La otra cara del boom de la soja en Argentina: Hambre
Prensa
La Jornada, Suplemento Ecología, México, 24-2-03
http://www.jornada.unam.mx/2003/feb03/030224/eco-cara.html 
La otra cara del boom de la soja en Argentina: Hambre, uniformación alimentaria y dependencia tecnológica
por Benjamin Backwell y Pablo Stefanoni*
Las imágenes de niños flacos, de mirada perdida y estómagos edematizados ampliamente transmitidas por las principales cadenas televisivas del mundo han conmovido a la "sociedad global", acostumbrada a recibir noticias de la extrema pobreza en el Tercer Mundo. Esta vez, los rostros del hambre -en sus versiones más crudas e inhumanas- no provenían del África subsahariana, sino de las provincias más pobres del país considerado durante largo tiempo "el granero del mundo", "el país del trigo y las vacas".
Pero ni las cosechas récord, ni las excepcionales condiciones geográficas han podido contrarrestar los efectos de un modelo socioeconómico que ha arrojado a millones de personas a los márgenes de la vida social, y cuyo colapso -en ausencia de una alternativa superadora- ha incrementado considerablemente la pobreza y la inseguridad alimentaria. La salida regresiva de la convertibilidad (paridad peso-dólar) ha agravado las condiciones de vida de grandes masas de la población cuyos escasos ingresos se han visto evaporados al ritmo del aumento de los precios de los productos de primera necesidad (superior al 75 por ciento desde diciembre de 2001).
Pese a contar con una de las más elevadas producciones per capita de alimentos, gran parte de la población argentina no puede acceder a una dieta que le permita cubrir sus necesidades alimentarias básicas. "La desnutrición es la parte visible de la crisis (alimentaria). La piel cambia de color y textura. Las defensas del organismo bajan de golpe. Los deseos de comer desaparecen y un estado de somnolencia se adueña del cuerpo. La situación es grave y el futuro es dramático. No sólo por el deterioro físico, sino también por los retrasos que produce en la inteligencia", le dijo al diario La Nación el director del Centro de Estudios sobre Nutrición Infantil (CESNI), Alejandro O'Donnell.
Las causas más evidentes del brote de hambre se asocian a la crónica crisis económica que enfrenta el país y que estalló a fines de 2001. Sus manifestaciones más extremas -que concentran la atención mediática- son sólo la punta del iceberg: más del 20 por ciento de la población urbana está desempleada y un 53 por ciento (más de 12 millones de personas) vive bajo la línea de pobreza; una cifra que se eleva a 20 millones si se le suman los pobres rurales, no contemplados en la Encuesta Permanente de Hogares. De ellos, alrededor de 2 millones de personas sobreviven con la ayuda social del Plan Jefes y Jefas de Hogar, impulsado por el gobierno de Eduardo Duhalde, que le otorga a cada beneficiario un exiguo subsidio de 150 pesos mensuales (unos 40 dólares) que no alcanza ni siquiera para cubrir el valor de la canasta de bienes necesarios para salir de la indigencia.
El Sistema de Información, Evaluación y Monitoreo de Políticas Sociales, dependiente del Ministerio de Desarrollo Social, informa que siete de cada 10 niños nacen en hogares pobres y cuatro viven en la indigencia, al tiempo que la brecha entre el ingreso per capita del 10 por ciento más rico de la población y el 10 por ciento más pobre se amplió casi un 70 por ciento en la última década de aplicación de "reformas estructurales", que transformaron profundamente la economía nacional.
Dentro y fuera de Argentina son muchos quienes culpan a la corrupción de la clase política local por la falta de rumbo que atraviesa el país "más integrado de América Latina". Sin embargo, voces más radicales enfatizan los desastrosos resultados de las políticas económicas impuestas por el Fondo Monetario Internacional, con la complicidad de las elites políticas y económicas domésticas. En una extraña declaración del culpabilidad, el titular del Ministerio de la Producción, Aníbal Fernández, insistió en que "esta tragedia se produjo porque Argentina tiene una sociedad enferma y un grupo que gobierna que son unos hijos de puta", incluyéndose él mismo bajo ese rótulo y dejando en evidencia la impotencia oficial para hacer frente a la inédita crisis social que atraviesa el país.
