Balada transgénica: satyagraja contra los transgénicos
Ningún relato sobre la biotecnología está completo sin mencionar los numerosos y diversos movimientos de protesta en su contra. La oposición busca no solamente eliminar los transgénicos sino transformar la agricultura y corregir los errores de la Revolución Verde, hacer una agricultura ecológica y con justicia social, con miras a crear una sociedad verdaderamente ecológica. Durante su corta existencia la biotecnología se ha tenido que enfrentar a escépticos, críticos y oponentes, que son más numerosos y organizados con cada año que pasa
BALADA TRANSGENICA
Carmelo Ruiz Marrero
SATYAGRAJA CONTRA LOS TRANSGENICOS (CAPITULO TRECE)
La satyagraja es un acto donde no existen la victoria ni la derrota, sino sencillamente el encuentro de un nuevo sentido de armonía.
- Luz Nereida Pérez
¿Qué hacer? Las corporaciones y gobiernos que pretenden imponer sobre todo el planeta los cultivos y alimentos transgénicos, la biopiratería, los derechos de propiedad intelectual, y el régimen de la Organización Mundial de Comercio, parecen invencibles. Y por otro lado, los sectores populares, progresistas, ecologistas, de sociedad civil y pueblos indígenas, parecen ser débiles, indefensos e impotentes ante esta situación. El sentimiento de futilidad puede ser avasallador.
Pero ningún relato sobre la biotecnología está completo sin mencionar los numerosos y diversos movimientos de protesta en su contra. La oposición busca no solamente eliminar los transgénicos sino transformar la agricultura y corregir los errores de la Revolución Verde, hacer una agricultura ecológica y con justicia social, con miras a crear una sociedad verdaderamente ecológica. Como veremos en este capítulo, durante su corta existencia la biotecnología se ha tenido que enfrentar a escépticos, críticos y oponentes, que son más numerosos y organizados con cada año que pasa.
En los años sesenta, científicos estadounidenses comenzaron a preocuparse por los posibles riesgos de la recombinación del ADN. Pero sus inquietudes las discutieron en privado, porque si bien temían las consecuencias de la manipulación de genes, aparentemente le temían más aún al público general. Lo menos que querían ver era una ciudadanía alarmada, presionando al gobierno para que le pusiera trabas a la comunidad científica y le recortara fondos a las investigaciones sobre ADN. Los sesenta fueron la época de la contracultura, en la que la juventud lo cuestionaba todo. Se empezaba a poner en duda la imparcialidad de las instituciones científicas, y se cuestionaban las aportaciones que hacían a actividades bélicas, como la guerra de Vietnam, y a la creación de productos que destruían el ambiente, como pesticidas y reactores nucleares. Bajo ninguna circunstancia, los pioneros de la biotecnología querrían estar bajo la lupa crítica de esta corriente social contestataria.
A principios de los setenta, la ingeniería genética pasó de la teoría a la práctica, y las interrogantes sobre sus consecuencias se hicieron más imperativas y urgentes. Pero líderes de la comunidad científica, incluyendo al propio presidente de la Academia Nacional de las Ciencias de Estados Unidos activamente se opusieron al debate público y buscaron maneras de confinar los debates a círculos de expertos especializados. Pero para 1974 era evidente que la controversia seguiría creciendo y que no podría ser confinada por los autoproclamados custodios de la ciencia. Así que en febrero de 1975 se celebró en California una conferencia sobre el tema, a la cual se invitó a la prensa.
Los organizadores y participantes endosaron un llamado al gobierno de Estados Unidos para establecer protocolos de seguridad para contener y aislar organismos genéticamente alterados. Pero también concluyeron que las investigaciones sobre la recombinación de ADN deberían seguir adelante, que los científicos podrían autorregularse y autofiscalizarse para asegurar la seguridad de sus experimentos, y dejó la impresión de que las únicas interrogantes sobre la ingeniería genética eran en torno a las medidas de control para contener organismos transgénicos. Escenarios tétricos, como el presentado por el autor Michael Crichton en su novela de ciencia ficción Andromeda Strain , en la que un microbio exótico amenaza con exterminar a la humanidad, eran fácilmente refutables. Mientras tanto, los aspectos éticos, ecológicos, económicos, sociales y políticos fueron completamente desatendidos en la conferencia.
Al año siguiente, universidades por todo el país anunciaron planes para construir instalaciones especiales para el aislamiento de laboratorios de genética. Ciudadanos de costa a costa se organizaron para oponerse a la construcción de estas instalaciones. Hubo vistas públicas, foros, campañas de cartas y manifestaciones de protesta. La comunidad científica estaba dividida. Mientras que algunos científicos validaban las preocupaciones de la ciudadanía, otros las tildaban de reacciones histéricas, irracionales y fanáticas de sectores opuestos al progreso de la ciencia y la tecnología. En varias comunidades, incluyendo el municipio de Cambridge, en Massachussets, se establecieron comités ciudadanos para fiscalizar los experimentos genéticos. De estos debates surgió el Council for Responsible Genetics, organización sin fines de lucro con sede en Cambridge dedicada a educar al público acerca de las diversas interrogantes de la ingeniería genética.
