender cómo cambiaron las relaciones entre la comunidad local y su entorno.

 

 

El análisis gira en torno a dos momentos cruciales en la agroindustria palmera en Tumaco, definidos por la aparición de la Pudrición de Cogollo (PC), plaga que devastó casi la totalidad de las miles de hectáreas sembradas con este monocultivo. La PC estableció un antes y un después en la producción, transición en el proceso productivo de la economía y la producción alimentaria local: del apogeo económico y productivo desde los años 80 del siglo XX, hacia su rotundo deceso en el nuevo siglo.

 

 

Mis reflexiones son una extensión de las conclusiones de otros investigadores y de las personas que me colaboraron con sus testimonios, su tiempo y sus conversaciones en campo; aspectos cruciales para el desarrollo de esta investigación, que sólo fueron visibles a través de esas conversaciones, enriquecidas por la amabilidad y la elocuencia de las gentes de la región. Para preservar la seguridad de las personas que me colaboraron con sus relatos modifiqué sus nombres en las citas.

 

 

La zona

 

 

Camino hacia Tumaco se puede observar que casi toda la vía Panamericana está militarizada y cientos de kilómetros de oleoductos de la empresa Ecopetrol, que vienen desde Orito, Putumayo hasta el puerto en Tumaco. Tal vez lo más impresionante son los interminables desfiladeros de los cementerios de palma aceitera, en lo que prácticamente se han convertido las plantaciones, por la devastación causada por la peste PC. A medida que recorremos un municipio tras otro, descendemos en altura pero sube vertiginosamente la temperatura (Diario de campo, mayo 2011).

 

 

Tumaco es un municipio ubicado en la costa Pacífica del departamento de Nariño, a una altitud de dos metros sobre el nivel del mar, con una temperatura promedio de 29ºC, una extensión territorial de 3.778 km2 y una población de 161.490 habitantes (Diócesis de Tumaco 2011, 16). Es el municipio más grande en división política de Colombia, con 304 veredas, y el segundo en extensión territorial (Ver mapas 1 y 2). Su población mayoritaria es afrodescendiente, con la presencia dos pueblos indígenas, los Awá y los Eperara Siapidara, y una creciente población mestiza.

 

 

Mapas 1 y 2:

 

Localización del departamento de Nariño en Colombia y del municipio de Tumaco en Nariño

 

Fuente: www.narino.cafedecolombia.com y www.tumaco-narino.gov.co

 

Después de Buenaventura, Tumaco es el segundo puerto más importante del país. Al ser parte de la vasta región llamada Chocó biogeográfico, tiene un clima tropical húmedo con precipitaciones constantes en un rango que va desde los 3500 a 4500 mm anuales (CC Alto Mira y Frontera 2003, 9).

 

Estas condiciones, entre otras, explican la singularidad de su riqueza biodiversa en especies de flora y fauna, única en el mundo. Sin embargo, esa misma diversidad natural ha convertido a la región en un objetivo estratégico para la incursión de las economías extractivas del mercado neoliberal, la colonización de la agroindustria nacional y la invasión del narcotráfico yuxtapuesto a la arremetida de los actores armados del conflicto interno. Son testimonio de ello la extensiva explotación de tagua, caucho y madera durante poco menos de un siglo por parte del capital extranjero, y actualmente los megaproyectos agroindustriales del capital nacional, como la producción industrial de camarón y el monocultivo de palma aceitera, los cuales, a pesar de las catastróficas plagas y los gravísimos impactos ambientales y económicos que acarrearon para la zona, siguen vigentes hoy en día. El arribo de esos capitales está ligado al aumento de los hechos violentos de desplazamiento forzado y homicidios selectivos en la región.

 

Por la privilegiada ubicación de Tumaco sobre el mar y los caudalosos ríos que bañan su territorio sus principales actividades económicas son la pesca artesanal, la minería, la agricultura y el comercio formal e informal.

 

No obstante el papel fundamental de Tumaco como puerto en la generación de divisas para la reproducción económica del país, es una de las tantas regiones que no aparecen en una política soberana del Estado Social de Derecho. Esto fue manifiesto desde los albores de la República, cuyo centralismo político determinó desde un principio la marginalidad en la que ha permanecido relegada esta región de cualquier proyecto de inversión social y de una presencia estatal que no sea la militarista y la extractiva.

 

De tal modo que, hasta el día de hoy, la región no cuenta con las condiciones propicias para ejercer sus más elementales derechos, situación visible en la ciudad y en las zonas rurales, donde se concentran los altos índices de violencia, desempleo y de mortalidad infantil por desnutrición; los servicios básicos son deficientes y casi inexistentes, la pobreza es una constante, y pésimas las vías de acceso al territorio rural.

 

 

El monocultivo de la palma aceitera en Tumaco

 

 

“[…] cuando todo el auge, el boom de la palma aceitera, la gente se dedicó a sembrar palma. Antiguamente tenía cultivos de pan coger, tenía cultivos de cocotero, tenía cultivos de plátano y de cacao y dejaron los anteriores para dedicarse a la palma porque vieron el progreso, vieron el desarrollo, vieron el auge, vieron la dinámica, ¿cierto?, El fruto se los compraban las empresas procesadoras, le compraban el fruto al pequeño cultivador, había una misma dinámica, entonces eso motivó y propició que pequeños cultivadores dejaran los cultivos anteriores de pan coger y se dedicaran a la palma.” (Entrevista con Juan Escrucería, ex Superintendente de la empresa Palmas de Tumaco. 30 de junio de 2011).

 

 

Si bien en otras latitudes del continente americano la llegada de la palma parece haberse dado en los tiempos coloniales, junto con la trata de africanos esclavizados, desde sus inicios, la introducción de las primeras semillas de la palma de aceite en Colombia hacia los años 30 del siglo pasado, también se hizo con estrategias claramente coloniales e invasivas como “producto colonial” (Escobar 2010).

 

 

La invasión del monocultivo de la palma aceitera en Tumaco se ubicó en ambas riberas del río Mira, mayoritariamente en la parte alta del Mira, en el río Rosario y en menores densidades en el río Caunapí.