El paraíso de los organismos genéticamente modificados (OGM)
En apenas dos décadas, Argentina ha pasado a ser el segundo productor de transgénicos del mundo. Pese a las promesas de sus principales impulsores, la propagación de cultivos genéticamente modificados (GM) no han hecho nada para mejorar la situación de creciente inseguridad alimentaria en el país, más bien, como ha señalado recientemente la organización ecologista Greenpeace, "fomentan el modelo de agricultura industrial que socava la capacidad de autonomía del pequeño y mediano productor, y su nivel de reacción cuando el Estado falla".
En apenas veinte años, el campo argentino se transformó en un proveedor de aceites y forrajes para alimentar el ganado del "Primer Mundo" luego de haber sido durante décadas un productor de alimentos de alta calidad. "Muchos siguen repitiendo que Argentina es la 'granja del mundo', pero ése es un diagnóstico equivocado", señala Jorge Rulli, uno de los principales referentes del Grupo de Reflexión Rural (GRR). "El actual modelo agropecuario, basado en la producción de soja (o soya) genéticamente modificada, nos está transformando en una 'republiqueta sojera'. El monocultivo está destruyendo la seguridad alimentaria y la vida rural, y en ese sentido es la antesala del hambre", sentenció.
Si bien la producción de soja viene expandiéndose desde hace 20 años, su asociación con la siembra directa y la utilización de semillas genéticamente modificadas Roundup Ready (RR) -resistentes al glifosato- ha marcado un punto de inflexión, a partir del cual se produjo un crecimiento vertiginoso que posicionó a la soja como el cultivo más sembrado a nivel nacional, seguido por el trigo. La simplificación del manejo de las malezas a través de un solo herbicida fue la punta de lanza para el exitoso ingreso de esta variedad desarrollada por la firma norteamericana Monsanto, que posee patentados sus derechos de propiedad sobre las semillas RR y su descendencia.
"Tal como está armado el paquete tecnológico, la siembra directa y la soja RR van de la mano", explica Miguel Teubal, investigador del Centro de Estudios Avanzados de la Universidad de Buenos Aires. "Con la introducción de la soja RR y la siembra directa los productores pueden realizar dos cosechas al año, por ejemplo, trigo y soja de segunda"; lo que, según los datos disponibles, está requiriendo dosis crecientes de glifosato para acabar con las malezas.
La superficie sembrada dedicada a la producción de soja aumentó de casi 5 millones de hectáreas, a comienzo de los años noventa, hasta 11.6 en 2001/02. En el mismo periodo, la producción física de la oleaginosa pasó de 10 millones de toneladas a un récord de 30 millones, transformando a Argentina en el segundo productor mundial de soja transgénica, detrás de Estados Unidos, y en el primer exportador de aceite y harina de soja. Según datos de la Secretaría de Agricultura, durante el ciclo 2001/2, la soja pasó a representar alrededor del 42 por ciento de la superficie y el 44 por ciento del volumen total de granos producidos a nivel nacional.
Walter Pengue, experto en Mejoramiento Genético Vegetal de la Universidad de Buenos Aires, advierte que "se están reemplazando otros cultivos y sistemas productivos, y si esto se pudiera cambiar al año siguiente no sería un problema, pero lo que está sucediendo es que se están levantando montes enteros, frutales, tambos (explotaciones dedicadas a la producción de lácteos) para la siembra de soja y se está eliminando la diversidad productiva". En el mismo sentido, un informe preliminar del Consejo Nacional de Coordinación de Políticas Sociales, presidido por Hilda de Duhalde, advierte que la extensión de la soja "ha disminuido la diversidad productiva, desplazando a otros cultivos como el girasol, el maíz, el lino, el arroz y el sorgo, y ha expandido la frontera agrícola hacia zonas antes consideradas marginales, ecológicamente frágiles por desmontes, ha incorporado tierras vírgenes o sustituido superficies tradicionalmente dedicadas a la producción ganadera" (2).