La oposición del público a la liberación de organismos transgénicos al medio ambiente comenzó de lleno en 1983, cuando científicos de la Universidad de California obtuvieron aprobación de los Institutos Nacionales de Salud (NIH) para un experimento al aire libre con bacterias transgénicas. Las bacterias en cuestión, conocidas como “ice-minus”, estaban hechas para inhibir la formación de hielo en las hojas de las plantas que ocurre cuando la temperatura baja del punto de congelación.
La Foundation on Economic Trends, organización fundada y dirigida por el autor y activista Jeremy Rifkin, y dos grupos ambientalistas radicaron una demanda para detener el experimento. Los demandantes argumentaron que los NIH no habían considerado los efectos de estas bacterias sobre el ecosistema y sobre la formación de cristales de hielo en la alta atmósfera. En mayo de 1984 un juez federal le dio la razón a los demandantes y ordenó que se detuviera el experimento.
La batuta la tomó entonces una firma privada, Advanced Genetic Sciences (AGS), la cual anunció su intención de probar la bacteria “ice-minus” al aire libre en el condado de Monterrey, en California. Siendo una entidad privada, AGS no era sujeto a los requerimientos de los NIH que rigen los experimentos realizados por instituciones públicas, comola Universidad de California. AGS por lo tanto, podía pedirle aprobación directamente a la Agencia de Protección Ambiental, aprobación que no tuvo dificultad en conseguir. Pero todavía necesitaría aprobación de las autoridades locales donde deseen llevar a cabo sus experimentos. Ese resultó ser un verdadero escollo.
La comunidad de Monterrey se alzó en protesta. Los residentes escribieron cartas a la prensa y a oficiales electos, asistieron a vistas públicas y buscaron apoyo nacional e internacional, y recibieron expresiones de apoyo y solidaridad hasta de la delegación legislativa del Partido Verde alemán. Las autoridades del condado respondieron a las presiones ciudadanas alterando la zonificación de las tierras, estableciendo así una moratoria de facto para experimentos de ese tipo.
Pero AGS no se dio por vencida, y dispuso a realizar sus experimentos, aunque fuera violando la ley. En 1986 un empleado de AGS le informó a la prensa que la compañía estaba aplicando la bacteria “ice-minus” secreta e ilegalmente a árboles en el techo de sus oficinas en la ciudad de Oakland, California. Las demostraciones y protestas que siguieron fueron reseñadas por medios noticiosos de todo el país. Poco después se filtró a la prensa información de que empleados de los laboratorios de AGS sufrían de alergias persistentes y de sinusitis, aparentemente relacionados con las bacterias transgénicas. A pesar de su acción ilegal, la compañía obtuvo permiso para probar su bacteria en la comunidad de Brentwood, también en California.
En la mañana del 24 de abril de 1987, reporteros de todo el país, y hasta de Japón, acudieron a la tala experimental de AGS en Brentwood, para ver a los científicos de la empresa aplicando la bacteria a un cultivo de fresas. Era la primera liberación (legal) de bacterias transgénicas al ambiente, y se pretendía presentar este evento como la inauguración de la Era de la Biotecnología. Pero la prensa tuvo otro relato que contar. La noche antes, un equipo de eco-saboteadores había destruido 80% de las dos mil plantas. Había guardias de seguridad apostados en el perímetro, pero al parecer dormían mientras la acción tomaba lugar. Los científicos apresuradamente aplicaron la bacteria sobre las plantas que quedaban, y luego la compañía proclamó que el experimento había sido todo un éxito, y que continuarían las pruebas. El que la “Era de la Biotecnología” haya empezado de este modo accidentado fue simbólico y profético a la vez.
La bacteria no funcionó como se esperaba. Las hojas de las plantas a las que se le aplicó todavía formaban hielo en sus hojas cuando la temperatura bajaba de los 32 grados Fahrenheit. Contrario a lo que había asegurado AGS, la bacteria no se mantuvo quieta y fue detectada a una distancia considerable del cultivo experimental. La oposición de la comunidad de Brentwood aumentó, y las siguientes dos pruebas fueron saboteadas también por individuos desconocidos.
En los años que siguieron, la Foundation on Economic Trends continuó poniendo al gobierno y las corporaciones a la defensiva con casos legales en contra de la biotecnología. La próxima gran batalla fue a mediados de los noventa, en torno a la hormona de crecimiento rBGH, creada por bacterias transgénicas e inyectada a vacas para aumentar su rendimiento de leche (ver capítulo cinco).
Independientemente de los efectos dañinos que pudiera tener la rBGH sobre la salud de las vacas y los seres humanos, numerosos ganaderos tenían muy claro que el aumento en la producción de leche que este producto causaría sería la ruina para ellos. La campaña contra esta hormona comenzó cuando John Kinsman, un ganadero de Wisconsin, descubrió que en el Centro de Estudiantes de la Universidad de Wisconsin, recinto de Madison, estaban sirviendo helado hecho con leche de vacas que habían sido inyectadas con rBGH. Los estudiantes estaban siendo usados como conejillos de indias sin su conocimiento, ya que rBGH no había sido aprobada para consumo humano aún. Kinsman viajó a Madison en medio del invierno y realizó un piquete solitario con una pancarta en la que le explicaba a los estudiantes lo que estaban consumiendo.
