Colombia: un poco de hielo contra Monsanto
Pasaron los años y la Zona de Reserva Campesina del Valle del Río Cimitarra (Colombia) ha soportado seis fumigaciones, una cada año. Mucho dinero se ha malgastado en tratar de acabar con la coca por las malas
Un Paraíso fumigado
Es un día soleado y tranquilo en la vereda El Paraíso, en las estribaciones de la Serranía de San Lucas. Los habitantes del caserío están en sus casas, sentados tomando el fresco, descansando en las hamacas o hablando entre ellos, como quien espera a que el tiempo pase, sin más.
La pausa es interrumpida por el ruido de motores, cuatro siluetas oscuras aparecen a lo lejos colgadas en el horizonte. Una de la avionetas se separa del grupo y toma rumbo al caserío, pierde altura y suelta sobre ella su primer chorro de glifosato. Antes de poder tomar altura de nuevo pasa muy cerca de las viviendas. Los campesinos se preocupan, las mujeres recogen a los niños en sus casitas de madera. Saben que las cosas pueden empeorar.
Un guerrillero atraviesa el caserío, corriendo desde la parte alta y se dirige al sitio recién fumigado. Es joven pero sabedor ya de que tendrá una segunda oportunidad. Toma posición sobre el vallecito que está abajo, tiene una macheta con funda de cuero, una pistola, proveedores y un fusil, en su uniforme verde un logo con seis letras deja leer la sigla: FARC-EP. Espera pacientemente mientras la avioneta completa la maniobra. El aparato desciende y el muchacho descarga el AK – 47. Se escuchan gritos de miedo en las casas, se acaban las balas. La avioneta de DynCorp deja a su paso una anormal estela negra de humo y toma rumbo a la ciudad.
El guerrillero celebra con un “le di” y rápidamente corre a la montaña. Una guerrillera va tras él en busca de sus compañeros. Saben con certeza que las cosas van a empeorar. A los pocos minutos los helicópteros del Ejército inundan con el estruendo de los motores y las ráfagas de ametralladora el panorama. Ha comenzado el combate en medio del tapete verde de la selva y un esplendido cielo azul. En las casitas no todos caben debajo de las camas, se busca un refugio inexistente y los corazones se aceleran con el ruido de la guerra.
La avioneta escoltada se acerca a la ciudad de Barrancabermeja, pasa sobre el río Magdalena y la refinería de Ecopetrol. Desde el edificio de La Tora se puede ver la silueta de la avioneta donde va el desesperado piloto gringo pidiendo pista de emergencia al aeropuerto Yariguíes, en el fuselaje, los colores de la bandera de los Estados Unidos estaban interrumpidos por un agujero negro.
A los tribunales
Lejos del Paraíso, en el Cacarica, en el bajo Atrato chocoano, acaba de sesionar la audiencia sobre biodiversidad del Tribunal Permanente de los Pueblos. Allí hablaron de lo que ocurrió en el Paraíso y ocurre en toda Colombia, en particular:
“A la empresa transnacional Monsanto se la acusó por suministrar sin sentido ético ni responsabilidad legal el componente Raund-up ultra para aspersión aérea en el programa de erradicación de cultivos de uso ilícito con glifosato, aplicado desde 1984 y convertido en estrategia principal del Plan Colombia implementado conjuntamente por el Estado de Colombia y los Estados Unidos de América; por complicidad flagrante y a conciencia en la violación del artículo 14 del Protocolo 1 de Ginebra que prohíbe como método de combate hacer padecer hambre a las personas civiles y atacar bienes indispensables para la supervivencia de la población civil como artículos alimenticios, cosechas, ganados, reservas de agua potable y las obras de riego; por vender al gobierno de Colombia con recursos del gobierno de los Estados Unidos sustancias tóxicas frecuentemente utilizadas como arma de guerra convirtiéndose en cómplice de una guerra química contra la población civil; por violación de normas internacionales que obligan a entes estatales y a sus consorcios privados a proteger y respetar la biodiversidad y el medio ambiente, como el Convenio de Diversidad Biológica, la Convención Ramsar sobre humedales y la convención 169 de la OIT sobre derechos de los pueblos indígenas y demás comunidades étnicas; por omisión frente a las consecuencias humanitarias, sociales y territoriales producto de las acciones de fumigaciones de aéreas masivas e indiscriminadas que utilizan sustancias producidas por esta transnacional”.