El diario cordobés La Voz del Interior (26-1-03), informa que "la soja se convirtió en la nueva moneda de cambio, ya que los campos (independientemente del cultivo que se implante) se cotizan en quintales de soja por hectárea. Incluso tienen el mismo parámetro para los arriendos de tierra para tambos". "Es por ello que muchos tamberos (productores de leche) dejaron la actividad y viven de la renta de sus campos", le dice al mismo diario Jorge Videla, que en agosto de 2001 debió desprenderse de su tambo de 3 mil litros diarios por la crisis del sector.
Al mismo tiempo, esta expansión de la frontera agropecuaria amenaza seriamente reservas de biodiversidad como la selva de los yungas en el norte argentino, cuya superficie es progresivamente ocupada por la verde uniformidad de la soja. "Si sigue este camino, a Salta le espera un futuro cercano con más inundaciones y menos recursos naturales para sus habitantes", declaró recientemente el director de la Fundación Vida Silvestre, Javier Corcuera.
De esta forma, mientras el hambre alcanza niveles récord, enormes superficies cultivables se transforman en "hectáreas fantasmas" dedicadas a producir commodities para la exportación e incapaces de garantizar la seguridad alimentaria en el territorio nacional. Así, la lógica del monocultivo, propia de los países más vulnerables del mundo, se va introduciendo paulatinamente por los poros de un modelo agroalimentario cada vez más dependiente de los paquetes tecnológicos de las multinacionales.
Pese a las numerosas advertencias sobre los potenciales riesgos de las modificaciones genéticas para la salud humana, la introducción de la soja RR fue autorizada sin debate público, mediante una resolución administrativa de la Secretaría de Agricultura -bajo la gestión de Felipe Solá, durante el gobierno de Carlos Menem- y sin la participación del Parlamento Nacional. "No hay ninguna ley ni se realizaron ensayos previos por parte de los organismos oficiales. Se tomaron decisiones a partir de ensayos realizados por las propias empresas interesadas", denuncia Pengue.
Una agricultura sin agricultores
El boom de la soja GM transformó al país en un "lugar estratégico" para Monsanto. Sus esfuerzos "colonizadores" dieron sus frutos: más del 95 por ciento de la producción local de soja es transgénica, producida con semillas RR, y la facturación de la firma en el país aumentó de 326 millones de dólares en 1998 a 584 millones en 2001. Anticipándose al derrumbe financiero y la devaluación, Monsanto inauguró en la localidad bonaerense de Zárate una nueva planta destinada a la elaboración de glifosato, materia prima del herbicida Roundup, hasta ahora importado desde Estados Unidos.
"La principal 'ventaja' de las semillas RR para los productores se vincula a la disminución de los costos. La tecnología desarrollada es principalmente ahorradora de mano de obra, pero no brinda necesariamente mejoras en los rendimientos por hectárea", explica Teubal. Los productores ya no tienen que realizar tareas de desmalezamiento y se facilitan las tareas de siembra -con la técnica de siembra directa- por lo que la cantidad de trabajadores demandada disminuye (1). Si bien no existen estudios que hayan medido el impacto de las nuevas tecnologías sobre la expulsión de trabajadores rurales, de acuerdo a las estimaciones realizadas "la incorporación de la soja RR 'ahorra' entre un 28 y un 37 por ciento de la mano de obra en las tareas de siembra (según la zona y las características de la producción), siendo indiferente con respecto a las tareas de cosecha". "Mil hectáreas de soja pueden ser manejadas por sólo cuatro personas, mientras que esa superficie, dedicada al tambo, genera cerca de 20 puestos de trabajo", informa el suplemento rural de La Voz del Interior.
