Las Patentes sobre la Vida, por Isabel Bermejo

Dicen que la ciencia anda descifrando el código informático de la vida, y que ahora las multinacionales quieren cultivarla en sus laboratorios, para que no ande suelta por ahí, la loca, derrochando colores y alegrías cada primavera. Pero la vida es música. Tiene notas, y ritmos, y cadencias, y melodías propias

Y es una magia poderosa y juguetona que mueve el corazón, los pies y el alma. Y la vida, como la música, se hizo para desparramarse, regalando igual a los pobres y a los poderosos. Hay en el mundo múltiples canciones, para quien quiera oír. Y esas canciones son un trocito del alma de los pueblos y -al igual que la vida- no pueden cultivarse en el laboratorio de una transnacional. Por eso, ahora que el capital quiere adueñarse de las notas con que se componen las canciones diversas de la vida es preciso pararle los pies, entre todos.

La imposición de una economía de libre mercado supuso en el pasado convertir en mercancía el trabajo y la tierra. Para ello, la teoría liberal redujo a las personas a simples “recursos humanos”, desgajando de su vida una de sus dimensiones más ricas y comunitarias -el trabajo-, mientras que la tierra, sustento de fertilidad y vida, quedaba reducida a “recursos naturales” apropiables, comprables y vendibles. Actualmente, el capital transnacional pretende ir más allá, introduciendo en el mercado las propias bases de la vida y su capacidad reproductiva, y reduciendo la diversidad de la Naturaleza a “recursos genéticos” sobre los que reclama derechos de explotación exclusiva.

Biotecnologías de Ayer/Manipulación genética de hoy

Todos los pueblos han cosechado la abundancia de la Naturaleza, y se han servido de las funciones diversas de los seres vivos para ayudarse en muchas de sus tareas productivas. Las campesinas y los campesinos llevan miles de años seleccionando, cruzando, y criando múltiples variedades de plantas de cultivo y razas de ganado para alimento. Para elaborar alimentos tan básicos, caseros y universales como el pan, el vino y el queso utilizamos levaduras, bacterias y hongos. Y mucho antes de que las multinacionales farmacéuticas comercializaran la aspirina se conocía el efecto calmante de la corteza del sauce, y otros muchos principios curativos presentes en la Naturaleza.

Las nuevas tecnologías de “ingeniería” o manipulación genética desarrolladas en las últimas décadas, sin embargo, son radicalmente diferentes de esa “biotecnología” tradicional. No se trata ya de cosechar los bienes que nos regala la Naturaleza, ni de servirnos de procesos y funciones naturales de los seres vivos, sino de “diseñar” en el laboratorio organismos con características nuevas. Como quien recorta revistas de colores para componer con los pedacitos una imagen más a su gusto, la biotecnología moderna busca descomponer los organismos vivos en simples segmentos genéticos, para luego recomponer en un tubo de ensayo formas de vida con funciones nuevas, a la medida de las necesidades industriales. Aunque todavía de forma muy rudimentaria, las técnicas de manipulación genética permiten aislar en el laboratorio trocitos del material que determina las funciones de un organismo vivo (los genes), copiarlo, y preparar verdaderas ensaladas genéticas, combinando genes de bacterias y virus con plantas, animales, y material vivo procedente de seres humanos.

Con ello la ingeniería genética lleva camino de reducir la vida a trocitos de material genético, que se convierten en la materia prima de futuros negocios y de un dominio absoluto del mundo. Hace años se consiguió manipular organismos sencillos -bacterias- para la producción de fármacos y sustancias de utilidad industrial. En 1996 han salido al mercado internacional las primeras cosechas de plantas manipuladas genéticamente, cultivadas en EEUU. Y para el futuro la industria promete maravillas, presentándonos la “revolución biotecnológica” como la solución a todos los problemas de la humanidad.

De cómo controlar la VIDA: las Patentes Biotecnológicas.

Si bien las soluciones “milagrosas” prometidas no acaban de llegar, lo cierto es que las expectativas de negocio y poder despertadas por la ingeniería genética han sido enormes, y han atraído inversiones multimillonarias. Por ello el capital transnacional quiere asegurarse a toda costa el control del “material” biológico, y el monopolio absoluto de la biotecnología.