 

 

En “La parte alta, la parte de Candelillas, la parte de Imbilí, la zona del Bajo Jagua, la parte del Bajo Mira, […] el eje vial Tumaco-Pasto, las más cercanas a la vía y por cercanía a las plantas extractoras, y hacia el otro lado en menor cantidad están las del río Caunapí y las del río Rosario, que son áreas mucho menos. Entonces las de mayor influencia fueron las zonas del río Mira, además por condiciones agroecológicas; no es al azar. Hay una franja que es del kilómetro 20 o 25 hasta el kilómetro 50 porque hay mayor luminosidad, las tierras son mucho más propicias para eso”. (Entrevista con Rodrigo García, antropólogo Cordeagropaz. Tumaco, 13 de junio de 2011).[2]

 

 

Según me contó Mario[3] en uno de los primeros viajes que hicimos por la carretera Panamericana hacia las plantaciones del monocultivo en la zona rural, la mayoría de las empresas palmeras que se posesionaron en Tumaco llegaron como colonizaciones ganaderas, y cuando vieron el auge y la rentabilidad que estaba cobrando el negocio de la palma, empezaron a sembrar, como lo hizo la empresa palmera Salamanca. Más tarde, en los 90, seducidos por el boom del narcotráfico, solventaban las bajas de un cultivo con el otro. De esa forma camuflaban los cultivos ilícitos y lavaban sus activos con el monocultivo (Diario de campo, 21 de junio de 2011).

 

 

“Cuando las empresas llegaron aquí a nuestro municipio, era que ellos iban agarrando, iban limpiando, iban tumbando, a los que vivían afuera les compraban o sino les decían que les vendieran, a algunos les metieron (ganado) pa’ poder sacar la gente, por ejemplo. Ganaderos… primero fueron ellos y después comenzaron las empresas palmicultoras”. (Entrevista con líder comunitario 1, Consejo Comunitario Alto Mira y Frontera. Tumaco, 13 de junio 2011).

 

 

Partiendo de una génesis histórica y social del monocultivo de la palma aceitera en el país, Mondragón (2007b) señala que “En Colombia los megaproyectos de palma aceitera, como otros, han estado estrictamente asociados a la expansión del paramilitarismo”. El autor asegura que la producción de aceite de palma se financia con el capital del narcotráfico, lo cual ha permitido a los socios mayores utilizar el negocio para el lavado de activos con la aquiescencia del Estado y la comunidad internacional, a través de exenciones legales y programas de fomento (Seeboldt y Salinas 2010).

 

 

No son pocos los casos en los que se ha detectado la penetración del paramilitarismo en la agroindustria de la palma. El caso de los municipios de Jiguamiandó y Curvaradó en el Urabá chocoano (departamento al noroccidente de Colombia) ratificó estas afirmaciones (Roa 2006; WRM 2008; Molano 2010); así como sucedió en Mapiripán en el departamento del Meta, cuando después de la masacre en 1997 la gente huyó, y en 2002 el Bloque Centauros de los hermanos paramilitares Carlos, Fidel y Vicente Castaño apoderados -por sus testaferros- de las fincas El Agrado, El Secreto y Madreselva, se convirtieron en grandes productores de palma en esa región.[4] Otros casos sucedieron en Puerto Wilches donde “[…] se dice que algunas de las cooperativas de las empresas palmeras han sido conformadas por desmovilizados […]”. (Rangel et al. 2009, 76). Asimismo, muchas de las empresas de palma se han asentado en tierras de campesinos desplazados o que han sido obligados a venderlas o abandonarlas por presiones de grupos armados utilizados como seguridad privada para sembrar palma, como ha sucedido en Tumaco. (Auto 005/2009; Mondragón 2007b; Seeboldt y Salinas 2010; WRM 2008).

 

 

Aquí no se puede hablar de casos aislados cuando los costes ambientales y sociales repercuten en toda la sociedad colombiana en problemáticas más graves, de tipo económico, político y cultural, por ejemplo cuando el Estado no es capaz de garantizar la restitución de las tierras ni el retorno efectivo y seguro de las familias desplazadas que migran a las ciudades a mendigar en las calles, sumándose a la mezquina categoría de desplazados y a la interminable lista que configura a Colombia como el segundo país con más desplazados internos después de Sudán.[5]

 

 

A lo largo de los recorridos por las plantaciones que hacíamos con Mario nos pudimos dar cuenta de que las palmas estaban sembradas inmediatamente al borde de las casas de la gente, quienes viven prácticamente en medio de una y otra palma; es más, tienden sus ropas en las cuerdas que han puesto entre las palmas (Diario de campo, 21 de junio de 2011). Así lo corrobora el líder comunitario de la Red de Consejos Comunitarios del Pacífico Sur (RECOMPAS):

 

 

“[…] la gente no tenía tierra ni pa’ donde hacer el inodoro, y está la tierra ahí al borde de la casa, de allí en adelante es de los palmeros […] porque la palma se murió pero ellos son los dueños, la gente ahí no puede sembrar su comida, en su propio territorito, no pueden presentar un proyecto para agricultura porque las tierras que están ellos viviendo no es tierra de ellos, […] no les queda otra. Pero los palmeros los sacaron de manera sistemática y eso es un problema que tiene que ver con la comida de la gente, la gente no tiene dónde sembrar su comida, ahora como todos son… obreros de la palma, jornaleros de la palma” (Entrevista con líder comunitario, RECOMPAS. Tumaco, 18 de junio de 2011).

 

 

Los desplazamientos forzados y voluntarios significaron transformaciones en la geografía humana, con campesinos convertidos en jornaleros y mano de obra barata, y por los homicidios selectivos de líderes comunitarios y civiles que se oponían. La geografía natural volvió a enfrentar la deforestación de los bosques nativos, la degradación del equilibrio de los suelos y la contaminación de los ríos (López 2008). La geografía cultural fue perjudicada por el reemplazo de los tradicionales cultivos del pan coger del sistema de producción local por el monocultivo de la palma, empezando por la generalizada escasez de alimentos imprescindibles en la dieta tradicional. Asimismo, algunos de los linderos de los territorios colectivos tuvieron que ir reculando al avance expansivo de las plantaciones. Peor aun cuando llegó la plaga PC, que acabó con cerca del 90% del área cultivada y afectó la productividad del aceite, ya deprimida por la fumigación de los cultivos ilícitos.