“A la empresa transnacional Dyncorp se le acusó de generar guerra e inestabilidad política y de lograr lucro atizando conflictos, y volverlos funcionales a la prestación de sus servicios; beneficiarse del mercenarismo que promueve y propicia el deterioro de las condiciones de vida de la población que padece la militarización, la pérdida de miles de vidas y con ellas el delicado tejido social al que pertenecen; la destrucción de recursos naturales; la pérdida de valores de la humanidad en términos culturales y ecológicos; propiciar graves crisis humanitarias e ignominiosas crisis alimentarias; la pérdida de bienes de la población, la vulneración de la dignidad humana; la destrucción y el dolor. Se le responsabiliza de violaciones a los derechos humanos contra comunidades colombianas y también ecuatorianas que sufren los impactos de su actividad empresarial, todas ellas, graves afrentas contra la humanidad; ejecutar una política deliberada de violación de los derechos humanos, formulada por el gobierno de los Estados Unidos y aceptada por el gobierno de Colombia”.
Una paradoja: La mala fama de Monsanto
Una noticia de Monsanto Company anuncia que Jhon Franz, inventor del glifosato, será inmortalizado próximamente en la galería de la fama de inventores en Estados Unidos. “El Doctor John Franz se une a nombres como los de Eli Whitney, John Deere y George Washington Carver por avances tecnológicos en agricultura”.
En 1970 John Franz descubrió que un componente químico, que más tarde se conocería como glifosato, tenía la habilidad increíble de poder bloquear el crecimiento de plantas. Gracias a su descubrimiento, el glifosato se convirtió en el componente activo de los herbicidas Roundup. La Monsanto asegura que “hoy en día son los herbicidas más eficaces y más vendidos en el mundo”. Además asegura que “es ambientalmente inocuo”, cosa que se ha refutado científicamente en todo el mundo.
Inversión social en lugar de armas y glifosato
En el 2001, durante una reunión en la sede de la Policía Nacional en Bogotá, tratando neciamente de evitar la fumigaciones en el Valle del Río Cimitarra, el director de la Policía antinarcóticos, acompañado de los funcionarios de la oficina de estupefacientes y miembros de la embajada de Estados Unidos que tomaban atenta nota de cada una de nuestras palabras y que se presentaron como de la USAID, nos mostraron tres tomos enormes de estudios ambientales de la agencia medioambiental gringa (U.S. Enviromental Protection Agency - EPA), los que según ellos demostraban que el glifosato era totalmente inocuo.
Gilberto Guerra, coordinador de la ACVC, les comunicó que en la región existían 1.500 hectáreas de coca y les propuso invertir el dinero del glifosato, del costo de las avionetas, helicópteros y operaciones militares en una aldea comunitaria de sustitución de cultivos de coca, una especie de Macondo después de su segunda oportunidad sobre la tierra, con casas dignas, agua potable, electricidad, escuela, puesto de salud, teléfono, biblioteca y hielo, rodeada de proyectos productivos donde trabajaran los cultivadores de la coca, “porque la coca se sustituye con inversión social”, les dijo.
Los funcionarios nos prometieron estudiar el proyecto de aldea comunitaria y sostener una próxima reunión sobre el tema, mientras tanto nos solicitaron interlocutar con la guerrilla para permitir fotografiar en condiciones de seguridad los cultivos de coca, y así verificar la existencia de los 1.500 hectáreas, dato del que dudaban, diciendo que según las fotografías satelitales eran muchas más.
Pasaron los años y la Zona de Reserva Campesina del Valle del Río Cimitarra ha soportado seis fumigaciones, una cada año. Mucho dinero se ha malgastado en tratar de acabar con la coca por las malas. De las 1.500 hectáreas del 2001 pasamos a no se sabe con claridad cuántas hectáreas, pero son más. Tampoco se sabe a ciencia cierta quién ha ganado la batalla entre los que reprimen y los campesinos que siembran coca por necesidad y sin alternativa. Algo sí está claro en las cabezas del campesinado: así no se soluciona el problema.
En Puerto Matilde, nuestra aldea comunitaria, hay pocas casas, pero son dignas, construidas con ladrillo, madera y techo de zinc. Hay agua potable, alcantarillado, un teléfono, la escuela “Nelcy Cuesta”, una casa para los acompañantes internacionales, un trapiche, una panadería. No hay electricidad.
Los búfalos del proyecto de recría salen de su finca y se pasean mansos por el caserío al bajar al Río Cimitarra, para refrescarse en las tardes de verano, cuando hace mucho calor y da mucha sed. Es entonces cuando a la gente le hace falta un poco del hielo de Macondo, para refrigerarse por dentro y mantener fresca la esperanza.