Argentina: Colony Park, una isla «privada» de isleños
Al menos 12 familias de isleños del Delta del Paraná comenzaron a perderlo todo cuando en agosto del año 2008 sus viviendas y escasas posesiones fueron destruidas. Menos de un año más tarde, cuando intentaron volver a levantar sus hogares, y mientras muchos pobladores se encontraban en la zona continental, empleados del emprendimiento «Colony Park, Isla Privada» arrasaron nuevamente con viviendas, plantaciones y canoas.
La Asamblea Río de La Plata Cuenca Internacional, el espacio de contención inmediato que estos isleños encontraron para enfrentar la situación, asegura que no sólo se han perdido los medios de subsistencia, sino que el humedal que conforma el Delta del Paraná se ha transformado «en uno de los calvarios más difíciles de vivir».[1]
«Al perpetrarse un emprendimiento [...] donde las viviendas no se construirán sobre palafitos ―explica la asamblea―, como lo efectúan los isleños actuales, respetando el nivel del terreno para permitir el paso del agua con las mareas o crecientes, adaptándose a la geografía y al sistema hidrológico del lugar; sino que, por el contrario, [...] para construir las más de 1200 viviendas se levantan los niveles del fondo varios metros, [...] se está perjudicando una ecorregión, con funciones de regulación hidrológica, depuración de aguas dulces superficiales, captación de anhídrido carbónico, liberación de oxígeno y refugio de una biodiversidad única».
Colony Park, de cuyos 900 lotes en venta más del 60% ya han conseguido un comprador, ofrece «el primer desarrollo de vivienda permanente en una verdadera isla del Delta Argentino». El proyecto, ubicado a un 1 km de la principal avenida del partido de San Isidro en la provincia de Buenos Aires, sobre el continente, asegura contar con «un moderno proyecto de forestación [...] donde se buscó potenciar especies autóctonas del delta combinando formas y colores». [2]
María Luisa Ledesma fue, junto a su familia, una de las primeras en ver como sus pocas pertenencias, pero el resultado del esfuerzo de cuatro décadas en las islas, se caían a pedazos. «Mi marido se había accidentado, fuimos al hospital, le dieron el alta en el médico y mi hija me dice "ay, para qué lo vas a llevar, esperá unos dos o tres días más y después se van"; cuando volvimos no encontramos nada, nada, nada», explica.
Sólo a sus dos perros pudo recuperar María, que por «malos» no se dejaron agarrar. «Después, desde la bombilla hasta la frazada, todo, todo, los documentos que hemos dejado, nos robaron todo», señala. Por la angustia, la prepotencia y la violencia del despojo, Ledesma asegura que de haberle dado una semana, veinte días o un mes de tiempo, ella misma hubiera sacado sus animales y ropas para armar «rancho» en otra parte. «Pero de la manera que hicieron no, cuando yo llegué me faltaba chapa, me faltaban los animales, me faltaba todo», repite.
―¿Cuántas familias resultaron afectadas?
Ledesma.―A dos o tres nos tiraron el rancho abajo, otro ha presentado que se le prendió fuego, era un hombre solo que vino al pueblo a llevar una carguita de pescado y cuando volvió le prendieron fuego, porque era más humilde la casa. Ellos estuvieron antes que nosotros, los padres vivieron ahí, así que no somos gente que hemos entrado a usurpar un terreno. Somos gente que vivimos de la isla; con mi marido pescábamos, hacíamos abono para tierra, juncos, subsistíamos mejor que ahora: yo cirujeo acá en el pueblo, junto cartón y todas esas cosas, porque otra cosa no me queda.
―¿Vos habías comprado las tierras donde vivías?
Ledesma.―Nosotros tenemos un papelito, pero supuestamente ese papel tenía que haber pasado por un escribano, todas esas cosas que uno ignorante no sabía. Volvimos a hacer el ranchito otra vez y nos volvieron a tirar abajo. En mayo me acuerdo, este último 25, dijimos «bueno, vamos a empezar en este pedazo que no tiraron nada abajo». Hace más de 40 años que estamos en la isla, no hay un árbol en pie, hacen excavaciones profundas; los isleros, nosotros que estamos ahí, entendemos lo que es. A nosotros nos duele más en el alma el destrozo. Nosotros teníamos plantación de madera, que a simple vista están las marcas. No puede ir a decir una persona «ah, estaba toda abandonada», porque falta a la verdad, porque yo tengo fotos de mis hijos, de mi casa, de mis hijos cuando eran chiquititos ahí, pero el poder es el poder.
