Estados Unidos: Encendida polémica por alimentos transgénicos
Aproximadamente el 85 por ciento de los alimentos consumidos en EE UU contienen organismos genéticamente modificados. No hay forma de saberlo porque no es obligatorio especificarlo en las etiquetas.
En su nuevo libro "Genes alterados, verdad tergiversada" (“Altered Genes, Twisted Truth: How the Venture to Genetically Engineer Our Food Has Subverted Science, Corrupted Government, and Systematically Deceived The Public”) el abogado estadounidense Steve Druker cuestiona a la comunidad científica, a la industria alimentaria y a la FDA (Administración de medicamentos y alimentos de EE UU) porque considera que implementan políticas laxas e irresponsables.
En cuanto a la subversión de la ciencia, el Dr. Druker afirma que se ha producido una degradación sistemática de la ciencia y una tergiversación de la verdad por parte de destacados científicos e instituciones científicas en favor de los alimentos genéticamente modificados. El fraude para promover los alimentos transgénicos- según él- es, lejos, el mayor fraude de la historia de la ciencia. “La corrupción del gobierno también fue profunda y multifacética” afirma.
“Al derribar las fronteras naturales de las especies, se lleva a cabo una intervención muy radical”- continúa Druker. “Los genes extraños no pueden expresarse a menos que se inserten potentes promotores virales. Y estos genes extraños ahora están presentes en la mayoría de los vegetales del mercado. Es algo muy poco natural y en sí entraña riesgos”.
El panorama europeo es distinto. Monsanto debió abandonar Inglaterra tras las protestas generalizadas en contra de las pruebas de semillas. Los europeos son mucho más críticos de los alimentos transgénicos, según Druke, porque están mejor informados. Los medios europeos, hasta hace unos años, se hicieron eco de esta controversia científica. La gente conocía científicos destacados que no estaban de acuerdo en que estos alimentos eran seguros. Se dieron a conocer investigaciones que demostraban el daño que los transgénicos ocasionaban a los animales de laboratorio. Como resultado, los ciudadanos europeos dejaron en claro que no querían estos alimentos.
En el caso de Canadá, en 2001 la Royal Society dio a conocer un estudio de evaluación de riesgos, unos pocos años antes de que la National Academy of Science de EE UU diera a conocer una conclusión totalmente opuesta. En el estudio canadiense se afirmaba que la ingeniería genética difiere de las cruzas tradicionales, que no se puede dar por sentado que los productos son seguros y que el sistema regulatorio actual tiene muchas fallas. El establishment estadounidense nunca refutó las conclusiones de Canadá. Simplemente las ignoró.
En EE UU los medios no difundieron la controversia de manera objetiva. Casi siempre se inclinaban por los transgénicos. Por lo que el pueblo estadounidense fue sistemáticamente engañado, opina Duke en su libro.
“Un gran porcentaje de científicos tiene intereses económicos en la ingeniería genética: o ayudaron a fundar empresas de biotecnología, o son consultores de las mismas. Incluso los científicos y las empresas que no tienen esos conflictos de intereses han pasado por alto los riesgos. Las pruebas que los contradecían fueron suprimidas, las investigaciones que revelaban riesgos fueron atacadas injustamente, se destruyó la reputación de los científicos que hicieron esas investigaciones. Hasta la American Association for the Advancement of Science dio a conocer una declaración destinada a boicotear en California una iniciativa para obligar a indicar en las etiquetas si un alimento contiene transgénicos”.
Según la ONU, la tecnología transgénica aumentó el rendimiento de las cosechas en Sudáfrica en 156 millones de dólares entre 1998 y 2006. ¿Qué se le puede decir, entonces, a un agricultor africano que quiere emplear semillas transgénicas para alimentar a una población que muere de hambre sin preocuparse por amenazas imaginarias?
“En primer lugar”, dice Druke, “le diría que lea los informes financiados por la ONU y el Banco Mundial. No se necesitan organismos genéticamente modificados. Muchas organizaciones están intentando enseñarles a los agricultores africanos y del tercer mundo métodos agroecológicos, que son mejores. El problema no es que los métodos orgánicos no funcionen sino que, con frecuencia, los agricultores no han contado con los conocimientos necesarios. Pero hay soluciones que no dependen de los organismos genéticamente modificados, y que han funcionado en Africa. Así que les diría: acepten los principios científicos sólidos, gasten menos dinero y resuelvan el problema de los alimentos de manera de crear un suelo sano, una familia sana y un Africa sana”.
Fuente: Revista Domingo