América Latina: la artificialización de la agricultura en la región
"El agricultor entonces, debe comprar la semilla todos los años, para asegurar su cosecha, trasladando parte de la renta a las manos de las compañías, dueñas del manejo del material genético y sus cruzamientos. La base de las patentes y el dominio del mercado mundial estaba siendo sembrada. Desde este punto, las grandes compañías de semillas comienzan a acumular un creciente desarrollo económico y manejo de la agricultura mundial. Las corporaciones transnacionales vinculadas a la producción agropecuaria y la salud, han concentrado un enorme poder"
Estamos exponiendo a poblaciones a agentes químicos extremadamente tóxicos, que tienen efectos acumulativos. Actualmente, este tipo de exposición comienza a suceder tanto antes como después del nacimiento. Nadie sabe cuáles serán los resultados de este experimento, ya que no contamos con ningún paralelo anterior que nos sirva como referencia. (Del libro La Primavera Silenciosa, Silent Spring, de Rachel Carson, 1962)
La artificialización de la agricultura en la Región.
De “revolución en revolución”…(1)
“El hambre es la manifestación biológica de una enfermedad sociológica…”
Josué de Castro, “La Geografía del Hambre”
Agricultura y alimentación en la rica América originaria.
Los primeros contingentes de individuos pertenecientes a la especie Homo sapiens que llegaron al continente americano lo hicieron por el estrecho de Bering hace algo mas de 30 mil años. Se trataba de una ocupación tardía, que debería conceptualizarse como el verdadero “descubrimiento de América”. Estos primeros grupos de cazadores y recolectores se encontraron con un medio favorable para su supervivencia y lograron una expansión demográfica espectacular, a partir de una base genética bastante reducida, es decir una relativa homogeneidad y luego un aislamiento del continente que duró milenios.
La primera Revolución, Neolítica, se manifestó aquí a través de la progresiva domesticación de las más diversas plantas y animales útiles y la consiguiente aparición de la agricultura y la ganadería, en un espacio donde se localizaba una prodigiosa riqueza florística y faunística disponible.
Desde los albores de la agricultura, el Hombre ha seleccionado, mejorado y guardado semillas, que le permitieron asegurar cosechas suficientes para su sustento y supervivencia a lo largo de los siglos.
Sólo en América, la producción de alimentos se sustentó en el aprovechamiento de casi cien plantas distintas – bajo infinidad de variedades - que antes de la llegada de los europeos, contaba con un sistema de producción, almacenamiento y distribución de alimentos que daba de comer a sesenta millones de habitantes. La oca, el apinchu, el ullucu, la mashua o la aracacha - todas raíces - que junto a más de 700 variedades de papa, contribuyeron a una dieta mejorada además con leguminosas como los porotos ( pallar, purutu, tarui, chuy) y finalmente optimizada con la domesticación del maíz o zara y la quinoa. Cultivaban nuestros pueblos originarios cientos de variedades del primero, como el muruchu o maíz duro, la capia o tierno y hasta el cam-sha (maíz tostado) que no es más que el famoso “ pop-corn”. Las mujeres preparaban harina de maíz moliendo el grano sobre lozas de piedra. Con esta cocinaban diferentes tipos de pan ( zancu, tanta, huminta). La machka era la harina tostada endulzada con miel – energizante para los niños - y hasta mezclada con agua, la aprovechaban para hacer vinagre. De las cañas hacían miel, pues las cañas eran dulces y las hojas servían como alimento para los animales. Hasta algunos tipos de hongos que salían en la mazorca en pie, y la oscurecían – los upa – eran preparados en un guiso muy especial.
Vaya lo anterior como una pequeña muestra de una rica y amplia biodiversidad – no sólo agroambiental, sino sociocultural - que permitió el desarrollo de nuestros pueblos meso y sudamericanos y que luego se repetiría mundialmente, sentando las bases alimenticias de otras naciones del orbe que se hicieron de estos recursos. Riqueza culinaria y alimenticias, que se difundió sin restricciones, y permitió que países del ahora mundo desarrollado recibiesen y aprovecharan libremente variedades y líneas de cultivos tan importantes como la papa, el tomate, maíz, girasol de nuestro continente y de otros como el trigo, avena, soja y arroz que se han convertido en la base alimentaria global, en detrimento muchas veces de las especies y variedades locales.
