Certificaciones agroecológicas: sin veneno y con justicia social
“La agroecología nace del amor o del dolor”, dice Joselo Trujillo, productor de la localidad de El Pato, Berazategui, cuya quinta fue la segunda del país en recibir la certificación agroecológica. En el caso de su quinta fue el amor de su madre, Trifona Flores: “Hagamos eso, da resultado, vamos a estar mucho mejor”, dijo la señora y su familia se llenó de amor. La quinta vecina de Berno Castillo, la primera del país en obtener la certificación, se pasó a la agroecología por dolor: en 2015 Berno estuvo internado por intoxicación por agroquímicos. Desde ese entonces su producción de flores y hortalizas reemplazó los venenos por bioinsumos y tecnologías de procesos.
Sin embargo fue el agua la que lo cambió todo. En 2016 la naturaleza, con todo su amor, expresó todo su dolor: inundó de agua los campos para mostrar cómo el sistema de producción la estaba dañando. Las inundaciones fueron demasiada agua para una producción sin diversidad. A las familias productoras les dolió: se quedaron sin nada. “Con la inundación perdimos mucha plata y muchas cosas. Y así fue que conocimos a la UTT y encontramos soluciones al temporal, nos sumamos a los talleres de agroecología y encontramos respuestas”, dice Delina Puma, quien hoy integra y coordina el Consultorio Técnico Popular (CoTePo) de la UTT que entrega los certificados de agroecología a las quintas. Delina pasó de la tragedia a la alegría. Del dolor al amor. Del sistema de producción convencional a la agroecología.
Mientras las familias productoras mutaron a la agroecología, consumidores y consumidoras con preocupación en el cuidado del medio ambiente y también de su propia alimentación cambiaron sus prácticas de consumo: redujeron las compras en los supermercados y empezaron a alimentarse con bolsones de frutas y verduras orgánicas o sin agrotóxicos. Existía la demanda y la oferta. Consumidores y productores. Sin embargo, la comercialización fallaba, o como mínimo era desprolija. Entonces, en ese contexto la Unión de Trabajadores de la Tierra abrió su primer almacén de Ramos Generales en Luis Guillón, provincia de Buenos Aires, en donde ofrece verdura y fruta agroecológica y productos de almacén justos y soberanos.
Pero aún había una dificultad: “¿Cómo sé que este tomate es agroecológico?”, siempre preguntaba algún consumidor. La respuesta de quienes atendían en el almacén era simple: agarrar un cuchillo, cortar un pedazo y extender la mano con el producto, como quien muestra una maravilla. Y funcionaba, porque no hay mejor prueba que el gusto. Pero la necesidad estaba ahí: hay clientes que quieren asegurarse no consumir venenos y necesitan algo que se los certifique. Por eso también los productores de la UTT abrieron sus quintas y colonias para que cualquier consumidor y nodo pueda ver de primera mano el proceso agroecológico de los productos que llevan a sus casas.
“La certificación surge del trabajo como comercializadora agroecológica. Los clientes nos preguntaban cómo podían saber si un producto tenía químicos o no. La gente conocía lo orgánico, no tanto lo agroecológico. Necesitábamos una garantía en los almacenes para decir que nuestros productos no son químicos porque confiaban en nuestra palabra pero no había algo que lo certificara. Por eso empezamos a investigar cómo se había hecho en otros países y en encuentros con productores fuimos escribiendo cómo debía ser la certificación con la ayuda del INTA y del Senasa. Debimos adaptarla a las necesidades de nuestras tierras y productores. No es lo mismo Orán, Salta, que Santa Lucía, Corrientes, o La Plata, Buenos Aires. Y tuvimos que tener en cuenta que el 95% de las familias productoras no tienen tierras sino que las alquilan por períodos de entre dos y cinco años”, explica Delina cómo surgió la necesidad de la certificación agroecológica.
Marcelo Bellioni es investigador especializado en agroecología en el Centro de Investigación Para la Agricultura Familiar -Cipaf- del INTA Castelar y forma parte del equipo técnico que acompaña el proceso de certificación agroecológica del CoTePo de la Unión de Trabajadores de la Tierra: “Desde las instituciones como el INTA acompañamos el proceso de certificación para analizarlo, circularlo y sistematizarlo. En un país donde aún no contamos con una certificación estatal, nos pusimos al servicio para contribuir a una construcción en conjunto. Lo fundamental es apoyar a que las propias bases generen sus instrumentos y capacidad. Por eso lo del CoTePo de la UTT es un gran hito porque ellos mismos implementaron este modelo de certificación. Las bases son las que van a traccionar desde abajo hacia arriba y poner en duda al sistema tradicional”.
Hasta las certificaciones agroecológicas a las quintas de El Pato, en el país sólo existía el sello orgánico, que da garantías de no consumir venenos pero es excluyente para los consumidores por los precios y excluyente para las familias productoras que no pueden pagar el sello o que son discriminadas por no ser dueñas de la tierra donde siembran y cultivan. Las certificadores de productos orgánicos responden a esquemas empresariales internacionales en donde los productores y las productoras no son consultados/as sobre qué y cómo debe evaluarse. La agroecología es otra cosa. No es solo un producto mejor y cuidado del medio ambiente: es inclusión, transformación y justicia social. Belloni la define como una ciencia, un movimiento social y político y un conjunto de prácticas agrícolas.
