Argentina: depredación con tonada cordobesa
Como en todo episodio colonial, los suelos de la Amazonia boliviana serán explotados hasta que colapsen por erosión y uso excesivo
Los sojeros serán entonces más ricos y los bolivianos heredarán un desierto rojo.
La comparación es inevitable. Los cultivos de soja implantados por agricultores argentinos y de otros países en plena selva boliviana recuerdan la invasión europea que arrasó ambientes nativos y comunidades indígenas de América latina para instalar cultivos extranjeros a gran escala.
Claro que en este caso no hubo armas de fuego ni violencia. Pero se instaló desde afuera y desde la propia Santa Cruz de la Sierra un modelo productivo letal para los delicados suelos rojos de Bolivia y su biodiversidad selvática.
Esas selvas son, además, parte de extensos territorios indígenas, en su mayoría de grupos de cazadores y recolectores que supieron convivir con el ambiente amazónico durante miles de años.
Los compradores de tierras para soja, ¿consultaron antes a las organizaciones indígenas de Bolivia para saber si esas selvas son utilizadas por comunidades locales para obtener alimentos, plantas medicinales y materiales de construcción? Es muy probable que no.
Las operaciones inmobiliarias se hacen en la rica ciudad de Santa Cruz de la Sierra, lejos del bullicio selvático y de la dura realidad indígena.
Hacia 1947, había en la Amazonia boliviana 90 etnias. A comienzos de la década de 1990 sólo sobrevivían 31. Del grupo Pacahuara, por ejemplo, apenas quedan 11 miembros.
Los cordobeses y otros argentinos que llegan al Amazonas boliviano no sólo desconocen lo que es la selva y cómo funciona, sino que la destruyen, sumándose así a los agricultores bolivianos que ya desmontaron miles de hectáreas.
Una hectárea de selva intacta puede comprarse por apenas 100 dólares. Esta Babel de agricultores desmonta ambientes únicos, producto de miles de años de evolución, y los reemplaza con cultivos que rompen la estructura del suelo y no lo reponen. En estos nuevos campos, se siembra hasta tres veces por año, dos veces con soja. Es el sueño dorado de los exportadores: soja todo el año.
Nada extraño. La exportación del desmonte y la depredación no debe extrañarnos, porque Argentina sufre un proceso similar pero interno.
Hace décadas comenzaron a implantarse las técnicas agrícolas de la pampa húmeda en los ambientes secos del Chaco. Este proceso continúa hoy a fuerza de desmonte salvaje, expulsión de indígenas y desalojos violentos.
Asimismo, las corporaciones con oficinas en Buenos Aires se apropian de miles de hectáreas en Santiago del Estero y otras provincias chaqueñas. En esta Argentina supuestamente civilizada, se crean empresas feudales que pisotean a los lugareños y sus derechos ancestrales.
En Santiago del Estero, la empresa Madera Dura del Norte SA se considera propietaria de 156 mil hectáreas donde viven tres mil familias campesinas.
La empresa Conexa SA, por su parte, reivindica derechos sobre 75 mil hectáreas también ubicadas al norte de Santiago del Estero. Aunque parezca increíble, en esa gigantesca propiedad existen 46 parajes habitados, 12 escuelas, 23 postas sanitarias, cinco templos, ocho destacamentos policiales y ocho delegaciones del registro civil, correos y cabinas telefónicas.
Este colonialismo interno es el mismo que pretende desplazar de su territorio a las comunidades mbya guaraní de tekoa yma y tekoa kapi´i yvate en la Reserva de la Biosfera de Yabotí, en Misiones, y a numerosas comunidades mapuche del sur argentino.
Mientras el gobierno de Néstor Kirchner declama los derechos humanos, las comunidades indígenas y campesinas parecen no tenerlos. Ellos también necesitan su "nunca más"... antes de que sea demasiado tarde.
Mientras la secretaria de Ambiente de la Nación, Romina Picolotti, hacía costosas visitas institucionales a las provincias del noroeste, todo pagado con nuestros impuestos, 13.260 hectáreas ubicadas en Algarrobo Viejo, Salta, corrían riesgo de ser desmontadas y sus pobladores desalojados.
La posible beneficiaria es Rumbo Norte SA, una compañía rosarina especializada en "fabricar" campos. Cuando se hizo la audiencia pública en El Galpón, los pobladores de Algarrobo Viejo no pudieron ir porque se enteraron tarde. Como era de esperar, el secretario de Medio Ambiente y Desarrollo Sustentable del gobierno de Salta, Gustavo López Asencio, descalificó a los campesinos que quieren evitar el desmonte y los desalojos.
Colonialismo sojero. Pero ahora, además de colonialismo interno, los argentinos también exportamos colonialismo sojero y lo disfrazamos de avanzada civilizadora.
Colocar soja y otros cultivos industriales en los desmontados ambientes de la selva amazónica de Bolivia crea condiciones para futuras inundaciones y tragedias y contribuye a la desaparición de un ecosistema único. Calificar de heroísmo esta depredación es una broma de mal gusto.
El área destruida es la porción más austral de la selva amazónica y, por lo tanto, un ambiente único e irreemplazable. Quienes plantan soja olvidan que esa selva y las selvas subtropicales de Argentina crecen sobre sí mismas. Tienen pies de barro.
Aunque sus suelos son pobres, frágiles y muy sensibles a la erosión hídrica y la insolación, producen rindes espectaculares durante los primeros años. Si en los ambientes chaqueños los cultivos no reponen suelo y se erosionan, en los instalados sobre desmontes selváticos la destrucción del suelo es mucho más rápida y definitiva.
Sólo las selvas lluviosas y su alta biodiversidad pueden protegerse a sí mismas. ¿Qué sucederá en esa región de Bolivia cuando año tras año llueva intensamente sobre zonas desmontadas? ¿Quién se hará cargo del impacto de las inundaciones y de la menor resistencia al cambio climático global? ¿Quién hablará en nombre de las futuras víctimas y de las comunidades indígenas que perdieron para siempre sus territorios y su identidad?
Como en todo episodio colonial, estos suelos serán explotados hasta que colapsen por erosión y uso excesivo. Los sojeros serán entonces más ricos. Y los bolivianos heredarán un desierto rojo.
La Voz del Interior, 20-1-07