Crisis climática, un desafío para la condición humana y para una ética de la naturaleza
El Cambio Climático que vivimos no es cualquier crisis más, es una alerta global sobre la ruta de autodestrucción que eligieron los poderosos, de las inequitativas posibilidades que quedan en el mundo para sobrevivir –los pueblos indígenas, los grupos sociales más pobres, las mujeres, los viejos y los niños son los más afectados en el mundo de hoy -.
La Paz es una hermosa ciudad andina rodeada de glaciares de la Cordillera Oriental de los Andes, entre los que se destaca el hermoso e imponente Illimani, Apu [1] guardián de sus habitantes y de los cerros menores que la rodean. Más de dos millones de habitantes se cobijan en este paisaje de valles urbanos y altiplano: La Paz y El Alto, dos ciudades de historias intensas, de larga trayectoria en la construcción de una sociedad donde la justicia y la diversidad cultural buscan convivir en armonía.
El escudo departamental de La Paz tiene en su centro la imagen imponente de este hermoso nevado, es decir que este glaciar es parte de la historia y la identidad de nuestro departamento. El Illimani, como la mayoría de los glaciares en el mundo, es fuente de una valiosísima información sobre la historia del planeta; al igual que los árboles, sus diferentes capas proporcionan datos sobre el clima en la tierra durante siglos. Mientras más antiguo sea el glaciar y más nieve y hielo concentre en su estructura, más aportará en la información sobre los diferentes períodos en el mundo sobre el clima y hasta la habitabilidad del planeta. Los glaciólogos suelen brindar informes sobre nuestra historia larga a partir de estudiar las diferentes capas de hielo formadas en el tiempo. La ciencia confirma lo que las ancestrales culturas andinas nos dicen: los nevados son nuestra memoria y por tanto nuestra protección.
Más aún, el Illimani de manto blanco en la ciudad de La Paz es fuente de inspiración para poetas, artistas y pintores que encuentran en su impresionante belleza una fuente de identidad y de sentido en sus vidas. Hay tangos, huayños, boleros y canciones que invocan el Illimani como símbolo de ensoñación. Cientos de grupos culturales de bailarines, musicales e intelectuales toman su nombre para identificarse. Walter Solón pintó un Illimani cuando las ventanas de su taller, ubicado en el barrio de Sopocachi, fueron cubiertas por un moderno edificio de los muchos que hace años van cerrando ventanas y levantando sombras en el barrio. Inconforme con no contemplar el hermoso nevado, su Illimani pintado en un papel sobre la ventana tapada, lo acompañó durante algunos años en su taller ubicado en el tercer piso de la Fundación Solón. Este glaciar es, sin duda, fuente de identidad y de inspiración.
Según la UNESCO [2] la identidad cultural es un derecho inalienable de los pueblos. Sin embargo, el Illimani, el Mururata, el Huayna Potosí, el Tuni-Condoriri y todos nuestros glaciares tropicales andinos, como decenas de otros glaciares en el mundo, símbolos de identidad y de memoria, se derriten ante nuestros ojos como una metáfora del poco tiempo que nos queda para reaccionar y cambiar el curso de los acontecimientos signados por la civilización occidental capitalista basada en la codicia y la acumulación irracional e irresponsable.
No es el único glaciar que perdemos por el calentamiento global. En Bolivia ya ha desaparecido un glaciar más pequeño y más frágil: el famoso Chacaltaya, que era la base del Club Andino Boliviano y tenía el único “lift” para sky en todo el país. Un glaciar donde los turistas y miles de jóvenes iniciaron sus aventuras en “sky” andino y podían disfrutar de patinar en el glaciar más alto del mundo a más de 4.000 metros de altura sobre el nivel del mar.
De ese glaciar hoy sólo queda el recuerdo y la sensación de impotencia ante un fenómeno que no hemos provocado -Bolivia es responsable de poco más del 0,10% de las emisiones globales-, pero del que sufrimos las peores consecuencias y en condiciones de gran vulnerabilidad. Los glaciares andinos son la base de la provisión de agua y de energía para las ciudades y poblaciones que los rodean, varios ecosistemas dependen de ellos para su equilibrio. En el caso de La Paz y El Alto dependemos en más de un 40% de esta fuente de agua y energía. Estudios científicos del Programa Hidrológico Internacional de la UNESCO, ya alertan sobre la progresiva e inminente desaparición de los glaciares tropicales de los Andes y de la emergencia humanitaria que se vivirá por la falta de agua. En la actualidad más de 1 millón de personas de la ciudad de El Alto están ya recibiendo un servicio racionado de agua por la agravada escasez de este elemento en los servicios públicos, mientras que los animales de pastoreo de las comunidades rurales de las regiones del Altiplano y del Chaco mueren por la falta de agua, los cultivos se ven afectados y muchas comunidades de las regiones rurales del país incluidas las de los Yungas, sufren por la elevación de la temperatura, la falta de agua y la afectación a sus más elementales medios de vida.