Pero la vida es música, y tiende a desparramarse y a fluir, y no es posible encerrarla en una caja fuerte del banco central. Por ello el capital transnacional ha optado por la solución más eficaz para sus pretensiones de dominio, reclamando derechos de patente del material biológico que pregona haber inventado en sus laboratorios. Basta con describir la composición química o una función de un trocito de material genético, para proclamarse su “inventor” y reclamar derechos exclusivos sobre su futura utilización, y sobre todos los organismos vivos portadores de la “nueva” característica genética. Las patentes otorgan privilegios exclusivos -y excluyentes- de explotación, y suponen en la práctica la creación de monopolios absolutos, que la industria transnacional utiliza para frenar el desarrollo de posibles competidores. Además, en el caso de los seres vivos las patentes conceden a su titular derechos que se extienden también a la descendencia del organismo patentado, permitiendo con ello la apropiación no sólo del material biológico, sino de las funciones reproductivas de la vida.

El afán de adueñarse de las bases de la vida está llevando a una loca carrera por descifrar la composición genética de los organismos vivos, y por acaparar el mayor número posible de patentes genéticas, y con ellas el monopolio de lo que constituye la base de la alimentación, de la salud y de la propia vida. En EEUU se han concedido multitud de patentes sobre plantas, animales, y sobre el material genético o biológico procedente de seres humanos. Las patentes en algunos casos son tan amplias que abarcan a especies enteras de plantas, y permiten a la agroindustria imponer a los agricultores todo tipo de condiciones para su cultivo, y prohibirles guardar semilla de su propia cosecha. Y los tribunales recientemente han sentado un precedente muy grave, al desestimar la reclamación del incauto “donante” de la primera línea celular humana patentada en EEUU, que pretendía recuperar los derechos sobre su propio cuerpo. El dueño de la línea celular patentada “Mo” es ahora la multinacional Sandoz, que ha pagado más de 2.000 millones de pesetas por los derechos de patente concedidos en su día al médico del Hospital que descubrió caracteres interesantes en el material biológico extirpado a un paciente.

La Convención Europea de patentes es más restrictiva, pero los grandes laboratorios se valen de mil triquiñuelas para conseguir patentar sus “inventos”. Monsanto, uno de los gigantes químicos que hizo negocio con la producción del devastador “Agente Naranja” utilizado en la guerra del Vietnam, y que recientemente ha invertido enormes sumas en ingeniería genética, ha obtenido una patente europea que le concede derechos exclusivos sobre todas las plantas manipuladas genéticamente con resistencia a los insectos. Esta patente ha sido recurrida recientemente por ONGs y agricultores, y se espera que será revocada, ya que contraviene la actual normativa; de lo contrario supondría la concesión de un monopolio absoluto sobre todas las plantas manipuladas genéticamente resistentes a los insectos, incluidos los cultivos alimentarios básicos. La primera patente europea concedida a una industria del sector farmacéutico sobre células sanguíneas humanas ha sido también recurrida por varias ONGs y un sector de la comunidad médica que considera que la apropiación y el comercio con material biológico básico para la medicina es inaceptable.

Sin embargo la industria transnacional lleva años presionando para que en Europa se establezca una normativa más amplia, y la Unión Europea aprobó en Julio de 1998 una nueva Directiva sobre Invenciones Biotecnológicas que amplia el campo de las patentes a las plantas, a los animales, y a la materia biológica humana. Esta normativa ha sido recurrida por varios países Europeos, a pesar de lo cual el Estado Español pretende ahora incorporarla -sin siquiera un mínimo debate- a la legislación de patentes. Y las prisas por aprobar esta nueva legislación seguramente no son nada casuales. En 1999 se ha iniciado la revisión del capítulo sobre Derechos de Propiedad Intelectual introducido en la Ronda de Uruguay del Tratado General sobre Comercio y Aranceles (GATT), ratificado por 113 países de todo el mundo. Este capítulo obliga a todos los países a establecer derechos de patente para las “invenciones” biotecnológicas, permitiendo sin embargo la aplicación de sistemas alternativos (“sui generis”) eficaces para la protección de obtenciones vegetales. La mención de una opción “sui generis” ha supuesto una gran esperanza para aquellos países que no quieren doblegarse al sistema de patentes impuesto por EEUU y el capital transnacional, y la India y los países africanos están liderando un “plante” de las regiones empobrecidas, que reclaman una prohibición de las patentes sobre seres vivos. Si en la UE se legisla en este sentido, sin embargo, será difícil defender alternativas de protección más acordes con la cultura y necesidades de los pueblos en el seno de una organización que es el mejor aliado de los poderosos, y que además tiene la facultad de imponer sanciones comerciales a quien se resiste a sus dictados.

Bajo el sempiterno lema del “libre” comercio, y argumentando que es preciso evitar la competencia desleal derivada del pirateo de tecnologías y productos, el capítulo de patentes del GATT legitima una nueva forma de dominio universal de las personas y la Naturaleza, a través del control de las bases mismas de la vida.