 

 

Las grandes transformaciones culturales en la soberanía alimentaria fueron visibles sobre todo en la transición que se dio de la lógica de producción propia de los alimentos hacia una lógica de consumo. La situación se complicó principalmente en las fincas de los pequeños productores de palma, por el fracaso rotundo en los controles sobre la PC, la cual ya incluso está contagiando los viveros y las plantaciones de palma híbrida que hacen parte del plan de renovación de palma de aceite híbrido OxG denominado “Alto Oleico”.[6] De hecho, durante los años 90 el cultivo de palma se posicionó como el principal renglón de la economía local y de la inversión capitalista nacional e internacional y son cada vez más las personas que dependen directamente e indirectamente) de dicha economía. (Restrepo 2004).

 

 

“[…] como la gente tumbó todo entonces, como en ese momento estaba la palma en su producción y estaban empleados, tenían que comprarlo todo, todo lo compraban, y algunos que de pronto tenían porque no lo tumbaron todo. Entonces eran fieles esclavos porque trabajaban de lunes a sábado en la empresa y tenían que emplearse ellos mismos el día domingo para poder apuntalar una mata de plátano en su propia finca. Pero la relación en cuanto al cultivo de pan coger prácticamente fue una vaina vista más por la parte del inmediatismo, ¿sí?, de tener plata para el día sábado o de tener plata para que la mujer esté bien o que mis hijos anden bien o que estudien en un lugar ¿sí?, pero que si nos damos cuenta hubieron muchos que no pudieron alcanzar, sólo lo conseguían a medias y entonces esa relación se fue perdiendo porque a la gente la fueron culturizando con la vaina del inmediatismo”. (Entrevista con líder comunitario 2, Consejo Comunitario Alto Mira y Frontera. Tumaco 16 de junio 2011).

 

 

Fotos 1 y 2:

 

Los pequeños cultivadores ofrecen el fruto producido en su finca a los camiones recolectores que pasan por la carretera Panamericana comprándolo para llevarlo a las plantas extractoras.

 

Fuente: Diario de campo 2011.

 

A pesar de que la agroindustria de la palma en Colombia empezó su despliegue comercial desde los años 60, la cuestión de sus nocivos impactos a nivel ambiental y sociocultural sólo fue visible en el actual siglo XXI. Por eso, lo que identificaron desde un principio el gobierno y los gremios empresariales e incluso entidades académicas, fue el potencial económico en tanto que rentabilidad de un macronegocio que se proyectaba como la solución dinamizadora del campo a través de “La reubicación de cultivos (cuya) máxima importancia […] apunta a la necesidad de reevaluar y reasignar los usos del suelo, uno de los aspectos centrales de cualquier política de tierras con una proyección estratégica que parta de la interdependencia entre los reordenamientos territorial y poblacional”. (Rangel et al. 2009, 96). Esto último no es otra cosa que una definición eufemística de esa abstracción anecdótica denominada “desplazamiento forzado”.

 

Esa irremediable separación o “reubicación” o más acertadamente, ese desombligamiento del ser de la tierra y en la tierra, es la dislocación más abrupta y violenta de una estructura orgánica que nos es connatural y elemental a todos los seres vivos, no sólo a los humanos. El hermanamiento de la gente con la naturaleza del que habla Arocha (2009), es ese vínculo biológico y espiritual del ser con las entrañas de la tierra, con el lugar de origen, con la naturaleza de la que estamos hechos, el cual al ser desarticulado desencadena los trastornos ambientales, económicos, sociales, políticos y sobre todo, humanitarios que vivimos actualmente.

 

 

El hermanamiento con el río, sobre todo, es muy visible en las comunidades afrocolombianas del Alto Mira del Pacífico sur colombiano. Precisamente esa característica de sus vidas es lo que ha permitido a algunos mantener la sostenibilidad ambiental de sus economías tradicionales, aun cuando la gran mayoría de campesinos sembraron –y varios todavía siembran- palma aceitera sobre un porcentaje considerablemente grande de su tierra. Sin embargo, no todos previeron las consecuencias de priorizar la siembra de la palma como monocultivo sobre los demás cultivos tradicionales de pan coger, y la crisis fue real cuando se disparó la PC, y no se volvió a ver una mata de plátano por la escasez generalizada en varias comunidades de la zona como en Imbilí, en Candelillas.

 

 

Pero no sólo alimentaria, se trataba de una crisis económica local y nacional que repercutía en crisis sociales por la conmoción de todos los sectores de la sociedad que participaron y quedaron desempleados. Crisis culturales por la pérdida de los productos tradicionales de la dieta cultural alimentaria basada en el consumo de plátano, arroz, carne, pescado, frutas, que muchos de estos alimentos se habían dejado de producir, todo lo cual se transforma, en definitiva, en una grave crisis humanitaria.

 

 

“[…] la gente sí se acogió bastante a la palma o sea la miró con buenas opciones, como oportunidades de echar pa’ adelante, pero te cuento y te digo que todavía yo no veo el primero que diga “yo con la palma me enriquecí o tengo un negocio o una buena casa”; lo que yo sí creo que también trajo otros problemas porque algunos padres se empleaban en la empresa y como ya no tenían, no se alcanzaban solos tenían que llevarse a los hijos a trabajar, entonces ya los sacaban de la escuela porque no alcanzaban a pagar”. (Entrevista con líder comunitario 2, Consejo Comunitario Alto Mira y Frontera. Tumaco, 16 de junio 2011).

 

 

El municipio de Tumaco pertenece a la zona palmera occidental y se alcanzaron a sembrar cerca de 36.000 hectáreas alrededor de ocho plantas extractoras.

 

 

“[…] la meta nuestra era por ahí en el 2005 haber tenido 5000 hectáreas más de palma sembradas, llegamos a 2709 por qué, porque los bancos no nos siguieron apoyando por el temor a que las fumigaciones aéreas afectaran los nuevos cultivos y el agricultor quedara mal, es decir, el mismo Estado propiciando el cultivo de palma pero por otro lado haciendo alianzas con los gringos para fumigar […]”. (Entrevista con Rodrigo García, antropólogo Cordeagropaz. Tumaco, 13 de junio de 2011).

