Entrevista a Camila Montecinos: «Controlar el mercado de alimentos es el mejor negocio posible»
Con una conferencia pública, organizaciones campesinas, especialistas y ONG iniciaron en México el evento «Los transgénicos nos roban el futuro»
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«Si tenemos una planta, un grupo de plantas, y la comparamos con otro grupo a las cuales se les ha convertido en plantas transgénicas, las transgénicas van a producir siempre menos», dijo Camila Montecinos, de GRAIN Chile. «Ha sido comprobado a nivel de campo como por algunas investigaciones que dicen que esa disminución (del rendimiento) es de al menos un 10%». Con esta afirmación, la activista reveló una de las verdades «que no puedes dejar de saber» sobre la liberación a escala global de los cultivos transgénicos.
Durante la primera jornada de actividades paralelas a la Conferencia sobre Biotecnologías Agrícolas en los países en Desarrollo (ABCD-10), que comenzó ayer en Guadalajara, se presentaron algunas de las estrategias comerciales que están afectando la producción independiente de alimentos. Hasta el 4 de marzo, la realización en la ciudad mexicana de la conferencia de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) será repudiada por promover la aplicación de soluciones biotecnológicas al hambre global.
La Red en Defensa del Maíz, la Vía Campesina Región América del Norte y la Asamblea Nacional de Afectados Ambientales de México salieron al cruce del encuentro técnico que tiene lugar en el centro de origen del maíz. «Los transgénicos son un vehículo para obligar a utilizar ciertos agroquímicos», señaló Montecinos. «Han sido utilizados para aumentar el uso de ciertos agroquímicos; el glifosato es el caso más expandido», añadió.
En los países donde los organismos modificados genéticamente (OGM) están más presentes, como EE.UU., Argentina y Brasil, el uso de agroquímicos asociados a transgénicos ha aumentado en forma dramática. «Están asociados a patentes y a otras formas de propiedad intelectual que le dan el poder a las empresas ―explicó la activista―; venden las semillas para controlar absolutamente el proceso productivo y, crecientemente, el uso que se le va a dar a esa cosecha».
A pesar de la resistencia a los transgénicos por el temor a la contaminación, éstos se impusieron de hecho amparados por un discurso de las trasnacionales que la militante de GRAIN reprodujo: «Mira, ya contaminamos, ya no hay nada que hacer, la contaminación es irreversible y por lo tanto tienen que resignarse y aceptarla».
Luego de la primera de las estrategias desplegadas «la política que han seguido las empresas es que una vez que una planta ha sido contaminada [...] pasa a ser de su propiedad, porque los genes que contaminaron son de propiedad de ellos». En «términos prácticos» las compañías terminan ordenando la destrucción de esos cultivos. La lógica, dijo Montecinos, es que el que contamine sea el culpable. Y agregó: «Lo que se ha visto en México son situaciones de deformaciones de los cultivos que convierten a esas plantas en absolutamente improductivas».
Activistas, campesinos y especialistas responsabilizan a los gigantes de la biotecnología de impedir mayores investigaciones sobre los organismos modificados, pero incluso, con lo poco que se sabe, denuncian que las consecuencias ya son terribles: el metabolismo de las personas y seres vivos que consuman estos alimentos modificados resulta alterado. «Los estudios que han sido fuertemente reprimidos [...] muestran alteraciones en lo procesos de crecimiento de quienes consumen los transgénicos», precisó Montecinos, quien también es miembro del grupo editor de la revista Biodiversidad, sustento y culturas.
Asimismo, «se está promoviendo la plantación de farmocultivos que no van a ser alimenticios, sino que van a producir un conjunto de sustancias tóxicas para el consumo y el medioambiente», alertó. Toxinas, drogas y plásticos prometen, «desde el punto de vista de las empresas», tener un valor muy alto. «La FAO los está promoviendo como la gran oportunidad», acusó la activista. «El único escenario que uno se puede imaginar es que van a intentar designar áreas exclusivas para ese tipo de cultivos, expulsando los cultivos alimenticios».
Como la gente todavía tiene que seguir alimentándose, crece el temor a los llamados cultivos clandestinos, «lo cual es un absurdo», dijo Montecinos. «El servicio nacional de semillas de México pone como meta para el año 2015 que no solamente todas las semillas que se siembren sean certificadas, sino que estén bajo algún sistema de propiedad intelectual; eso significa prohibir las semillas campesinas».
México es otro laboratorio de la región donde las leyes de sanidad «imponen un conjunto de exigencias que no tienen ningún valor en seguridad de alimentos». Detrás se busca dejar a los procesos de producción y comercialización más pequeños y no industriales. Por ejemplo, refirió la activista, está la prohibición de vender leche cruda. «Los únicos que pueden vender leche no cruda son las grandes empresas; haces que los chicos dependan de los grandes o sencillamente que no puedan vender».
Mientras tanto, Montecinos concluyó que lo importante es conservar las semillas propias: «Este tipo de resistencias no es de una familia aquí y otra allá, sino que tienen que ser resistencias organizadas a nivel de comunidad y a nivel de organizaciones sociales».