De todas formas, si bien ya concentrada en menos variedades el proceso de selección y mejora estuvo siempre en las manos del agricultor, quién recurrentemente guardaba e intercambiaba con otros productores, distintas semillas para las siguientes estaciones.
Más cercanamente, se suma a este proceso de domesticación práctica, el aporte de la ciencia del mejoramiento vegetal, que facilitó un incremento importante en la productividad de los cultivos, pero por otra parte, no pudo aportar una solución a la creciente crisis por el acceso a los alimentos, que se hace evidente con la llegada del profundamente cuestionado modelo de la Revolución Verde.
Así el proceso de manejo de la propia semilla por parte del agricultor y los programas convencionales de mejora comienzan a revertirse en muchas regiones, a comienzos de este siglo con la llegada de los nuevos conocimientos sobre el “ vigor híbrido”. Aquí se encuentra el primer paso a la apropiación por grupos determinados de los beneficios de la mejora genética que se venia compartiendo socialmente. El proceso se profundiza en las primeras décadas del siglo XX y pone los incipientes eslabones para el nacimiento de las primeras grandes compañías de semillas y las suficientes bases de poder que posicionaron hasta en la vicepresidencia norteamericana a uno de los más destacados empresarios de granos de esas épocas.
Las semillas híbridas son la primera generación descendiente de dos líneas parentales distintas dentro de una misma especie. El negocio estriba en que son muy pocos, los que conocen estas líneas parentales – los breeders y sus empresas – que tienen en general un mayor rendimiento y que de querer reproducirse en generaciones sucesivas, segregan, y pueden dar una nueva generación, con plantas y rendimientos desuniformes, que no son generalmente aprovechables para los campesinos.
El agricultor entonces, debe comprar la semilla todos los años, para asegurar su cosecha, trasladando parte de la renta a las manos de las compañías, dueñas del manejo del material genético y sus cruzamientos. La base de las patentes y el dominio del mercado mundial estaba siendo sembrada.
Desde este punto, las grandes compañías de semillas comienzan a acumular un creciente desarrollo económico y manejo de la agricultura mundial. Las corporaciones transnacionales vinculadas a la producción agropecuaria y la salud, han concentrado un enorme poder [2].
El éxito en la hibridación comercial se ha dado en cultivos como el maíz, el girasol y el sorgo, pero aún no se ha podido ampliar al arroz, el trigo o la soja, especies que a diferencia de las anteriores – que se utilizan como alimento para el ganado como el maíz y el sorgo – son la base alimentaria de una importante porción del mundo. En estas variedades, en mucha menor proporción que en épocas anteriores, y bajo una mayor uniformidad luego de la Revolución Verde, los agricultores han pretendido continuar guardando sus semillas, lo que atenta según las compañías contra sus intereses comerciales, que ven en esta ancestral práctica un riesgo y daño económico, y una de las fuentes del atraso – según su opinión, social y económico - en que se encuentran vastas regiones de nuestro planeta. Es comprensible la racionalidad crematística de estas acciones, pero la seguridad alimentaria mundial, o de por lo menos las regiones más pauperizadas del mundo no puede dejarse solamente al albedrío y juicio del interés privado.
La capitalización de la agricultura en el Sur bajo el emblema de la Revolución Verde significa que los agricultores “escogen" las “mejores” semillas, las plantan uniformemente en el área más grande posible y les aplican fertilizantes químicos. La reducción de la agricultura a esta simple formula deja las cosechas expuestas a ataques y los suelos sumamente vulnerables al deterioro…Esa agricultura reduccionista hace de los fertilizantes y pesticidas químicos productos necesarios para protegerse de su propia vulnerabilidad (Lappe, F.M. y Collins, J, 1977). “Lo que se transfiere de Norte a Sur no es solo capital y tecnología sino también un conjunto de costos sociales y ambientales” (O`Connor, J, 2001).
Artificialización de los sistemas agroproductivos.
