Autolimitación: una virtud ecológica, por Leonardo Boff
«Estamos ante un momento crítico en la historia de la Tierra, una época en la que la Humanidad debe escoger su futuro: o formar una alianza mundial para cuidar de la Tierra y cuidar unos de otros, o arriesgarnos a la destrucción de nosotros mismos y de la biodiversidad de la vida»
El pavor suscitado por el lanzamiento de bombas atómicas sobre Hirosima y Nagasaki en 1945 fue tan devastador, que cambió el estado de conciencia de la Humanidad. Se introdujo la perspectiva de la destrucción en masa, acrecentada posteriormente con la fabricación de armas químicas y biológicas, capaces de amenazar la biosfera y el futuro de la especie humana. Antes, los seres humanos podían hacer guerras convencionales, explorar los recursos naturales, deforestar, arrojar basura a los ríos y gases a la atmósfera, y ello no producía grandes modificaciones ambientales. Una conciencia tranquila nos aseguraba que la Tierra era inagotable e invulnerable y que la vida continuaría siendo la misma y para siempre hacia el futuro.
Ese presupuesto ya no existe. Cada vez nos hacemos más conscientes de aquello que la Carta de la Tierra atestigua: «Estamos ante un momento crítico en la historia de la Tierra, una época en la que la Humanidad debe escoger su futuro: o formar una alianza mundial para cuidar de la Tierra y cuidar unos de otros, o arriesgarnos a la destrucción de nosotros mismos y de la biodiversidad de la vida». Este documento, ya asumido por la UNESCO, representa la nueva perspectiva planetaria, ética y ecológica de la Humanidad. Los hechos que sustentan la alarma son irrefutables: sólo tenemos esta única Casa Común para habitar; sus recursos son limitados, muchos de ellos no son renovables; el agua dulce es el bien más escaso de la naturaleza (sólo el 0?7% es susceptible de uso humano); la energía fósil, motor del desarrollo moderno, tiene los días contados; y el crecimiento demográfico es amenazador. Hemos sobrepasado ya en un 20% la capacidad de aguante y de renovación de la biosfera. Querer generalizar para toda la Humanidad el tipo de desarrollo hoy imperante, requeriría otros tres platenas iguales al nuestro. La gran mayoría de las personas no piensa en todo esto, pues les resulta insoportable afrontar la idea de los límites o, eventualmente, de un desastre colectivo, que es posible incluso en nuestra generación.
Si estos problemas son graves, todavía hay uno mayor: la lógica del sistema mundial de producción y la cultura consumista que ha creado. El sistema dice: debemos producir más y más, sin poner límites al crecimiento, para que podamos consumir más y más, sin poner límites a la canasta de las ofertas. La consecuencia inmediata de esta opción es una doble injusticia: una injusticia ecológica, por la depredación de la naturaleza, y una injusticia social, por la creación de desigualdades entre aquellos que comen hasta hartarse, y los que comen insuficientemenente y caen en la marginalidad y en la exclusión.
Si qusiéramos garantizar un futuro común, de la Tierra y de la Humanidad, se imponen dos virtudes: la autolimitación y la justa medida, expresioones ambas de la cultura del cuidado. Pero, ¿cómo pedir esas virtudes si todo el sistema está montado sobre su negación? Pues, a pesar de todo, esta vez no hay otra salida: o cambiamos y nos encaminamos hacia el cuidado, nos autolimitmos en nuestra voracidad viviendo la justa medida en todas las cosas, o nos veremos abocados a una tragedia colectiva.
La autolimitación significa un sacrificio necesario que salvaguarda el planeta, tutela los intereses colectivos y funda una cultura de la simplicidad voluntaria. No se trata de no consumir, sino de consumir de forma responsable y solidaria para con los seres vivos de hoy y los que vendrán depués de nosotros. Ellos tienen también derecho a a la Tierra y a una vida con calidad.
Publicado en Servicios Koinonia