Biopiratería o bioprospección: dos formas distintas de un lucrativo negocio
Mientras otros países con menos biodiversidad toman medidas desde hace lustros para regular esta actividad, Guatemala desconoce qué ocurre con su riqueza genética
Un país megadiverso
Guatemala es origen de varias de las plantas que sostienen a más de la mitad de los habitantes del mundo, según un informe de Conap. La industria alimentaria y la farmacéutica están entre las más activas en cuanto a bioprospección.
El Banco Mundial calculó que, en 1997, los diez fármacos de mayor venta provinieron de fuentes naturales. Aunque difícil de cuantificar, la Biotecnología mueve mucho dinero. Por eso, apremia Domingo Amador, especialista en Biotecnología de la Universidad de San Carlos, es necesario proteger la riqueza genética del país y su conocimiento tradicional.
Cifras
7,754 especies de plantas existen en Guatemala.
40% de ellas solo se pueden encontrar en Mesoamérica.
¿Se puede patentar la vida?, ¿puede una empresa apoderarse de un determinado gen y decir “yo lo creé, me pertenece”?, ¿es posible convertirse en propietario de un tipo de Ceiba, o modificar genéticamente un quetzal y ser dueño de toda esa nueva especie? Es posible.
La actividad tiene dos nombres: bioprospección y biopiratería, según si se considera un negocio lícito o ilegítimo.
A menudo los nativos de una región conocen las propiedades benéficas de algunas plantas ignotas, y los investigadores, que quieren identificarlas rápido, aprovechan ese conocimiento para escogerlas, modificarlas y comerciar con ellas.
Tras años discutiendo no hay una definición unánime, pero se entiende por biopiratería, a grandes rasgos, el hecho de que una entidad saque ventaja de ese saber tradicional sin pagar regalías ni reconocer su origen.
En realidad, los beneficios que obtienen de la ayuda local son pingües. Según la Fundación Internacional de Avance Rural, la probabilidad de encontrar de manera aleatoria la especie que se busca es 1 entre 10 mil. En cambio, si se emplea el conocimiento local es el 50 por ciento.
Tema casi desconocido
Pese a que en el ámbito internacional, la discusión sobre el acceso a los recursos genéticos está candente desde hace más de una década, y que muchos países latinoamericanos llevan años organizando simposios y sellando acuerdos, Guatemala permanece sorda.
En general, ni los trabajadores de los ministerios implicados, ni muchos técnicos, ni demasiados profesores universitarios dominan con precisión en qué consiste el debate. O ni siquiera han oído hablar de ello.
El debate es complejo, y no hay frontera clara entre la bioprospección y la biopiratería. Algunos opinan que en Guatemala existe la primera; otros que la segunda, como Juan Manuel Chacón, del Colectivo Madreselva. Pero por el momento no existe ningún registro que documente esta actividad, y mucho menos un inventario del conocimiento tradicional.
El Consejo Nacional de Áreas Protegidas (Conap) es una de las instituciones que más interés muestra por afinar las leyes y concretar dichos catálogos. Hace menos de un año elaboró un documento básico para comenzar a discutir una propuesta de ley de acceso a los recursos genéticos.
Tiempo después de entregarla a seis ministerios y varios organismos muestra desesperanza. “El medio ambiente no es una prioridad para los políticos”, se resigna Evelyn Picón, jefa de comunicación.
Las propuestas de ley de los investigadores se engavetan porque los legisladores no las entienden, lamenta Domingo Amador, especialista en Biotecnología de la Universidad de San Carlos.
Lo cierto es que la ignorancia nacional del tema es vasta. Amador la atribuye a la falta de desarrollo científico. En esta idea coincide con el Conap, que para explicar los mayores avances de otros países latinoamericanos en la materia apunta también a la mejor organización de sus pueblos indígenas.
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