 

 

En la zona existió solo una planta piloto de biodiesel perteneciente a la Corporación Colombiana de Investigación Agropecuaria Corpoica, inaugurada por el entonces presidente Uribe, en 2008. Sin embargo, debido al estancamiento en la productividad de aceite por la PC, la planta también quedó suspendida.

 

 

A pesar de que durante unas cuantas décadas la palma resistió dando abundantes rendimientos a los empresarios y lo necesario para subsistir a los campesinos productores, no se puede señalar los tiempos de su auge como el vértice de una política agraria basada en el compromiso con las necesidades sociales y económicas de la comunidad del Pacífico nariñense. En la región se concentran índices muy altos de violencia, corrupción, homicidios, desplazamiento forzado, mortalidad infantil y pobreza. Sobre el espejismo del cultivo de la palma aceitera muy difícilmente se habría podido construir un proyecto de vida social familiar ni mucho menos una economía comunitaria a largo plazo.

 

 

Desafortunadamente, en Colombia la agroindustria a gran escala muy pocas veces ha estado orientada a una transformación real de las condiciones de vida en el campo o a una asistencia técnica y capacitada sin que por medio esté en prenda la tierra, la mano de obra o un endeudamiento tenaz con los bancos, con el vecino de la tienda o el colegio de los niños. Las fracasadas y míseras reformas agrarias, año tras año, cojean en campañas publicitarias demagógicas para agrietar cada vez más los abismos entre ricos y pobres, porque el blanco siempre va a ser la tierra del campesino y su mano de obra.

 

 

El Pacífico sur colombiano ya no es una región marginal, ha venido siendo “integrado” a la nación a través de una economía extractiva con capitales extranjeros, de oro, caucho y tagua en un primer momento durante el siglo XIX y, posteriormente, madera, mangle y palmito. Después de la segunda mitad del siglo XX comenzó a configurarse en la región, poco a poco, una economía de mercado con presencia de agroindustria nacional del sector privado con apertura del capital neoliberal global hasta que, en la década de los 90, en el gobierno Gaviria, se orientó hacia monocultivos como el de la palma aceitera, el camarón en cautiverio y el cacao.

 

 

Este segundo momento en la política de integración del Pacífico sur colombiano al sistema económico nacional constituye una nueva lógica de discriminación, más hipócrita por su corte multiculturalista, que una política verdaderamente inclusiva en términos de equidad social, económica y cultural.

 

 

Cambiar la lógica de producción por la del consumo y el enriquecimiento

 

 

“… la comida que nos proveía la naturaleza, que no nos costaba sino buscarla, armarle la trampa y tenerla, hoy no la tenemos y lo que teníamos en frutales, frutas naturales en nuestro propio cultivo hoy no lo tenemos, nos están impulsando, primero que todo, a que eso desaparezca porque se está manejando el tema de semillas traídas de afuera, también las nuestras se están perdiendo, y además nos están impulsando a producir para vender, dizque con el cuento del crecimiento económico, pero ese crecimiento económico, como todo el mundo lo sabe, ya está en crisis debido a que no solamente es crecer económicamente sino tener garantizada la vida. Y yo aprendí que la vida se garantiza de dos maneras: teniendo territorio y teniendo de ese territorio algo qué comer, de lo contrario la vida no está garantizada”. (Entrevista con líder comunitario RECOMPÁS. Tumaco, 18 de junio de 2011).

 

 

Más allá de una reacción instintiva, adaptativa y de supervivencia, la alimentación tiene que ver con lo ancestralmente heredado, con las políticas culturales sobre la producción, la preparación, la distribución y el consumo; con la soberanía sobre la disponibilidad y la seguridad en el suministro diario de los alimentos; con varias racionalidades económicas para explotar, aprovechar y transformar las bondades de la naturaleza y, sobre todo, con una responsabilidad ecológica comprometida con los riesgos ambientales que toda actividad humana propende.

 

 

A eso se refiere la soberanía alimentaria. Las naciones, pueblos, comunidades y todos los grupos humanos se vuelven autosuficientes económica y políticamente en tanto son capaces de asegurar la reproducción social de sus miembros a través de una cultura ética de explotación y retribución sobre la naturaleza y el medio ambiente. La ética no sólo atañe a las comunidades rurales o al campesinado sino a todos nosotros.

 

 

Por tanto, en un país rural como Colombia, cuyo sistema económico gira, principalmente, en torno a la producción agropecuaria, la soberanía alimentaria no se puede tomar a la ligera, como si fuese una preocupación reciente, atribuida a una simple cuestión de coyunturas. Es un error pensar que el concepto de soberanía refiere a una idílica abundancia inagotable, como algunos confunden. Todos los cambios, reformas, crisis, auges y depresiones que ha enfrentado la producción agropecuaria en el campo son el resultado de múltiples episodios históricos y sociales, que inciden igualmente de manera directa en la soberanía alimentaria de la nación en general y de las regiones en particular.

 

 

Entre las preocupaciones anunciadas por investigaciones de institutos, entidades y organizaciones, se destaca la reorientación de la producción agrícola de alimentos para producir agro combustibles.

 

 

Los agro combustibles son parte de megaproyectos de desarrollo invertido o desarrollo vertical, en el sentido de que no se estimula el desarrollo del sector rural sino la acumulación terrateniente de los más ricos. Son producidos en grandes extensiones de cultivos agrícolas de una sola especie vegetal, como ocurre con la palma aceitera para generar biodiesel y la caña de azúcar para producir etanol o alcohol carburante. Su rentabilidad depende en gran medida de la gran propiedad.

 

 

Otras preocupaciones son el aumento en los precios de los alimentos y el desplazamiento de los cultivos de pan coger a causa de la ampliación de la frontera agrícola destinada para monocultivos. De ahí que se esperan cambios drásticos en los usos de la tierra, su encarecimiento, y escasez y pérdida de su calidad para producir alimentos (IAvH 2010; Salinas 2010; MAVDT e IAvH 2008). “El cacao y el coco aportaban a los pequeños cultivadores los ingresos monetarios complementarios para su sustento. No se conocía el hambre”. (Diócesis de Tumaco 2011, 16).