BIOPIRATERIA: del libre acceso a los bienes y al saber común, para seguir creciendo y engordando.

Como suele ocurrir en estos casos, la capacidad biotecnológica no anda demasiado bien repartida por el mundo. La investigación en ingeniería genética -muy cara y especializada- está dominada en la actualidad por un número cada vez menor de transnacionales con sede en los países más ricos del mundo, encabezados por EEUU y Japón. En los últimos años los gigantes de la industria química y farmacéutica han ido absorbiendo progresivamente a laboratorios independientes y casas de semillas, y hoy un puñado de consorcios agro-químico-farmaceuticos controlan la práctica totalidad de la investigación en este campo. Por otra parte, en aquellos países que todavía pueden permitirse el lujo de financiar programas de investigación pública, una mayoría de las instituciones independientes han sido literalmente tomadas por la industria, que co-financia proyectos de investigación y comparte laboratorios con Universidades y centros oficiales de investigación, y que determina el destino de las inversiones públicas y la orientación de la investigación, aprovechando los resultados en beneficio propio. Con las últimas fusiones de grandes gigantes del sector se va perfilando un panorama enormemente preocupante, en el cual una decena escasa de transnacionales con un historial que dista un tanto de ser ejemplar en lo que respecta al respeto por la vida, dominan la biotecnología, y a través de la biotecnología la alimentación, la salud, y el bienestar futuro de nuestro pequeño mundo vivo.

Pero la diversidad de la Naturaleza tampoco se reparte en todo el mundo por igual. Y, miren por donde, en el reparto esta vez le tocó la mejor parte a las regiones pobres, que hoy albergan la mayor riqueza biológica del planeta. Un altísimo porcentaje de la bio-diversidad, o dicho de otro modo de la variedad con que nos sorprende la vida, se encuentra en las zonas tropicales y subtropicales. Se calcula que más las 4/5 partes de la riqueza biológica de la Tierra se encuentra en regiones del llamado Tercer Mundo, y los centros de diversidad de los cultivos alimentarios, vitales no sólo para la agricultura de los países ricos, sino también para la seguridad alimentaria del planeta, se encuentran en estas regiones. Y en este caso, quien dice Naturaleza habla también de mujeres y de hombres, de comunidades, ya que la diversidad de la Naturaleza -como la música- forma parte de la vida y de la cultura de los pueblos de estas regiones. Los pueblos campesinos e indígenas de todo el mundo han participado en la evolución y el cuidado de la diversidad. En los Andes, uno de los centros de diversidad del maíz y de la patata, los campesinos conversan con la madre tierra, y con las papas y el maíz que son sus hermanos, y la “crianza” de la diversidad es parte de su cultura y su cosmovisión. Y el conocimiento de las pautas y ritmos que requiere la crianza de los bienes de la Naturaleza, y su buen uso (lo que los occidentales llamaríamos ecología y gestión sostenible) constituye un impresionante legado colectivo de las comunidades locales.

Sin embargo, con el sistema de patentes los únicos derechos y el único conocimiento que obtiene reconocimiento es el del investigador de bata blanca que cuenta con el apoyo de un buen equipo de abogados, marginando a quienes han sido los depositarios, cuidadores e innovadores colectivos de esa riqueza.

Las patentes son la fórmula ideal para legitimar la piratería biológica a gran escala. El capital transnacional predica el libre acceso a la riqueza genética del Tercer Mundo, conservada como patrimonio de la humanidad, a la vez que reclama protección y derechos de explotación exclusiva para sus “invenciones”. Los buscadores de oro de antaño se han convertido hoy en grandes defensores de la diversidad biológica y rastrean zonas húmedas, selvas y rincones perdidos en busca del material biológico que se perfila como el gran negocio del futuro. La protección de islotes de la Naturaleza y la catalogación de especies raras ha adquirido una nueva dimensión, como reservas de un lucrativo “capital” genético , mientras que las comunidades locales sirven de guías inocentes de la Merck, Novartis, Monsanto…, facilitando su labor de prospección. La Compañía Merck, por ejemplo, tiene un acuerdo especial con el Instituto de Diversidad Biológica y el Gobierno de Costa Rica para explotar la biodiversidad de sus Parques Nacionales que le permite patentar el material interesante.

En los últimos años se han cursado múltiples patentes sobre los cultivos más importantes para la alimentación humana, casi todos ellos procedentes de regiones del Sur. Sólo el maíz, la cosecha dorada de los pueblos indígenas de las americas, -hoy el tercer cultivo más importante del comercio agroalimentario internacional-, ha sido objeto de 2.181 patentes, de las cuales el 85% están en manos de 5 transnacionales agroquímicas.