De esta forma se tiende a consolidar un modelo de "agricultura sin agricultores", que incrementa fuertemente la dependencia de los productores -usuarios de los paquetes tecnológicos- y cercena progresivamente su capacidad de decisión autónoma sobre qué y cómo producir. Al mismo tiempo, las economías de escala derivadas de la mecanización de la agricultura y los métodos de siembra directa, indujeron una fuerte concentración de las explotaciones que dejó afuera a una gran cantidad de pequeños agricultores. El Foro de la Tierra y la Alimentación ha denunciado que en los últimos años se ha producido una "contrarreforma agraria" de la mano del avance de los cultivos orientados al mercado internacional: "hacia el interior de las explotaciones agrícolas se desplazaron, tanto los cultivos tradicionales destinados al consumo interno del país como la explotación ganadera -por la reducción del número de cabezas de ganado y la implementación del engorde a corral (feed lot)-". Según estimaciones de una encuesta privada realizada en casi toda la región pampeana, la cantidad de explotaciones se redujo un 31 por ciento en el periodo 1992-1997.
En las zonas marginales de las grandes ciudades, "los saberes que los trabajadores rurales expulsados tenían en el campo les serán negados, deteriorando su autoestima y potenciando los conflictos del desarraigo. Así, las personas se convierten en una especie de 'inválidos', pasando a depender de los planes asistenciales y el clientelismo político", señala Rulli.
Las consecuencias de estas transformaciones regresivas en la vida rural, junto a las políticas de ajuste y exclusión social, fueron destruyendo la seguridad alimentaria en el país, imposibilitando el acceso a los alimentos de grandes masas de la población, reduciendo la diversidad productiva y separando cada vez más a los productores de los consumidores. "En muchos sentidos, Argentina no era un típico país agroexportador, porque exportábamos los mismos productos que consumíamos, y eso era una fuente se seguridad alimentaria" -dice Teubal- pero "la introducción de los cultivos de soja GM ha incrementado fuertemente nuestra vulnerabilidad".
La disminución de la oferta de numerosas producciones por el vertiginoso avance de los granos sobre los otros cultivos, la ganadería, la lechería o la apicultura, sumada a la apertura de mercados tradicionales para la exportación de carnes -cerrados luego de la aparición de casos de aftosa- presionaron fuertemente sobre los precios internos de los alimentos esenciales. "Hasta el año pasado no percibíamos este fenómeno porque (con la sobrevaluación del peso) podíamos acceder fácilmente a los productos importados", señala Pengue. Una alternativa que se ha cerrado luego de la devaluación del 250 por ciento de la moneda nacional.
¿Solidaridad o uniformación alimentaria?
La otra cara de la moneda de estatransición hacia una suerte de "republiqueta sojera" se vincula al objetivo de incorporar a los propios excluidos por el modelo como consumidores del principal producto de la "nueva agricultura", con el argumento de reforzar la lucha contra el hambre. La Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid) -integrada por los grandes productores de soja RR- ha puesto en marcha la campaña "Soja Solidaria" consistente en la donación del 1 por ciento de sus cosechas con el objetivo de "acabar con el hambre en Argentina". Contra la opinión de numerosos especialistas, afirman que la soja es un alimento de alta calidad que "prácticamente puede reemplazar a la carne en nuestra dieta".
La campaña es apoyada por los grandes medios de comunicación, que llegan a publicitar a la Soja Solidaria como una "brillante idea que puede cambiar la historia", y por Cáritas Argentina, cuyo director nacional, Eduardo Serantes, señaló que, a partir de la información recabada por su institución, "no existen evidencias de que la soja, por ser transgénica, traiga problemas para la salud de los consumidores", pero sin mencionar las fuentes que respaldan esas afirmaciones ni las controversias existentes en ámbitos científicos acerca de los OGM.
Los cargamentos de "soja solidaria" llegan a casi todo el país, ayudados por las donaciones de gasoil de Texaco-Chevron. En pocos meses, han logrado introducir el consumo de soja -un alimento casi desconocido en la dieta nacional- en centenares de comedores, escuelas públicas, hospitales y geriátricos, mediante una amplia red de capacitadores encargados de "enseñar" a cocinar la soja y "difundir sus valores nutritivos".