Estos cambios tecnológicos en la agricultura latinoamericana siguen fortaleciendo el desarrollo de un fuerte proceso de capitalismo desigual, que no solo impactó en el sector rural sino en la propia economía de estos países. La llegada de la agricultura industrial incrementó las formas de artificialización de la naturaleza de una manera poco provechosa. América Latina convertida en fuente productora y proveedora de materias primas para el mundo repica en sus espacios un proceso que puede resumirse en lo siguiente: 1) Un rápido desplazamiento de la agricultura comunal productora de alimentos de consumo local, 2) el crecimiento de la agricultura de exportación que empujo a los sistemas de producción tradicional hacia tierras más frágiles y marginales, 3) el deterioro de los términos de intercambio ya destacados desde mediados del siglo pasado por la escuela cepalina del argentino Raúl Prebisch, que implica una sobreexplotación de recursos y una subvaluación de productos cuya distancia es cada día más desfavorable para toda la Región, 4) la expansión de los sistemas de agroexportación y su consiguiente concentración que además, generalmente implica una ampliación de las tierras disponibles para sostener la escala lo que por una parte incrementa la deforestación y apertura de la frontera agropecuaria y por otra el desplazamiento de pequeños y medianos productores, junto a las economías campesinas e indígenas, con costos sociales y ambientales ni siquiera considerados. El proceso de agriculturización monoproductiva y de pampeanización que veremos más adelante, como modelo extrapolable, son un claro síndrome de insustentabilidad o de “subdesarrollo sustentable” (Cavalcanti, C, 2000), 5) la baja artificial de los alimentos en los países desarrollados para los habitantes de las ciudades que esconde la presión sobre los agricultores y los sistemas por cada año producir mas y a mas bajo precio, 6) Cambios sociales, sanitarios y nutricionales con la aparición de nuevas infecciones y enfermedades crónicas, 7) Creciente perdida de la soberanía alimentaria y debilitamiento de los sistemas de desarrollo local endógeno, 8) compromiso político e institucional con las políticas de desarrollo de los organismos internacionales que han generado mas problemas que las soluciones puntuales a los que en algunos casos llegaron, 9) Compromiso científico tecnológico con la productividad de los sistemas de agroexportación y escaso desarrollo y generación de conocimiento apropiable para los sistemas de producción local, 10) Fuerte compromiso de los medios de difusión masiva (prensa, radial y escrito) con los modelos de promoción de la agricultura industrial y 11) fuerte injerencia de las corporaciones en las decisiones nacionales sobre “desarrollo rural”.
Es evidente que el estilo de desarrollo que se impuso en la región latinoamericana desde mediados del siglo XX concedió una absoluta prioridad a los procesos urbano industriales, dejando a su libre albedrío al medio rural, situación que contribuyo a profundizar la crisis general de la agricultura tradicional. No obstante ello, la producción agrícola creció entre 1950 y 1975 a un ritmo del 5,5 por ciento anual, donde los sistemas de agroproducción exportadora comienzan a tener nuevamente una preeminencia importante. Es ahí, donde debería evaluarse de una manera mucho mas completa su importancia, considerando también relevantes, los criterios adicionales como la posición estratégica de la autosuficiencia alimentaria, y la alimentación como sustento cultural no solo económico, la persistencia de las economías familiares no monetizadas, la relevancia de la agricultura familiar, la ocupación del espacio territorial, la capacidad de absorción de la fuerza de trabajo rural, la importancia de la mujer en el sector rural, la conformación de un espacio para la generación de condiciones hacia la expansión urbano industrial y la integración geopolítica del territorio.
La agroproducción regional ha sido siempre heterogénea desde el punto de vista social, tecnológico y productivo. “En las ultimas décadas, esta diferenciación entre sistemas productivos se ha acentuado. En un extremo del espectro encontramos los sistemas campesinos tradicionales, con prácticas sostenibles, ancladas en una cultura consolidada, basadas por lo general en el uso múltiple de los ecosistemas y en una utilización mínima de insumos externos. Estos sistemas se ven sometidos a una permanente erosión, hasta el punto que en algunas zonas solo quedan vestigios de los mismos. La proletarización rural y urbana parece haber sido el destino inevitable de una buena parte de los hijos de los campesinos tradicionales. En el otro extremo, hallamos la agroproducción de índole comercial, que desde el punto ambiental implica una artificialización de los ecosistemas que con frecuencia transgrede el umbral de la sustentabilidad a largo plazo” (PNUMA, 1990).
El modelo de agricultura industrial impulsada por la Revolución Verde ha tenido connotaciones visibles y otras no tanto. En los últimos tiempos han crecido los trabajos científicos y de investigación critica que dejan cuenta que “el manejo industrializado de los recursos naturales rompe las tasas de reacomodo y reposición de los residuos, produciendo un creciente incremento de la entropía. La posibilidad de reutilización de tan solo una parte de los residuos origina que estos se transformen en distintas formas de contaminación y generen una creciente perdida de aptitud productiva de los recursos naturales.” (Guzmán Casado, G, González de Molina, M y Sevilla Guzmán, E, 2000).