Estudios científicos preveen que esta situación afectará a más de 70 millones de personas en América del Sur en un futuro próximo. La pérdida de glaciares en el mundo amenaza el derecho a la vida a millones de personas, en el caso de los Glaciares del Himalaya estos están retrocediendo más rápidamente a una media de 10-15 metros por año, su pérdida afectará la vida de al menos 1.500 millones de personas de China, India y Nepal.
Esto no sucede porque tengamos mala suerte, ni por ningún castigo divino, sino por una enorme deuda histórica que generaron los países desarrollados al haber aprovechado del espacio atmosférico, de nuestros territorios, de nuestra gente y nuestras riquezas. Y estamos hablando no sólo de Bolivia, sino del Sur Global. Así, colonialismo y capitalismo nos dejan una deuda de siglos de explotación, vulnerabilidad y marginalidad.
Quién nos devolverá nuestros nevados, fuentes de agua, energía, identidad y vida, ahora que el calentamiento global los derrite inevitablemente? Como enfrentaremos la aguda escasez de agua que hay en nuestras regiones? Quién responderá por las innumerables catástrofes e inundaciones en el mundo, ahora exacerbadas por los enormes cambios en el clima? En fin, quiénes devolverán al planeta la armonía que necesita para seguir cobijándonos?
El cambio climático es un espejo del sistema
La Conferencia de las NNUU sobre Cambio Climático ha delatado un sistema de vida profundamente insostenible en el mundo, mostrando que los impactos de la excesiva producción de gases de efecto invernadero son ya extremos y por mucho tiempo irreversibles. Aunque las emisiones bajaran a 0 ya nada nos devolverá nuestros nevados perdidos, ni nada evitará la pérdida de territorios en los países insulares, ni la agravada escasez de agua en el mundo, ni nada podrá controlar la enorme frecuencia de desastres ambientales provocados por este fenómeno en todo el mundo. Reportes científicos sobre la huella ecológica que deja actualmente la humanidad afirman que el planeta gasta 30% más de lo que la tierra puede regenerar en un año, arrastrando un déficit suicida [3].
El equilibrio se ha roto. Nunca antes hemos enfrentado un problema de tal magnitud que evidencie tan claramente los más profundos problemas y contradicciones de nuestra civilización. Detrás del calentamiento global se esconde impune un sistema de acumulación irracional movido por el afán de lucro de empresas y transnacionales, y de visiones que aplicaron a ultranza una concepción de desarrollo y bienestar devastadora para el planeta, socavando las bases mismas de la vida y del futuro. (sobreexplotación, extractivismo, comodidad y despilfarro)
Es cierto que todos los países del mundo contribuyen a la emisión de Gases de Efecto Invernadero (GEI), pero los grados de responsabilidad son diferenciados; no todos los generan en la misma proporción y está claro que son los países desarrollados e industrializados son los principales responsables del calentamiento global. Estamos hablando de las acumulaciones históricas de GEI que se han producido desde principios de la era industrial y que en las últimas 4 décadas, coincidiendo con la vigencia globalizada del Consenso de Washington se han incrementado exponencialmente. En la actualidad el 80% de las emisiones globales son producidas por las industrias, la energía y el consumo desmedido de los países más ricos y más desarrollados que reúnen el 20% de la población mundial. América Latina es responsable apenas del 10.3% de las emisiones globales. Esta diferencia en las emisiones entre países desarrollados y países en desarrollo no han sido controladas ni antes ni ahora, a pesar de haberse alertado sobre este peligro hace más de 15 años y de haberse firmado el Protocolo de Kyoto destinado a este fin. De los 191 países que han firmado este Protocolo, uno de los más poderosos y contaminadores (20.2%)se ha negado sistemáticamente a ratificarlo como es el caso de Estados Unidos [4], mientras que en las negociaciones de la COP 15 los países desarrollados no realizan compromisos verdaderos para reducir sus emisiones e incluso pretenden escapar del cumplimiento que les exige el Protocolo de Kyoto archivándolo y buscando un acuerdo frágil y poco significativo.
