Ecuador: no a los transgénicos
Los sábados, un número no muy pequeño de cuencanos aficionados a los vegetales y las frutas de cultivos ecológicos se levanta voluntariamente más temprano que cualquier otro día de la semana. Compiten por llegar a tiempo a la explanada del Centro de Reconversión Económica, donde un puñado de agricultores que han optado por los abonos y los insecticidas naturales vende sus productos
Las personas se apresuran para conseguir una de las contadas fundas de tomates, pequeños, colorados y redondos, lechugas de hojas tiernas que tampoco han alcanzado a crecer mucho, algunas variedades de nabos y un pedazo de un inmenso bloque de quesillo, cuyo aroma y consistencia cremosa son indicios de que fue elaborado con leche verdaderamente entera.
Como en Cuenca, existen en varios lugares del Ecuador asociaciones de cultivadores y criadores ecológicos, pero son pocos para la demanda nacional. Ni se diga para la extranjera, donde un creciente número de consumidores se ha dejado seducir definitivamente por todo lo que suene a biológico.
Europa no puede producir la cantidad de brócoli, manzanas, lechugas, papas, etc. etc., que sus compradores demandan de cultivos sin plaguicidas ni abonos químicos. Desde hace algún tiempo, el Ecuador ha encontrado nichos pequeñitos y exclusivos en ese mercado, por ejemplo, con su café ecológico. Pero hay campo para mucho más.
En este contexto, los transgénicos tienen, en cambio, cada vez menos posibilidades de ingresar a la dieta alimentaria de un consumidor medianamente consciente, incluso en países donde se los produce. Es por esto que la iniciativa de la Asamblea Constituyente, de prohibir el ingreso de semillas y productos genéticamente alterados al Ecuador, no solo constituye una medida de protección del comprador interno, sino también una gran oportunidad: permitirá mostrar coherencia con un márquetin externo que persigue perfilarlo como un país cuya riqueza está en la megadiversidad, con iniciativas novedosas en cuanto a la protección ambiental y una producción que, en algunos campos, como el de las flores, ha merecido ya sellos "verdes" de calidad ambiental.
El presidente de la Asamblea, Alberto Acosta, y ciertos grupos ecologistas han esgrimido los argumentos en contra de los transgénicos, desde el peligro para la diversidad, hasta el hecho de que el desarrollo de cultivos transgénicos en realidad no está contribuyendo a mermar el hambre ni a bajar los precios de los alimentos. A estos datos, probados internacionalmente, habría que sumar en el Ecuador la ineficiencia comprobada en algunos monocultivos, lo que impediría el racional aprovechamiento de las ventajas, si es que las hubiere, de mayor productividad y menor sensibilidad.
Es por eso que la prohibición constitucional podría ser más bien el incentivo para una producción menos masiva pero de mayor calidad y diversidad, con un gran futuro, tanto en el mercado interno como externo.
Restaría preguntar si era necesario introducir al mismo tiempo el derecho presidencial, en acción conjunta con el Parlamento, de revisar esta importante decisión de principios.