América Central: El capital en la “era de los canales”
"Un siglo después, América Central sigue siendo un enclave estratégico en la geopolítica global y su control permanece en disputa abierta".
El siglo XX fue para nuestra región ístmica el siglo del tránsito interoceánico de buques y del comercio de mercancías por el Canal de Panamá, en virtud de una obra de infraestructura de proporciones faraónicas que implicó una transformación del espacio geográfico y natural sin precedentes. Esa ruta, avizorada por los ingleses y franceses desde el siglo XIX, y en la que habían invertido dinero y no pocas maniobras políticas y diplomáticas, finalmente fue completada por los Estados Unidos e inaugurada en 1914. En torno al Canal y su geopolítica se articuló el complejo sistema de plantaciones bananeras y ferrocarriles que el capital monopólico estadounidense había sembrado, a sangre y fuego, por toda América Central y el Caribe, y que constituyó uno de los pilares de su dominación en el continente y más allá.
Este hecho, que daba cuenta del progresivo desplazamiento del poder mundial de Europa a los Estados Unidos, perfiló una modalidad de desarrollo y unas específicas configuraciones políticas, sociales, económicas, ambientales y culturales para la joven república panameña (recién había declarado su independencia en 1903), que debió luchar por décadas para recuperar la soberanía sobre sus territorios ocupados. Además, en un sentido más amplio, determinó la forma de inserción –o mejor aún, de absorción- de la región en el largo proceso del desarrollo capitalista y en la consolidación del imperialismo estadounidense.
Un siglo después, América Central sigue siendo un enclave estratégico en la geopolítica global y su control permanece en disputa abierta. Los Estados Unidos la consideran una de las cinco prioridades de su política exterior, en tanto que China y Rusia adelantan posiciones con la inversión en el Gran Canal de Nicaragua y la firma de acuerdos de cooperación, en diversos campos, con el gobierno de Managua.
En este escenario, las obras de la ampliación del Canal de Panamá (cuyo costo superó los 5 mil millones de dólares) y el inminente inicio de la construcción del Gran Canal de Nicaragua (estimado en 50 mil millones de dólares y otorgado a un empresario chino mediante una larga concesión de medio siglo, prorrogable por otros 50 años), nuevamente nos enfrenta al dilema de repensar nuestra condición ístmica y sus implicaciones en el sistema internacional, especialmente ahora que se configura un mundo multipolar. Y sobre todo, nos emplazan para discutir hasta qué punto estos proyectos, pese a los beneficios relativos que suponen para las economías nacionales, en el fondo no hacen sino profundizar el sometimiento de la región en su conjunto a las lógicas de acumulación y de reproducción del capital en tiempos de crisis.
David Harvey, el geógrafo, antropólogo y teórico marxista inglés, en su análisis del capitalismo contemporáneo, señala que el “paisaje geográfico que el capital construye no es un mero producto pasivo” [1], sino que hace parte de una de sus contradicciones cambiantes, a saber, la contradicción entre los desarrollos desiguales y la producción de espacios de acumulación. El capital desarrolla dinámicas económicas globalizadas y requiere para ello condiciones que el Estado capitalista debe satisfacer: como el tiempo es dinero, explica Harvey, el capital necesita, particularmente, aniquilar el espacio mediante el tiempo, aunque ello implique, como en las rutas transoceánicas de Panamá y Nicaragua, introducir transformaciones geográficas y ambientales que modifican el paisaje humano (desplazamientos forzados de poblaciones, destrucción de comunidades, desgarramiento de tejidos sociales y culturales, insatisfacción de necesidades humanas básicas para satisfacer las necesidades artificiales del mercado). La clave es “reducir costes o tiempo en la circulación del capital” [2], y para eso se desencadenan “los poderes de la destrucción creativa sobre la tierra. Algunos sectores o grupos se beneficia de la creatividad, mientras que otros sufren el embate de la destrucción” [3].
Para Harvey, los incentivos a la competencia capitalista interregional, como los que se argumentan hoy en el debate sobre los beneficios potenciales y las limitaciones de los canales de Panamá y Nicaragua, “no es tan solo un medio primordial por el que lo nuevo sustituye a lo antiguo, sino un contexto en el que la búsqueda de lo nuevo, presentada como búsqueda de ventajas competitivas, resulta decisiva para la capacidad de reproducción del capital. El desarrollo geográfico desigual sirve, por encima de todo, para desplazar los fallos sistémicos del capital de un lugar a otro” [4].
Si, como lo expone Harvey con crudeza, al final, pase lo que pase, el capital es quien gana y se sale con la suya; y si el desarrollo prometido para los pueblos no es otra cosa que la trampa de la propia destrucción en el proceso de aniquilación del espacio mediante el tiempo, no debemos equivocarnos en la identificación del enemigo, ni mucho menos en la construcción de las alternativas a este paradigma que, evidentemente, deberán apuntar a un horizonte de superación del capitalismo.
Estos elementos bien pueden ayudarnos a construir una perspectiva crítica, más allá de localismos y de prejuicios políticos frente a gobiernos de uno u otro signo, de la era de los canales en la que se aventura una vez más América Central, con la amenaza de tropezar con las mismas piedras del pasado.
Notas:
[1] Harvey, D. (2014). 17 contradicciones y el fin del capitalismo. Quito: Editorial IAEN. P. 149.
[2] Ídem, p. 150.
[3] Ídem, p. 157.
[4] Ídem, p. 162.
Fuente y foto: América Latina en Movimiento (ALAI)