México: el ancestral tianguis de trueque en Cholula, una tradición muy lejos de perderse
La lluvia no fue un impedimento para que miles de comerciantes provenientes de diversos puntos de la región abarrotaran la plaza de La Concordia de San Pedro Cholula para formar parte del tradicional tianguis de trueque, que tiene su origen en la época prehispánica y en el que se prescinde de la utilización de moneda corriente para la compra de productos de temporada
Como desde hace 30 años, doña Francisca Pérez y Sandra Ramírez acuden, desde un pueblo de Izúcar de Matamoros, para intercambiar palma, servilletas y canastos por frutas de Calpan y San Nicolás de los Ranchos. “Por una servilleta bordada me dan una vasija de pera de leche”, explica Francisca; mientras que Sandra cambia una pequeña cesta por unas vainas de haba.
Así como ellas, unas mil personas, procedentes de Morelos, Guerrero, Tlaxcala y Veracruz, y de las comunidades que circundan a Cholula, acuden todos los 8 de septiembre para intercambiar peras, manzanas, duraznos, petates, chiquihuites, huajes, cuitocomate, cemitas, chiles, queso, incienso, canastas, hierbas de olor, tamales de charales, chapulín, maíz y otros semillas por productos que no se cosechan en sus lugares de origen.
El trueque de Cholula es único en su especie en México y forma parte de la veneración a Quetzalcóatl, los comerciantes y la fertilidad, que sigue reuniendo a campesinos y gente humilde que, como veneradores del dios de los comerciantes, traen consigo lo que elaboraban en su comunidad y lo intercambiaban con otros pueblos.
Después de la Conquista, los visitantes de la señora de los Remedios bajaban del cerro y aprovechaban para vender sus artesanías; no obstante, en la actualidad hay muchos productos de China, como algunos canastos, utensilios de cocina y sombreros de palma, que se confunden con la artesanía de Palmar de Bravo e Izúcar.
Por otro lado, Luis Lucas de Tlamacazapan, “por Taxco, Guerrero”, promueve una hermosa canasta de varios colores a cambio de cecina de Atlixco, queso de Chautla, y una jícara de pulque de Nanacamilpa, Tlaxcala. Pero le cuesta conseguirlo: “Quieren menos, y a mí tanto que me costó tejerla”, comenta.
En otro punto, doña Eulogia y su niña Paquita piden un ramo de cilantro por diez cemitas; y la misma cantidad de pan por un bulto de seis jícamas medianas.
Cuando algunos de los comerciantes llega con el médico tradicional, la cosa no es tan fácil. Él intercambia tres kilos de maíz y un bolsa de medio kilo de pinole por una medida (unos 300 gramos) de té de boldo; o bien un queso mediano por copal negro y flores de tila.
Las famosas cueclas (gusanos comestibles) son uno de los productos más caros. Tres cubetitas de manzana por una medida, considera doña Margarita, “es muy poco”; pero no le importa: “es que saben bien ricas con tortilla caliente y café”.
Así, mientras unos intercambian lo que han de comer en la semana; a unos pasos de la plaza el eclecticismo se apodera del lugar. “Pase a ver a la mujer lagarto, que en esta temporada de lluvia no se ahoga”, pregona en un altavoz el usurero del morbo de los niños. “Todo por cinco pesos, todo por cinco pesos… Hoy último día: animales fenómenos, anacondas y la mujer lagarto, en un solo lugar”.
Martín, de 10 años de edad, originario de San Juan Calmecac, lleva en mano una medida de ciruelas y le pregunta al encargado si lo deja entrar a cambio de la fruta, pero no lo convence. Furioso, el niño reclama: “pero si ya no es temporada y están bien caras”.