Los colombianos hemos tenido que pagar un precio muy alto por seguir cumpliendo con la “guerra contra las drogas”, declarada en junio de 1971 por el entonces presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon. Esta cruzada mundial basa su estrategia en reprimir y fiscalizar la producción de opio, coca y marihuana, con el fin de hacer más difícil la producción de drogas para desestimar su consumo y así evitar que los estupefacientes sean traficados ilícitamente. Este objetivo a todas luces ha sido un rotundo fracaso, criminalizando los dos eslabones más débiles de esa cadena: la producción (campesino cocalero) y el consumo (adicto).