Las plantas y extractos de las selvas y regiones remotas tienen también un gran interés farmacéutico, y son uno de los objetivos prioritarios de equipos de etnobotánicos, que se aprovechan de los conocimientos indígenas sobre propiedades medicinales de las especies de su entorno. Y el argumento de “revalorizar” el valor de la diversidad biológica para ayudar a su conservación (poniéndole precio y trasladando su tutela de las comunidades locales al mercado) ha avalado diversos acuerdos entre compañías farmaceuticas y gobiernos, o directamente con comunidades locales, que facilitan la extracción de un material biológico valioso que las transnacionales patentan una vez analizado en sus laboratorios. La larga lista de plantas y extractos curativos procedentes del Tercer Mundo y patentados por la industria transnacional constituye la bochornosa historia de un nuevo expolio de los bienes y del saber colectivo de las comunidades indígenas.

Las propias comunidades indígenas son un interesante objetivo de la avaricia biotecnológica. El Proyecto “Vampiro” (Proyecto de la Diversidad del Genoma Humano) es una iniciativa financiada por varios países (EEUU, UE y otros) que pretende tomar muestras genéticas de unas 700 comunidades indígenas de los 5 continentes. La definición que hace el proyecto de las poblaciones indígenas amenazadas: “Grupos carentes de interés histórico, que deberían ser muestreados antes de su desaparición como comunidades integrales preservándose así su papel en la Historia de la Humanidad”, nos da una idea de la sensibilidad y respeto del proyecto hacia esas poblaciones. El material genético es recogido a menudo sin conocimiento de los “donantes”, y se almacena en “bancos genéticos” custodiados por los países que financian el proyecto, por supuesto a disposición de los grandes laboratorios, y del ejército. Y dadas las cifras astronómicas que se barajan en la venta de patentes, han surgido multitud de empresas que se dedican a la caza y captura de genes humanos de interés, y que revenden luego la patente a los grandes grupos farmacéuticos. El gigante alemán Boehringer Ingelheim es propietaria de genes interesantes descubiertos en los habitantes de la isla Tristan da Cunha, cuya patente compró por 70 millones de dólares a un equipo médico de California que había estudiado esta población. Y en EEUU se patentaron líneas de células clonadas procedentes de una mujer del pueblo Guaymi (Panama), y de comunidades indígenas de las Islas Salomón y de Nueva Guinea que tenían características peculiares de posible interés. Algunas de estas patentes han sido retiradas posteriormente, sin duda gracias a la movilización de la Coordinadora de Pueblos Indígenas; sin embargo el daño a la dignidad de unas personas y una cultura quizás sea irreparable.

ALTERNATIVAS: de cómo la VIDA ha de seguir desparramando primaveras.

Dicen que el zorro no es buen guardián del gallinero. Y el mercado y el capital transnacional difícilmente pueden ser buenos guardianes de la música de la vida. Sin embargo hoy necesitamos más que nunca que suene la música viva, para sanar a un planeta maltrecho y alentar equilibrios de la Naturaleza que la avaricia ha roto, y para restablecer armonías de paz, solidaridad y libertad entre los pueblos, y con el planeta.

No hay mucho tiempo. Pero sí mucho que podemos hacer. Y en muchos rincones las comunidades han empezado ya a organizarse para resistir, para recuperar sus propias melodías.

Es preciso hablar de ello. Que en todas partes se sepa que nos quieren arrebatar la música de la Naturaleza y de los pueblos. Para que las gentes salgan a la calle, y digan ¡NO!.

Y es preciso cuidar y cultivar nuestras canciones, para que no se pierdan, y para que nuestra reserva de música nunca se agote. Recuperar nuestras semillas, nuestras variedades, nuestras tradiciones. Aquí y allá, en pequeñitas experiencias, ya se está haciendo también.

Y es preciso buscar alternativas. Entre todos, cada pueblo la suya, pero apoyándonos para que las fuerzas sumen y no resten, para evitar que se imponga la solución universal del liberalismo económico. También hay quien trabaja en ello hace tiempo, y quizás pueda echarnos una manita en el camino.

Y es preciso quizás hacerse oír también allá donde deciden por nosotros tantas cosas. Que nos escuchen quienes dicen representar al pueblo, para que defiendan las múltiples canciones de la vida en los Parlamentos, y en las embajadas internacionales, y hasta en la sede central del pensamiento liberal, la Organización del Libre Comercio.

Isabel Bermejo

Ecologistas en Acción Cantabria

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