Agrupaciones como la Foundation on Economic Trends, la Pure Food Campaign, Food and Water y Rural Vermont se unieron a la lucha y pusieron a trabajar juntos agricultores, consumidores y defensores de derechos de animales contra la hormona rBGH. Pero la gesta de Kinsman fue clave. “La campaña de una sola persona que realizó Kinsman fue la chispa que ayudó a poner en pie una alianza a nivel nacional de agricultores y ciudadanos que retrasaría por varios años la aprobación del gobierno para el uso comercial de la hormona”, según Brian Tokar.
La Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) aprobó la rBGH para uso comercial en 1994, pero la campaña de oposición se intensificó como resultado. Cuando ganaderos comenzaron a reportar vacas con problemas de salud como resultado de la hormona, se realizaron protestas de ganaderos y consumidores, que obtuvieron cobertura periodística a nivel nacional. Ni siquiera los ganaderos y procesadores de leche que no usaban la hormona se salvaron de la controversia, ya que Monsanto amenazó con demandarlos si le informaban al consumidor que su producto estaba libre de rBGH.
En Canadá la historia fue distinta. Cuando los medios noticiosos de ese país anunciaron en noviembre de 1988 que la hormona estaba siendo probada con rebaños cuya leche estaba siendo secretamente mezclada con la leche que iba a los supermercados, la reacción del público fue fúrica e inmediata. Una procesadora en la provincia de Columbia Británica recibió sobre seicientas llamadas de protesta en una sola mañana, paralizando 17 líneas telefónicas. Ese fue solo el comienzo de una poderosa y determinada campaña popular que duró once años. Entre los agricultores, activistas y ciudadanos de todas las profesiones y sectores de la sociedad que participaron en esta lucha, se destacaron la ganadera Lorraine Laponte y el autor y activista Brewster Kneen, quienes juntos fundaron la Pure Milk Campaign, el primer esfuerzo organizado para informar al público canadiense sobre la rBGH.
La campaña resultó en un triunfo para el pueblo canadiense y una apabullante derrota para Monsanto. En 1999 el gobierno de Canadá denegó permiso para vender leche de vacas tratadas con la hormona, convirtiendo así al país entero en una zona libre de rBGH. “La resistencia a la rBGH en Canadá fue un movimiento de base que persistió y creció por sobre diez años”, comentó Lucy Sharratt, activista que participó de la campaña. “La diversidad de la oposición fue su mayor fuerza.”
A fines de 1996 comenzó la comercialización a gran escala de alimentos genéticamente alterados en Norteamérica. Soya, maíz, papas y calabacines transgénicos, y productos derivados de éstos, fueron llevados a supermercados y plantas de procesamiento de alimentos, sin etiquetado y sin ninguna notificación al público consumidor. Los grupos activistas intensificaron su campaña de educación y protestas y con la coordinación de la Pure Food Campaign y varias otras organizaciones, llevaron a cabo una jornada mundial de protestas en abril de 1997. Conocida como los Días de Protesta Global contra Alimentos Transgénicos, esta acción concertada se hizo sentir en el planeta entero. Hubo demostraciones en 19 ciudades estadounidenses, en 17 países europeos, y en India, Filipinas, Malasia, Japón, Canadá, Australia, Nueva Zelandia, Brasil y Etiopía.
Quienes más se lucieron en la jornada fueron los ingleses, quienes ocuparon las oficinas de Monsanto en Londres. Los activistas, algunos de los cuales iban disfrazados de vegetales y de superhéroes, discutieron con los ejecutivos- quienes estaban asombrados y anonadados-, y fotocopiaron documentos internos de la compañía que encontraron en los archivos y los exhibieron en su página de internet. También se hizo una llamada telefónica de conferencia a activistas estadounidenses que habían ocupado las oficinas centrales de Monsanto en Estados Unidos. Los activistas ingleses se han distinguido por el sentido del humor y creatividad con que han realizado sus acciones contra los alimentos transgénicos. Poco después de la ocupación de las oficinas de Monsanto, un grupo de ellos jugó un partido de cricket en un campo de papas transgénicas, las cuales acabaron hechas papilla al final del juego.
Las primeras acciones de “desyerbamiento”, o “descontaminación” de cultivos transgénicos en Europa tomaron lugar en 1997, y han ido en continuo aumento desde entonces. En Irlanda, miembros del Gaelic Earth Liberation Front (GELF) “desyerbaron” una noche un campo de rábanos genéticamente moficicados de Monsanto, el único cultivo transgénico en el país. Al convertir al país entero en una zona libre de transgénicos en una sola noche, el GELF sirvió de ejemplo e inspiración para acciones similares por toda Europa.
Mientras tanto en Estados Unidos los transgénicos estaban perdiendo la batalla por la opinión pública. En 1998 el Departamento de Agricultura se encontraba en proceso de establecer criterios para evaluar productos agrícolas orgánicos y consideró el permitir que productos transgénicos puedan etiquetarse como orgánicos. En respuesta, sobre 275 mil personas escribieron cartas de protesta contra los transgénicos, algo sin precedente alguno en la historia del Departamento. El entonces secretario de agricultura Dan Glickman, el mismo que dos años antes había ido de gira por Europa amenazando con llevar a la OMC a los países que no acepten importar productos transgénicos de Estados Unidos, tuvo que ceder ante el clamor doméstico y retirar la propuesta de permitir que los transgénicos pasen por orgánicos.
