Biocombustibles, agricultura al servicio del capital
Los países firmantes del Protocolo de Kyoto tienen que cumplir ciertas obligaciones en relación con sus emisiones de gas carbónico, por lo que se han comprometido sustituir un 20 por ciento el uso de gasolina y diesel por otras fuentes sustentables hasta el año 2020. No obstante estas medidas, encaminadas a reducir y eliminar el calentamiento de la atmósfera global durante los próximos 100 años y a detener también el ascenso del nivel de los mares que amenaza a islas y zonas costeras bajas, están surgiendo industrias, consultores y firmas especializadas que trabajan para convertir estas obligaciones en un gran negocio
Lo previsto para el futuro es que, aun cuando sean sustituidos los combustibles fósiles por otras formas de energía, las empresas petroleras seguirían teniendo un papel relevante. Entre los tipos de combustible identificados como alternativas al transporte motorizado están: gas natural, hidrógeno, bio-combustibles, combustibles biomasas-a-líquidos (BTL) y gas licuado de petróleo.
En el caso de los biocombustibles -incluyen el etanol y el biodiesel obtenidos de cultivos agrícolas convencionales como oleaginosas, azúcar o cereales--algunas naciones pertenecientes a la Unión Europea (UE) y Estados Unidos ya han establecido compromisos millonarios para utilizarlos de manera creciente como sustitutos de la gasolina y el diesel. Empero, es poco probable que Europa dedique sus suelos a este tipo de cultivos. En este nuevo escenario mundial, los países subdesarrollados -en especial de América Latina y África--, tienen un papel importante y, a la vez, degradante: ellos entregan tierras fértiles y mano de obra barata, y se quedan con los llamados pasivos ambientales para el establecimiento de grandes plantaciones donde se refinarían los codiciados biocombustibles. Esto significa que el llamado Tercer Mundo se convertiría en la fuente de abastecimiento de esta nueva industria.
Mas, ¿contribuye este negocio al cuidado y preservación del medio ambiente? Se dice que durante el crecimiento de las plantaciones, estas absorben el gas carbónico o CO2. Pero esto es cierto teniendo en cuenta la conformación del suelo antes de establecerse la plantación. Como esta nueva industria tiene planes de expandirse, está ocupando zonas con vegetación primaria o secundaria, como sucede con las plantaciones de soya en Argentina y Paraguay, donde la soya reemplaza los bosques y los cultivos de viandas y hortalizas. Las predicciones para Brasil son más alarmantes, pues este país podría convertirse en el líder mundial en la sustitución de los combustibles fósiles por fuentes de energía renovables, con todos los impactos que esto supone. Aunque en este coloso latinoamericano los biocombustibles han sido obtenidos hasta la fecha a partir de la caña de azúcar, una creciente expansión del cultivo de la soya haría inevitable una sustitución hacia esta siembra, lo que afectaría a millones de pobladores, principalmente de la Amazonia. En estos casos el balance de absorción de CO2 es sumamente negativo, pero, además, en el momento en que se quema el biodiesel se vuelve a generar CO2 y otros gases que provocan el efecto invernadero. En Argentina se planea incrementar la producción de soya a 100 millones de toneladas, lo que significará un altísimo costo ambiental y social para su pueblo, como son el incremento del despoblamiento rural, la creciente deforestación y desertificación de los suelos y, por consiguiente, una gran carga de hambre y de inequidad social. En suma, la nación de América Latina conocida históricamente como el "granero del mundo" se convertirá en pocos años en una "república sojera".
Esta es una agricultura al servicio del capital para alimentar autos de europeos y norteamericanos, por lo que urge buscar nuevas soluciones o alternativas ante este genocidio socio-ambiental que se avecina contra nuestros pueblos.