De acuerdo a la información brindada por el coordinador de la campaña, Ezequiel Schnyder, unas 700 mil personas en todo el país se "benefician" directamente con el programa, aunque "si incluimos a quienes se autogestionan, y consiguen en forma directa la donación del frijol, se podría decir que cerca de un millón de personas están adheridas al plan, directa o indirectamente".
Una de las estrategias de los promotores de la campaña es la donación de máquinas productoras de "leche" de soja en escuelas o comedores incapaces de obtener la cantidad de leche de vaca necesaria para responder a la creciente afluencia de niños con déficit alimentario. En el hogar Felices los Niños, del polémico cura Julio César Grassi -involucrado en varios escándalos financieros durante el menemismo- "3 mil 500 chicos se alimentan gracias a la soja". "Con los 3 mil kilos de soja recibidos pudimos alimentar a los niños durante un mes. Por ejemplo, en la casa de los bebés las cocineras prepararon hasta una torta de cumpleaños de soja, ahora estamos trabajando para introducirla en la panadería", dice Grassi (revista Gente, 14-5-02).
Incluso se ha anunciado la donación de una "planta solidaria" al hogar "Madre Tres Veces Admirable" de la ciudad de La Plata -gestionado por el cura Carlos Cajade- para producir "leche", hamburguesas, milanesas y golosinas de soja, y repartirlas entre los comedores sociales de la región, además de alimentar a los 800 niños del hogar que trabajarán en la planta. El objetivo es alcanzar una producción de 30 mil raciones de alimentos por día, con una materia prima de mil kilos de la legumbre (Clarín Rural 30-11-02).
De esta forma, los impulsores de la iniciativa tratan de vencer la resistencia al consumo de soja entre la población argentina (aun cuando el producto se entrega gratuitamente). Una reacción asociada tanto a cuestiones prácticas (la larga cocción y el costo energético necesario para que el alimento resulte inocuo), como al sentido que tradicionalmente se le ha dado a lo que es "comer bien" en un país con una producción abundante y variada de alimentos de origen animal y vegetal, con la mayor disponibilidad de proteínas de origen animal de América Latina.
Los resultados de la campaña son aún inconmensurables, pero se pueden avizorar varios elementos de riesgo. Sergio Britos, investigador del CESNI, advierte que "la leche de vaca es una parte irreemplazable de la dieta de los niños, por lo que su reemplazo por la mal llamada 'leche' de soja provoca déficit de calcio, y la limitada capacidad del organismo para absorber el hierro presente en la soja aumenta las probabilidades de anemia".
Por otra parte, la soja GM consumida en Argentina posee altas cantidades de residuos tóxicos. Al igual que en otros países, los controles estatales fueron flexibilizándose al ritmo de las necesidades de las trasnacionales impulsoras del "nuevo modelo" agropecuario: hasta el advenimiento de los cultivos transgénicos el máximo de residuos de glifosato permitido en cultivos o alimentos derivados era de 0.1 ppm, pero a mediados de los años noventa, junto a la implementación de la soja RR, el máximo fue establecido en 20 ppm, un incremento de 200 veces el límite anterior. En un trabajo denominado "Toxicología del glifosato: riesgos para la salud humana", Jorge Kaczewer señala que estos vestigios de glifosato y sus metabolitos en la soja transgénica están presentes también en alimentos elaborados en base a la leguminosa. Como los análisis de residuos de glifosato son complejos y costosos, no son realizados rutinariamente por el gobierno en Estados Unidos (el primer productor mundial de soja RR) y nunca fueron realizados en Argentina.
En julio de 2002, un foro sobre alimentación convocado por el gobierno nacional argentino, elaboró un documento titulado "Criterios de incorporación de la soja" (3). Allí se dice categóricamente que "el jugo de soja no debe ser denominado 'leche' pues no la sustituye de ninguna manera". Al mismo tiempo que se advierte que la soja no debe ser presentada como una "panacea alimentaria", y que sólo debe ser consumida en cantidades moderadas y como parte de una dieta diversa y balanceada, remarcando "las consideraciones nutricionales que desaconsejan el uso en niños menores de cinco años y especialmente en menores de dos años". Las mismas advertencias fueron realizadas en el documento preliminar "Consideraciones sobre la soja en la alimentación" (2).