En julio de ese año se celebró la primera conferencia sobre Biodevastación en la ciudad estadounidense de St. Louis, sede de Monsanto. Co-patrocinada por sobre treinta organizaciones, la conferencia tuvo la participación de activistas de Canadá, Inglaterra, Irlanda, México, India y Japón. De este último país vinieron sobre veinte delegados, que representaron diversas agrupaciones de agricultores y consumidores. La Declaración sobre Biodevastación que se redactó al final de la conferencia hizo un llamado a ponerle fin a la rBGH, al Proyecto de la Diversidad Genética Humana, la tecnología exterminadora, y a las patentes sobre seres vivos.
Pero de más trascendencia y consecuencia que la Declaración fue el sentimiento general compartido por la mayoría de los participantes de que las tácticas políticas convencionales, como “educar a los líderes” y “actuar dentro del sistema” eran inútiles. Los activistas habían hecho todo lo que buenos ciudadanos con sentido cívico hubieran hecho: acudieron a a los tribunales, testificaron ante cuerpos legislativos, cabildearon a gobiernos y organismos internacionales, llevaron su caso a la prensa y a la tribuna de la opinión mundial, escribieron cartas, realizaron sus protestas con pancartas. Todo esto y mucho más, todo dentro de la ley y dentro de los mecanismos establecidos para canalizar agravios y descontentos, pero sin resultado alguno, ya que las clases dominantes y las grandes corporaciones estaban decididas a usar la biotecnología para transformar la agricultura y la alimentación humana a nivel mundial. Ya habían tomado su decisión y no estaban dispuestas a cambiar de parecer.
El consenso entre quienes estuvieron en la conferencia sobre Biodevastación era que hacía falta emplear tácticas más contundentes, que había que concentrarse en el activismo de base, la educación popular y la acción directa. Se hacía evidente más allá de duda alguna que el movimiento contra los alimentos transgénicos no aspiraba simplemente a eliminar la ingeniería genética de la agricultura, sino que buscaba también crear una agricultura ecológica y descentralizada, y crear nuevas formas de democracia para contrarrestar el embate arrollador de la globalización del capitalismo. En los meses que siguieron, grupos de base estadounidenses organizaron la red nacional RAGE (Resistance Against Genetic Engineering), que actualmente tiene capítulos regionales por todo el país. Las organizaciones más convencionales y tradicionales formaron el Genetic Engineering Action Network, y los partidarios de la acción directa fundaron el Bioengineering Action Network.
Pero las acciones clandestinas, por útiles que sean, pueden ser presentadas por los propagandistas de la biotecnología como vandalismo de extremistas. Las acciones directas de “desyerbamiento” más efectivas y que más han calado en la opinión pública han sido las realizadas abiertamente. Uno de los primeros experimentos con la desobediencia civil pública fue en el condado de Cupar, en Escocia, donde se realizaban experimentos con transgénicos a pesar de que la mayoría de la comunidad había firmado una petición pidiendo que se suspendieran. Tras la celebración de un gran festival agrícola, una procesión de cincuenta personas fueron a la tala transgénica y la “desyerbaron” frente a la prensa y la policía.
El proyecto más aguerrido de desobediencia civil pacífica y abierta contra los transgénicos es sin duda Genetix Snowball de Inglaterra. Su primera acción fue en el verano de 1998: cinco mujeres de clase media, vestidas con indumentaria de jardinería, “desyerbaron” un campo de canola transgénica de Monsanto frente a un grupo atónito de policías y reporteros. Genetix Snowball toma su nombre de las masivas campañas de desobediencia civil “Snowball” que tomaron lugar en Europa en los años ochenta en contra de la presencia de armas nucleares estadounidenses. La palabra “Snowball” es en referencia a una bola de nieve, que por pequeña que sea puede desatar una enorme avalancha. De la misma manera, un activista o pequeño grupo de activistas pueden realizar un acto de desobediencia civil y de ese modo inspirar a miles de ciudadanos a unírseles. Esto es precisamente lo que pasó en las campañas “Snowball” de los ochenta, y más recientemente en la isla puertorriqueña de Vieques, donde miles de activistas han entrado a una zona de tiro militar desde 1999.
A los pocos meses de su fundación, Genetix Snowball tenía un oficial de prensa y un grupo de apoyo, y produjo un manual y un video de entrenamiento. Era toda una pesadilla para los propagandistas de la biotecnología, ya que el grupo realizaba sus acciones abiertamente, y sus militantes carecían del perfil del extremista de izquierda. Eran gente de todos los caminos de la vida. Entre los “desyerbadores” uno podía encontrar lo mismo un científico, un cartero o una carpintera, que una periodista, o una maestra de arte o de música.
Monsanto respondió con una ofensiva legal. Sus abogados exigieron ver la lista de nombres y direcciones de personas que habían recibido el manual de “desyerbamiento” de Genetix Snowball, para citarlas ante los tribunales. El grupo entonces envió copias del manual al Papa, al Príncipe Carlos, al primer ministro inglés Tony Blair, a Bob Shapiro, jefe de Monsanto, y a la reina de Inglaterra, y retó a los abogados de la compañía a citar a estas celebridades también. La corporación, abochornada al ver que el adversario había convertido su amenaza en un brillante y humorístico golpe de publicidad, retiró su petición.