La Revolución Verde
No cabe ninguna duda que desde la llegada de la Revolución Verde, ciertos cultivos específicos, incrementaron de manera sustancial sus rendimientos. En una primera etapa, algunos de los logros más espectaculares fueron el desarrollo de variedades de trigo, arroz y maíz con las que se multiplicaba la cantidad de grano que se podía obtener por hectárea.
La llegada del Norin 10 y las variedades enanas, sentaron las bases de una nueva agricultura, que cambió las relaciones de grano/biomasa, facilitó los procesos de recolección y realizó un salto cuantitativo en cuanto a la demanda por insumos externos (fertilizantes y pesticidas) que estos cultivos demandaban. Cuando a lo largo de los años 1960 y 1970 se fueron introduciendo estas mejoras en Latinoamérica y Asia, muchos países que hasta entonces habían sido deficitarios en la producción de alimentos pasaron a ser exportadores y luego en algunos casos a ser a su vez importadores de tecnologías e insumos.
Muchos de los planes de “ayuda al desarrollo” durante estas épocas, facilitaron el crecimiento del endeudamiento externo de estas naciones y de sus agricultores, muchos de los cuales al no poder continuar cumplimentando las demandas de un crecientemente exigente mercado externo, también comenzaron a verse expulsados de sus fincas y granjas.
Fue luego de la Segunda Guerra Mundial, que merced a la Revolución Verde se puso al alcance de millones de pequeños agricultores, primero en Asia y América Latina y más tarde, incluso hasta hoy en día en África, estas variedades semienanas de trigo y arroz de alto rendimiento, obtenidas por la fitotecnia tradicional. Agricultores a los que en primera instancia, al igual que hoy en día con las campañas de promoción de semillas transgénicas, se regalaban las semillas y los agroquímicos para “probar” en sus propios campos. Los aumentos de producción conseguidos durante las primeras décadas de la Revolución Verde se extendieron en los años ochenta y noventa a otros cultivos y a regiones menos favorecidas
Los beneficios, plasmados en incrementos de la productividad de ciertos cultivos, traídos por la mejora agrícola fueron indiscutibles, pero se acompañaron con problemas e impactos negativos de igual o mayor magnitud, en cuanto a los costos sociales y ambientales (Recuadro) que generaron, especialmente en los países en vías de desarrollo, donde su mitigación generalmente no era considerada.
“Estamos exponiendo a poblaciones enteras a agentes químicos extremadamente tóxicos, que en muchos casos, tienen efectos acumulativos. Actualmente, este tipo de exposición comienza a suceder tanto antes como después del nacimiento. Nadie sabe aún, cuáles serán los resultados de este experimento, ya que no contamos con ningún paralelo anterior que nos sirva como referencia”.
Rachel Carson, 1962.
Si tenemos en cuenta, los daños ambientales, que la remanida competitividad global no incluye (Daly, H, 2000) y los enormes costos energéticos que hay que emplear en estos tipos de agricultura, podemos poner en tela de juicio su sostenibilidad y por tanto su permanencia futura. La política de “ sembrar el petróleo” (tan promovida con estas ideas de la Revolución Verde o por economistas como El Serafy,S, 1981), transformada en tractores, maquinaria agrícola, canales, represas, sistemas de irrigación, fertilizantes, pesticidas, transporte a grandes distancias, muestra ser mas insustentable aun.
Nuevamente hoy en día, grandes megaproyectos planificados para América Latina, vuelven a trascender a la luz de la promoción de los biocombustibles o para encontrar sustentabilidad en la monocultura, como los impulsados para la producción de maíz y soja en Argentina o la mamona y la caña de azúcar en el Brasil, todos en la búsqueda de nuevos combustibles. El conocido concepto de El Serafy, se reconvertirá ahora en el de “ sembrar la soja”, para producir el combustible que permita seguir haciendo andar la maquinaria para producir más soja, hoy día buscando un modelo de “ soja sustentable” (Dros, J.M., 2004).