―¿Cuántas familias vivían en la zona junto a ustedes?
Ledesma.―Los más afectados que estábamos ahí, que convivíamos, somos 10 o 12 familias, algunas que tuvieron más hijos. A mí me destruyeron porque yo tengo una sola chica Down que vivía conmigo y mi marido; los demás, los hijos ya grandes se fueron. A uno le dieron 1500 pesos, a otro 1000 pesos, a los que estaban ahí en ese momento les dijeron «bueno, tomá, tomá» y se fueron. Pero nosotros, esa semana que tuve a mi marido internado, viene un vecino y me avisa «doña María, te entró una empresa y te está sacando», bueno, yo pensé, la empresa tendrá su derecho, pero no pensé que podían ser tan malditos de ir a destruir las casas, de robar los animales. Vos le ves a mi marido y te parte el alma. Nos han hecho un daño que nos está matando, nos están matando. Yo no tengo un techo, tengo una chica Down, 64 años, mi marido va a cumplir 75; mañana o pasado nos caemos de un ataque los dos muertos y esta chica a dónde va, no tiene un techito. Yo en la isla estaba contenta y feliz porque sabíamos que eso le quedaba. Te juro, me levanto y le pregunto a Dios: ¿por qué ese daño?, ¿por qué nos han hecho a nosotros ese daño?
―¿Quién los desaloja?
Ledesma.―Los nombres no te sé dar muy bien. Yo no quiero fortunas, yo quiero que me den un lugarcito en la isla, un ranchito donde pueda decir «este ranchito es mío», que no venga a pasarme mañana otra vez como ahora. Yo tengo mi orgullo de mujer, mi orgullo de vieja, de todo lo que logré con trabajo; aparte la ciudad es muy complicada, es muy difícil, mi marido no sabe vivir en la ciudad, no se adapta. Esta mañana fue a cortar un poco de juncos, está en la isla ahora, donde todavía no están haciendo estacadas. Cuando vino me dice «vieja, en la parte nuestra están poniendo estacadas». Quiere decir que perdimos; no hay un árbol, cada árbol era como un hijo mío, plantábamos, teníamos, era otra vida y sólo el que vivió, los que vivimos podemos contar.
―¿Quedaron familias en el lugar?
Ledesma.―Nadie, el único que se salvó es un hombre que está consiguiendo donaciones para poder darnos un poquito de trabajo. Estamos cortando juncos, pero ya llega la noche y te tenés que venir porque no te podés quedar en el monte, porque no te permiten, no sabés con qué te encontrás, por ahí te prenden fuego el rancho. Si tuvieron que tirar toda una casa, el ingeniero o lo que sea que bajó en mi rancho vio los juguetes, vio las cosas, no puede decir que estaba abandonada esta casa por dos semanas que nosotros nos vinimos; todos los isleros vienen para fin de año con sus familias, queda la casa, nos cuidamos entre los vecinos. Yo no entiendo, nosotros tenemos fotos, tenemos todo. Ahora está irreconocible esa parte, siete metros de altura con excavaciones de tierra, no hay un árbol.
―¿Están modificando el cauce del arroyo?
Ledesma.―Cerraron el Anguila. Están haciendo excavaciones; hemos medido con unos agrimensores y han medido 7 metros con 20 que alzaron del nivel viejo. Yo respeto la ley, pero no lo que me hicieron a mí. ¿Por qué me destruyeron lo poco que yo tenía?, ¿por qué me destruyeron mi fuente de trabajo?, porque nosotros vivíamos de la isla. Hay un señor viejito, yo no lo conozco, pero sé que vive para el lado del Paraná; a ese pobre, como son dos viejos solos y son gente que toma, le han tirado tiros al aire para asustarles, para que se vayan porque dicen que eso es de ellos. Esas no son maneras de sacar a la gente. Eso es ser prepotente.
* Por ten.inoizudorpotua@orubal para la moc.liamg@aldoibaicnega.
Notas:
[1] Asamblea Río de La Plata Cuenca Internacional, 21 mayo 2009. «Historias de vida, en el Anguila» .