En poco tiempo, el movimiento se radicalizó más aún y comenzaron los “crop squats”, en los cuales no solamente se destruyen los cultivos transgénicos, sino que también se ocupan los predios por días y hasta semanas. En mayo de 1998 unos activistas “desyerbaron” un campo de rábanos transgénicos de la corporación Novartis, y en cuestión de horas comenzaron a plantar vegetales y construyeron algunas estructuras temporeras. En las dos semanas que siguieron, el lugar fue convertido en una finca de permacultura y un centro de información sobre cómo promover la agricultura orgánica y combatir la ingeniería genética. La ocupación recibió numerosas visitas y fue ampliamente cubierta por la prensa, y terminó de manera ordenada cuando las autoridades se presentaron con una orden de remoción. El dueño del terreno eventualmente dejó de hacer negocios con Novartis y decidió no plantar más cultivos transgénicos experimentales.
Luego la batalla fue llevada a los supermercados. Varios activistas entraban a un supermercado y cada uno llenaba un carro de compras con alimentos transgénicos e iba a una fila de pago distinta. Al momento de pagar, armaban un escándalo, se quejaban de la presencia de transgénicos en el supermercado y de la falta de alternativas a éstos, y exigían todos hablar con el gerente. Mientras tanto, otros compañeros repartían volantes informativos entre los clientes y/o subrepticiamente le pegaban a los productos transgénicos etiquetas que los identificaban como tales. La clientela respondía por lo general con aplausos y expresiones de apoyo. De hecho, encuestas de opinión pública en Europa y Norteamérica han mostrado consistentemente que el consumidor no quiere productos genéticamente alterados. En su ejemplar del 31 de enero de 1999, la revista estadounidense Time reportó que 81% de los consumidores del país opinan que los alimentos transgénicos deberían ser etiquetados, 58% dijeron que no los comprarían.
Eventualmente varias cadenas de supermercado europeas decidieron descontinuar los productos transgénicos. La primera en hacerlo fue la cadena británica Iceland, cuyas ganancias se reporta que subieron 20% como resultado directo. Hoy día, la Unión Europea es prácticamente una zona libre de transgénicos, ya que tiene una moratoria de facto contra su producción e importación. Hasta hoy, los únicos cultivos transgénicos en Europa son experimentales y no comerciales. Como fue dicho al comienzo de este libro, el gobierno de Estados Unidos ha amenazado con llevar un caso a la OMC para abrir el mercado europeo para sus productos transgénicos, pero la UE se mantiene firme. La postura vertical de Europa le debe mucho a la tenacidad de sus agricultores. La Confederación de Campesinos de Francia, bajo el liderato del carismático y elocuente José Bové, se ha distinguido por sus acciones directas de sabotaje y desobediencia civil.
Una de las ventajas que goza el movimiento contra los transgénicos en Europa es que ha podido perfilarse como una afirmación de autodeterminación y soberanía ante la prepotencia de Estados Unidos. La mayoría de los países europeos tienen tradiciones culinarias altamente desarrolladas, las cuales son motivo de gran orgullo nacional. Por eso los europeos ven con repugnancia las intenciones del gobierno y corporaciones de Estados Unidos de trastocar su comida. La resistencia de los europeos se intensifica cuando consideran que quienes quieren forzarlos a comer transgénicos son los mismos que inventaron productos tan prosaicos, insalubres y desculturizantes como el “fast food” y la Coca Cola.
Los yanquis no están rezagados
La percepción general en el movimiento internacional contra los transgénicos es que Estados Unidos se ha quedado atrás en la lucha. Este servidor ha oído varias veces decir que la sociedad yanqui es demasiado conservadora y los movimientos de protesta demasiado rezagados para que haya una oposición efectiva a los alimentos transgénicos. Independientemente de que eso sea cierto, no se puede decir que la ciudadanía estadounidense esté aceptando estos productos de manera pasiva y sin presentar resistencia.
Para principios de 2002, 44 municipios de Estados Unidos habían aprobado resoluciones de oposición a los cultivos y productos transgénicos, incluyendo las ciudades de Boston, San Francisco, Denver y Austin. 33 de esos municipios son de Vermont, un estado pequeño en tamaño y población, pero grande en tradición democrática. El primer martes de cada mes de marzo, sobre doscientos pueblos de Vermont celebran su tradicional town meeting (asamblea popular municipal) donde los ciudadanos debaten y establecen democráticamente los presupuestos mnnicipales, y reglamentos de zonificación y planificación.
En estos rituales de democracia directa, que preceden la guerra de independencia, se discuten también interrogantes éticas relacionadas con asuntos nacionales e internacionales, como la justicia económica y las armas nucleares. En el town meeting day de 2002, 31 municipios del estado votaron mayoritariamente en favor de resoluciones que piden a la legislatura estatal que se etiqueten los transgénicos y por una moratoria a su cultivo. La capital estatal, Montpelier, aprobó la resolución por un margen de dos a uno. “A pesar de que las leyes estatales han erosionado el poder del town meeting de manera significativa en décadas recientes, los votos municipales todavía cargan peso moral sustancial”, dice el profesor de ecología social Brian Tokar, quien reside en Vermont.
