Argentina: vida y milagros de la biodiversidad
Dialogo con Ricardo Ojeda, doctor en biología, organizador del Congreso de lactobacilos en Tucumán, donde dio una charla sobre Darwin y aprovechó para dialogar sobre biodiversidad
Desde Tucumán
–Usted se dedica a la biodiversidad, ¿no es cierto?
–Biodiversidad como un tema que engloba distintos procesos. Eso incluye desde distribución de especies a cómo se conforman las especies que conviven en determinado lugar, cómo coexisten, cuáles son los mecanismos de adaptación a esos ambientes. Eso me lleva a estudiar no sólo zoología, sino también fisiología, distribución. Por ejemplo, ahora, a lo largo de los Andes, tenemos un proyecto...
–¿Por qué es importante conservar la biodiversidad?
–Ahí puedo darle respuestas que podrían ir de lo ético (son especies vivas y, como tales, deben estar presentes y sobrevivir) a aspectos que tienen que ver con el funcionamiento de un ecosistema: la desaparición de determinadas especies puede afectar la polinización de determinada planta, por ejemplo, lo cual implica que si desaparece la especie se produciría una catástrofe, una reacción en cadena que llevaría a la de-saparición de un ecosistema. Hoy, al hablar de biodiversidad, pensamos también en la industria farmacéutica: pensamos que el 40 por ciento de las drogas de esa industria proviene de las selvas tropicales. Es importante conservarla, entonces, por cuestiones que conciernen a nuestra salud.
–¿Y la pérdida de biodiversidad es un proceso rápido?
–El ritmo de cambio, de avance, es muy alto. Un caso concreto es el avance de las fronteras agrícolas sobre los ecosistemas naturales. Chaco es un buen ejemplo. Es uno de los ambientes de mayor diversidad de mamíferos, pero con estos avances va quedando muy poca superficie de ambiente seminatural que podamos conservar. Son especies que, ya lo podemos decir, han desaparecido. Desaparecen y no las podemos recuperar. Hay una relación muy estrecha entre la complejidad del hábitat y la biodiversidad. Y lo que se está haciendo es destruir un ambiente multiestratificado (gramíneas, arbustos, árboles).
–Cuando usted ve que en un ecosistema se produce la desaparición de una especie, ¿no ve que vuelve a alcanzar un nuevo grado de equilibrio?
–Bueno, alcanza una nueva condición. No me gusta usar la palabra “equilibrio”. En los ’70 tendíamos a pensar que la naturaleza estaba en equilibrio; cualquier perturbación la sacaba de equilibrio y luego volvía a alcanzarlo. Lo que está pasando es que estamos creando nuevos ambientes. El ecosistema de la soja, por ejemplo, es un ambiente nuevo, muy simple, muy pobre en especies. Pensar que eso va a regresar en algún momento a lo que era el bosque chaqueño multiestratificado, con árboles de más de 30 metros, es muy difícil.
–¿Y por qué es preferible un ambiente con mucha biodiversidad que uno con poca?
–Un ambiente más heterogéneo, más complejo, da espacio a distintas especies que ocupen distintos lugares. Es decir, hay mayor división de especies. Ambientes homogéneos, con poca variación, son muy simples y muy pobres. ¿Qué pasaría ante un eventual cambio? Un ambiente más complejo podría responder a la desaparición de una especie, porque, por ejemplo, podría haber otras especies capaces de ocupar su lugar. En cambio, en el otro, desaparece una especie y hay más riesgo de que caiga el sistema completo. Eso ha llevado a denominar los ambientes como saturados o no saturados en especies. Lo que hay en los ambientes con mucha biodiversidad es una suerte de colchón biológico...
–¿Y qué está pasando en la Argentina?
–Estamos perdiendo los ambientes más ricos en especies. El caso concreto es el de la selva de yungas. Tiene lugar entre Tucumán y Catamarca, a los 28 grados de latitud. Esa selva de yungas ha sido alterada en toda su función; queda un área muy reducida, lo cual lleva a una reducción de especies, porque la relación especies/área es muy simple: reducís áreas, reducís especies. En la yunga están desapareciendo especies que son únicas dentro de los límites políticos de la República Argentina: monos, marsupiales, ardillas, murciélagos... Lo que todavía no entendemos bien es el papel funcional de muchas de esas especies en el ecosistema. Otro caso es el de Chaco, con la sojización. Si bien la discusión sobre la sojización está presente en los medios, se dice muy poco sobre la desaparición del bosque chaqueño en sí mismo. Está de-sapareciendo un ecosistema muy complejo, de gran diversidad, que es irrecuperable. Una vez que se ha deforestado, ya no hay vuelta atrás. Y también podríamos citar el caso de La Pampa, donde prácticamente no hay pastizales en estado natural. También está el avance sobre los sistemas cordilleranos con la actividad minera. Todo eso lleva, además de la desaparición directa de especies, a la fragmentación de poblaciones y a otros aspectos que no tenemos cuantificados. El avance del hombre sobre los ambientes es realmente muy fuerte, prácticamente no hay ninguna que se salve.
–El problema clave sigue siendo la vieja polémica entre el preservacionismo y el progreso, o el desarrollo, o como quiera llamarlo...
–Le corrijo una cosa. Preservacionismo tiene una connotación negativa: es como si uno estuviera cerrando el sistema. De lo que se habla en biología, y en esto nos diferenciamos de algunas ONG, es de conservación, y pensamos en cuáles son las herramientas teóricas y prácticas para eso. Hoy tenemos principios teóricos en biogeografía y bioecología que nos permiten predecir lo que va a pasar si se desmontan 10 mil hectáreas, según dónde sea ese desmonte. El problema es que no se sabe qué se quiere hacer con la biodiversidad a nivel nacional.
–¿Y por qué no hay políticas territoriales?
–Es todo muy caótico y difuso. Lamentablemente creo que en los últimos treinta años hemos tenido un retraso enorme en lo que es política ambiental en la Argentina. La década del ’90, en este sentido, fue una década de desmantelamiento: se desmantelaron todos los cuerpos técnicos del Estado, la Dirección de Fauna... Es triste que el Estado tenga que recaer en ONG´s y no en lo que están investigando los cuerpos técnicos del propio Estado: universidades, institutos... No hay políticas prioritarias para la conservación y el uso de los recursos naturales.
–¿Por qué?
–Acá debería hacer un mea culpa. Además de la falta de políticas estatales, creo que la propia comunidad científica está un poco sesgada por las formas de evaluación de sus miembros. Hay mucho trabajo académico, para el paper, que es lo que da mérito en la carrera de investigador, y poco compromiso. ¿Por qué no escribimos un libro de ecología, pero sí muchos artículos para revistas especializadas? Porque la propia carrera de investigador lo exige. Hay un analfabetismo científico muy grande, y eso es una culpa compartida: tanto nuestra como del periodismo, por no transmitir información de buena calidad. Y falta, sin duda, articulación con el sector político.
–Bueno, con el Ministerio de Ciencia y Técnica...
–Ojo, no estoy entrando en los últimos cinco años. Esa parte no la toco: bienvenidas esas innovaciones, y las seguimos apoyando. De todos modos, sigue habiendo una falta de integración.