Al Grano. COP26: Alimentar el fuego

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Entre el 31 de octubre y el 12 de noviembre se realizó en Glasgow, Escocia, la edición número 26 de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (también llamada Conferencia de las Partes o COP26). En esta conferencia se reúnen los países (en esta ocasión, representantes de 197 naciones) para discutir el estado del cambio climático global, plantear estrategias y acuerdos para mitigar sus efectos y medidas de adaptación.

La COP26 se celebra después de un año de suspensión debido a las medidas sanitarias por la pandemia de coronavirus y, aunque existe relación directa entre el cambio climático, el crecimiento industrial y económico desmedido, y la aparición de pandemias (en realidad, sindemias) los resultados no fueron, ni de cerca, los esperados por los pueblos que están mayormente amenazados por el calentamiento climático. Además, la COP26 se anunciaba oficialmente como un evento determinante para proponer políticas y estrategias de cambio radical de las maneras de vivir y producir a nivel mundial si en realidad se desea preservar la vida en el planeta, pero los resultados fueron francamente decepcionantes: el documento de acuerdo final de la COP26 reconoce que las acciones que se han realizado hasta ahora no se están ni cerca de lograr el objetivo de limitar el calentamiento global máximo en 1.5ºC por encima de la temperatura existente en la época pre-industrial (El histórico Acuerdo de París, durante la COP21).

En el documento final de la COP26 prácticamente se ignoró el objetivo de cancelar urgente y definitivamente el uso de energéticos basados en carbón; no se consideró una cláusula que implica el pago por “pérdidas y daños” a los países que actualmente ya sufren los efectos del calentamiento global (como siempre, los menos favorecidos o deliberadamente pauperizados). Sin embargo, si se revisa un poco la historia, hay antecedentes que preveían el fracaso que resultó la COP26, en resumen, seguimos en camino al desastre climático mundial.

En los últimos años, las reuniones de la COP sobre cambio climático han sido foros de cabildeo las empresas transnacionales (por ejemplo, energéticas, agroalimentarias, bancos) con los representantes de los gobiernos para matizar o directamente bloquear las declaraciones vinculantes emergidas de las negociaciones sobre políticas climáticas. Esto ha derivado en prácticas de simulación (por ejemplo, la “globalización responsable”), auspiciadas por países como Estados Unidos y algunos europeos. A partir del periodo neoliberal adoptado por muchos gobiernos del mundo, la ONU asumió lógicas y prácticas no intervencionistas y los mensajes sobre las actividades económicas y políticas internacionales tuvieron un tono meramente moral. En contraste, las prácticas corporativas de autorregulación se impusieron y pasaron a ser el estándar normativo, aún a niveles de Naciones Unidas. Las corporaciones tomaron el control, se suprimieron los órganos internacionales previamente creados para controlar a las multinacionales, y estas han terminado organizando y patrocinando las conferencias internacionales que abordan temas cruciales para el planeta y la humanidad (clima, biodiversidad, ciencia, tecnología e innovación, alimentación, el agua, etc.).

Uno de los ámbitos mas importantes de la COP26 es el relacionado con la confluencia de estrategias y compromisos para reducir y eventualmente eliminar la emisión de gases de efecto invernadero (dióxido de carbono, metano, óxido nitroso, ozono), una de las causas principales del cambio climático a nivel mundial. Sin embargo, se dio a conocer que las empresas que promueven/patrocinan esta edición de la COP generaron, durante el 2020, más gases de efecto invernadero que países europeos tales como el Reino Unido, Francia, España e Italia (las empresas son: ScottishPower/Iberdrola, Hitachi, Unilever, Reckitt, National Grid, Sainsbury’s, GSK, Microsoft, SSE, Sky, NatWest). Además, escandalosamente, ninguno de los días de discursos y discusiones en la COP26 estuvo destinado a hablar de la producción de alimentos (de manera intensiva), una actividad que, de acuerdo a estimaciones conservadoras, aporta el 25% de los GEI a nivel global, pero considerando actividades complementarias de la cadena agroalimentaria, tales como el cambio de uso de suelo y deforestación; el procesamiento, transporte, empacado y comercio, y los desperdicios generados, se dice que podría alcanzar más del 30% de los gases de efecto invernadero generados por las actividades humanas. Hablamos de 16 mil 500 millones de toneladas de GEI producidas por la cadena agroalimentaria industrial.