 

 

“Al efecto, el ex relator de Naciones Unidas para el derecho a la alimentación expresó que “convertir los cultivos alimentarios -el maíz, el trigo, el azúcar, el aceite de palma- en combustible para automóviles, sin examinar antes los efectos sobre el hambre en el mundo, augura un desastre”. (Citado en Salinas 2010, 17-18).

 

 

Los cultivos agrícolas no sólo representan la materia prima de la economía campesina y su poder adquisitivo, sino también la capacidad soberana de un país para producir alimentos para todo su pueblo, y para dinamizar y promover el mercado nacional, protegiéndolo de la arremetida descontrolada de las importaciones y los capitales extranjeros. La alimentación no puede ser relegada como un asunto que solamente les atañe a los campesinos, quienes deben proveernos como si tuviésemos una despensa inagotable de alimentos.

 

 

El Estado tiene el deber de garantizar una dieta rica en diversidad, segura en calidad y suministro, y asequible en todas las latitudes geográficas de su territorio nacional. Por esta razón, es de extrema preocupación que un gran porcentaje de los cultivos estén siendo utilizados para la producción de agro combustibles, coexistiendo en el mismo territorio, lo cual implica contaminaciones ambientales y, en definitiva, un atentado contra la salud y la vida humana y animal.

 

 

“En la zona (Tumaco) se registran altos precios en alimentos y dependencia alimentaria de otras zonas, lo cual puede estar relacionado con los cultivos de palma, con la presencia de cultivos ilícitos y con otras causas no identificadas. El problema de vulnerabilidad alimentaria se agudiza por la desaparición de animales de monte, resultado de la destrucción de bosque”. (MAVDT e IAvH 2008, 24).

 

 

“[…] hubo una época que usted un racimo de plátano no lo conseguía porque todo estaba sembrado con palma; hay gente que venía a comprar el plátano aquí cuando éramos productores de plátano, venía a comprar la guanábana aquí a Tumaco porque allá no la había, venía a comprar la guayaba acá porque allá no la había, ¿por qué? porque la gente tumbó todos los guayabales por sembrar la palma de aceite”. (Entrevista con líder comunitario 1, Consejo Comunitario Alto Mira y Frontera. Tumaco, 13 de junio 2011).

 

 

Varias veces se ha señalado que durante el auge del monocultivo de la palma aceitera empezaron a escasear en la región alimentos y cultivos del pan coger, lo que poco a poco fue transformando el acceso a un suministro diario de alimentos, a su disponibilidad y su producción doméstica. A continuación transcribo la entrevista colectiva a un gripo de líderes comunitarios, algunos ex palmicultores, realizada en Imbilí Carretera, el 28 de junio de 2011.

 

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Francisco: “[…] hoy en día tenemos cómo coger el plátano y lo sacamos ahí y hay plátano maduro por todas partes, pero dos años atrás, el plátano teníamos que irlo a traer al (kilómetro) 28 de Tumaco, desde aquí de nuestra comunidad”.

 

José: “o sea comprarlo por otro lado… no había plátano, es que con la palma africana aquí el único que tenía plátano era por aquí Gonzalo”.

 

Mario: “Ah, pero miren otro elemento, como usted dice entonces la palma aceitera no produce seguridad alimentaria en cuanto a la producción agrícola porque todos empezaron con monocultivo y el plátano lo dejaron de cultivar…”,

 

Francisco: “¡terminó con la producción!”.

 

José: “pero dejamos el plátano sabe ¿por qué era? por ya no quererlo hacer, realmente la persona tenía y no sembraba.

 

Mario: “como agarró plata… yo compro, yo me vuelvo importante en eso. Pero un familiar mío que se llama Gonzalo que él sí, cuando llegaba al río con el plátano la gente era, se lo quería era pelar”.

 

Francisco: “imagínese doscientas ochenta y cinco de familias y un sólo tipo en la comunidad tiene una hectárea de plátano” .

 

Francisco: “Este monocultivo, esto que se llama palma de aceite, palma africana terminó con, lo primero, le voy a decir lo primero que terminó, con el chontaduro, terminó con el arroz, terminó con el plátano, terminó con la fruta que está buen tiempo porque anteriormente cargaba menos, esa que se llama caimito, terminó con el zapote, últimamente ya lo tumbó, lo tumbaba y no daba, no era el mismo tipo de producción cuando teníamos la palma africana y además que… toda esa savia de la tierra era atraída para la palma africana. Usted sembraba una palma africana aquí, aquí en medio a diez metros y ella estaba ahí… y con el plátano se encontraba aquí, atravesaba la de acá, atravesaba la de allá.”

 

José: “sí, se chocan, a diez metros de distancia. Uno se da cuenta porque cuando se está derrumbando ahí uno mira que están es chocadas”.

 

Mario: “entonces mire, antes incluso había mejor producción agropecuaria que ahora”.

 

José: “¡claro! ahorita usted siembre un palo de naranja y no carga”.

 

Francisco: “no, se vuelve estéril, la palma africana lo vuelve estéril”.

 

Mario: “¿y por qué no carga el naranjo será que era de mala semilla?

 

Francisco: “no, hemos comprobado que la palma africana vuelve estéril a todos estos ¿cómo se llaman? Cultivos regionales, hasta el cacao, usted siembra un palo de cacao allí y hay palma africana no le da la misma producción […]”.

 

 

La escasez de alimentos que antes abundaban y el desplazamiento que el monocultivo estaba haciendo del sistema propio de producción local y la economía doméstica, sólo fueron advertidos cuando devino la muerte de la palma y ya no hubo plata para comprar los productos tradicionales que anteriormente se producían en la finca. Sin embargo, hay que tener en cuenta que el cultivo de la palma en Tumaco tiene una particularidad frente al resto de las zonas palmeras en el país con respecto al tratamiento bastante diferenciado que se le ha dado entre pequeños productores y grandes productores, y por tanto, entre sus pequeñas plantaciones y grandes plantaciones respectivamente.

 

 

“[…] fue la rotura de equilibrios porque en cualquier finca nosotros encontrábamos plátano, encontrábamos yuca, encontrábamos frutales, encontrábamos todo tipo de cultivos y su alimentación era balanceada, de los pequeños agricultores, en la zona era bastante balanceada y tenía diferentes productos de consumo de este agricultor pero, al venir la palma, solamente sembraban palma y fueron tumbando sus bosques donde sacaban su madera para sembrar palma entonces todo esto conlleva a desmejorar su calidad de vida en el cual ya no tenían el alimento de sus fincas sino que tenían que comprar estos alimentos para poder sostenerse en el tiempo”. (Entrevista con Antonio Carrasquilla, ingeniero agrónomo ICA. Tumaco, 17 de junio de 2011).