El secretario de estado de Vermont protestó contra las resoluciones, argumentando que las discusiones sobre tales temas están fuera de las prerrogativas de los gobiernos municipales. Comentaristas de todas las creencias políticas criticaron esas expresiones y las tildaron de antidemocráticas.
Tampoco los quieren en el Tercer Mundo
La oposición a los transgénicos no es cosa exclusiva de los países ricos. El discurso de propaganda del complejo biológico industrial dice que quienes protestan contra la ingeniería genética son todos individuos económicamente privilegiados de los países ricos del Norte, quienes no tienen ninguna sensibilidad hacia las urgentes necesidades económicas de los ciudadanos pobres del Sur. Se nos dice- implícita o explícitamente- que el protestar es un lujo que sólo los protestones acomodados se pueden dar. Pero una mirada a la fría acogida que han tenido los transgénicos en el Tercer Mundo es más que suficiente para refutar tales alegaciones. En la India, los agricultores y organizaciones de sociedad civil han creado un movimiento masivo contra el modelo económico impuesto por la Ronda de Uruguay del GATT y la OMC, contra las patentes sobre seres vivos, contra los cultivos y alimentos transgénicos, y en favor de un mundo socialmente justo y ecológicamente sustentable, todo bajo la bandera de la satyagraja.
El término satyagraja en su uso moderno se remonta a mediados del siglo pasado en la India, cuando los amos coloniales ingleses decretaron que los súbditos sólo podían obtener sal comprándola del monopolio que los ingleses mismos tenían. No se la podían comprar a ningún otro suplidor ni irla a buscar en las salinas. El licenciado Mohandas Gandhi, conocido como el Mahatma, decidió ponerle fin a esa injusticia, pero no trabajando dentro del sistema, ya que conocía por experiencia propia la futilidad de tal estrategia. No impugnó la ley en los tribunales, ni propuso legislación para derogarla, ni cabildeó a los gobernantes, sino que tomó acción concreta. Fue a una salina, y frente a sus compatriotas y las autoridades inglesas, tomó un puñado de sal y siguió caminando. Gandhi le urgió a toda la ciudadanía a seguir su ejemplo, de modo que el desafío sea tan masivo que el gobierno colonial se vea forzado a renunciar a su monopolio sobre la sal. A eso él le llamó satyagraja, el actuar de acuerdo a la conciencia de uno y tomar acción para detener un abuso o injusticia, aunque sea violando la ley.
En las palabras de la lingüista puertorriqueña Luz Nereida Pérez:
"Mediante la filosofía religiosa de la satyagraja, la persona en protesta rehúsa participar o cooperar con aquello que considera erróneo. Movimiento de singular trascendencia espiritual que encierra dentro de sí la esperanza de que el contrario llegue a identificarse con la causa del satyagraji o persona que protesta. La satyagraja, pues, busca una conquista a través de la conversión de la realidad y es un acto donde no existen la victoria ni la derrota, sino sencillamente el encuentro de un nuevo sentido de armonía."
La traducción literal de satyagraja es “la búsqueda de la verdad”. En la tradición india el activismo en pro de una causa justa y el afán de obtener conocimiento se unen, combinando así la teoría y la práctica. Esto significa que el conocimiento se adquiere no mediante la distancia crítica y la observación desinteresada y neutral, sino mediante el envolvimiento y la participación. Pero esto también significa que el participante debe dejar atrás sus dogmas y prejuicios para así comenzar una sincera búsqueda de la verdad. En la satyagraja no hay cabida para quienes creen tener la verdad agarrada por el rabo. El activismo político, por lo tanto, se convierte en un esfuerzo colectivo de aprendizaje, en el que la visión del mundo que queremos crear toma forma en el transcurso de la lucha. No surge de un programa rígido doctrinario redactado de antemano.
La nueva satyagraja comenzó oficialmente el dos de octubre de 1991, fecha del natalicio de Gandhi. Ese día, medio millón de ciudadanos se congregaron en la ciudad de Bangalore para protestar contra los derechos de propiedad intelectual que abarcan la patentación de semillas, y contra la Ronda de Uruguay. A este extraordinario evento, que fue organizado por la Asociación de Agricultores del estado de Karnataka (KRRS) y su dirigente, el incansable profesor M.D. Nanjundaswamy, asistieron representantes de organizaciones de sociedad civil de Etiopía, Filipinas, Sri Lanka, Malasia, Tailandia, Nicaragua, Brasil, Indonesia, Corea y Zimbabwe. Los participantes le exhortaron al gobierno de la India a no dejarse torcer el brazo por Estados Unidos y las transnacionales, y a rechazar la Ronda de Uruguay.
En el siguiente natalicio de Gandhi se realizó una protesta en Karnataka a la que asistieron aproximadamente el mismo número de personas, a presentar los mismos reclamos. Pero el gobierno continuó desoyendo al pueblo. La frustración popular creció hasta que estalló varios meses más tarde. En las horas de la madrugada del 12 de julio de 1993, unos doscientos miembros de la KRRS destruyeron una instalación de la transnacional agrícola Cargill en Karnataka. El 5 de marzo de 1998, en el aniversario del comienzo de la satyagraja de la sal de Gandhi, una coalición de sobre dos mil grupos comenzó la bija satyagraja, movimiento de no-cooperación contra las patentes sobre semillas y los derechos de propiedad intelectual impuestos por el acuerdo TRIPs.