En realidad, lo que siempre quedó de lado en la agricultura de exportación como los casos anteriores, es el hecho, vinculado a la producción agropecuaria para alcanzar la soberanía alimentaria o no perderla, como puede llegar a suceder en la actualidad. Es necesario discutir que sólo los sistemas agrícolas integrados, son sustentables (Pengue, W.A., 2004) y que estos también evolucionan hacia uno u otro lado, de manera permanente.
Como es fácil de entender la agricultura actual exige fuertes inversiones de capital y un planteamiento empresarial muy alejado del de la agricultura tradicional. De hecho de aquí surgen algunos de los principales problemas de la distribución de alimentos. El problema del hambre no es un problema de producción, sino de distribución y de construcción o pérdida de capacidades para la producción. En la agricultura tradicional - mal llamada de subsistencia, por los sectores de los agronegocios - la población se alimentaba de lo que se producía en la zona próxima a la que vivía.
En el momento actual el mercado global convirtió a los alimentos en mercancía, sostenido en una movilidad ficticia de la mano de un uso masivo de energía barata, olvidando la función básica de estos productos para los pueblos, su función alimenticia y nutritiva. Muchas veces, el mundo olvida, quién pone los precios de estos insumos, quien valúa y como estas “energías baratas” y también a veces, a que costos reales, en vidas humanas y recursos naturales, estos bienes son obtenidos.
Impactos ambientales de la Revolución Verde
De una u otra forma, la agricultura implica generalmente un fuerte proceso de transformación del paisaje, cambios en el flujo energético, homogeneización de especies y de hecho, desplazamiento o pérdida de la biodiversidad.
La agricultura moderna ha multiplicado los impactos negativos sobre el ambiente y la sociedad. La deforestación, las grandes represas, los canales de riego, la perdida estructural del suelo, exportación de nutrientes, salinización, contaminación con fertilizantes y plaguicidas se cuentan entre algunos de los impactos de la Revolución Verde.
La gravedad generada en la salud, de miles de campesinos, agricultores y ciudadanos en todo el mundo, demuestran cabalmente que los costos de la intensificación de la agricultura, superan ampliamente a los beneficios en términos de productividad alcanzados, haciendo que nos preguntemos, sobre que hubiera sucedido, si los enormes montos aplicados al impulso de la Revolución Verde, se hubieran invertido en un proceso de producción agroecológica basado en una agricultura familiar, con sistemas de comercialización mas justos y eficientes.
Los incrementos productivos derivados de la Revolución Verde fueron acompañados por una serie de impactos adversos tanto en las cuestiones ambientales como sociales, de los que, dada la extensa bibliografía al respecto, sólo citaré brevemente... www.EcoPortal.net
(1) Del Libro AGRICULTURA INDUSTRIAL Y TRANSNACIONALIZACION EN AMERICA LATINA. ¿La transgénesis de un continente?, PNUMA, GEPAMA, 2005. (Extractos del Capitulo 2).
La obra completa puede solicitarse a ra.moc.amapeg@ofni
* WALTER A. PENGUE. Ingeniero Agrónomo con especialización en Genética Vegetal (UBA). Master en Políticas Ambientales y Territoriales (UBA). Doctorando del Programa de Agroecología de la Universidad de Córdoba, Unión Europea. Especialista en Economía Ecológica y Desarrollo Rural Sostenible. Miembro de la Sociedad Internacional de Economía Ecológica, miembro fundador de la Asociación Argentino Uruguaya de Economía Ecológica, la Red Iberoamericana de Economía Ecológica y la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología. Miembro del Consejo Directivo del IADE.
[2] “Resulta difícil entender cómo pudieron las compañías cerealeras internacionales deslizarse a través de la historia con tanta discreción como lo hicieron. El cereal es el único recurso del mundo aún más importante que el petróleo para la civilización moderna…Pero lo mismo que el petróleo, el cereal tiene su política, su historia, su efecto sobre las relaciones entre los países. Después de la Segunda Guerra Mundial, decenas de países que antes se autoabastecían comenzaron a depender de una fuente distante – Estados Unidos – en cuanto a una parte fundamental de su provisión de alimentos. A medida que Norteamérica se convertía en el centro del sistema alimentario del planeta, se transformaron las rutas de intercambio, adquirieron forma nuevas relaciones económicas y los granos se convirtieron en uno de los cimientos del imperio norteamericano de posguerra. Los precios de los alimentos, el dólar, la política y la diplomacia: todo quedó afectado.” (Morgan, Dan, Los Traficantes de Granos, 1984).
Fuente: Ecoportal