“Consecuencias del modelo agroindustrial en la salud – agrotóxicos –“, un libro de Vanesa Rosales de la Quintana
Consecuencias del modelo agroindustrial en la salud – agrotóxicos – es el primer libro de Vanesa Rosales de la Quintana, médica e investigadora sobre los efectos nocivos de los agrotóxicos en la salud. Publicado por la editorial Dunken el año pasado, la obra es un pantallazo rápido y preciso sobre el modelo agroindustrial de alimentos y sus impactos en la salud y la vida de las comunidades.
Por Ignacio Marchini para la agencia de noticias BiodiversidadLA
Las semillas transgénicas y los herbicidas son dos elementos que se encuentran en el corazón del modelo agroindustrial de Argentina. Establecida a mediados de la década del noventa del siglo pasado, cuando se aprobó el primer evento transgénico, esta forma de producción se propagó rápidamente; hoy en día, los monocultivos con agrotóxicos son parte indisoluble del paisaje rural del país. El crecimiento del modelo del agronegocio fue exponencial: desde la aprobación de la comercialización de la soja transgénica en 1996, el área sembrada de este cultivo pasó de representar menos del 5% de los cultivos totales de soja a más del 80%, en solo cuatro temporadas de siembra. Hoy en día, el total de la cosecha de soja proviene de semillas transgénicas.
La alteración genética de las semillas se aplicó luego a los cultivos de maíz y algodón. Junto con la soja transgénica, estos cultivos representan en la actualidad dos tercios del total del área sembrada del país (casi 27 millones de hectáreas), según datos de la investigación de 2021 “25 años de cultivos genéticamente modificados en la agricultura argentina”. Así, Argentina se ha consolidado, a lo largo de casi tres décadas, en uno de los mayores productores de transgénicos del mundo.
Este es el escenario que plantea en las primeras páginas el libro Consecuencias del modelo agroindustrial en la salud - agrotóxicos -, escrito por Vanesa Rosales de la Quintana, médica egresada de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y especialista en Medicina Familiar. La autora de varios artículos de investigación sobre los efectos del modelo productivo agroindustrial y el uso de pesticidas abarca, a lo largo del libro, la estructura general del modelo del agronegocio, algunos conceptos claves para entender el tema y los problemas más graves y acuciantes que emergen de este modelo productivo que arrasa con el medio ambiente y la salud de las personas.
Así, a lo largo de 16 capítulos breves, la autora deja establecidas las bases para analizar y encarar el problema del uso masivo de agrotóxicos en Argentina (y en el mundo). La aplicación de herbicidas a los cultivos tiene comprobados efectos nocivos en la salud de las personas, con impactos en el desarrollo embrionario, el sistema nervioso, el sistema hormonal y el sistema inmune. Y se trata de una problemática que empeora cada vez más: “Hemos pasado de un volumen de uso de agrotóxicos en la agricultura de 40 millones de litros por año en la década del noventa, a más de 300 millones de litros en el año 2016”, grafica Rosales de la Quintana.
Si se toma en cuenta cómo surgieron los pesticidas, no sorprenden los efectos nocivos en la salud, como se explica en uno de los capítulos más interesantes del libro. Sobre el origen de los plaguicidas, la investigadora cuenta que “derivan de los gases neurotóxicos desarrollados en la Segunda Guerra Mundial para paralizar soldados”. Por ejemplo, el 2.4 D, uno de los insecticidas más usados en el mundo, fue creado para arrasar las plantaciones de arroz de Japón durante la Segunda Guerra Mundial y también fue utilizado en la guerra de Vietnam como defoliante para destruir la selva.
Cuando se los adaptó para el uso comercial, se introdujeron las semillas modificadas genéticamente, resistentes a los herbicidas, para evitar que estos venenos destruyeran los cultivos y solo atacaran a las denominadas “malezas”. Estas semillas transgénicas fueron impulsadas por los sectores más concentrados del agronegocio. Durante mucho tiempo fue la empresa Monsanto la que lideró la implementación de este modelo productivo extractivista en todo el mundo. En 2018 fue adquirida por la multinacional farmacéutica Bayer, posicionándose como uno de los actores dominantes de un mercado que ese mismo año se valoró, en todo el mundo, en 223 mil millones de dólares. En la actualidad, la empresa ChemChina (que compró en 2016 a otro gigante del agronegocio, el grupo empresarial Syngenta) es la más grande de un rubro híper concentrado cada vez en menos manos.
