Venezuela: “... y todo lo demás es monte y culebra”
La frase que circula en el lenguaje popular de Venezuela resume el modelo urbano y de consumo impuesto a partir del auge del petróleo. Importaba estar en la ciudad, todo lo demás -el campo- era monte y culebra. Un grupo documentalista retoma la expresión para narrar las incipientes experiencias de agroecología y la revalorización del trabajo campesino cooperativo que se desarrolla actualmente en las tierras bolivarianas.
“Monte Culebra” es un documental realizado por Malojillo, un pequeño y reciente grupo de comunicadores que viven en Buenos Aires. Filmado de modo autogestivo durante 2007 en varios estados de Venezuela, se estrenó en mayo de este año en el Centro Cultural de la Cooperación en el marco del Festival de Derechos Humanos. A partir de allí los documentalistas emprendieron la difusión y el debate sobre la agroecología en diversos centros culturales y encuentros, en Buenos Aires y alrededores, en una gira que sigue activa. [1]
Se suele leer o escuchar que el proceso venezolano tiene contradicciones, o que es “un proceso abierto”. Al analizar políticas puntuales se pueden encontrar elementos tanto de lo nuevo como de lo viejo. Y el caso de las políticas agropecuarias no es la excepción. “Monte Culebra” da cuenta de un modo certero de esa complejidad y eso lo convierte no sólo en un buen aporte sobre el tema agroecología, sino también en testimonio sobre cómo ser críticos en el marco de procesos de cambio sin caer en el sectarismo.
La situación política actual de Venezuela abre un escenario en el que las familias pueden migrar hacia tierras productivas y ponerse a trabajar. Cecilia, integrante del Colectivo Malojillo, explica que “hay gente que se empezó a organizar a partir de la posibilidad de ocupar tierras, que no tenían una cultura de la organización y que se empieza a desarrollar a partir de las posibilidades que abre el actual gobierno. La ley de tierras dispone entregar los latifundios que no se ponen a trabajar, ya que uno de los objetivos es lograr una soberanía alimentaria. Esto implica recuperar tierras para producir. Pero el gobierno impulsa la recuperación no de manera individual o familiar, sino mediante la conformación de cooperativas, como una manera de incorporar el modo de organización anterior de los campesinos. A esto se agregan, como otro factor, los movimientos campesinos. No todas las cooperativas se incorporan a un movimiento campesino. Algunos eligen ser una cooperativa y nada más. En cambio otros sí lo hacen porque ven lo que implica pertenecer a una identidad mayor. Y hay varios movimientos, no está sólo el Ezequiel Zamora, pero todos son de una reciente conformación. En Venezuela, a diferencia de otros países de América Latina, no había una fuerte organización campesina debido a la represión y desarticulación de las redes campesinas desatada desde los años sesenta”.
Claro que los latifundistas no ceden sus privilegios con facilidad, como enseña la historia de las luchas populares, y desde que comenzó el proceso de recuperación de tierras se han cobrado la vida de 187 dirigentes campesinos. Y ese incremento de las represalias tiene que ver con el incremento de la disputa por la tierra. Por lo tanto, una de las puntas del ovillo son las políticas del gobierno venezolano: el plan “Vuelta al campo” apoyado en la ley de tierras del año 2002. Las tierras declaradas improductivas son entregadas a familias conformadas en cooperativas que implican “una apuesta por lo colectivo y el abandono de lo individual”, como afirma un testimonio en el film.
“Fundo Zamorano” es el nombre de esta estrategia del gobierno para asignar tierras ociosas a cooperativas a través del Instituto Nacional de Tierras (INTI). Uno de los grandes objetivos perseguidos es velar por la seguridad agroalimentaria del país. Un fundo puede alcanzar las 500 Has y estar destinado a decenas de familias.
Y aquí es donde aparecen algunas de las contradicciones. Si lo que se persigue es el autoabastecimiento de la nación a secas, se puede caer en el productivismo, un componente principalísimo del ideario capitalista. Y una muestra de esa desviación es la promoción por parte del Estado venezolano de los ya harto difundidos “paquetes tecnológicos”, de semillas y herbicidas transnacionales, que se venden a las cooperativas mediante créditos flexibles.
