EE UU regula por primera vez el consumo de animales transgénicos
En Estados Unidos, donde los cultivos modificados genéticamente son mayoría en muchas de las plantas más consumidas (maíz, soja) y hay un menor rechazo popular ante estas técnicas. En previsión a las futuras solicitudes, la Agencia del Medicamento y la Alimentación estadounidense (FDA, por sus siglas en inglés) ha elaborado ya un borrador de los requisitos que va a exigir a las empresas que quieran poner en el mercado animales con genes que no les son propios
Los ejemplares deberán ser identificados, y la carne y derivados, etiquetados
Salmones gigantes, vacas-laboratorio con antibióticos en la carne o vacunas en la leche, cabras-textiles que produzcan fibras como la tela de araña o cerdos que necesiten comer menos para engordar más. La llegada de carne, leche o medicinas obtenidas de animales transgénicos está a la vuelta de la esquina. Al menos en Estados Unidos, donde los cultivos modificados genéticamente son mayoría en muchas de las plantas más consumidas (maíz, soja) y hay un menor rechazo popular ante estas técnicas. En previsión a las futuras solicitudes, la Agencia del Medicamento y la Alimentación estadounidense (FDA, por sus siglas en inglés) ha elaborado ya un borrador de los requisitos que va a exigir a las empresas que quieran poner en el mercado animales con genes que no les son propios.
Salmones gigantes o 'vacas-medicamento' quedan más cerca de la mesa
La FDA ya ha advertido que los controles serán mucho más duros que en el caso de las plantas. La base del documento está en el seguimiento: las empresas deberán informar no sólo de que van a comercializar un animal genéticamente modificado; tendrán que indicar exactamente la secuencia del gen que van a introducir, el método empleado, dónde se va a colocar, y hacer un férreo seguimiento de los ejemplares desde el criadero hasta el plato del consumidor. Esta supervisión incluye analizar si el animal transgénico no se comporta como los demás.
Además, para evitar críticas de los ecologistas y amenazas al medio ambiente, los animales y sus productos deberán estar siempre aislados e identificados (se baraja una etiqueta EG, siglas en inglés de modificado genéticamente). De esta manera se impedirán que los cambios pasen a especies salvajes afines y los consumidores sabrán siempre el origen de lo que están tomando, desde un filete hasta un antibiótico.
Estos controles no han satisfecho a las organizaciones ecologistas estadounidenses, que temen que haya animales que se escapen (y contaminen a las especies salvajes o domésticas no transgénicas) o que aparezcan riesgos para la salud de los animales o de las personas a medio plazo, lo que no se podría comprobar con los ensayos que se realizan habitualmente.
Los candidatos a llegar antes al mercado son varios: desde salmones gigantes, que pesan seis veces lo que un ejemplar salvaje a carne de vacas o cerdos protegidos mediante genes extraños (introducidos usando un virus como vector) para protegerlos de enfermedades o para proporcionar más vitaminas u hormonas en su carne. También está en estudio conseguir leche rica en ciertas sustancias, o incluso la modificación de cabras para que den una fibra parecida al hilo de las telarañas. A más largo plazo, se podrían conseguir reses inmunes al mal de las vacas locas, por ejemplo.
La regulación no va a ser, sobre el papel, obligatoria, pero sí lo será de hecho. Ante el recelo que generan estas técnicas en muchos ciudadanos, el sello de la FDA hará de garantía.
En España y el resto de la UE la llegada de animales transgénicos se ve más complicada, según ha confirmado un portavoz de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición. Se regirían, en teoría, por la misma regulación que la de las plantas. El recelo no se deberá tanto a su seguridad -se supone que habrá que comprobar exhaustivamente caso a caso antes de ponerlo en el mercado-, sino por la actitud de los ciudadanos.
Es lo que ha pasado con las plantas transgénicas -que sufren una moratoria de facto- o, más recientemente, en los animales clonados. Aunque la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) dictaminó en enero que la carne u otros derivados de animales así conseguidos no suponía un riesgo para la salud, el Parlamento Europeo, más sensible a los movimientos ciudadanos, votó el pasado 3 de septiembre su prohibición.
20 años de espera
La posibilidad de que los animales transgénicos, o sus derivados, lleguen al mercado lleva rondando las pesadillas de los ecologistas desde hace más de 15 años. En 1989 se presentó ante la sociedad a Tracy, una oveja modificada para que su leche diera alfa-antitripsina, un fármaco contra el edema pulmonar.
Claro que entonces lo que se hacía era separar el medicamento de la leche, y no comerse la carne del animal. Sus creadores estaban en el Instituto Roslin de Edimburgo, el mismo centro que clonó, en 1997, a Dolly. Tracy acabó en manos de una empresa farmacéutica.
Desde entonces, numerosas especies y aplicaciones han entrado en la lista de posibles alimentos o derivados. Pero hasta ahora nadie se ha atrevido a dar el paso de vender, directamente, carne de vaca transgénica, por ejemplo. Si el ejemplo de las plantas valiera, no han enfermado personas por consumirlas. Pero eso no basta para tranquilizar a la población.