El Cambio Climático que vivimos no es cualquier crisis más, es una alerta global sobre la ruta de autodestrucción que eligieron los poderosos, de las inequitativas posibilidades que quedan en el mundo para sobrevivir –los pueblos indígenas, los grupos sociales más pobres, las mujeres, los viejos y los niños son los más afectados en el mundo de hoy -.
Pero también es un desafío para, en medio del shock y las voces apocalípticas que pretenden salidas de urgencia antes que soluciones verdaderas, se busquen caminos de solidaridad, honor, justicia y equidad.
Por eso, la crisis climática al mismo tiempo es una crisis que pone en primer plano la necesidad de crear nuevos paradigmas recuperando y construyendo una ética de relación con la naturaleza y el gran amor a la vida que tienen los pueblos y las comunidades locales en todo el mundo, los pueblos indígenas, las mujeres, las sociedades agrícolas; de su capacidad de adaptarse y sobrevivir, de desarrollar los principios de la solidaridad en la vida cotidiana, de enfrentar la adversidad apelando a su voluntad, a sus conocimientos tradicionales, a los saberes locales y a los que proporciona la vida cotidiana. También es una oportunidad para dar una mirada a todas las visiones y concepciones desarrolladas por diversas culturas en el mundo sobre la necesidad de una armonía con la naturaleza y sobre el cuidado que debemos al planeta.
Hay millones de personas en el mundo, cientos de sociedades y culturas que gracias a sus conocimientos acumulados enfrentan los cambios globales, logran encontrar soluciones parciales y desarrollan propuestas dignas de ser tomadas en cuenta, pues nos enseñan que debemos enfrentar el problema desde sus orígenes y con la creatividad y la voluntad necesaria para revisar y cambiar los paradigmas de vida dominantes que nos dicen que el desarrollo es infinito: desarrollo=destrucción y extracción, bienestar=comodidad a costa del otro, éxito=poder y discriminación, poder = menosprecio y humillación.
Albert Einstein decía: “No podemos resolver problemas pensando de la misma manera que cuando los creamos”. Los principios que hasta ahora han regido para el desarrollo y la sobrevivencia han resultado ser calamitosos, pues no solamente están concentrados en un beneficio unilateral sino que generan destrucción en el medio ambiente y vulneran derechos humanos. Sólo benefician a los más poderosos en el mundo, siendo el origen de las mas profundas inequidades e injusticias.
La necesidad de cambiar los paradigmas que sostienen nuestra civilización es apremiante, y ello implica voluntad política pero sobre todo valor para deconstruir y recuperar lo que es capaz de cuidar la humanidad y la naturaleza de una manera no solamente sostenible sino fundamentalmente equilibrada y justa.
- Elizabeth Peredo nació en La Paz, es psicóloga social y forma parte de la Fundación Solón en Bolivia.
* Versión ampliada de este texto en http://alainet.org/active/34405
Notas:
[1] APU en la cultura andina y en el idioma quechua significa “señor, espíritu tutelar de la montaña y espíritu protector de una región, habitada por seres humanos o no”; se dice que los espíritus protectores moran en las cúspides con los ancestros, por eso muchas veces un cerro es una divinidad, un dios sagrado que habita la montaña como por ejemplo el TUNUPA. En el glosario andino AYLLU APU es “el espíritu tutelar de una montaña que protege una pequeña aldea o comunidad”. Se dice que “Los cerros respiran el agua del cielo y la exhalan a la tierra”, resaltando su vinculación con el ciclo del agua.
[2] En la Declaración Universal sobre la Diversidad Cultural adoptada por la UNESCO el 2 de Noviembre de 2001 se afirma que la cultura es “un conjunto de rasgos distintivos espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizana una sociedad o a un grupo social y que abarca, además de las atres y la letras, los modos de vida, las maneras de vivir juntos, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias”.
[3] Los informes del WWF, reportan que la huella ecológica que deja a su paso la humanidad ha sobrepasado la capacidad de la biosfera para reponerse en un 30% anual. Este informe reporta que la primera vez que la huella de la humanidad excedió la biocapacidad del planeta fue en1980.Su informe contiene datos detallados por países y por regiones en los que se aprecia la diferencia entre los países desarrollados y los países en desarrollo.
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Fuente: Rebelión