 

 

La gran mayoría de los pequeños productores tumbaron todo el bosque y demás cultivos de pan coger de su parcela para sembrar solamente palma, hasta que vieron la crisis alimentaria en la que habían caído y se dieron cuenta de lo catastrófico que sería en el futuro seguir con el mismo sistema de los grandes palmeros y sus extensísimas tropas de palma.

 

 

Pero hubo unos pocos pequeños palmicultores que sembraron palma entreverada con árboles de plátano (Musa Paradisíaca), cacao (Theobroma cacao), zapote, chontaduro (Bactris gasipaes), banano, caña de azúcar (Saccharum officinarum), coco (Cocus nucífera) y borojó (Borojoa), de tal manera que aseguraron su dieta cultural de autoconsumo y tenían, además, productos para comerciar en el mercado local y distribuirlos a las zonas donde esos alimentos estaban escaseando.

 

 

“A fin de mitigar estos impactos es importante retomar esquemas complementarios al auge de los cultivos para biocombustibles como los adoptados en Tumaco, en donde se recomienda a los productores pequeños destinar el 70% del área disponible a palma y el 30% a pan coger” [7]. (MAVDT e IAvH 2008, 66).

 

 

Hay opiniones contrarias, como la de Rangel et al. (2009), quien señala que “La seguridad alimentaria es un concepto y, por supuesto, una realidad de enorme importancia… pero no cabe duda de que se ha vuelto una especie de invocación apocalíptica diseñada para lograr determinados efectos sociales, políticos y económicos.” (p. 98). Y es que precisamente la seguridad alimentaria se convirtió en el comodín de muchos programas de desarrollo para explotar indiscriminadamente territorios ajenos.

 

 

Pero aquí dicha aseveración representa una posición arbitraria y abusiva, porque despoja al ejercicio y defensa de la soberanía alimentaria de su carácter de condición primaria para la sobrevivencia y la salud de las personas, requisito para la soberanía política de una nación; para la estabilidad económica de cada uno de los sectores sociales y productivos de la sociedad, y para la salvaguardia de los valores culturales contenidos en las tradiciones alimentarias de los diversos grupos humanos de un país. Desconoce, a la vez, los enormes riesgos que acarrea la pérdida de soberanía alimentaria, “riesgo que ni siquiera se atreve a correr Estados Unidos” (Robledo 2001).

 

 

Si nos detenemos a pensar que la soberanía alimentaria tiene que ver tanto con la capacidad de una nación para garantizar alimentos a su pueblo, como con el dónde y quién los produce, podremos comprender que la alimentación como condición primaria para la sobrevivencia de los seres humanos no sólo depende de la seguridad de un suministro diario de alimentos sino, por sobre todo, de la facultad de un nación para producir sus propios alimentos dentro de su propio territorio y alimentar con calidad a su pueblo. De ahí que la soberanía alimentaria esté directamente relacionada con la soberanía política de una nación. Robledo (2001) nos lo explica mejor:

 

 

“La seguridad alimentaria, entonces, debe concebirse como un problema nacional, en el sentido de que cada nación debe esforzarse por producir su dieta básica dentro del territorio sobre el cual ejerce su soberanía, el único en el que puede definir las medidas que sean del caso para mantener y desarrollar la producción agropecuaria que requiere la sobrevivencia de su pueblo. Y es fácil entender que país que pierda la capacidad para alimentar con sus propios productos a su nación, queda al borde de perder también su soberanía nacional frente a quienes le monopolicen sus alimentos”.[8]

 

 

Después de la pudrición de cogollo

 

 

En la descripción del contexto de la economía extractiva que caracterizó a la región hasta la finalización de la industria maderera, en los años 70, Restrepo (2004) expone que a partir de los años 80 el cultivo de palma se posiciona como el principal producto que encabeza los intereses de la inversión del capital, a la vez que cada vez más gente depende directa e indirectamente de dicho sistema de producción.

 

 

La maximización de la extracción de aceite de palma se hace tan prioritaria para los grandes empresarios como la ampliación del número de hectáreas sembradas. Este largo proceso de expansión palmera generó la transformación social y económica de la sociedad tumaqueña.

 

 

En la actualidad, el desempleo se ha convertido en una situación en aumento, sobre todo después de que la pudrición de cogollo acabó con las plantaciones de palma, frente a lo cual ni el gobierno local ni, mucho menos, el nacional, han intervenido con políticas públicas integrales, no sólo paliativas, con inversión social que enfrente los perjuicios causados sobre la economía campesina, los flujos de los mercados de la región y los intercambios comerciales en el puerto.

 

 

En una entrevista colectiva en Candelillas, zona rural de Tumaco, con varios antiguos trabajadores de las empresas de palma que también fueron pequeños productores en sus fincas, Mario planteó la situación hipotética, de que, si sobre las dos hectáreas de tierra que él (Lucho) tenía, le proponían darle 20 millones para que siembre palma o los mismos 20 millones para que siembre cacao, qué prefería, a lo que éste, sin reparo, contestó: “Yo me voy por el cacao, porque pues yo sé que con el cacao me va a ir mejor que con la palma, […] sirvió, la palma sirvió, pa’ qué… pero una quiebra muy grande nos dejó, ahorita pues lo mejor es el cacao”. El argumento fue compartido por los demás trabajadores.

 

 

De hecho, según los trabajadores que entrevistamos en la localidad, nadie o muy pocos están sembrando palma actualmente en Candelillas o participando del nuevo proyecto de palma, el híbrido “alto oleico” OxG.