Por su parte, la Asociación Argentina de Dietistas y Nutricionistas Dietistas, en un trabajo denominado "Mitos y verdades sobre la soja" (4), informa que mientras la leche de vaca contiene entre 110 y 140 mg de calcio por cada 100 ml, el jugo se soja sólo contiene entre 2 y 13 mg. Por otra parte -continúa el informe- "la forma en que la naturaleza presenta el calcio en la leche de vaca es más aprovechable para nuestro organismo, en tanto que el calcio de origen vegetal es de pobre utilización". La alta concentración de fitatos presente en la soja interfiere su absorción, al igual que ocurre con el hierro y el zinc, dos minerales de máxima importancia: el primero, como protector contra anemias y el segundo, por su papel en los procesos inmunitarios.
A pesar de estas advertencias, las autoridades -nacionales y provinciales- miran para otro lado, mientras la "soja solidaria" impone nuevos hábitos alimentarios y altera la identidad alimentaria nacional en función de los intereses de las grandes empresas semilleras extranjeras y de los terratenientes nativos. La imposición de la soja en los segmentos más vulnerables de la población está creando una suerte de "apartheid alimentario". Mientras las clases acomodadas pueden continuar con una dieta diversificada, grandes masas de excluidos deberán conformarse con "alimentos para pobres", consumiendo los excedentes que los grandes productores agroindustriales no pueden colocar en el mercado internacional. "El punto es que estos cambios del modelo alimentario es un negocio. No tienen nada que ver con las necesidades de la gente. La tecnología no es neutral y las semillas GM no resuelven el problema del hambre, de la misma forma que la Revolución Verde tampoco lo resolvió", remarca Teubal.
Para otros analistas, las consecuencias de la "economía de la soja" son aun más alarmantes. "Hoy, el único cultivo financiado por los bancos es la soja. Ése es un dato muy fuerte porque no tendría sentido culpar a los productores", dice Rulli, y continúa: "Es probable que si nosotros fuéramos productores no podríamos producir otra cosa que no sea soja. Es un caso único en el mundo. Yo creo que con esto la Argentina se anticipa al ALCA, en el sentido que se le asignó un rol como país en la distribución internacional del trabajo en los marcos de la globalización. Un rol de productor de soja. Lo único que hace peligrar el modelo sojero es que no puede alimentar a los 37 millones de argentinos, con lo cual esto va a estallar, va a volver a estallar".
Si bien el debate sobre temas ecológicos y agroalimentarios continúa sin formar parte de la agenda del "campo progresista" argentino, algunos cambios procesados en los movimientos sociales en el último año son alentadores. Por primera vez comienzan a discutirse cuestiones tales como la necesidad de una reforma agraria. "Ésa es la única solución, en el marco de un nuevo tipo de economía, y esto sólo puede ser posible si existe suficiente presión 'desde abajo'", dice Teubal, y cita como ejemplos el desarrollo del Movimiento Campesino de Santiago del Estero -que viene desafiando la represión del caudillo peronista Carlos Juárez-, las huertas comunitarias y los mercados alternativos que promueven nuevas relaciones entre productores y consumidores. Todos ellos, evidencias de nuevas prácticas que algunos han denominado "economía popular".
Notas
(1) Por otro lado, los precios del glifosato y las semillas RR que se pagan en Argentina son sensiblemente inferiores a los de Estados Unidos o Europa, y Monsanto muestra una mayor flexibilidad en relación a la defensa de sus derechos de propiedad sobre la descendencia de las semillas RR. Una actitud que es corrientemente asociada a una estrategia comercial agresiva tendiente a ganar el mercado argentino.
(2) "Consideraciones sobre la soja en la alimentación", documento preliminar, Consejo Nacional de Coordinación de Políticas Sociales, Buenos Aires, enero 2003.
* Correos electrónicos: moc.oohay@oiporgen   ra.moc.oohay@inonafetsolbap
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