En noviembre de 1998 se filtró a la prensa india información de que experimentos con cultivos transgénicos tomaban lugar en 40 localidades en nueve estados del país. Tales pruebas debían ser aprobadas por las autoridades estatales, las cuales no habían sido notificadas. Los ministros de agricultura estatales averiguaron las localizaciones de las talas experimentales e hicieron pública la información. De inmediato, agricultores en los estados de Karnataka y Andhra Pradesh “desyerbaron” y quemaron los cultivos.
En el siguiente capítulo veremos que todo este movimiento contra los transgénicos es parte de un movimiento más amplio a nivel mundial que busca no sólo cambiar la manera en que producimos y consumimos alimentos, sino también transformar las relaciones políticas y comerciales entre los pueblos y naciones del mundo, dar al traste con la globalización de la OMC y las empresas transnacionales para darle paso a la globalización de la justicia y la solidaridad.
FUENTES
Genetix Snowball. Handbook for Action: A Guide to Safely Removing Genetically Modified Plants From Release Sites in Britain, aquí
Martin Khor. “500,000 Indian farmers rally against GATT and patenting of seeds”. Third World Resurgence.
Martin Khor. “A worldwide fight against biopiracy and patents on life”. Third World Resurgence #63, aquí
Julie Light. “Seeds of resistance: Grassroots activism vs. biotech agriculture”. Corporate Watch, 25 de mayo del 2000, aquí
Luz Nereida Pérez. “Desobediencia civil”. Claridad, 15 de junio 2001.
Philip J. Regal. A Brief History of Biotechnology Risk Debates and Policies in the United States. Edmonds Institute, 1998, aquí
Thomas G. Schweiger. “Europe: Hostile lands for GMOs”. Tomado de Redesigning Life? The Worldwide Challenge to Genetic Engineering. Brian Tokar, editor. Zed Books, 2001.
Lucy Sharratt. “No to bovine growth hormone: Ten years of resistance in Canada”. Tomado de Redesigning Life? Brian Tokar, editor. Zed Books, 2001.
Vandana Shiva. “’Quit India!’ Indian farmers burn Cargill plant and send message to multinationals”. Third World Resurgence #36.
Vandana Shiva. Stolen Harvest: The Hijacking of the Global Food Supply. South End Press, 2000.
Vandana Shiva. “Seed satyagraha”. Tomado de Redesigning Life? Brian Tokar, editor. Zed Books, 2001.
Jim Thomas. “Princes, aliens, superheroes and snowballs: The playful world of the UK genetic resistance”. Tomado de Redesigning Life? Brian Tokar, editor. Zed Books, 2001.
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Vermont Biotechnology Working Group. Biotechnology: An Activist’s Handbook. 1991.
América Latina contra los transgénicos
Las compañías de biotecnología alegan que América Latina está acogiendo con entusiasmo los cultivos genéticamente alterados, o transgénicos. Pero como veremos a continuación, en América Latina amplios sectores de sociedad civil, movimientos populares, grupos ecologistas, pueblos indígenas y hasta gremios empresariales están rechazando estos cultivos.
México
En noviembre de 2003 pueblos indígenas y grupos de sociedad civil enviaron una carta abierta al gobierno de México sobre este asunto. Desde entonces han endosado la carta sobre 200 organizaciones de numerosos países, incluyendo Tanzania, Estados Unidos, Bélgica, Grecia, Ecuador, Australia, Zimbabwe, Hungría, Bangladesh y Ucrania.
Dice la carta abierta: “‘Incertidumbre’ es la palabra que mejor describe la tecnología de transgénicos hoy en día. No se conocen los impactos a largo plazo de la contaminación transgénica sobre la diversidad genética de los cultivos. Sin embargo, hay creciente evidencia que demuestra que los cultivos transgénicos pueden poner en peligro la estabilidad de los genomas de los cultivos y otros impactos negativos sobre la biodiversidad y el medio ambiente. La recombinación de bacterias transgénicas en plantas y animales y el potencial alergénico en quienes consumen cultivos transgénicos son también motivo de preocupación.”
Los firmantes declaran que si el gobierno mexicano continúa de brazos cruzados ante esta situación, quedará “en el trágico papel histórico de haber permitido la destrucción de un recurso crítico para el futuro global de la seguridad alimentaria, y haber puesto en riesgo la herencia más preciosa de los pueblos indígenas y campesinos de México.”
Uruguay
La CERV, una comisión formada por el gobierno urugayo para evaular los posibles riesgos de los transgénicos, aprobó la importación de semillas de maíz Bt a ese país en 2004.
Esta aprobación provocó airadas protestas de numerosas agrupaciones agroempresariales y ecologistas, incluyendo la Asociación de Exportadores de Miel, la Federación Nacional de Productores de Cerdo, el Movimiento Agropecuario de Uruguay, la Asociación de Cultivadores de Arroz, la Asociación Rural de Uruguay, el Instituto Nacional de Carne, el Centro Latinoamericano de Ecología Social y la Asociación de Productores Orgánicos de Uruguay (APODU). Esta última entidad radicó una demanda para impugnar la decisión de la comisión.