 

 

“El principal problema que hubo fue que (cuando) esas palmas se afectaron […] el pequeño cultivador no tenía recursos para erradicar las palmas muertas, para preservar las palmas sanas y proteger con algún tratamiento las palmas que comenzaron con la enfermedad, entonces se propagó la enfermedad, se propagó el mal y acabó con el pequeño. […] el pequeño cultivador ya no creyó en la palma entonces se dedicaron a otros cultivos hasta los ilícitos, algunos, una pequeña minoría, ellos se endeudaron con los bancos, con el sector financiero y perdieron muchos recursos y hoy están con muchos problemas, pero en su momento la palma fue el desarrollo que tuvo Tumaco”. (Entrevista con Juan Escrucería, ex Superintendente de Palmas de Tumaco. 30 de junio de 2011).

 

 

Después de los estragos de la PC y las fumigaciones sobre la soberanía alimentaria de las comunidades del Alto Mira, el cacao ha sido una medida alternativa y propia de la economía familiar que emprendieron los campesinos que cultivaban palma aceitera como monocultivo en sus parcelas. Si bien algunos argumentan que, comparado con la palma, no reciben las mismas utilidades y necesitan de capacitaciones para tecnificar el cultivo para que prospere, otros han obtenido buenos rendimientos en sus producciones, lo cual les permite vivir holgadamente y mantener a su familia.

 

 

“El cacao ha sido un cultivo tradicional de más de cien años en Tumaco […] no lo han hecho muy rentable como negocio, pero es un producto que tiene muy buena calidad en términos de aroma y sabor lo cual lo hace muy apetecible en los mercados europeos, pero no reporta mucho por los volúmenes tan bajos. Entonces lo que se ha ido aprovechando en estos tres, cuatro últimos años es hacer que el pequeño productor de palma, además de palma, pueda tener dos o tres hectáreas de cacao tecnificadas, de tal manera que a futuro si vuelve a ocurrir una eventualidad sanitaria pueda tener una oferta de otra actividad productiva que le genere ingresos. Entonces yo creo que eso ha sido importante de que la crisis de la palma ha servido para que el agricultor vuelva a mirar el cacao como un cultivo que si es bien manejado y se aplican unos paquetes tecnológicos mucho más modernos pueden lograr vivir con tres hectáreas como si tuviera siete o diez de palma, de modo que es ésa un poco la orientación nuestra” (Entrevista con Rodrigo García, antropólogo Cordeagropaz. Tumaco, 13 de junio de .2011).

 

 

“[…] la gente cuando, todo el auge, el boom de la palma aceitera […] dejaron los anteriores (cultivos) para dedicarse a la palma […] Hoy contrariamente con el problema (de la PC) y con la dificultad se están dedicando ya al cacao porque el cacao está cogiendo auge y entidades de cooperación internacional están colaborando bastante con la resiembra, o la siembra del cacao que es un buen negocio y una buena oportunidad, Tumaco esto es zona cacaotera hace cuarenta, cincuenta años atrás, fuerte […]”. (Entrevista con Juan Escrucería, ex Superintendente de Palmas de Tumaco, 30 de junio de 2011).

 

 

En estos momentos el cacao es el producto más cultivado y las perspectivas sobre su rentabilidad productiva se dividen. Unos dicen que no es un cultivo líder en términos de productividad y comercialización, mientras que otros difieren, remitiendo a los rendimientos y la estabilidad que han conseguido para su familia y su calidad de vida, que se proyectan a largo plazo en comparación con los que alguna vez, tuvieron con la palma.

 

 

Actualmente se siembra bajo la lógica de producción diversificada tradicional originaria, cuya proyección a largo plazo asegura alimentación diaria, en calidad, acceso y distribución para toda la familia, y garantiza la reproducción del núcleo familiar, social, económico y cultural. En este punto es importante entender las economías diversas en su especificidad, que si bien no generan la misma plusvalía, contribuyen a la pervivencia de la soberanía alimentaria y los valores culturales sobre el territorio y la naturaleza.

 

 

Los significados sobre el uso responsable de las bondades de la naturaleza adquieren mayor trascendencia y aplicación frente a la escasez de los productos que se tenían a la orden de día en la finca. Muchos de aquellos que continúan sembrando palma en su parcela, ya no lo hacen como monocultivo, porque prefieren aprovechar las potencialidades comerciales de la palma de aceite apropiándola dentro de un proyecto diversificado, retomando el sistema de producción y los cultivos tradicionales que se estaban dejando de lado como el cacao, el plátano, la yuca, el arroz, entre otros. Para ello, algunos campesinos optaron por administrar las hectáreas de su parcela para cada cultivo, de tal manera que uno no compita con otros por la luz, el agua o el suelo.

 

 

Pero la efectividad de estas alternativas no puede evaluarse con la referencia tutelar de los programas de seguridad alimentaria oficiales que han implementado en la región agencias estatales e internacionales. Se sigue promoviendo el espejismo del monocultivo, porque no son pocos los que se están sumando al proyecto de renovación “alto oleico”, y todavía tienen la esperanza de reactivar su economía a través de la palma para mejorar su difícil situación después de la PC, como sucede en la vereda La Espriella. Mientras que en Imbilí y Candelillas muchos desistieron definitivamente del monocultivo.

 

 

La agroindustria palmera ha traído consecuencias ambientales desastrosas, tanto localmente como a nivel global. Por ejemplo, Indonesia –el principal productor de aceite de palma- se sitúa en la tercera posición mundial en emisiones de dióxido de carbono, detrás de China y Estados Unidos. El orangután es una de las tantas especies en vía de extinción a causa de las miles de hectáreas de selva tropical quemada y deforestada, “que también afecta muy negativamente el modo de vida y el sustento de la población local”. Por tal razón, el orangután se ha convertido en el símbolo de lucha liderada por Greenpeace contra la tala indiscriminada que transnacionales comercializadoras y fabricantes de productos cosméticos y alimentos a base de aceite de palma como Nestlé, Unilever, Procter & Gamble, Cargill, entre otras, emprenden contra los bosques de Indonesia principalmente, pero también en Malasia, Tailandia, y otros países. [9]

 

 

Reflexiones finales

 

 

Las iniciativas generadas por la comunidad como alternativas productivas deben ser entendidas en su especificidad, no solo en función al formato normativo de los programas de seguridad alimentaria de las agencias estatales e internacionales de cooperación para el desarrollo. Retomar el sistema productivo y los cultivos tradicionales son estrategias de resistencia al detrimento de los valores y significados culturales sobre la tierra, la familia y la alimentación.