Este nudo problemático abrió arduas discusiones luego de una proyección de “Monte Culebra”. Por ejemplo Álvaro, militante peruano que estuvo colaborando un año y dos meses con el Frente Campesino Ezequiel Zamora, argumentó que “el INTI sin duda tiene en su interior personajes que defienden los intereses de los latifundistas y son los que difunden los paquetes tecnológicos. Pero hay una pugna y también hay sectores comprometidos con la agroecología, expresada por ejemplo en una alianza de los diferentes sectores campesinos con el MST de Brasil. El avance que está teniendo actualmente la agroecología no sería posible sin la voluntad política de sectores del gobierno, sin duda, como también por el empuje del propio movimiento campesino que se ha desatado gracias al proceso revolucionario”. Y a continuación un miembro del área de comunicación del estado venezolano, Ernesto Navarro (integrante de CANTV), que estaba presente en la proyección, pidió que se comprendiera que “en Venezuela se aprende en el andar, sin recetas previas y con la gente que está ahí, dispuesta a aprender”. Claro que las voces de condena hacia estas políticas de difusión de uso de agrotóxicos y semillas transgénicas no pasaron como un dato más y pueden generar una divisoria de aguas insalvable para muchos activistas que así lo manifestaron.
Agroecología y el camino de la tierra
Según narran los campesinos en el documental, a las cooperativas se le presentan dos trabajos de importancia. El primero es tomar la tierra y lograr mantenerse allí dando la lucha legal y el enfrentamiento directo con los latifundistas. Pero en segundo lugar se les presenta la pregunta de qué hacer con la tierra. Y esto abre todo un territorio de lucha ideológica que tienen que dar los sectores avanzados para poder implementar un modelo orgánico y contrarrestar el modelo que facilita el Estado (el de los paquetes de las transnacionales químicas y semilleras).
Fue a partir de una tragedia, la muerte de un campesino llamado Manuel Heredia por intoxicación con herbicidas, que una de las cooperativas empieza a buscar alternativas a un modelo que se les aparecía con el rostro de la muerte.
Así la “Cooperativa La Alianza”, ubicada en el estado Lara, crea un laboratorio en el que comienza a desarrollar investigaciones para el cultivo orgánico. Y resulta verdaderamente subversivo ese laboratorio que se atreve a desarrollar sus propias herramientas combinando lo más avanzado de las tradiciones campesinas con el aporte de los métodos científicos. El más claro ejemplo de ello es el impulso del “control biológico de plagas”, esto es, cómo impedir que una plaga destruya la cosecha pero sin acudir al veneno. Es dentro del laboratorio “Manuel Heredia” que se afianza un concepto de “agroecología” que contrapone la visión campesino-orgánica a la industrial-dependiente.
Los agrotóxicos son sólo una parte del “paquete tecnológico” industrial que se impone en el mundo. La otra batalla se da en el terreno de las semillas. Por eso “La Alianza” manifiesta toda una tarea por la recuperación de las semillas tradicionales, por el acopio y la reutilización de semillas que son valoradas incluso como un acervo cultural debido a la relación histórica a la que remiten, y que también implican un quiebre en la dependencia económica con las transnacionales de la manipulación genética.
Y como las luchas ideológicas no van demasiado lejos desde la mera suma de esfuerzos individuales, la cooperativa “La Alianza” refuerza la importancia del cooperativismo. El conocimiento desarrollado en este terreno es socializado mediante cursos que brindan a otros fundos y cooperativas interesados tanto en agroecología como en el cooperativismo en sí, como modo de organización y gestión. Incluso destacan el reciente acercamiento de los funcionarios del Estado que quieren conocer la experiencia y aprender de su propuesta.
Estas cooperativas recuperan de modo creativo y superador tanto las tradiciones campesinas de producción aplastadas por el urbanismo y sus modernas técnicas productivistas, como así también el “carácter colectivo y de democracia interna de las cooperativas” (unos rasgos que el capital se encargó velozmente de combatir en la historia por ser contrarios a su lógica de concentración y depredación).
La propuesta cierra su ciclo de innovación mediante la “feria de consumo familiar”, un espacio que se abre viernes, sábado y domingo, y donde confluyen productores y consumidores de los poblados cercanos. Ya en la feria, el consumidor compra directamente al productor, lo que implica no sólo cambios en el modelo productivo sino también en la comercialización y el consumo.
La megaurbe propone una góndola proveniente de manos anónimas, con productos procesados y envasados con el fin principal de estimular el deseo de un consumidor. La feria de consumo familiar reemplaza este modelo por otro en el cual prima el contacto humano, el diálogo y la satisfacción de las necesidades, donde se evita tanto el derroche como las estimulaciones ficticias.
Al menos éstos comienzan a ser los desafíos de cooperativas como “La Alianza”, bien retratadas por los documentalistas del grupo Malojillo y que enriquecen el ideario del cambio social en estos tiempos.
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Nota:
[1] Se pueden consultar las proyecciones por venir en http://www.malojillo.com.ar o consultar con los documentalistas ra.moc.ollijolam@ofni.
Por ra.moc.oohay@70oiggamrm
Para moc.liamg@aldoibaicnega