El aumento sostenido del uso de agrotóxicos no se debe exclusivamente al lobby de estas empresas. Rosales de la Quintana explica que otra de las formas de generar dependencia de los agrotóxicos es a través de la implementación de los monocultivos. Esta forma predominante de producción agrícola hace que proliferen las plagas, ya que “carece de la diversidad genética de las plantas (…) que repelen las plagas y sirven como barrera natural en las tierras. Por este motivo los agricultores aplican mayores cantidades de pesticidas y herbicidas para proteger el cultivo”, explica la autora. Esto, además, genera que algunas plagas sobrevivan y generen resistencia a los plaguicidas, lo que lleva a desarrollar nuevos agrotóxicos, como es el caso del glufosinato de amonio, diseñado para eliminar las plagas que generaron resistencia al mundialmente conocido glifosato.
Sin dudas, el mayor mérito del libro es mostrar las múltiples falencias del modelo agroindustrial de producción, que en 2019 generó solo el 30% de los alimentos consumidos por la población mundial y utilizó la mayoría de las tierras, aguas y combustibles disponibles, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés). Su contracara, la producción familiar y el campesinado, alimentaron a 8 de cada 10 personas en todo el planeta, según consta en el mismo informe.
En el caso de Argentina, la producción se centra en exportar commodities (materia prima, sin procesar) a las potencias del Norte Global, a las que a su vez le compra los productos industrializados, en un esquema de dependencia que tiene más de 100 años en nuestro país y también en buena parte de Latinoamérica. Así, los países subdesarrollados exportan sus bienes naturales a las potencias de América del Norte, Europa y Asia, a cambio de un lugar subordinado en el mercado mundial y unos enormes costos en el clima, los ecosistemas y la salud de sus habitantes, consecuencias directas del modelo agroindustrial.
Este último punto es el corazón del libro: las múltiples investigaciones que prueban los efectos nocivos de los agrotóxicos en la salud humana y el medio ambiente. “El estudio de Aiassa ‘Biomarcadores de daño genético en poblaciones humanas expuestas a plaguicidas’ demostró que la genotoxicidad del herbicida glifosato se produce por daño genético en las células humanas con dosis de glifosato en concentraciones 20 veces menores a las utilizadas en fumigaciones”, explica la autora, dando cuenta del escaso control que hay sobre las aplicaciones de herbicidas, que han llegado a realizarse a unos pocos metros de escuelas y poblaciones rurales. Y agrega que “los plaguicidas persisten en el tiempo, en el ambiente y en las personas. Se transfieren a la descendencia durante el embarazo a través de la placenta y la lactancia después, e ingresan durante toda la vida de un individuo por inhalación de partículas de suelo, la ingesta de agua y alimentos contaminados (Montenegro, 2009)”.
Cabe destacar que el libro no se queda en la mera denuncia. En su último tramo, y a lo largo de varios capítulos, se encarga de abordar las ventajas de asumir un modelo de producción agroecológica que “garantiza el acceso a los alimentos, genera hasta tres veces más empleo y mejora las condiciones de vida de las personas al no utilizar ningún agroquímico ni transgénico”, puntualiza Rosales de la Quintana. La investigadora destaca que el principal escollo para poder desarrollar esta producción es la falta de acceso a la tierra que sufren muchos campesinos y campesinas, usualmente arrendatarios de terrenos a precios exorbitantes.
Otros caminos que la autora llama a fortalecer para salir del modelo agroindustrial (que no solo aumenta la desigualdad social, sino que también agrava la crisis climática), son aumentar la participación de las mujeres rurales en la toma de decisiones (principales productoras agroecológicas) y adoptar la agroecología como una política de salud pública, con el fin de garantizar el acceso a alimentos variados, saludables y suficientes para todas las poblaciones del mundo.
En conclusión, Consecuencias del modelo agroindustrial en la salud – agrotóxicos es una excelente puerta de entrada a la problemática de los agrotóxicos y sus múltiples efectos negativos en la vida de las personas, un acercamiento que se puede profundizar gracias a la amplia bibliografía disponible al final del libro. Una obra que cierra reivindicando el lugar de la investigación al servicio de las comunidades, y que reflexiona sobre sí misma en el último capítulo: “¿Ciencia para quién y para qué?”.
Por Ignacio Marchini para agencia de noticias BiodiversidadLA - moc.liamg@inihcramoicangi