Una de las principales objeciones de estas organizaciones es económica. Para promover sus exportaciones agrícolas Uruguay tiene montada una campaña publicitaria vendiéndose como un país “natural”. Esta estrategia de mercadeo incluye, entre otras cosas, el no usar hormonas de crecimiento o antibióticos en el ganado y no sembrar cultivos transgénicos. Este último elemento es de particular importancia, ya que en los mercados internacionales, especialmente Europa, los productos agrícolas libres de transgénicos son altamente cotizados. Por lo tanto la introducción de transgénicos puede perjudicar económicamente el sector agroexportador uruguayo.
APODU denuncia en su demanda que la resolución de la CERV autorizando la entrada de maíz Bt se basó en información que proporcionó la propia empresa que produce el maíz, la corporación estadounidense Monsanto, y no en evaluaciones de riesgo como requiere la ley uruguaya. Las conclusiones de la comisión se basan en suposiciones sin ninguna base científica ni práctica, según los demandantes.
Dice textualmente la demanda: “La implantación de este tipo de semilla implica riesgos para la salud humana y animal que no han sido evaluados en las condiciones específicas de la realidad uruguaya; provoca nuevos costos para los productores, afecta las corrientes comerciales ya establecidas en materia de maíz certificado como no transgénico y genera riesgos evidentes de hibridación.”
“Adicionalmente generará claros impactos negativos sobre los sectores apícola, cárnico y lácteo generando trabas comerciales para productos que hoy no las tienen porque no se emplean transgénicos en la alimentación animal, ni existe posibilidad de que se empleen al no existir, hasta ahora, cultivos de maíz o insumos de alimentación animal de esas características en el Uruguay.”
Según APODU la resolución de la CERV “fue apresurada y poco responsable, cuya consecuencia más clara y dramática será la introducción de una especie de maíz transgénico a ciegas, sin haberse establecido previamente la diversidad de impactos negativos que puede suscitar.”
La demanda fue desestimada pero la parte demandante está apelando, planteando que el juez eludió los puntos sustantivos del caso.
Colombia
En Colombia se radicó una demanda similar contra la introducción de algodón transgénico Bt de Monsanto y el mes pasado la magistrada Beatriz Martínez le dio la razón a la parte demandante. El demandante fue Hernán Arévalo, profesor de la Universidad de Rosario, coadyuvado por varias organizaciones, incluyendo el Grupo Semillas y la Fundación Derechos de Colombia.
La parte demandante señala que el estudio ambiental usado para justificar la importación del algodón Bt fue financiado y realizado por la propia Monsanto, y pone en duda la imparcialidad de los funcionarios de las agencias pertinentes. “En actitud desconcertante algunos funcionarios del gobierno nacional se han convertido en promotores de transgénicos... se han empeñado en autorizar a marchas forzadas y sin los análisis requeridos la importación masiva de semillas transgénicas, las cuales han sido producidas y diseñadas en otras latitudes para resolver limitantes tecnológicos ajenos a nuestros ecosistemas y condiciones socioeconómicas.”
“Este fallo reconoce el derecho de los ciudadanos para intervenir y ser tenidos en cuenta en la toma de decisiones sobre aspectos que puedan afectar el derecho colectivo a un ambiente sano”, dijo Germán Vélez, del Grupo Semillas, comentando sobre la decisión de la magistrada. “Igualmente, es una excelente oportunidad para poner sobre la mesa y a disposición de todos los sectores de la sociedad información sobre este trascendental tema.”
- Publicado en Claridad, 18 de diciembre de 2003.
Chávez dice "no" a los transgénicos
Desinformación, falta de fiscalización y buena propaganda. Estos son los elementos que han favorecido a las transnacionales productoras de semillas transgénicas en Venezuela, según la Agencia Latinoamericana de Información.
En abril de 2004, alertado por un líder brasileño del movimiento Vía Campesina sobre los proyectos de la transnacional Monsanto de cultivar soya transgénica en el país, el presidente de la República, Hugo Chávez prohibió el uso de transgénicos en la producción agrícola. La declaración del presidente fue aplaudida por los movimientos sociales y campesinos de todo el continente que luchan contra la dominación de las transnacionales en la agricultura.
Sin embargo, más allá del discurso del presidente, nada se ha hecho. Ninguna ley ni decreto fue expedido para prohibir o reglamentar el manejo de los transgénicos en el país.
El presidente del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria, Prudencio Chacón, afirma que el 70% de las semillas venezolanas son importadas, y admite que no hay control aduanero para la entrada de semillas. "Es bastante probable que así como hicieron en otros países, las semillas entren de contrabando, pero no tenemos control", afirma.
La falta de equipos capaces de detectar a los transgénicos es uno de los factores que imposibilitan la fiscalización. "No tenemos equipos. Para realizar pruebas tendríamos que contratar a una empresa privada, a altos costos", afirma Jesús Ramos Oropeza, Director general de la oficina Nacional de Diversidad Biológica del Ministerio del Medio Ambiente.
Tomado de las Breves Ambientales de Claridad, 25 de noviembre de 2004.
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