Sueño de colibríes
Presentamos de nueva cuenta uno de los relatos de
El sueño de la polinización, concurso de cuentos infantiles
Organizado por Girándula, Asociación Ecuatoriana del Libro Infantil y Juvenil, filial del IBBY (International Board on Books for Young People) en el Ecuador
L eonor Br a v o
Había una vez un pequeño planeta que desde el espacio se veía como una brillante estrella azul y de cerca era verde,
rojo, naranja, fucsia, violeta y de cien colores más. Lo triste era que ese planeta, siempre arcoíris, había empezado a
volverse gris, marrón y amarillo pálido, porque en muchos lugares habían cortado los bosques, la basura formaba islas en los océanos y montañas en la tierra, las flores estaban desapareciendo, los frutos eran pequeños y arrugados, sin olor ni sabor y cada vez había menos vegetales. Lo grave era que los niños y también las niñas de ese lugar ya casi no se alimentaban de comida nacida en la tierra, sino salida de latas, fundas de plástico y cajas de cartón, y también estaban perdiendo sus colores y su alegría.
En ese planeta había un continente largo, que iba desde los hielos eternos del Norte hasta los hielos eternos del Sur y tenía algo único, en él vivían los colibríes, pequeñísimas aves, tan bellas, que parecían joyas en vuelo, y que eran junto a las abejas, las mariposas y otros insectos, los correos del amor de las flores y llevaban recados de polen entre unas y otras, para después de un tiempo ver como ese amor se convertía en frutos y vegetales.
En ese continente había una pequeña ciudad, donde se inicia esta historia, que fue un aviso para que eso que ocurrió no se extendiera a otras ciudades y al planeta entero, gracias al susto que se llevó la gente por las cosas graves y extrañas que allí sucedieron.
Una madrugada, mientras los demás dormían, los niños más pequeños y también las niñas, salieron al campo, a los parques, a los jardines y se sentaron sobre la tierra hasta que amaneció. Al día siguiente la ciudad amaneció sin ellos, habían desaparecido y lo más raro fue que también amaneció sin colibríes.
Días después, en la profunda investigación que se llevaba a cabo, alguien contó que los había visto rodeados de colibríes, que éstos se alejaron volando y que los niños habían corrido tras ellos.
Los adultos los buscaron día y noche, actuó la policía, el ejército y los bomberos. Los periódicos, la televisión y las redes sociales del mundo entero sólo hablaban de la desaparición de los niños de esa ciudad. Nadie sabía dónde estaban ni qué les había ocurrido. Sus padres, sus madres y sus maestros al extrañarlos, se dieron cuenta de que hacía mucho no conversaban ni jugaban con ellos, no recordaban el color de sus ojos, ni el sonido de su risa.
¿Dónde estaban los niños? Habían caminado, corrido, casi volado tras los colibríes hasta llegar a una alta montaña, que al escuchar sus voces mostró una abertura secreta en la roca y los dejó pasar. Los niños avanzaron por un largo túnel y llegaron a un luminoso y colorido bosque, lleno de flores, de miles de pájaros, de abejas, de mariposas y de otros insectos que volaban sobre él. Un pequeño río, que nacía en una vertiente, saltaba entre las piedras. Y en el centro, parado sobre una alta piedra estaba un oso de anteojos.
–Es la Mama Ukumari —dijeron los colibríes—, quiere hablar con ustedes.
–Bienvenidos niños, están en el nuevo hogar de los animales que polinizan la vegetación. Ellos son los que llevan el polen de una flor a otra y así ayudan a la reproducción de muchísimas de las plantas con flores que hay en el mundo. Gracias a ellos ustedes y nosotros tenemos frutos y otros alimentos. Están aquí porque su vida está amenazada, cada vez tienen menos lugares dónde vivir y como están envenenando el campo, los cultivos y los jardines con insecticidas y herbicidas, muchos estamos enfermando.
–¿Por eso la comida sabe tan raro?, ¿y casi sólo hay cosas enlatadas? —preguntó una niña.
–Sí y queremos que ustedes nos ayuden a cambiar esta situación.
–Pero nosotros somos pequeños —dijo un niño.
–Ustedes pueden lograr que los adultos recuerden que son hermanos de los animales y de las plantas, que recuperen el amor y el respeto por la naturaleza, que es nuestra madre. Este mundo es de todos y debemos cuidarlo entre todos. No queremos que acaben con los bosques, no queremos más venenos en las plantas, en el aire, en el agua o en la tierra.
Mama Ukumari hizo silencio y todo calló, no había un solo sonido ni un solo movimiento. Entonces de la piedra empezó a salir un canto, los árboles se movieron y acompañaron el ritmo, las aves y los insectos volaron en ronda, en espiral y, haciendo acrobacias, silbaron, trinaron, gorjearon, zumbaron. Los niños contagiados por esa alegría cantaron con ellos esa extraña canción que nadie les había enseñado, en un idioma que nunca habían oído. No supieron cuánto tiempo pasaron en ese lugar que los animales y las plantas habían escogido como refugio, pero fue suficiente para entender que todos eran hermanos y tenían que cuidarse, porque la vida de cada uno dependía de los demás.
Cuando los niños y las niñas regresaron a la ciudad, volvieron acompañados de los colibríes que la poblaron de vuelo y de color. Los adultos muy asombrados, los vieron llegar jugando y cantando, y los recibieron con abrazos y gritos de alegría. Los niños invitaron a sus padres y a sus madres, a las profes de arte y a los de matemáticas a jugar, y también a las serias autoridades que se habían preocupado por ellos.
A los adultos, que habían dejado de jugar hacía mucho, les costó al principio bailar, girar y dar saltos, pero luego se sintieron felices, flexibles y suaves. Y mientras jugaban escucharon el canto de los niños en ese idioma que nunca habían oído y entendieron que debían dejar de envenenar la tierra y cuidarla. El poderoso canto se extendió también a las ciudades enormes y esa gente empezó a recordar que era hija de la naturaleza y hermana de todos.
Tal vez los niños, las niñas y los colibríes de esa pequeña ciudad soñaron esta historia una noche en que se sentaron en un parque a conversar con la tierra, y seguramente en muchos otros lugares también hay niños que se sientan en las montañas, en la selva y en los valles, acompañados de abejas y mariposas, de escarabajos y murciélagos, de moscas y mariquitas y sueñan con historias que hablan de vida, de polen y de néctar, de flores, de frutos y de futuro, en el hermoso planeta que de lejos se ve como una brillante estrella azul y de cerca de infinitos colores. •
Leonor Bravo tiene maestría en Libros y literatura para niños y jóvenes de la Universidad Autónoma de Barcelona. Tiene 67 publicaciones de las cuales 57 son de cuentos y novelas que se venden en varios países de Latinoamérica y EUA y están en importantes bibliotecas especializadas en literatura para niños a nivel mundial. Es presidenta de Girándula, Asociación Ecuatoriana del Libro Infantil y Juvenil, IBBY el Ecuador, en dos periodos. 2004-2012. 2019-2025. Ha sido jurado en varios premios internacionales de literatura infantil y juvenil.
Estos textos se publican con autorización de quienes son autoras o autores de los mismos, y de la asociación Girándula