Además de ser altamente contaminante, la producción agrícola es muy vulnerable al cambio climático. Se ha documentado que en las regiones donde se produce trigo, arroz, maíz y soya, la temperatura promedio ha aumentado aproximadamente un grado, y se pronostica que durante este siglo la temperatura seguirá aumentando. Además, se estima que, por cada grado centígrado de aumento de la temperatura global, habrá una reducción muy importante de los rendimientos agrícolas de los principales granos que son base de la alimentación de millones de personas a nivel mundial: trigo, 6%; arroz, 3.2%; maíz, 7.4%; soya, 3.1%. Estos datos serían el antecedente a corto plazo de fenómenos socioeconómicos terribles, tales como: hambrunas, migraciones masivas, enfermedades, uso aún más desmedido de agua para la producción agrícola industrial, entre otros muchos.

La única noticia significativa en torno a la agricultura, anunciada durante la COP26, fue la presentación de la Misión de Innovación Agrícola por el Clima (en inglés, AIM4C). Este proyecto fue impulsado por los Estados Unidos, a través del secretario de Agricultura (Tom Vilsack, conocido también como Mr. Monsanto), la representación de los Emiratos Árabes Unidos (y otros 32 países, incluyendo a México), presumen contar con 4 mil millones de dólares para, supuestamente, promover discusiones entre “expertos” sobre la innovación en la agricultura (enfocada a la producción intensiva) aunque, en realidad las propuestas son totalmente ajenas a las necesidades de las y los productores agrícolas de pequeña escala, que son quienes producen los alimentos que consume la mayoría de la población mundial. AIM4C enfatiza la inequidad e injusticia climática, apuntala los negocios de grandes corporaciones (Syngenta, PepsiCo, Bayer-Monsanto, BASF, la Organización para la Innovación en Biotecnología) que, directa o indirectamente, liberan al ambiente grandes cantidades de gases de efecto invernadero. Además, AIM4C promueve lo que se conoce como agricultura climáticamente inteligente, que es una estrategia más para controlar, mediante la acumulación de información (y la digitalización de esta) sobre el estado del suelo, el clima regional, los requerimientos nutrimentales de los cultivos, la disponibilidad de agua, la eficiencia productiva y muchos datos de interés para la producción agrícola. Dicha información digital, perteneciente originalmente a las y los productores, se les ofrece en venta en la forma de productos tales como semillas hibridas (o transgénicas), fertilizantes (sintéticos o biológicos), maquinaria “inteligente”, o asesoría técnica (ver artículo de Silvia Ribeiro). La Misión de Innovación Agrícola por el Clima deliberadamente descarta a las y los campesinos, ya que no hace ninguna mención a la actividad campesina en su portal, en cambio, habla de investigación pública y privada, participantes de los mercados y negocios (Bill Gates participa a través de su fundación). En resumen: AIM4C es una estrategia altamente especulativa, pero que continuará con el desmantelamiento de la agricultura que en realidad podría frenar el calentamiento global. 

A partir de los timoratos compromisos plasmados en el documento preliminar de la COP26, se estima que la temperatura global promedio se elevará más allá de 2.4ºC hacia el final del siglo (muy por encima de 1.5ºC, propuestos en la Cumbre climática de París en 2015, que, para alcanzarse, implicaría la reducción de 7% anual de emisiones de GEI a nivel global). Con el aumento proyectado de 2.4ºC hacia el año 2100, aumentará la cantidad e intensidad de las sequías, inundaciones, las ondas de calor, tormentas y el aumento del nivel de los océanos de manera irreversible. Los países responsables de emitir aproximadamente el 90% de los contaminantes se comprometen a alcanzar emisiones netas cero de carbono (una manipulación discursiva para seguir emitiendo contaminantes) hasta el año 2050. Descaradamente, China tiene se compromete a emitir netamente cero carbón hasta el 2060; India, el tercer mayor emisor mundial de GEI, se compromete hasta llegado el 2070. ¿Dejaremos que nos lleven al colapso?

Fuente: Página3

Temas: Corporaciones, Crisis climática, Extractivismo

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