Un futuro de fenómenos climáticos extremos
Nuestro planeta atraviesa una serie de conmociones estructurales que pueden ser abordadas mediante variadas nomenclaturas pero que responden a una característica homogénea: el estado de crisis.
Fenómenos atmosféricos de índole surtida y tormentas solares de gran intensidad producen todos los días situaciones de conmoción en puntos dispares del globo terrestre. Y semana tras semana, la Organización Meteorológica Mundial proporciona minuciosos detalles sobre estas circunstancias.
Frente al frío siberiano de este último invierno, muchos pobladores europeos pueden ser escépticos ante las predicciones del calentamiento global, pero un nuevo estudio del Georgia Institute of Technology (Atlanta, EE UU) revela que las gélidas ráfagas del Ártico durante los dos últimos inviernos en Europa, Asia y América del Norte han sido en realidad resultado del adelgazamiento del hielo marítimo ártico, derretido por alteraciones climáticas.
Los investigadores hallaron que, desde que el casquete polar ártico se retrajo a un mínimo histórico en 2007, ha sido significativamente muy usual que en invierno la nieve cubra partes del noroeste y centro europeo, el norte y centro de China y partes del norte de los Estados Unidos. El estudio constató que los cambios de circulación resultantes de una menor cantidad de hielo en el Mar ártico incluyen episodios más frecuentes de bloqueo de los patrones climáticos, lo cual genera aumentos repentinos de ondas frías y de nevadas en el norte de esos continentes.
La Niña, oscilación enfriadora del océano, acaba de traer al surdeste de Australia su verano más fresco desde 1984, mientras que dos años consecutivos de sequía en el sur de los EE UU han comenzado a disminuir, según meteorólogos de ambos países. Sin embargo, Tore Furevik, director del Centro de Noruega para la Dinámica del Clima, sostiene que el fenómeno puede reaparecer aun con mayor fuerza a finales de este año.
La Niña actual surgió en 2010 y ha sido responsable de los cambios climáticos que provocaron hambrunas en África oriental, devastadoras inundaciones en Tailandia y la peor sequía registrada en Texas. Mientras Furevik predice un episodio de resurgimiento de La Niña a finales de este año, la mayoría de los meteorólogos coinciden en que las temperaturas de la superficie del mar en el Pacífico tropical deberían volver a ser casi normales en los próximos meses, lo que atenuaría las alteraciones en el clima de todo el mundo.
Nuestro planeta atraviesa una serie de conmociones estructurales que pueden ser abordadas mediante variadas nomenclaturas, pero que responden a una característica homogénea: el estado de crisis. A esta altura de los macroacontecimientos globales, el encuadre más usual al respecto ha sido el “cambio climático” que solía ser usado como sinónimo de “calentamiento global”, pero la realidad enseña que se trata de dos fenómenos diferenciados.
Lo primero abarca un gran número de variantes atmosféricas y telúricas, lo segundo remite a un fenómeno puntual sobre el cual no hay unanimidad de criterios, pues mientras algunos núcleos científicos lo aceptan como realidad, otros círculos con intereses en la poderosa industria del petróleo sostienen que no pasa de ser un fenómeno cíclico. Recientemente, se ha vuelto usual otra denominación: “Eventos climáticos extremos”, es decir, heladas, oleadas de calor, incendios forestales devastadores, lluvias torrenciales, inundaciones y sequías.
El Panel Intergubernamental del Cambio Climático de la ONU (IPCC por su sigla en inglés), ha definido a un evento climático extremo como “aquel suceso que es raro en un lugar y en cierto momento de un año”. El sistema climático físico es muy complejo y cuando cambia uno de sus componentes, se producen alteraciones en otros. Estos cambios complican el modelamiento general y agregan grandes incertezas a las predicciones climáticas. Las tasas actuales de cambio climático pueden producirse a mediano plazo y en una escala global.
Un fenómeno que causa acentuada preocupación en círculos del IPCC es el derretimiento de las capas de hielo de Groenlandia y la Antártida, que podría incrementar el nivel de los mares entre 15 y 95 centímetros para el 2100. También podrían alterarse las corrientes marítimas, que tienen una importante función reguladora del clima. Otro factor temido es el colapso de la Corriente del Golfo, que evita el calentamiento de los trópicos y mantiene un clima cálido en Europa. A ello se sumaría la liberación masiva de gases de efecto invernadero, debido a la fusión del permafrost (suelo permanentemente helado o congelado) y a la muerte de los bosques.
Los escenarios previsibles indican que los efectos climáticos extremos no se producirían por igual en todo el planeta, sino que causaría graves impactos a nivel regional. En Europa aumentarían las inundaciones de los ríos en gran parte del continente. En las zonas costeras, la elevación prevista del nivel del mar provocaría riesgos de inundación, y mayor erosión de los suelos de las costas. La pérdida de los humedales aumentaría sustancialmente, en especial en la costa oriental del África meridional y en los pequeños estados insulares.
Greenpeace ha señalado que los impactos serían mayores en aquellas poblaciones con menor capacidad de protegerse contra la subida del nivel del mar, el aumento de las enfermedades y la disminución de producción agrícola: sería el caso de los países en vías de desarrollo de África y Asia. Regiones como Europa experimentarían un adelanto de la primavera, provocando el florecimiento temprano de las plantas, alargando su período de floración y retardando la caída de las hojas. Este adelanto estacional provocaría también la aparición de insectos antes de lo normal. Lugares como el sur de Norteamérica y de Europa, así como las zonas tropicales sufrirían más calor y sequía.
En resumidas cuentas, los eventos climáticos extremos incidirán en numerosas manifestaciones físicas, entre otras, la temperatura promedio, los vientos, las precipitaciones, las tormentas tropicales, el incremento del nivel del mar y los cambios en la acción del oleaje en las costas. Afectando sin duda a múltiples sectores, como la agricultura, la seguridad alimentaria, los recursos hídricos, y la salud pública.