“La certificación agroecológica es mucho más complicada porque tiene que ver con la vida de las personas, lo orgánico solo se refiere al producto”, diferencia Joselo. Y agrega: “Agroecología también es convivencia cordial con nuestros hijos y nuestros hermanos, viviendas cómodas, biocorredores. Es conocer a las personas que reciben las verduras, hacer alianzas y disminuir los intermediarios en la comercialización para que el precio sea justo también para el consumidor. La agroecología es un camino posible hacia una producción sana, soberana y segura. Es que no sea una imposición lo que producís”, detalla Joselo.
“Un sello orgánico te asegura que en un campo se produce sin químicos pero no te dice en qué condiciones están quienes trabajan ese campo, no te dicen si los empleados son bien pagos o los están explotando. O si hay trabajo infantil”, suma Delina para explicar por qué el sello orgánico no alcanzaba y era necesaria la certificación agroecológica.
La certificación es un Sistema Participativo de Garantías (SPG) que se fue escribiendo en encuentros con productores y con la ayuda de Senasa e INTA. El reconocimiento y el desarrollo de los SPG por parte del Estado es una lucha histórica del movimiento agroecológico internacional. Para realizarlo, se investigó cómo se hacía en otros países y se tomó como modelo experiencias que ya llevan décadas en otros territorios del continente como por ejemplo el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra de Brasil (MST).
“Este protocolo es más exigente en puntos a observar y analizar que los de certificación orgánica”, aclara Bellioni. “Está elaborado en base a los principios de la agroecología: trabajo digno, que el productor obtenga el dinero correspondiente a su actividad, diversificación de cultivos, cadena corta entre productor y consumidor, rol del ser humano como trabajador de la tierra y equidad social”.
Para la certificación agroecológica del Sistema Participativo de Garantías productores y técnicos deben llenar un formulario de 18 puntoscon el objetivo de mejorar la calidad de los productos, ampliar las capacidades de quienes producen alimentos y realizar un proceso de aprendizaje mutuo entre todos los actores que participan: productores, consumidores, instituciones de control y gobiernos locales. De esta manera, el SPG recupera en manos del pueblo la definición sobre qué es sano, que es buen alimento y qué tipo de modelo productivo se promueve.
La certificación agroecológica se preocupa por las condiciones de vida, las condiciones laborales, las condiciones de habitabilidad de los productores, la cercanía con los centros de atención y el estado de los caminos; el manejo de la tierra y del agua, la organización de las herramientas y los insumos, los aspectos ecológicos y la procedencia de las semillas. Y también le da una especial relevancia a la comercialización: “Los quinteros en producción tradicional trabajan día y noche para llegar a fin de mes. Con la agroecología no es así. Si la producción va al Mercado es mal paga. En cambio con la certificación el precio lo decide el productor. Cada seis meses nos reunimos en asamblea con los almacenes y acordamos los precios. Vendemos a precio justo y al consumidor le llega un precio más barato que el de los productos orgánicos y generalmente también más barato que la producción tradicional”.
Eso es porque en el modelo tradicional hay muchos intermediarios, sectores muy concentrados de la economía como los supermercados con un rol protagónico y fijan los precios, entonces la verdura llega a un precio mucho más caro”, compara Delina. El sistema de comercialización de la Unión de Trabajadores de la Tierra es más transparente: el 60% de lo que paga el cliente va a las familias productoras, un 20% a los fletes y un 20% a los almacenes. En el modo tradicional las familias productoras apenas consiguen quedarse, en el mejor de los casos, con el 10 por ciento del precio final.
“Lo agroecológico implica que el productor esté en el campo, que conozca la tierra, que la perciba, que se genere un vínculo estrecho con la Pachamama. Un productor agroecológico conoce la vida del suelo, sabe de la necesidad de diversificar la producción. La agroecología apunta a que el productor se sienta pleno produciendo con la Pachamama y sienta que le da un servicio a la sociedad: alimentos sanos y vivos”, agrega Bellioni.
Al finalizar la inspección de los técnicos, el compañero o la compañera del campo debe firmar en el formulario un contrato moral para comprometerse a seguir con esta producción y, así, permitir que los almacenes puedan organizarse. Ahora Joselo está produciendo verduras de estación: lechuga, remolacha, espinaca, verdeo, hinojo, perejil y apio. Y está preparando tomate, berenjena y pimiento para la temporada verano-primavera. Mientras tanto, a los almacenes está llegando berenjena de Salta y tomate de Entre Ríos. Cuando termine esa producción llegarán los tomates y berenjenas de la quinta de Joselo.
La certificación agroecológica implica un proceso minucioso y participativo, que fue pausado por el aislamiento social preventivo y obligatorio. A las primeras 10 quintas certificadas, les siguen 50 más en el resto de la provincia de Buenos Aires y cuando el contexto sanitario lo permita, se continuará con las quintas agreocológicas de toda la Argentina. Joselo, que ya tiene la certificación de la suya, ahora tiene el desafío de acompañar como técnico del CoTePo a más compañeros y compañeras: “Queremos ampliar la certificación para ampliar la calidad de vida. Muchos de nosotros vivíamos como esclavos en las quintas, pasamos 20 años alrededor de venenos. Queremos que cada vez más compañeros abran los ojos, queremos que se den cuenta que este tipo de producción que llevamos adelante ahora es buena: que da estabilidad económica y mejora la vida social. La gente, cuando hacés agroecología, te conoce por lo que hacés, por llegar a la mesa de muchas familias”.