Así se roban el oro negro colombiano las transnacionales
"La historia que relatan Renán Vega Cantor, Luz Ángela Núñez Espinel y Alexánder Pereira Fernández acerca del petróleo colombiano y la forma miserable como las transnacionales, especialmente norteamericanas, vienen explotando el considerado oro negro, realmente hiela la piel y llena de indignación con esa clase dirigente que vive hincada ante los dictámenes imperialistas de los Estados Unidos, entregando la soberanía nacional sin contraer un solo músculo de su enjuto rostro."
Reseña del primer tomo de "Petróleo y protesta obrera, la USO y los trabajadores petroleros en Colombia. En tiempos de la Tropical", de Renán Vega Cantor, Luz Ángela Núñez Espinel y Alexánder Pereira Fernández.
¿Qué sabe el pueblo colombiano de su verdadera historia? Mucho, poco y nada. Solo existe la versión de la clase dominante, la cual es presentada invertida: Los victimarios son víctimas y las víctimas, victimarios. El apoyo mediático difunde esta versión, versión que es suavizada con la religiosidad. Espada y crucifijo se entrelazan para alienar, dominar e imponer una única versión, la versión de la clase dominante.
Sin embargo, no hay enfermedad que dure cien años ni cuerpo que la resista, dice el adagio popular. Para fortuna de la clase dominada, la historia de los vencidos poco a poco viene saliendo a la superficie, naturalmente con mucho sacrificio y mucha estigmatización de la clase dominante que persiste continuar en el poder disfrutando las mieses sin remordimiento alguno.
Hay un despertar generalizado en el continente, que tratan de callar los Estados Unidos con todo su poder omnipotente, acudiendo, como siempre, a la crueldad, a la mentira y a la calumnia. Se autoproclama defensor de los derechos humanos, cuando es vox pópuli que invade países a sangre y fuego, asesinando niños, niñas, jóvenes, ancianos, enfermos, inválidos, con suma criminalidad, con el único propósito de apoderarse de las materias primas de los países considerados despectivamente como tercermundistas, como Colombia.
La historia que relatan Renán Vega Cantor, Luz Ángela Núñez Espinel y Alexánder Pereira Fernández acerca del petróleo colombiano y la forma miserable como las transnacionales, especialmente norteamericanas, vienen explotando el considerado oro negro, realmente hiela la piel y llena de indignación con esa clase dirigente que vive hincada ante los dictámenes imperialistas de los Estados Unidos, entregando la soberanía nacional sin contraer un solo músculo de su enjuto rostro.
La degradación del ambiente y el etnocidio de las regiones petroleras en el país realmente no tiene antecedentes en la misma historia de la humanidad. A partir de las primeras décadas del siglo XIX la presencia de los norteamericanos en estas vastas y frondosas regiones ricas en petróleo desató toda suerte de hechos abominables con la complicidad de los gobernantes. El parlamento aprobó leyes para “legalizar” la práctica del etnocidio contra los aborígenes de estas zonas. Los códigos fueron acomodados para responder a las expectativas de los Estados Unidos. En el Magdalena Medio y el Catatumbo –por ejemplo– los yariguíes fueron aniquilados con la firme convicción de que no eran seres humanos y que, por lo tanto, no tenían alma. Igual suerte corrió la tribu barí.
“Como si fuesen animales de monte, simios de la selva, los desamparados opones y carares acabaron de ser exterminados por las enfermedades, el hambre y el plomo homicida”, relata Rodríguez Plata, según los autores que venimos estudiando [1].
Para estas empresas petroleras, pioneras en Colombia, el colombiano no tenía valor, era considerado un ser sin alma y sin derechos. Pagando grandes sumas a los gobernantes de turno, se abrogaban el derecho de hacer y deshacer con los obreros que de distintas regiones del país llegaban a Barrancabermeja (Santander) en busca de una oportunidad. Muchos lo único que encontraron fue la muerte y enfermedades mortales.