 

 

Volver a lo ancestralmente aprendido en “el cambio de mano” y las mingas para trabajar la tierra y diversificar la finca salvaguarda la soberanía alimentaria del grupo doméstico y la comunidad en general. Si bien apropiarse de las rentabilidades comerciales de la palma de aceite ya no como monocultivo sino como un producto más dentro de la finca, no generaría la misma plusvalía en términos estrictamente capitalistas, asegura biodiversidad y la economía familiar y comunitaria.

 

 

Esto es, precisamente, comprender y respetar las diferencias económicas, políticas y culturales sobre la alimentación en tanto que sistema productivo local tradicional, que tiene que ver con una lógica basada en la diversificación de la finca, la huerta o la parcela. Es ahí donde han fallado los programas de seguridad alimentaria de los distintos organismos nacionales e internacionales, cuando el esquema parcelario del pequeño productor campesino es inducido hacia cultivos que no maneja, que no logran reintegrarle ni su costo de producción, con un comercio regional que no los favorece (principalmente debido a los altos costos de los insumos y a la deficiente infraestructura para transportar los productos al mercado regional de las ciudades y a la falta de capacitación y acompañamiento técnico sobre el manejo y los procedimientos agronómicos).

 

 

Actualmente la experiencia local ha enseñado tanto a las comunidades y a los grandes palmeros, a retomar el tradicional sistema de producción de los ancestros afrocolombianos, basado en la economía solidaria y la diversidad productiva. Esto, sin embargo, no significa que no se requieran medidas sustanciales y tratamientos más eficientes por parte de los entes gubernamentales, miembros del gremio palmero, agencias de desarrollo y comunidades, para el restablecimiento de la soberanía alimentaria local.

 

 

Lamentablemente, se puede percibir en algunos de los líderes comunitarios cierta desidia para emprender una política propia de rehabilitación de la economía cultural basada en el retorno efectivo y comunitario de la soberanía alimentaria de los ancestros más allá de la mera enunciación y la reflexión discursiva.

 

 

Sin duda, el carácter colectivo del territorio del Consejo Comunitario Alto Mira y Frontera fue afectado por el conflicto de intereses entre el marco normativo y tributario que promociona la producción del monocultivo de palma y agrocombustibles, que los exime de impuestos y les procura prerrogativas financieras frente a la ley 70 de 1993, el decreto 1745 de 1995 y el artículo transitorio 55 de la Constitución que le confiere a las tierras colectivas de afrocolombianos la calidad de inalienables, inembargables e imprescriptibles.

 

 

No se puede reducir la complejidad del monocultivo de la palma aceitera en Colombia, Malasia, Tailandia, Indonesia, a una simple estigmatización, para presentarlo como la causa unívoca de problemáticas contemporáneas mucho más intestinas, cuyas raíces se remontan a contextos sociales, políticos, económicos y culturales precedentes. Esto desdibujaría el análisis minucioso de las distintas aristas contextuales que configuraron en la actualidad el monocultivo de la palma de aceite en Colombia. Por tanto, el problema central no es el cultivo de la palma, sino el monocultivo, a través del cual la palmicultura se ha hecho extensiva, extractiva y especulativa.

 

 

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El Tambo, Nariño, diciembre de 2015.

 

 

- Julie Manuela Mena Ortega es Antropóloga, investigadora independiente

 

 

Notas

 

[1] Las comunidades afrodescendientes en Colombia están organizadas en territorios de carácter colectivo, reconocidos jurídica y legalmente por la ley 70 de 1993 como Consejos Comunitarios.

 

[2] Cordeagropaz es una empresa semiprivada adscrita al gremio de palmicultores de Colombia FEDEPALMA, “fundada en 1999 para asesorar a pequeños y medianos campesinos en técnicas empresariales diversas, incluidas las del cultivo, procesamiento y comercialización de la palma africana”. (Rangel et al. 2009, 61).

 

[3] Mario es ex sacerdote, líder social, espiritual y comunitario afro, guía y acompañante imprescindible durante mi trabajo de campo. Conoce muy bien todo el territorio colectivo del Alto Mira y vivió las épocas del apogeo y el deceso de la agroindustria de la palma de aceite.

 

[4] “Teodosio Pabón Contreras alias 'El Profe', asesor de los Castaño, hoy preso en La Picota, dijo en una entrevista a VerdadAbierta.com que, mientras el gobierno negociaba la desmovilización con el Bloque Centauros de las Autodefensas -que se consolidó en Mapiripán después de 2002-, por debajo de la mesa sus jefes habían diseñado un plan para convertirse en grandes productores de palma de la región. Según Pabón, tenían ya montado un vivero con suficiente plántulas de palma para cubrir cinco mil hectáreas”. En: VerdadAbierta.com: “El secreto de Mapiripán”, 27 de julio de 2012.

 

[5] Audiencia Pública sobre Extranjerización de la tierra, de la Comisión V del Senado de la República. 1 de noviembre de 2012.

 

[6] El plan de renovación de palma de aceite híbrido OxG denominado “alto oleico” se obtiene a través del cruce de palmas de distinto origen la Elaeis oleifera (nativa de centro y sur América) con la Elaeis guineensis jacq (nativa de Guinea, occidente de África), que se viene sembrando en Tumaco desde hace 4 años. (Cordeagropaz 2011). Se reitera que el OxG es tolerante a la PC, más no resistente, sin embargo, ya ha empezado a afectar incluso a los viveros de la palma híbrida. (Cenipalma 2007).

 

[7] Conclusión compartida por varios de los entrevistados.

 

[8] Si bien aquí el autor utiliza el concepto de seguridad alimentaria, considero que el de soberanía alimentaria es más apropiado, porque lo supera, lo complementa y lo abarca más eficazmente. No obstante, en otras conferencias Robledo se ha referido a estas mismas descripciones como soberanía alimentaria.

 

[9] Tomado de “Nestlé resbala con aceite de palma”, 20 de marzo de 2010. Disponible en: http://periodismohumano.com/... [Consultado noviembre 2012]. Y de “Usos del aceite de palma”, 11 de mayo de 2010. Disponible en: http://www.dw.de/... [Consultado noviembre 2012].

 

Fuente: ALAI

Temas: Agronegocio, Soberanía alimentaria

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