Mientras míster Wisthrop Rockefeller sostenía en 1946 en estadía en Bogotá: “Estamos orgullosos de las relaciones con nuestros empleados; cuando tienen un problema, lo discuten amigablemente con nosotros en mesa redonda y siempre se concede la razón a quien la tiene” [2]. Claro, lo que nunca dijo el gringo es que siempre tenía la razón la transnacional.
La Tropical Oil Company, más conocida como la Troco, tenía en 1930 clasificado el comisariato: uno para los empleados y obreros gringos y el otro para los empleados y obreros colombianos. Los gringos podían pasar al comisariato de los colombianos, pero los colombianos no podían pasar al comisariato de los gringos. “Cuando se agotaban algunos víveres en la sección del personal estadounidense, ellos podían comprarlos en la sección de los obreros colombianos; éstos, sin embargo, tenían prohibido hacer lo mismo en la sección de aquellos” [3].
Los obreros colombianos tenían derecho a comprar un cuarto de kilo de azúcar mensualmente por cada miembro del hogar, en cambio los gringos podían llevar toda la que necesitaran cada vez que quisieran. La carne de cerdo era consumida por los estadounidenses, a los colombianos solo les correspondía la sobrante, generalmente en estado de descomposición. Lo mismo ocurría con los huevos, la leche, etc. Quien no tenía familia, no tenía derecho a leche; los gringos, por el contrario, toda la que necesitaran y en cualquier momento.
Lo mismo era la habitación: la casa de los gringos era grande y espaciosa, mientras que los obreros colombianos tenían que dormir en carpas, generalmente en hamacas con todas las incomodidades del mundo.
La atención médica de los obreros colombianos era deplorable. Un médico de la Shell decía: “Las instalaciones eran muy pobres y tuve que trabajar en condiciones muy limitadas” [4]. El galeno relata que muchas cirugías tuvo hacerlas sin anestesia, sin fluido eléctrico y en cuarto no higiénico.
De las entrañas de esa montaña de injusticias surgió y se desarrollaron la Unión Sindical Obrera (USO), la Empresa Colombiana de Petróleo (Ecopetrol), pero sobre todo una clase social consecuente con su clase social, revolucionaria, que con miles de sacrificios forjó su espíritu anticapitalista y antiimperialista. De esa entraña surgió el Partido Socialista de los Trabajadores y, posteriormente, el Partido Comunista de Colombia.
Acertadamente, Edward Thompson defendió la tesis de la “experiencia” como un mediador entre el ser social y la conciencia de clase. Afirmaba: “Todo individuo, por el solo hecho de ser racional, piensa y llega a tener una interpretación acerca de lo que le sucede desde la situación en la que se halla en la sociedad. Se diría en consecuencia, que las experiencias producen conocimiento” [5].
Hombres y mujeres que comenzaron a padecer los rigores imperialistas de los Estados Unidos impulsados por el petróleo en Colombia no eran intelectuales, magister, preparados en universidades extranjeras. Eran obreros y obreras, muchos de ellos y ellas no sabían ni leer ni escribir. Sin embargo, con el cúmulo de experiencias adquiridas a diario, forjaron la conciencia de clase, dimensionaron la lucha de clases y avizoraron el socialismo como sistema antítesis del capitalismo.
La lucha de hoy tiene sus raíces en el pasado, por eso es cierta, científica y promisoria. He ahí por qué hay que rescatar esa historia y por qué valoramos en grado sumo estos textos de los cuales venimos haciendo referencia. Ya terminamos el primer tomo y comenzamos inmediatamente el segundo, con más bríos y expectativas.
Por Nelson Lombana Silva / 19 de junio de 2017
Notas
[1] Vega Cantor, Renán, Núñez Espinel, Luz Ángela y Pereira Fernández, Alexánder. Petróleo y protesta obrera, la USO y los trabajadores petroleros en Colombia. En tiempos de la Tropical. Tomo 1. Página consultada 83.
[2] Ibíd. Página 388.
[3] Ibíd. Página 391.
[4] Ibíd. Página consultada 392.
[5] Ibíd. Página consultada 394.
Fuente: Prensa Rural